Gonzalo Rubio García*
Escuela de Política y Gobierno – Universidad Nacional de San Martín / CONICET
* gonza_rubio@hotmail.com
Recibido: 2 de octubre de 2023
Aceptado: 2 de marzo de 2024
Resumen: En este trabajo realizaremos un análisis sobre las posiciones nacionalistas de la década del treinta en relación a los sucesos europeos que acontecieron como antesala de la Segunda Guerra Mundial, a partir de la obra y el posicionamiento político de Manuel Gálvez y la agrupación FORJA, ya que produjeron una interesante cantidad de textos, afiches y discursos en los que volcaron diferentes interpretaciones sobre este fenómeno político. Prescindiendo de las usuales clasificaciones con las que se ha estudiado a los nacionalistas, buscaremos mostrar el derrotero seguido por los actores mencionados, analizando los sectores en pugna y sus posicionamientos políticos a partir del particular contexto internacional que atravesaron.
Palabras clave: Segunda Guerra Mundial; Nacionalismo; Fascismo; Nazismo.
NATIONALISTS AND ANTI-IMPERIALISTS: THE POLITICAL POSITIONS OF MANUEL GÁLVEZ AND FORJA IN THE PRELUDE TO THE SECOND WORLD WAR (1930-1939)
Abstract: In this work we will conduct an analysis of the nationalist positions of the 1930s in relation to the European events that unfolded as a prelude to World War II, based on the work and political stance of Manuel Gálvez and the FORJA group. They produced a significant amount of texts, posters, and speeches in which they expressed various interpretations of this political phenomenon. Departing from the usual classifications with which nationalists have been studied, we will seek to illustrate the course followed by the mentioned actors, analyzing the conflicting sectors and their political positions in light of the particular international context they experienced.
Keywords: Second World War; Nationalism; Fascism; Nazism.
I. Introducción
El crecimiento que tuvieron el nazismo y el fascismo en la década de 1930 generó repercusiones en diversos partidos, instituciones, intelectuales y artistas a escala global. La Argentina no fue ajena a ese escenario. El panorama se presentaba intrincado para establecer sectores políticos claramente definidos frente a los sucesos que se produjeron en Europa (Cattaruzza 2003, 113). En este trabajo realizaremos un análisis sobre las posiciones políticas de la década mencionada a partir de la labor producida por distintos autores nacionalistas. En la primera parte del artículo abordaremos las posturas de Manuel Gálvez (1882-1962), considerando sus interpretaciones sobre el fascismo, el nazismo y el nacionalismo. En la segunda parte del trabajo nos centraremos en los posicionamientos de la agrupación FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina),[1] ya que sus intelectuales produjeron una numerosa cantidad de textos, afiches y discursos en los que se expresaron sobre los sucesos políticos europeos que acontecieron en la antesala de la Segunda Guerra Mundial, entre 1930 y 1939. Debemos mencionar el auge y consolidación del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y el Partido Nacional Fascista, sobre todo a partir de la crisis de 1930; el estallido de la Guerra Civil en España; el crecimiento del antisemitismo y el antiimperialismo; y como corolario de ese tiempo, el estallido del conflicto bélico con el desarrollo de las consecuentes posiciones neutralistas, aliadófilas y a favor del Eje.[2] A partir del análisis sobre la producción de los intelectuales elegidos buscaremos esclarecer las diferencias políticas que sostuvieron los nacionalistas a lo largo de la década de 1930, identificando los distintos posicionamientos políticos. En ese sentido, la elección de FORJA y Gálvez encuentra su justificación en las posibilidades que brinda su derrotero político para complejizar las posiciones sobre los nacionalistas y plantear una perspectiva diferente para su estudio en los años treinta. Este punto puede observarse sobre todo en los escritos de Gálvez, ya que tuvo cambios importantes en sus ideas dependiendo el contexto de época, logrando generar dificultades al momento de posicionar políticamente su figura.[3] Algo similar sucede con la agrupación FORJA, ya que sus críticas a otros sectores del nacionalismo obligan a realizar un análisis de sus escritos para profundizar en las particularidades de ese sector político.
En el análisis que realizaremos prescindiremos de los escritos que han mostrado a las agrupaciones nacionalistas y a sus intelectuales como versiones locales del fascismo y el nazismo, sin hacer hincapié en las diferencias que guardaban entre sí, ni tampoco los choques que se producían entre quienes defendían diferentes posiciones relacionadas al nacionalismo, en especial respecto a las figuras de Adolf Hitler y Benito Mussolini (Halperín Donghi 2005; Finchelstein 2016). Tampoco se emplearán las tradicionales categorías con las que se ha estudiado este fenómeno y que dividieron a los intelectuales entre sectores de “derecha” o “izquierda” (Ramos 1957; Navarro Gerassi 1969; Falcoff 1972; Hernández Arregui 1973; Quijada 1985; Buchrucker 1987; McGee Deutsch 2005; Mutsuki 2004; Goebel 2003; Lvovich 2003; 2020; Spektorowski 2011), o también, como en los casos de Enrique Zuleