CHANTAL MOUFFE Y EL POPULISMO
DE IZQUIERDA. UNA DISCUSIÓN EN TORNO AL POPULISMO, LOS AFECTOS Y SPINOZA
Gonzalo Ricci Cernadas*
Universidad de Buenos Aires
*
goncernadas@gmail.com
Recibido: 23 de septiembre de 2023
Aceptado: 1 de diciembre de 2023
Resumen: El objetivo del presente artículo es
escudriñar la obra de Mouffe tomando como punto de
partido Por un populismo de izquierda,
ya que desde ese momento la autora belga aboga por primera vez por una estrategia
de corte populista por parte de los partidos de izquierda para contrabalancear
el avance de aquellos de derecha y por acceder al poder. En particular, es
dable a destacar que Mouffe se vale en gran parte de
la filosofía de Spinoza para plantear esta propuesta, lo cual implica una
lectura del pensador de Ámsterdam con la que desacordamos. Así, primero
estudiaremos qué quiere decir la autora belga con populismo de izquierda, para
luego indagar el papel que los afectos desempeñan allí y, finalmente, analizar
si Spinoza puede ser postulado como una fuente teórica de dicha propuesta.
Palabras clave: Mouffe; Spinoza; populismo; afectos;
republicanismo
CHANTAL MOUFFE AND LEFT-WING POPULISM. A DISCUSSION ON POPULISM, AFFECTS
AND SPINOZA
Abstract: The aim of this article is to scrutinise Mouffe’s work, taking For a Left Populism as a starting point,
since the Belgian author advocates for the first time a populist strategy on
the part of left-wing parties to counterbalance the advance of right-wing
parties and to gain access to power. In particular, it
is worth noting that Mouffe draws heavily on
Spinoza's philosophy in order to put forward this proposal, which implies a
reading of the Amsterdam thinker with which we disagree. Thus, we will first
study what the Belgian author means by left-wing populism, then investigate the
role that affects play there and, finally, analyse
whether Spinoza can be postulated as a theoretical source of this proposal.
Keywords: Mouffe;
Spinoza; populism; affects; republicanism
I. Introducción
A mitad de la segunda década de este
milenio, junto con Nicolás Fraile (Fraile y Ricci Cernadas 2015), publicamos un
artículo abocado a estudiar la propuesta política de la filósofa belga desde El retorno de lo político (1999) hasta Agonística. Pensar el mundo políticamente (2014),
recorriendo un arco temporal que se extiende desde 1993 hasta 2013,
respectivamente.[1] Si
bien en dicho trabajo nos focalizamos en la forma en que Mouffe
recuperaba el pensamiento de Carl Schmitt para pensar la política,[2]
no por ello dejábamos de lado las mutaciones que sus propuestas teóricas iban
sufriendo de acuerdo al cambio de la coyuntura
política. Es así que, si en un comienzo la pensadora pondera la necesidad de
bregar por una democracia radicalizada (en consonancia con lo elaborado junto
con Ernesto Laclau en Emancipación y estrategia socialista), buscando defender el
principio democrático de la igualdad y la soberanía popular y el liberal de la
libertad y el pluralismo ante el avance de una forma de pensar la política
carente de contenido sustantivo, esto es, una pospolítica,
hacia el final de su obra publicada hasta el momento se advierte la presencia
indeleble de un concepto que va a ser clave para la autora de ahora en
adelante: el del agonismo, el cual, en vez de suponer amigos y enemigos, como
lo hace el antagonismo, implica solamente adversarios que habitan una comunidad
política compartida.
Desde su Agonística hasta la actualidad Mouffe ha
continuado teorizando sobre la política y refinando su pensamiento, pero no
escribiendo meramente pour la gallerie,
sino con el objeto de aprehender los notables cambios políticos que se
presenciaron desde 2013 hasta la actualidad. Y es que precisamente, al repasar
aquellos movimientos y fenómenos que mencionábamos en la introducción de
nuestro artículo (Fraile y Ricci Cernadas 2015), podemos fácilmente identificar
un conjunto de fenómenos contestatarios y que implicaban un desafío a las
instituciones existentes. Es así que, en dicho artículo, mencionábamos la
entonces reciente Primavera Árabe, los movimientos de la sociedad civil en
contra de las medidas de austeridad que los gobiernos de Estados Unidos y de
Europa llevaron a cabo como consecuencia de la crisis de 2008 (los renombrados
“Occupy” e “Indignados”, por citar un par de casos) y
las protestas opositoras y estudiantiles en Venezuela en 2014, entre otros. En
este sentido, sorprende cómo han advenido tantos cambios en el terreno político
tan raudamente: variaciones que implicaron un desplazamiento pendular de
acontecimientos políticos que ponían en cuestión a los powers that be a la llegada al poder de
gobiernos que pueden ser calificados como pertenecientes al espectro de la
derecha en tanto defendían los intereses de los sectores dominantes. Cual
Termidor que sucede a la Montaña, el acceso al poder por parte de políticos como
Donald Trump en 2017 en Estados Unidos y de Jair Bolsonaro dos años más tarde
en Brasil, como así también la continuidad de Viktor Orbán como primer ministro de Hungría, el crecimiento del
caudal de votos hacia Marine Le Pen en Francia y la elección de Giorgia Meloni como premier
italiana en 2022, para mencionar algunos casos, muestra cierto reflujo de
movimientos políticos conservadores que han incrementado su fuerza en muy poco
tiempo (cfr. Stefanoni 2021; Traverso 2021).
Ante
semejante modificación de la situación, corresponde, entonces, una construcción
teórica que se encuentre en consonancia con las nuevas configuraciones del
panorama político debe ser planteada. Y si, como suelen coincidir los cientistas sociales, la consecuencia de una democracia
malograda o deficitaria puede ser el surgimiento de un movimiento o de una
organización política populista –y vaya que las democracias actuales han estado
bajo cuestión (Przeworski 2022)–, no debe sorprender
que, ante la consolidación de gobiernos populistas de derecha tanto en América
Latina como en Europa (Bornschier 2010; Caiani y Della Porta 2011; de Lange 2007; Luna y Rovira Kaltwasser 2014; Mudde 2007; 2016;
2019), provoque que Mouffe actualice su propuesta
teórica y propugne un populismo de izquierda (2019). Este cambio de énfasis por
defender los núcleos democráticos y liberales de los gobiernos occidentales
para, en su lugar, contrabalancear el embate populista de derecha con otro
populismo con una valencia antitética debe entenderse a la luz de cómo se han
institucionalizado aquellos movimientos sociales que nacieron de la crisis económica
desatada en 2008 y por el rol cada vez más importante que la autora asigna a
los afectos: dos elementos que hacen a su consideración de una democracia
radical.
Así, entendemos que Mouffe,
desde mediados de la década pasada, ha modificado su propuesta teórico-política
a partir de la introducción del populismo como elemento determinante de la
misma. Y, para poder plantear semejante estrategia de articular un populismo
integrado por diversas fuerzas de izquierda, la figura de Baruch Spinoza y su
reflexión sobre los afectos y las pasiones habría sido decisiva para la autora.
Por nuestra parte, defenderemos en el presente trabajo que la figura de Spinoza
no es asimilable a una concepción populista. Para ello, primero estudiaremos
qué quiere decir la autora belga con populismo de izquierda, para luego indagar
el papel que los afectos desempeñan allí y, finalmente, analizar si Spinoza
puede ser postulado como una fuente teórica de dicha propuesta.
II. Por un populismo, aunque
de izquierda
Desde que Mouffe
cobró renombre como filósofa a partir de su obra (escrita junto a Laclau) Hegemonía y
estrategia socialista, ha sido interesante notar que la autora interpretaba
la tesis de una radicalización de la democracia en el sentido específico de
volver a otorgarle la dignidad que le eran propias a los regímenes políticos
democráticos y liberales. Cada término focaliza una cuestión particular: si la
democracia pondera la igualdad, el liberalismo hace lo propio con la libertad.
Ambos deben constituirse como los pilares fundamentales que permitan que una
comunidad pluralista tenga lugar:
Por
ello, si bien es necesario dar lugar al pluralismo, este solo es viable en un
marco de elementos comunes que instituyen un demos y
una comunidad política. La adhesión a los valores ético-políticos del régimen
democrático liberal, es decir, libertad e igualdad, y a las instituciones
constitutivas de la democracia son la base de dicho acervo común. (Fraile y Ricci
Cernadas 2015, 24-25)
Este pluralismo estructurado en torno a la
igualdad y la libertad es algo que Mouffe no ha
cesado de teorizar, aunque es menester dar cuenta de una variación en su
pensamiento.
El pluralismo, justamente, permite expresar
el conflicto y, si bien en dicho artículo nos abocábamos a estudiar la relación
de Mouffe con uno de los autores –Carl Schmitt– que
le servía de insumo principal para realizar una de las tentativas que la
filósofa belga se proponía –la de crear instituciones que permitieran volver al
antagonismo en agonismo–, esta tarea se ubicaba dentro de una tarea más grande
fundada en una preocupación: la de la pérdida de la orientación de los valores
liberal-democráticos justo cuando parecía que estos tenían su éxito asegurado a
principios de la década de 1990. Es por ello que, en El retorno de lo político, Mouffe
evaluaba a la radicalización de la democracia como una fórmula para superar la
inercia y la anodinidad de las democracias
occidentales:
El
objetivo de una política democrática, por tanto, no es erradicar el poder, sino
multiplicar los espacios en los que las relaciones de poder estarán abiertas a
la contestación democrática. En la proliferación de esos espacios con vistas a
la creación de las condiciones de un auténtico pluralismo agonístico, tanto en
el dominio del Estado como en el de la sociedad civil, se inscribe en la
dinámica inherente a la democracia radical y plural. (Mouffe
1999, 25-26)
En En torno a lo político
volverá a apostar por el intento de superar un binomio antinómico de un
liberalismo racional y de un democratismo
izquierdista en su tentativa de aunar ambas dimensiones en una sola que permita
superar, al mismo tiempo, la asepsia característica de los partidos
tradicionalmente socialistas en Europa (el Partido Laborista en Inglaterra,
pero también los Partidos Socialistas en España y Francia, entre otros),
producto de un paradigma pospolítico a través de la
introducción de un “registro moral” (Mouffe 2007, 12)
que dé cuenta del carácter partisano de la política y de la inevitable división
del campo social que debe acontecer para que la propia experiencia política
tenga lugar. Es por ello que 20 años después de publicada la primera obra
firmada únicamente por ella, en Agonística,
Mouffe sigue insistiendo en su creencia de que la
sociedad se encuentra fundada en una necesaria dimensión ontológica de la
negatividad radical: un pueblo que no puede encontrarse más que de forma
múltiple y dividido, una negatividad radical que impide la totalización plena
de la sociedad, empece que tenga lugar una sociedad
allende la división y el poder, afirma la ausencia de fundamento final y
ratifica la indecidibilidad de todo orden (Mouffe
2014, 21). Estos rasgos deben ser institucionalizados bajo aquello que Mouffe denominó como “pluralismo agonístico” (2003), esto
es, el reconocimiento de distintas posiciones en el seno de la sociedad, aunque
no según la consideración de estas como enemigas, sino bajo la forma sublimada
de adversarias, lo cual habilita a conservar la perenne dimensión del
conflicto.[3]
Ahora bien, es en Por un populismo de izquierda donde comenzamos a advertir una
modificación ya no menor y agregativa, esto es, tendiente a refinar y
complejizar las mismas nociones (como advertimos en las obras recién mentadas),
sino que tiende hacia un giro sustancial en aquello que compete a su propuesta
política.
Cuando, junto a Ernesto Laclau,
Mouffe escribía el prefacio a la segunda edición en
español de Hegemonía y estrategia
socialista en 2002, afirmaban que el proyecto por el cual las fuerzas
políticas de izquierda se aboquen a realizar una concepción radical y
pluralista de la democracia, lo cual no es lo mismo que una democratización de
la misma, era algo que “resultaba[ba]
más pertinente que nunca –lo que no quiere decir que sea más fácil de realizar–”
(Laclau y Mouffe 2021, 21).
Ya a principios de milenio advertían los autores un proceso de desencantamiento
de la democracia por parte de la ciudadanía, situación que era lamentablemente
aprovechada por ciertas personalidades políticas que provenían desde el
espectro político de la derecha y que tenían como peculiaridad ejercer el poder
de una manera populista:
En
algunos países esta situación [la del estado ominoso de las sociedades
liberales democráticas] está siendo hábilmente explotada por demagogos
populistas de derecha, y el éxito de figuras tales como Haider
y Berlusconi atestigua que esa retórica puede atraer a un número considerable
de seguidores. (Laclau y Mouffe
2021, 21)
En este sentido, es interesante la patencia
de al menos dos elementos que Mouffe volverá a
mencionar 16 años después, cuando publique Por
un populismo de izquierda. Es precisamente en el comienzo de la
introducción de dicha obra en donde la filósofa pensadora belga asevera que
“resulta imperioso para la izquierda comprender la naturaleza de la actual
coyuntura” (Mouffe 2018, 13): necesidad, pues, de
seguir de cerca las mutaciones que acontecen en la arena política, la cual es a
menudo ciertamente tan cambiante como carente de una orientación que nos
permita colegir el sentido en el que los acontecimientos se desenvolverán. De
la misma manera, la autora añade inmediatamente a continuación que el desafío
en ese momento lo “represente el ‘momento populista’” (Mouffe
2018, 13): proliferación, entonces, del surgimiento de esas figuras nombradas
en el prefacio a la segunda edición en español de Hegemonía y estrategia socialista (por caso, del austríaco Jörg Haider y del italiano Silvio Berlusconi) y una consolidación
de esos movimientos que los autores explícitamente rotulan como populistas de
derecha.[4]
Parecería que el saldo –en términos políticos, claro–, a lo largo de las
últimas cuatro décadas, ha sido negativo: no sólo la izquierda ha corrido
detrás de los fenómenos políticos, siempre desplegando las tentativas de su
comprensión demasiado tarde, sino que esos acontecimientos se han desarrollado
en una dirección que no era precisamente la más probable, esto es, en lugar de
un reforzamiento de la formación hegemónica liberal a partir de partidos
políticos de centro, lo que se vislumbra es la ocupación de esa alternativa por
parte de movimiento populista con cada vez mayor gravitación en Europa. Eso es
el “momento populista” que Mouffe menciona: el
enlazamiento de un conjunto heterogéneo de demandas que no se vinculan
necesariamente a categorías sociales particulares y que, además, se configuran
en función de una nueva frontera política que hace discernir a un “nosotros” de
un “ellos” en el seno de cada sociedad.
En definitiva, el populismo era un momento
que no podía más que advenir de acuerdo a la crítica
que Mouffe realiza a las propuestas pospolíticas en En torno a lo político,
las cuales tienen en común “el desconocimiento de respecto de la injerencia de
las dimensiones adversarial y hegemónica en la política” (Pérez 2018, 85). Aún
más, para la autora, según describe en Por
un populismo de izquierda, esa pospolítica
signada por un desdibujamiento del clivaje político de izquierda y de derecha
habría evolucionado en un fenómeno que ahora es nombrado como posdemocrático
donde, “como consecuencia de la hegemonía neoliberal, la tensión agonista entre
los principios liberales y democráticos –que es constitutiva de la democracia
liberal– fue eliminada” (Mouffe 2018, 30). De esta
manera, la autora belga da cuenta de un recrudecimiento de los embates contra
lo político en su esencia misma, puesto que, si en la segunda mitad de la
primera década del nuevo milenio lo que se indiferenciaba eran los contenidos
programáticos que permitían discernir a los actores y partidos políticos de
izquierda y de derecha, ahora, en 2018, lo que se encuentra mortalmente herido
es el régimen político que, por excelencia, hace respetar la libertad y la
igualdad de todos: el régimen democrático liberal.
La erosión de la libertad y la igualdad por
el individualismo liberal y la iniquidad, según el criterio de Mouffe, ha generado un gran desinterés en la ciudadanía, lo
cual prepara el terreno ideal para el surgimiento de tendencias populistas.[5] De
hecho, en el contexto posdemocrático, aquellas tendencias que han tenido lugar
más raudamente, en particular luego de la gran crisis económica del 2008, han
sido los populismos de derecha que, lejos agravar la situación posdemocrática,
buscaron oponerse a dicha tesitura. De una manera semejante, también los
populismos de izquierda han surgido a principios de la década de 2010 ante el
avance de las condiciones de precarización y de pauperización de la sociedad,
lo cual ha provocado que numerosos sectores de la sociedad civil se movilizaran
en lugares públicos, se trate ya de los Indignados en España, los Aganakitsmenoi en Grecia, o de los movimientos Occupy en los Estados Unidos o la Nuit
Debout en Francia, por citar algunos casos. De
cualquier manera, estas movilizaciones horizontalistas
se rehusaron a vincularse con las instituciones políticas, lo cual provocó que
se constituyeran partidos políticos que, a la postre, terminaron por captar a
una porción significativa de esos sectores, como es el caso del partido español
Podemos.[6]
Aun así, populismos de derecha y de
izquierda comparten algunas similitudes en su faz formal. Para empezar,
implican un discurso contra el establishment, argumentando representar los intereses del
sector mayoritario de la sociedad que es oprimida por uno minoritario. Luego,
populismos de derecha y de izquierda se enfrentan a la tendencia posdemocrática
por igual e intentan, por tanto, defender los valores de la libertad y de la
igualdad ante la tentativa de su anulación. Finalmente, y quizás sea este el
rasgo que permita denominar a estas declinaciones de derecha y de izquierda
como populistas, ambas tienen por objetivo construir un pueblo. De esta manera,
“[a]mbos tipos de populismo buscan unificar demandas
insatisfechas, pero lo hacen de formas muy diferentes. Sin embargo, a pesar de
estas similitudes estructurales, existen notorias diferencias en cuanto a su
respectivo contenido. La diferencia reside en la composición del ‘nosotros’ y
cómo se define el adversario, es decir, el ‘ello’” (Mouffe
2018, 38). Sin embargo, para Mouffe, los populismos
de derecha y de izquierda se diferencian ya que el primero entiende a conceptos
clave de la política y de la soberanía popular en términos nacionalistas y
esencialistas que identifican en un sector de la población de un país la
encarnación de los verdaderos valores que deben ser recuperados, mientras que el
segundo busca “recuperar la democracia con el fin de profundizarla y ampliarla”
(Mouffe 2018, 39). Dicho con otras palabras: si el
populismo de derecha excluye, el de izquierda incluye.
Desde su primera publicación, Mouffe no ha dejado de criticar toda tentativa de poner en
práctica política políticas propias de la teoría que se ha denominado desde la
década de 1990 como tercera vía por su concepción de ocupar un lugar en el
centro del espectro político, equidistante de la izquierda y de la derecha,
implicando el abandono o la superación de cualquier tipo de antagonismo. Esta
estrategia, adoptada por un número significativo de partidos socialistas
europeos, a ojos de Mouffe, ha fracasado de forma
estrepitosa y facilitado la consolidación de la hegemonía neoliberal. Pero
ahora que el neoliberalismo ha entrado en un estadio crítico, es imprescindible
para la izquierda rever la manera de volver a tener un papel verdaderamente
determinante en la política. Para eso, debe evitar repetir los errores del
pasado y apostar por un tipo de construcción del orden hegemónico que logre
dejar de lado sus resquemores hacia el populismo. Es necesario, entonces, que
la izquierda se organice de manera populista para que pueda volverse hegemónica
y recuperar y profundizar la democracia.
La hegemonía es un concepto clave del
pensamiento de Antonio Gramsci que Mouffe recupera
para su propia teoría en términos idénticos a los del italiano. Así, una
formación hegemónica designará a una
configuración de prácticas
sociales de diferente naturaleza –económica, cultural, política, jurídica–,
cuya articulación se sostiene en ciertos significantes simbólicos clave que
constituyen el “sentido común” y proporcionan el marco normativo de una
sociedad dada. El objetivo de la lucha hegemónica consiste en desarticular las
prácticas sedimentadas de una formación existente y, mediante la transformación
de estas prácticas y la instauración de otras nuevas, establecer los puntos
nodales de una nueva formación social hegemónica. (Mouffe
2018, 66)
Así, la izquierda política debe devenir
hegemónica en este sentido recién elucidado, algo que, para Mouffe,
sólo podrá lograr si adopta una estrategia populista que se oriente a la
construcción de un pueblo. Dicha estrategia
tendrá que combinar la
diversidad de resistencias democráticas contra el orden posdemocrático para
poder establecer una formación hegemónica más democrática. Esto exigirá una
transformación profunda de las relaciones de poder existentes y la creación de nuevas
prácticas democráticas. (Mouffe 2018, 55)
Esta nueva formación hegemónica no
conlleva, sin embargo, necesariamente una ruptura o revolución respecto del
orden vigente. Una formación hegemónica puede alterarse en su esencia de
diversas maneras, para lo cual es preciso discernir dos niveles de estudio:
“los principios ético-políticos de la politeia democrática-liberal, y sus diferentes formas
hegemónicas de inscripción” (Mouffe 2018, 66). En relación a los principios éticos y políticos, Mouffe afirma que cualquier comunidad se legitima de
acuerdo a ciertos valores, los cuales pueden articularse de distintas formas según
la manera en que los mismos se institucionalicen en formaciones hegemónicas
específicas. Ahora bien, lo importante reside en ese segundo nivel de estudio
vinculado con cómo la hegemonía se inscribe: es que, para la pensadora belga,
esos principios ético-políticos sobre los cuales las formaciones hegemónicas
pueden afirmarse permite que, en el caso en que ocurra una transición de un
orden hegemónico en otro, estos puedan mantenerse perfectamente vigentes a
partir del hecho de lo que se modifica es la forma en que dichos principios son
interpretados e institucionalizados, lo cual evita que esta sucesión de un
orden hegemónico a otro no acontezca como una revolución rupturista, que corta
de raíz con los principios ético-políticos antiguos. De esta manera, lejos de
bregar por lo que Mouffe denomina como reformismo
puro, es decir, que acepta los principios de la democracia liberal como así
también la hegemonía neoliberal, como así también apartándose de una política
revolucionaria, esto es, aquella que intenta romper con el orden sociopolítico
existente (y aquí se incluyen a las tendencias de izquierda tanto de corte
leninista como las que propugnan un éxodo o un abandono de las instituciones), Mouffe sintetiza su propuesta en un reformismo radical que
alude a “la dimensión subversiva de las reformas y el hecho de que persiguen,
aunque sea a través de medios democráticos, una transformación profunda en la
estructura de las relaciones de poder socioeconómicas” (Mouffe
2018, 68).
Así debiera la izquierda articularse
políticamente, de manera reformista y radicalmente rupturista, creando e
imponiendo su orden hegemónico. Y, sobre todo, adoptando una lógica populista
por la cual acepte el desafío de crear un pueblo y trazar una nueva frontera de
lo político dentro de la sociedad, dando forma a la conflictualidad
siempre presente a través del establecimiento de cadenas equivalenciales[7] para
unificar la multiplicidad de demandas democráticas.
Esa es la innovación que Por un populismo de izquierda supone en
la obra de Mouffe: el combate de los vicios de la pospolítica y de la posdemocracia
no podía hacerse ya a través de la recuperación de la distinción entre las
categorías de la “izquierda” y la “derecha” política que Mouffe
proponía desde su primera obra, El
retorno de lo político:
Durante
mucho tiempo pensé que, para luchar contra la tendencia postpolítica
y crear las condiciones para una confrontación agonista que permita radicalizar
la democracia era necesario darle una nueva vigencia a la frontera
derecha/izquierda. Pero empecé a darme cuenta de que en las condiciones
actuales no era la vía más adecuada y que había que establecer la frontera de
una manera diferente, a través de la construcción de una voluntad colectiva
transversal y progresista que pueda desafiar las nuevas formas oligárquicas
producto del neoliberalismo. Eso es lo que llamo “populismo de izquierda”.
(Errejón y Mouffe 2016, 112)
Pero para ello es necesario que esa misma izquierda pueda dejar de lado
sus prejuicios racionalistas para entender que, para construir un pueblo, la
formación de cualquier identidad está fuertemente determinada por los afectos.
Y precisamente sobre ese tema es que discurriremos en el apartado que sigue.
III. Afectos en la identidad
A pesar de que Mouffe
haya sostenido en una extensa entrevista que mantuvo en febrero de 2015 con
Íñigo Errejón, pensador y figura política del partido español Podemos, que el
papel de los afectos había ocupado un importante lugar en todos sus libros (cfr. Errejón y Mouffe 2016, 53), lo cierto
es que los afectos han estado presente en la obra mouffiana
a través de su ausencia, es decir, los afectos habrían estado implícitos en la
propuesta política de la autora como consecuencia necesaria, aunque nunca
explicitada, de la crítica de los enfoques racionales y consensuales de la
política.[8]
Independientemente de ello, para Mouffe el rol de las
pasiones ha pasado a ocupar un lugar más preponderante en su teoría desde al
menos Politics and Passions. The Stakes of
Democracy en 2002. Allí, la autora se enfrenta a
dos modelos de la democracia: uno, calificado como agregativo, entiende que los
actores políticos actúan por mor de la persecución de sus intereses; el otro,
nombrado como deliberativo, que enfatiza las consideraciones morales y el poder
de la razón. Para Mouffe, a ambos modelos le subtiende
una misma hipótesis que consiste en excluir a las pasiones del campo de la
política y de la creación de identidades políticas colectivas.[9]
Antes bien, sería más adecuado proponer un modelo que Mouffe
denomina como pluralismo agonista, por el cual las
pasiones son tenidas en cuenta en el quehacer político, aunque sin ser libradas
de manera que adquieran una intensidad tal que provoque el enfrentamiento entre
individuos. Esto implica que los afectos son sublimados, de modo tal que el
antagonismo no llegue a tener nunca lugar. En este sentido, “lejos de ser una
fuente de inestabilidad dentro del discurso democrático y, por ende, relegados
a la esfera no política privada, las pasiones y los valores (…) deben ser
incorporados en la esfera pública política” (Jones 2014, 14). La política, en
este sentido, sería el campo en donde los adversarios contraponen distintos
proyectos hegemónicos incapaces de ser racionalmente reconciliados. En palabras
de Mouffe:
Por
eso, la categoría central de la política democrática es la categoría del
“adversario” (…). La “lucha agonística” –la condición misma de una democracia
vibrante– consiste en esta confrontación entre adversarios. En el modelo
agonístico, la tarea primordial de la política democrática no es ni eliminar
las pasiones ni relegarlas a la esfera privada para establecer un consenso
racional en la esfera pública; es, más bien, “domar” estas pasiones
movilizándolas para fines democráticos y creando formas colectivas de
identificación en torno a objetivos democráticos. (Mouffe
2002, 9)
De hecho, es esa represión teórica de la
importancia de las pasiones (junto con el antagonismo) la que prepara un suelo
fértil para que el campo de lo político sea interpretado en términos morales,
que es lo que precisamente hacen los partidos de tendencia populista de
derecha.
Doce años más tarde, en ocasión de la
conferencia dictada ante el otorgamiento del Doctorado Honoris Causa de la
Universidad de Valparaíso, Mouffe demostrará que ha
profundizado su análisis sobre las pasiones a tal punto que las distingue de
las emociones. Sencillamente, las emociones aluden a una esfera individual,
mientras que las pasiones rescatan un suelo netamente colectivo. Así, si el
“término ‘emociones’, habitualmente vinculado al individuo, no hace justicia al
sujeto colectivo del que en general se ocupa la política” (Mouffe
2016, 21), las pasiones, por su parte, permiten referir a “cierto tipo de
afectos comunes, a saber, aquellos que se utilizan en el ámbito político para
construir las formas de identificación nosotros/ellos” (Mouffe
2016, 35).
Aquí es donde, además, Mouffe
hace mención a un pensador de la temprana modernidad
admirado por ella que ha reflexionado intensamente sobre las pasiones: Baruch
Spinoza. Claro que Spinoza no ha sido el único filósofo que ha estudiado sobre
las pasiones. Hobbes, Descartes y Pascal, por citar algunos, también se han
abocado a su estudio. Pero aun así, en el entender de Mouffe,
es Spinoza el autor que más actualidad reviste y que más tiene para decir sobre
la intervención de los afectos en la política. En primer lugar, Spinoza elabora
un nuevo concepto que permite complejizar la ya bastante enrevesada relación
entre emociones y pasiones al referirse en numerosas ocasiones a lo largo de la
Ética y del Tratado político a la noción de afecto (affectus), la cual, como la
propia Mouffe señala, se encuentra emparentada con la
de afección (affectio).[10]
Para la filósofa belga, el afecto spinoziano se
superpone con su definición de las pasiones ya que ambos remiten siempre a
campos que involucran a una comunidad de agentes. Además, destaca que, para
Spinoza, el afecto es determinante para el deseo humano: si las personas actúan,
lo hacen siempre en función de lo que desean, y el deseo siempre se encuentra
dirigido causalmente en última instancia por los afectos. A esto se suma una
reflexión que contempla la productividad de la distinción entre el afecto y la
afección:
Cuando
es afectado por algo externo, el conatus o esfuerzo general por perseverar en nuestra
existencia va a experimentar afectos que lo van a llevar a desear algo y a
actuar en consecuencia. Esta dinámica del affectio/affectus ayuda a entender el
proceso de producción de los afectos comunes y a examinar las transformaciones
de las identidades políticas, en las que las afecciones se perciben como el
espacio en el cual lo discursivo y lo
afectivo se articulan en prácticas más específicas. (Mouffe
2016, 37; cursivas nuestras)
En este sentido, resulta sobremanera
interesante cómo Mouffe vincula la gramática afectiva
spinoziana en su desdoblamiento como afecto y
afección con una dimensión que ella considera imprescindible para la
construcción de cualquier identidad política: lo discursivo. Con este término, Mouffe no alude a lo que coloquialmente suele
corresponderse con el habla o la escritura, sino que el discurso comporta una
importancia mayor ya que refiere a una práctica en la que la acción y el
significado se imbrican inextricablemente, una práctica en donde “se brindan
las afecciones que darán lugar a los afectos, que a su vez estimularán el deseo
y conducirán a una acción específica” (Mouffe 2016,
37).[11]
Ahora
bien, si volvemos a la entrevista con Errejón, podrá constatarse que Mouffe sigue discerniendo de la misma manera entre
emociones y pasiones, aunque las identidades que las pasiones conforman son
ahora vinculadas con una tradición de pensamiento contemporánea: el
psicoanálisis. Es innegable que, para Mouffe, la
política no puede ser pensada sin esa dimensión afectiva, tal como lo admite en
la mentada entrevista:
Por
“pasiones”, designo un cierto tipo de afectos comunes, a saber, los que son
movilizados en el campo político en la constitución de las formas de
identificación nosotros/ellos. Uno habla de “identidades”, pero en realidad son
siempre “identificaciones”, ya que, según la perspectiva antiesencialista, la
identidad nunca está dada naturalmente, es siempre una forma de identificación.
Para abordar estas formas de identificación, me parece fundamental el
psicoanálisis. (Errejón y Mouffe 2016, 53)
El psicoanálisis es entendido por Mouffe como el segundo acontecimiento, luego de la
filosofía formulada por Spinoza, que recupera la importancia de los afectos que
aluden inevitablemente también a una dimensión colectiva, sí, pero que, a
diferencia de Spinoza, quien acentúa la importancia de los afectos para
explicar el comportamiento deseante de los sujetos, para el psicoanálisis las
pasiones son un elemento imprescindible para comprender cómo se conforman las
identidades colectivas. Para ello, Mouffe se detiene
muy particularmente en “Psicología de las masas y análisis del yo” de Sigmund
Freud, en donde el padre del psicoanálisis afirma que entre la estructura
psicológica del individuo y la de la masa no existen diferencias significativas
y que lo que mantiene a esta última cohesionada es un cierto poder amoroso o
erótico, esto es, libidinal. Esta relación libidinal opera en dos niveles
simultáneamente: “cada individuo tiene una doble ligazón libidinosa: con el
conductor (…) y con los otros individuos de la masa” (Freud 1992, 91). Así, la
identificación sería el principal aporte del psicoanálisis en lo que respecta
al funcionamiento de los afectos, ya que es la firma más originaria de ligazón
afectiva con un objeto. En el caso de la masa, ésta pondría dicho objeto en su
ideal del yo,[12]
motivo por el cual los individuos de esa multitud se identifican entre sí en
virtud de su yo referido a ese objeto externo que ha sido interiorizado. Así,
los individuos de la masa, de acuerdo a Freud, buscan
ser iguales entre sí, mas no el conductor o líder, que permanece como ese
objeto externo que oficia de punto de fuga hacia el cual convergen los deseos
libidinales de los individuos. Así es cómo operan al unísono dos procesos:
“identificación, e introducción del objeto en remplazo del ideal del yo” (Freud
1992, 123). Lo que rescata la autora belga de la teoría de Freud es
principalmente el elemento de la libido, el cual es revestido en el líder o
dirigente por parte de los individuos de la multitud. Así, para Mouffe, pensar los afectos en este sentido, con este
potencial de identificación y de cohesión social, comporta una importancia
capital ya que “son los que cimientan un ‘nosotros’, y es muy importante
reconocer eso para poder entender el papel crucial que tienen tanto en el
establecimiento de una hegemonía como en la lucha contrahegemónica” (Mouffe 2016, 53).
Su libro más reciente de 2022, El poder de los afectos en la política.
Hacia una revolución democrática verde, se compone de dos momentos, uno
sintético y otro innovador. El primero apunta a agregar en un solo proyecto las
fuentes identificadas por la filósofa de aquellos pensadores y disciplinas que
se han ocupado de reflexionar sobre los afectos con mayor seriedad. En
particular, Mouffe destaca a Spinoza y Freud y
establece un curioso vínculo entre ellos, resaltando los parentescos entre
ambos. En primer lugar, los dos habrían realizado grandes aportes a la hora de
comprender la política en un sentido que escapa al racionalismo más estricto.
En segundo lugar, habría una estrecha ligazón entre la noción spinoziana de conatus y la de libido de Freud:
Al
igual que Freud, Spinoza cree que el deseo lleva a actuar a las personas y que
los afectos las hacen actuar de determinada manera. Comprendió que, para que
las ideas adquieran poder, es necesario que conecten con las personas en la
dimensión afectiva, que adquieran, en palabras de Freud, una energía libidinal.
(Mouffe 2023, 62)
En tercer lugar, habría un aspecto de los
pensamientos de Spinoza y de Freud en lo que respecta tanto a las dimensiones
epistemológicas como afectivas, las cuales serían sumamente propincuas.
Respecto de Spinoza, y utilizando a Frédéric Lordon
como un lector predilecto de la obra del holandés, Mouffe
destaca que la idea en Spinoza engloba dimensiones ideales tanto como
materiales:
recordando
la unidad fundamental del cuerpo y de la mente en Spinoza, se divisa que le
afecto como modificación es simultáneamente variación de la potencia de obrar
del cuerpo y de la potencia de pensar de la mente. Un afecto produce,
necesariamente, ideas, empezando por la idea de lo que se experimenta en el
cuerpo. (Lordon 2017, 37)
Esto coincidiría con la clásica tesis
freudiana que, de acuerdo a Mouffe,
entiende que “el proceso psicoanalítico concebido como práctica significante
(…) incluye tanto la dimensión cognitiva como la afectiva” (Mouffe
2023, 63). Finalmente, y también siguiendo la lectura de Lordon
de Spinoza, para el holandés el lazo social sería eminentemente de carácter
libidinal:
la
relación de forma que define el cuerpo político se produce concretamente por el
afecto común bajo el cual la multitud de partes se reúnen en cierto modo. Visto
desde el punto de vista de las partes, el cuerpo político es, por tanto, una
cuestión de afectos. Los seres humanos individuales no forman agrupaciones
políticas a través de alguna deliberación de racionalidad contractualista: son
los afectos los que los mantienen unidos – y en particular, sin duda hay que
decirlo de nuevo, en la medida en que estos afectos son el vehículo de ideas,
valores y un imaginario común. (Lordon 2015, 161)
Así, Mouffe
entiende que, junto con el psicoanálisis, el pensamiento de Spinoza le sirve
como un insumo invaluable a la hora de desacreditar las posturas contrarias y,
según el juicio de la pensadora, erróneas que persiguen un horizonte de
racionalidad cristalina y despojada de afectos. Esta es una invaluable lección
para cualquier tentativa política de izquierda que aspire a la hegemonía, ya
que “[l]o que impulsa a actuar a las personas son los afectos, y aunque
indudablemente las ideas son importantes, su poder depende
de su conexión con los afectos” (Mouffe 2023, 63).
Es también en El poder de los afectos en la política donde Mouffe
dedica un capítulo a la cuestión de la ecología, la cual debería ser ponderada
con suma atención por parte de los partidos de izquierda, ya que actualmente se
presencia una crisis ecológica y climática sin precedentes y que,
previsiblemente, genera un conjunto de demandas sociales que corren el riesgo
de ser absorbidas por partidos políticos de derecha.
De cualquier manera, más allá de esta nueva
cuestión a la que la pensadora belga presta una novedosa atención, lo que
buscamos es hacer notar un vínculo que existiría entre las dos últimas obras de
Mouffe: Por un
populismo de izquierda y El poder de
los afectos en la política. Si contemplamos que, más allá de las
coyunturas, ambos títulos comparten un mismo fundamento, podría trazarse un
vínculo entre el populismo de izquierda por el cual Mouffe
brega y el reconocimiento necesario de los afectos para que dicha empresa pueda
tener éxito. Abandonar el discurso racionalista, emprender una estrategia
populista que pueda organizar y reconocer los afectos de la población, útiles
para las causas defendidas por los partidos de izquierda, es precisamente lo
que Mouffe aconseja realizar. Se establece entonces
una ligazón necesaria entre los afectos y el populismo: el populismo es
entendido como una estrategia política de construcción de una frontera política
y de un pueblo, y esto sólo puede realizarse articulando las pasiones que
circulan entre las personas. Y el punto en común entre ambos términos no sería
otro que Spinoza: por un lado, como un filósofo que prestó la debida atención a
la importancia de los afectos entendidos como el estado de cuerpos que están
sujetos a la acción de otros cuerpos y que, cuando se cristalizan, pueden
engarzarse con una dimensión discursiva y constituir formas de identificación
particulares; por otro lado, Spinoza oficiaría como un interesante insumo a la
teoría sobre el populismo al permitir explicar y complejizar cómo las demandas
insatisfechas se integran progresivamente en una cadena equivalencial
que encarna un sujeto político novedoso: el pueblo.
Es ante este razonamiento que querríamos
inquirir sobre dos cuestiones imbricadas mutuamente. La primera de ellas se
pregunta si Spinoza es un pensador cuya filosofía puede únicamente reportar un
enriquecimiento a una teoría populista, ya que un republicanismo institucional
que contemple a los afectos no tendría cabida alguna en su pensamiento. La
segunda cuestión refiere a si los afectos como los que Spinoza ha estudiado
solamente se relacionan con regímenes populistas. Sobre estos dos puntos
procederemos con el siguiente apartado.
IV. El republicanismo
afectivo de Spinoza
Si del final del apartado anterior puede
llegar a colegirse en algún aspecto que el populismo y el republicanismo se
tratan de dos conceptos contrapuestos, querríamos aprovechar la oportunidad
para clarificar nuestra postura de que dicho enfrentamiento no es necesario y,
si se lo presenta como tal, sólo puede ser a partir de una grosera
simplificación. Efectivamente, como Luciana Cadahia
(2018) lo reconoce, parecería que el populismo se encuentra henchido de
pasiones mientras que el republicanismo es la tierra de las instituciones: “El
argumento que sostiene esta idea es la vieja afirmación de que los afectos y la
racionalidad se encuentran en relación antagónica. Y, por tanto, la presencia
de uno supondría la desaparición del otro” (Cadahia
2018, 58). ¿Pero es esta acaso la única manera de estructurar la reflexión? ¿No
puede pensarse las instituciones en un populismo de la misma manera en que no
podrían estudiarse el lugar de los afectos en el republicanismo? En lo que
sigue, nos gustaría profundizar esta última alternativa a partir de Spinoza.
Para el filósofo holandés, los afectos
implican una connotación radicalmente vinculada a la racionalidad y que
perfectamente son compatibles con formas de gobierno democráticas y
republicanas. Así, y antes de proceder, cabe recordar cómo Spinoza define a los
afectos: son las “afecciones del cuerpo, con las que se aumenta o disminuye,
ayuda o estorba la potencia de actuar del mismo cuerpo, y al mismo tiempo, las
ideas de estas afecciones” (Spinoza 2000, 126).[13] Como se
puede ver, hay una pequeña distinción entre el afecto (affectus) y la afección (affectio) que, al
ser elucidada, permite entender qué entiende Spinoza por afecto. Mientras el
afecto designa a la conciencia que se tiene de un acontecimiento que sucede a
nivel corporal, la afección refiere al suceso corporal que tiene lugar en la
extensión, esto es, a la modificación misma. Dicho con otras palabras, el
afecto es la idea que se tiene y que se corresponde a una modificación, es
decir, a una transformación particular del cuerpo, a una afección.[14]
De esta manera, no resulta en absoluto
inesperada la tentativa de Spinoza de examinar los afectos sin ningún ánimo
peyorativo o crítico, sino escrutarlos “con el mismo método con que he tratado
anteriormente de Dios y del alma, y consideraré las acciones humanas y los
apetitos como si se tratara de líneas, planos o cuerpos” (Spinoza 2000, 126).
En primer lugar, entonces, Spinoza estudia los afectos sin ningún tipo de
predisposición, sea ésta positiva o negativa, y se limita apenas a analizarlos
como si se trataran de nociones geométricas e incluso físicas.[15]
Pero además de evitar contemplar a los afectos humanos como un vicio, también
Spinoza entiende que las pasiones no son meramente errores de los que hay que
deshacerse sin más, sino que forman parte de lo que el autor denomina
como primer género de conocimiento en su Ética. Dicho primer género de conocimiento, denominado también como
opinión o imaginación, consiste principalmente o bien de acontecimientos que
son representados por los sentidos, o bien de ideas asociadas al suceso de un
fenómeno particular al que se anudan contingentemente (Spinoza 2000, 108).
Si trasladamos estas concepciones que
Spinoza tiene sobre los afectos como objeto de estudio y a nivel epistemológico
a una dimensión política, entonces podemos decir que los acontecimientos
políticos y todos los actores ligados a ella no escapan tampoco a la dinámica
afectiva. Es justamente por esta razón que el Estado y las instituciones
ligadas a él tampoco pueden ser neutralmente valorativos. Con esto queremos
decir que el Estado spinoziano puede ser comprendido
en términos perfeccionistas, esto es, como una instancia que sostiene que
“ciertas formas de vida representan la ‘perfección’ humana (o la ‘excelencia’),
y que tales formas de vida deberían fomentarse, mientras que a las formas de
vida menos valiosas se les debería imponer cortapisas” (Kymlicka
1995, 210). Las pasiones no son ajenas al Estado spinoziano
sino que más bien son causas y partes constitutivas de este: “las causas y los
fundamentos naturales del Estado no habrá que extraerlos de las enseñanzas de
la razón, sino que deben ser deducidos de la naturaleza o condición común de
los hombres” (Spinoza 2010: 88): las pasiones.
En este sentido, podemos encontrar pruebas
de sobra de dicha concepción en el filósofo holandés, constatadas
principalmente por medio del reconocimiento de una finalidad y una virtud del
Estado (enunciadas en el Tratado
teológico-político y en el Tratado
político, respectivamente): “El verdadero fin del Estado es, pues, la
libertad” (Spinoza 2012, 415) y “la virtud del Estado es la seguridad” (Spinoza
2010, 88). Ahora bien, si el Estado es una instancia política que surge del
entrelazamiento de las potencias y de las pasiones de las personas, ¿cómo
compatibilizar dicho elemento afectivo con la función del Estado por la cual
este promueve la difusión de la razón entre los hombres? Porque, en efecto,
Spinoza asevera que “las sediciones, las guerras y el desprecio o infracción de
las leyes no deben ser imputados tanto a la malicia de los súbditos cuanto a la
mala constitución del Estado. Los hombres, en efecto, no nacen civilizados,
sino que se hacen” (Spinoza, 2010, 127). Tanto la observación de las leyes como
los vicios de los súbditos deben ser imputados a la forma en que el Estado se
encuentra constituido. Y, de acuerdo al filósofo
holandés, es un vicio o pecado contrariar a los dictámenes de la razón: “no
resulta tan inadecuado que los hombres habituados a vivir en el Estado llamen
pecado a lo que contradice el dictamen de la razón, puesto que los derechos del
mejor Estado deben estar fundados en ese dictamen” (Spinoza 2010, 103). De ahí
entonces la importancia capital de las instituciones, las cuales deben estar
conformadas y establecidas de tal modo que velen por la paz y la seguridad. La
capacidad de las instituciones de regular y de hacer previsible las conductas
permite así que impere una concordia en el comportamiento de los ciudadanos que
habitan ese régimen político. Esto implica que, como dice Matheron
(2011a, 192), la normatividad puede ser interiorizada, esto es, que las
pasiones pueden ser canalizadas de modo que discurran a favor de una senda
racional. Para decirlo en otras palabras, Spinoza estaría a favor de un Estado
que promueva afectos que tiendan a que los individuos aumenten su potencia y se
constituyan como causas e ideas adecuadas de sus acciones y pensamientos.
Respecto de esta cuestión, Blom secunda
nuestra posición al entender al Estado spinoziano como perfeccionista, ya que encuentra que la
filosofía de Spinoza puede proporcionar una teoría de la perfección política
que escapa a tres atolladeros: la neutralidad de las instituciones que el
liberalismo defiende; el relativismo histórico que postulan ciertos pensadores
comunitaristas como Taylor, Sandel o Walzer; y la alusión abstracta a la potencia de la multitud
que Negri realiza.[16]
Antes estos caminos sin salida, Blom entiende que el Estado spinoziano
“encarna la moralidad en cuanto que sus instituciones liberan a los ciudadanos.
Y precisamente por eso contribuye a perfeccionar al hombre” (Blom 2007, 393).[17]
Esta es una característica que se entronca fácilmente con la tradición
republicana neerlandesa del siglo XVII que, grosso
modo, es de carácter exclusivista y contrapone el republicanismo a la
dominación netamente monárquica (Hankins 2010, 453).
Así, de entre un conjunto de características particulares del republicanismo de
las Provincias Unidas de los Países Bajos y, en particular, del anómalo
pensamiento de Spinoza, cabe reiterar, a riesgo de incurrir en una excesiva
repetición, que la libertad entendida en términos únicamente positivos como auto-determinación[18] y, más
importante aún, como una libertad alejada de una concepción únicamente racional
del sujeto y que toma en cuenta su fuerte impronta pasional y la capacidad de
que estas puedan propender a la emancipación recién mencionada. Esa es, quizás,
una de las características más llamativas que comparten el republicanismo
neerlandés y spinoziano, como lo hace notar
debidamente Hammersley:
A pesar
de abrazar el comercio, los neerlandeses expresaron inquietud por la moralidad
y la amenaza de la corrupción. (…) Aunque aceptaban que las pasiones podían ser
tamizadas a través de la razón, la virtud y la educación, no pensaban que las
pasiones podían ser controladas completamente y, por lo tanto, rechazaban
cualquier forma de gobierno que descansara en la virtud política de los
ciudadanos o de los gobernantes para funcionar. En cambio, insistían en que los
órdenes constitucionales y el interés propio debían ser utilizados si se quería
promover el bien común. (Hammersley 2020, 67)
Con ello creemos haber contestado a la
primera problemática mencionada hacia el final del apartado precedente, es
decir, si los afectos pueden imbricarse con las instituciones, al menos en el
pensamiento de Spinoza. Por ello, podemos avanzar con la segunda cuestión, esto
es, si la correcta ponderación de la dimensión afectiva es algo que redunda
solamente en beneficio del populismo o es capaz de enriquecer a otras
tradiciones políticas como el republicanismo.
Como vimos anteriormente, de acuerdo a Mouffe –siguiendo en
este punto a Laclau–, la conformación de las
identidades es una condición sine qua non
para la emergencia del populismo. Spinoza no escapa a esta cuestión y, de
hecho, en el Tratado político
suscribe a la postulación de que un grupo se conforma cuando es afectado por
una misma pasión, sino que además especifica aquellas pasiones prioritarias que
tienen dicho efecto:
Dado
que los hombres se guían, como hemos dicho, más por la pasión que por la razón,
la multitud tiende naturalmente a asociarse, no porque la guíe la razón, sino
algún sentimiento común, y quiere ser conducida como por una sola mente, es
decir, por una esperanza o un miedo común o por el anhelo de vengar un mismo
daño. (Spinoza 2010, 131)[19]
A partir de la mecánica del mimetismo
afectivo[20] es
que la multitud se conforma en función de, como dice Spinoza, un afecto común,
de entre los cuales los más decisivos son la esperanza y el miedo. Estos dos
afectos son definidos por Spinoza en la Ética,
teniendo como factor común el referir a una dimensión diacrónica. Así, mientras
la esperanza es “la alegría inconstante, surgida de la idea de una cosa futura
o pasada, de cuyo resultado tenemos alguna duda” (Spinoza 2000, 172), mientras
que el miedo es su reverso exacto, es decir, “la tristeza inconstante, surgida
de la idea de una cosa futura o pasada, de cuyo resultado tenemos alguna duda”
(Spinoza 2000, 172). En ambos afectos, como se ve, está en juego una dimensión
prospectiva que tiene en cuenta lo que podría llegar a acontecer en el futuro.
La posibilidad de la aniquilación por la hostilidad del medio ambiente en el
cual el hombre está inserto lo lleva a trabar relaciones con otras personas,
participando así de un poder que implica un aumento de su potencia. Miedo de
ser destruido; esperanza de aliarse junto con pares con el objeto de aumentar
su potencia. Como unión de distintos hombres se llega a una multitud que puede
ser, en sí misma, considerada como un solo cuerpo, el cual detenta una
complejidad y una potencia mayor al de los cuerpos que lo conforman. De esta
manera, esperanza y miedo comprometen no sólo a una persona en particular, sino
también a la relación con sus pares y, por ende, a la sociedad toda de la cual
él forma parte. En efecto, tal como lo describe en el Tratado político, la esperanza y el miedo siguen persistiendo en el
estado político, esto es, no pertenecen únicamente al estado de naturaleza.
Así, la esperanza y el miedo son configuradoras del comportamiento que tienen
esa reunión de personas en lo que Spinoza denomina como
multitud. La multitud, pues, se encuentra empapada de estos dos afectos y, por
lo tanto, es presa de la incertidumbre y de la duda que deparan los
acontecimientos en el futuro próximo.
Así vemos cómo se conforma una multitud de acuerdo a los afectos, aunque es menester destacar la
ausencia de referencia por parte de Spinoza a una pluralidad de multitudes.
Esto no quiere decir, de cualquier manera, que no existan grupos contrapuestos
dentro de una sociedad. Análogamente a la teoría maquiaveliana
de los humores de una ciudad,[21]
Spinoza afirma que todas las personas desean mandar antes que ser mandados: “Es
cierto, por otra parte, que todo el mundo prefiere mandar a ser mandado”
(Spinoza 2010, 155). Por lo tanto, siempre será manifiesto un clivaje entre
aquellos que se vinculan con la obediencia activa y pasivamente, esto es,
siempre habrá dos identidades políticas, ya que es imposible que todos manden
al unísono.
Incluso puede destacarse que, a pesar de
ser referida en singular y sea una sola, la multitud puede llegar a manifestar
fracturas o identidades heterogéneas en su seno es algo que bien reconoce Lordon (2015, 184-186) cuando resalta que Spinoza distingue
partes más y menos fuertes de la multitud en el Tratado político. Allí, Spinoza afirma que las partes de la
multitud pueden diferenciarse cuando menciona que, en el caso de la monarquía,
“la espada o el derecho del rey es, en realidad, la voluntad de la misma multitud o de su parte más fuerte”
(Spinoza 2010, 170; cursivas nuestras). La cita de Spinoza sugiere que es un
hecho típico que el derecho del Estado esté determinado por la fracción más
poderosa de la multitud y no por la voluntad de la multitud en su conjunto. Sin
embargo, no debemos dejar de considerar qué problemas se encuentran en aquello
a lo que se refiere esta “parte más fuerte”. El primero de ellos es que esta
“parte más fuerte” de la multitud que acabamos de mencionar sirve de índice
para advertirnos de que la multitud, aunque se comporte como un cuerpo y se
guíe como por una mente única, no por ello deja de codificar una densidad en la
que se anudan un conjunto de complejidades. La multitud, podríamos afirmar,
sería aquel cuerpo que contiene una complejidad de relaciones establecidas
entre los cuerpos que la componen, manteniendo cada uno de ellos diferentes
relaciones de movimiento y reposo entre sí. Esta complejidad puede dar lugar y,
como muestra Spinoza en su cita, da lugar a una diferenciación, a una
desigualdad interna dentro de la multitud, por la que una parte de ella se hace
más fuerte –y es, por tanto, capaz de determinar la ley del Estado– y otra
parte de ella se hace la menos fuerte.
Lo que debe destacarse de lo anterior es
que en Spinoza conviven dos facetas dentro del agente político de su filosofía:
la multitud. La multitud es a la vez una unidad y una pluralidad de individuos
compuestos que conviven dentro de ella, por lo cual la afectividad que es la
razón de su constitución hace difícil que se constituya un pueblo que se
anteponga contra una elite. Antes bien, nos gustaría reparar más bien en el
hecho de que la multitud, por mor de la doctrina del ius sive potentia,
debe necesariamente expresar su poder en un derecho que recibe el peculiar
nombre de Estado: “Este derecho [ius]
que se define por el poder de la multitud [multitudinis potentia] suele denominarse Estado [imperium]”
(Spinoza 2010, 99). Así, podemos entender que la multitud no puede no crear ese
conjunto de derechos e instituciones que hacen al Estado. No se trata tanto,
entonces, de la existencia de una dimensión populista en Spinoza capaz de ser
hallada, según explica Ernesto Laclau –a quien
Chantal Mouffe refiere siempre para explicar su
utilización de la noción de populismo–, en tanto las instituciones no dan
respuestas al conjunto de las tal denominadas demandas populares de la
población, las cuales se encuentran articuladas equivalencialmente,
sino de una serie de demandas diferenciales que son requeridas por la
ciudadanía y que, de acuerdo a cómo Spinoza entienden que debería funcionar
óptimamente cualquier Estado, deberían ser atendidas –lo que Laclau llama como demandas democráticas– (Laclau 2015, 97-117).
Al contrario de lo que sostiene Laclau, a saber, que “la cadena equivalencial
[propia de las demandas populistas] tiene un carácter anti institucional” (Laclau 2009, 58), en Spinoza no advertimos tal reacción
contra las instituciones. Así, a nuestro criterio, para Spinoza las
instituciones deben procurar, antes que una represión constante de aquellas
conductas que socaban la seguridad y la estabilidad del Estado, la sublimación
de las distintas potencias de los conatus que componen el cuerpo político, esto es –y
siguiendo a Lordon (2013, 168-173)– como una
operación político-social que permite que las potencias sean canalizadas en
formas y luchas instituidas.[22]
Dada la esencia deseante de cada modo finito, por la cual busca, ante todo,
perseverar en su ser, se debe adoptar, entonces, un ordenamiento institucional
que no consista apenas en la represión de afecciones sino en un encauzamiento
de éstas en una oferta agonista regulada institucionalmente.[23]
Pueden pues ubicarse las coordenadas del nacimiento de las instituciones
republicanas en la trama afectiva que Spinoza tan bien se ha encargado de
conceptualizar.
V. Conclusión
En el presente trabajo hemos querido
recorrer el itinerario intelectual que Mouffe ha
realizado desde su publicación de Agonística
hasta su recientemente editado El poder
de los afectos en la política para estudiar cómo el rol de los afectos ha
ocupado un lugar cada vez más preponderante en su pensamiento y cómo este
movimiento se engarza con sus propuestas de estrategia política.
A partir de dicho análisis hemos visto,
pues, que, grosso modo, dos han sido
los puntos que han sido novedosos en la obra mouffeana
a la hora de problematizar la actualidad. En primer lugar, podemos advertir,
como lo hemos hecho en el primer apartado, la irrupción que ha supuesto la
noción del populismo como una estrategia política por la cual la autora aboga y
recomiendo explícitamente a los partidos de tendencia de izquierda europea, de
forma que emulen las experiencias latinoamericanas de principios de este
milenio. Ya no se trata de neutralizar la tercera vía que tantas pompas había
recibido en la década de los 90 para, en cambio, reponer una distinción
sustantiva entre los partidos de modo que se coloquen bajo la égida de los
valores que defienden el espectro político de la izquierda o de la derecha.
Para Mouffe se trata, más bien, de propugnar un
populismo de izquierda que pueda hacerle frente al surgimiento de los líderes
populistas de derecha que tanta tracción acumulan en los países desarrollados.
En el segundo apartado hemos abordado aquel
otro elemento innovador que, si bien no fue ajeno a las primeras producciones
de Mouffe, sí pasó a ocupar un lugar más
determinante: los afectos. Los afectos no están de ninguna manera desligados de
la política y en la actualidad parecerían ser los populismos de derecha que han
surgido recientemente quienes mejor han aprendido esto, ya que han logrado
servirse de los afectos para conformar una fuerte identidad para escalar en
posiciones importantes del poder político. Frente a ello, Mouffe
busca advertir a la izquierda sobre su vana insistencia en un paradigma
racional que elimina a las pasiones de sus actividades políticas. De ahí la
necesidad, entonces, que la autora juzga imprescindible para que la izquierda
pueda competir con los populismos de derecha, Por ello es necesario no sólo
tener en cuenta los estudios de Freud sino también, y quizás aún más
importante, de Spinoza, quien habría identificado el rol de los afectos a la
hora de conformar las identidades políticas.
Dada la centralidad que Mouffe
asigna a Spinoza en su propuesta de vincular los afectos con una estrategia
populista es que, en el tercer apartado, nos preguntamos sobre si es acertado
plantear que los afectos, tal como Spinoza los elucida, solamente pueden
desplegarse en una construcción política populista y si el pensamiento político
spinoziano implica la construcción de un pueblo y
recusa de las instituciones. Así, también hemos concluido que las instituciones
estatales que Spinoza menciona están atravesadas a lo largo y a lo ancho por
afectos y que la multitud que él concibe es de difícil compatibilización con el
pueblo que el populismo precisa, ya que esta no manifiesta una ruptura en
subjetividades antagónicas y presenta a las instituciones como su efecto
necesario.
En suma, entendemos que el pensamiento de
Spinoza no es fácilmente trasladable a las dinámicas del populismo
contemporáneo. En todo caso, si han de rastrearse elementos que podrían ser
caracterizados como populistas en el pensamiento del holandés, debería seguirse
el consejo de Mogens Lærke
(2021) y estudiar la teoría de Spinoza en su propia coyuntura intelectual, lo
cual revelaría una concepción republicana y democrática por igual, antes que
populista.
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* Gonzalo Ricci Cernadas. Licenciado en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Especialista en Estudios Políticos. Magíster en Teoría Política y Social. Doctor en Ciencias Sociales, todos por la misma casa de estudios. Becario posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Jefe de Trabajos Prácticos y Ayudante de Primera en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Ha publicado en 2022 La multitud en Spinoza. De la física a la política (Buenos Aires, RAGIF Ediciones), que ha sido publicado recientemente en idioma francés por la editorial L’Harmattan. También ha publicado Spinoza y la libertad. Ciudadanía, instituciones y libertad (2023).
[1] Entre dichas obras, Mouffe ha
publicado La paradoja democrática en
2000 (2003, en la edición española) y En
torno a lo político en 2005 (2007).
[2] Un estudio semejante al nuestro ha sido realizado también por Agustina Arrigorria (2020).
[3] Efectivamente, como reconoce Losiggio (2017), subyace a estas
consideraciones una concepción de lo político como el campo en donde los
conflictos se despliegan en la arena de lo público, si bien Mouffe discrimina
entre afectos comunes y afectos personales (Capasso 2020, 165). La política es
entonces, para Mouffe, el territorio por excelencia del disenso y no del
consenso, como Habermas sostendría. Para un estudio que cuestiona la propuesta
agonista mouffeana y que sostiene que la democracia deliberativa puede
sostenerse ante las críticas que la autora belga le realiza, cfr. Vidiella
(2014).
[4] Fenómeno, el del populismo de
derecha, que seguirá siendo analizado por la autora en otros trabajos
posteriores, donde resalta que su surgimiento se debe al hecho de que han
sabido aprovechar la oportunidad para presentarse como figuras políticas que desafían el statu quo (cfr. Mouffe 2009).
[5] Para Mouffe, “en muchos países
la gente no está interesada en la política. Una consecuencia de esto es el
desarrollo del populismo de derecha” (Errejón y Mouffe 2016, 58).
[6] En palabras de Errejón:
“Podemos no es el partido del 15M [día en que comenzaron las manifestaciones
populares que terminaron por ser nombradas con el término de “Indignados”]. No
lo es en primer lugar porque cualquier partido que dijera que es el partido del
15M sería un farsante. Es imposible que hubiese un partido del 15M, de un
movimiento heterogéneo, de expansión horizontal, de descontentos muy
diferentes, algunos con una articulación muy débil entre sí, con una
articulación que solo viene de su común oposición hacia el poder (…) y en
segundo lugar porque la iniciativa de Podemos se lanza sin ningún tipo de
consulta previa entre los movimientos, ni entre las asambleas, ni entre los
indignados” (Errejón y Mouffe 2016, 63-64).
[7] Lógica propia de la
construcción de formaciones hegemónicas, es preciso entender por “cadenas
equivalenciales” aquello que ya explicaba en Hegemonía y estrategia socialista junto con Laclau: la cadena de
equivalencias unifica un conjunto de demandas distintas que se oponen a aquello
que impide satisfacerlas: las necesidades se vuelven equivalentes a partir de
compartir todas un carácter diferencial entre ellas mismas (cfr. Laclau y Mouffe 2021, 162-168).
[8] Argumentan en contra de nuestra lectura Lynn Worsham, Gary A. Olson e incluso la propia Chantal Mouffe, en un artículo en donde la pensadora belga es entrevistada por los dos primeros (Worsham y Olson 1999). Para un estudio de las apariciones del concepto de pasión en las obras anteriores a Por un populismo de izquierda, cfr. Stavrakakis (2014, 130-132).
[9] En un muy interesante artículo, Mihaela Mihai reconstruye la concepción de Mouffe sobre las pasiones para preguntar si la pasión se opone necesariamente a la razón o si, en cambio, la primera es permeable a ciertos juicios o razonamientos (2014).
[10] Repongamos la manera en que el
propio Spinoza entiende a los afectos y a las afecciones. Respecto de los
afectos, Spinoza brindará no una, sino dos definiciones, ambas en la tercera
parte de la Ética. La primera aparece
en la definición tercera y reza: “Por afecto entiendo las afecciones del
cuerpo, con las que se aumenta o disminuye, ayuda o estorba la potencia de
actuar del mismo cuerpo, y al mismo tiempo, las ideas de estas afecciones”
(Spinoza 2000, 126). La segunda definición es parecida, mas no idéntica, a la
primera y se encuentra al final de esa tercera parte de la obra, en una sección
que se llama “Definición general de los afectos”, donde se menciona que: “[e]l
afecto, que se llama pasión (pathema)
del ánimo, es una idea confusa con la que el alma afirma una fuerza de existir
de su cuerpo, o de alguna parte suya, mayor o menor que antes, y, dada la cual,
el alma misma es determinada a pensar esto más bien que aquello” (Spinoza 2000,
179). Ahora, ¿en qué se diferencian los afectos de las afecciones? Tal como lo
hemos explicado en otro lugar (Ricci Cernadas 2022, 64-65), los afectos
refieren a los aspectos extensos y mentales de un fenómeno, mientras que la
afección enfatiza únicamente el aspecto extenso. Para una mayor diferencia
entre la distinción affectus-affectio y
su comprensión por distintos especialistas, cfr. Ricci Cernadas (2021,
335-336).
[11] Recordemos que el discurso
ocupa una importancia capital en la autora desde la obra que escribió junto a
Laclau, en donde se precisa una definición que remite al concepto de
articulación. Para Laclau y Mouffe, la articulación es “toda práctica que establece
una relación tal entre elementos, que la identidad de estos resulta modificada
como resultado de esta práctica” (Laclau y Mouffe 2021, 136). De allí es
entonces que se desprende su definición de discurso: “la totalidad estructurada
resultante de la práctica articulatoria” (Laclau y Mouffe 2021, 136).
[12] Término que, como indican Jean
Laplanche y Jean-Bertrand Pontalis, ha comportado una definición variable en la
obra de Freud. El ideal de yo, en síntesis, es un modelo al que el sujeto
intenta adecuarse y que, en el caso específico de “Psicología de las masas y
análisis del yo”, permite explicar “la fascinación amorosa, la dependencia
frente al hipnotizador y la sumisión al líder: casos todos en los que una
persona ajena es colocada por el sujeto en el lugar de su ideal del yo”
(Laplanche y Pontalis 2004, 181).
[13] Esta es la definición que
Spinoza da en la definición 3 de la parte tercera de la Ética, menos circular que la otra definición que aparece hacia el
final de esa misma parte en la sección “Definición general de los afectos”: “El
afecto, que se llama pasión (pathema)
del ánimo, es una idea confusa con la que el alma afirma una fuerza de existir
de su cuerpo, o de alguna parte suya, mayor o menor que antes, y, dada la cual,
el alma misma es determinada a pensar esto más bien que aquello” (Spinoza,
2000, 179).
[14] Así lo entienden Robert
Misrahi (2009, 29-35), Charles Ramond (2007, 16-20) y Frédéric Lordon (2013,
141). Distinta es la interpretación de Gregorio Kaminsky (1998, 33-34), quien
sostendrá que la diferencia radica en que affectio
remite a un estado pasivo del cuerpo afectado por otro cuerpo exterior mientras
que affectus al cambio de complexión
de cuerpos a estados de pasajes activos.
[15] La comparación de los afectos
con los fenómenos naturales se encuentra en el cuarto parágrafo del primer
capítulo del Tratado político (2010,
85).
[16] Estas afirmaciones sobre Taylor, Sandel, Walzer y Negri son sostenidas por Blom (2007, 393).
[17] De Tommaso (2009, 49) comparte
esta vocación ética del Estado.
[18] Esta manera de entender la
libertad, en sentido positivo, forma parte de un decálogo de rasgos
republicanos neerlandeses y propiamente spinozianos que hemos enumerado en otro
lugar y que consisten en los siguientes resumidos puntos: “1. un elogio acérrimo
de la libertad contra cualquier dominación de tinte monárquico, 2. una
concepción de la comunidad política como tendiente a perseverar en su
existencia, 3. una conceptualización de una ciudadanía activa que se involucra
en los asuntos públicos, 4. una visión de la República como pacífica y
mercantilista en relación con otros Estados, 5. una postulación de la idea del
interés particular como motivador principal del actuar de los ciudadanos, el
cual debía comulgar con el interés público, 6. la patencia de una semántica
jurídica en las obras y textos publicados en dicha coyuntura, 7. una presencia
del lenguaje iusnaturalista en las producciones teóricas del momento, 8. una
coincidencia de un Estado republicano con uno fundamentado en basamentos
eminentemente democráticos, 9. una existencia de instituciones necesarias para
la conservación de la libertad y de la igualdad en la República. (…) 10. una
concepción de la libertad entendida en términos únicamente positivos como
auto-determinación (Ricci Cernadas 2023, 225).
[19] Es interesante el escaso
tratamiento que se le ha dado al tercer afecto que Spinoza menciona del anhelo
de vengar un daño. Para ello, referimos a Ricci Cernadas (2021), donde pasamos
revista a los estudios más importantes de dicha cuestión y proponemos nuestra
interpretación propia.
[20] Expliquemos esa mecánica: el
simple hecho por el cual, al imaginar que una cosa similar comporta un afecto
determinado, uno mismo experimentará dicho afecto. Este es el principio de
imitación de los afectos, el cual es especificado por Spinoza en la proposición
27 de la tercera parte de la Ética:
“Por el solo hecho de imaginar que una cosa, que es semejante a nosotros y por
la que no hemos sentido afecto alguno, está afectada por algún afecto, somos
afectados por un afecto similar” (Spinoza 2000, 144). Es en virtud de este
principio, por el cual proyectan una semejanza y desemejanza, que los
individuos se anudan entre sí (cfr.
Farga 2017; Matheron 2011b, 155): si los hombres experimentan que son
semejantes entre sí y se parecen entre ellos, éstos tienden a agruparse.
[21] “Yo digo que quienes condenan
los tumultos entre los Nobles y la Plebe atacan aquellas cosas que fueron la
primera causa de la libertad de Roma y consideran más los ruidos y los bandos
que de dichos tumultos nacían, y no los buenos efectos que ellas producían; y
tampoco consideran que en toda república hay dos humores distintos, el del
pueblo y el de los poderosos, y que todas las leyes a favor de la libertad
nacen de su desunión, tal como se puede ver fácilmente que sucedía en Roma”
(Maquiavelo 2008, 63-64).
[22] A la luz de lo explicado, no
debe entenderse aquí el término “sublimación” como una superación definitiva y
acabada, propiamente dialéctica en el sentido hegeliano. “Sublimación” es así
efecto de la acción mediadora de las instituciones.
[23] Así también lo entienden
Allendesalazar Olaso: “La ley que preside la organización de las instituciones
spinozistas es siempre la misma, y consiste en canalizar útilmente las pasiones
sin jamás negarlas” (1988, 117).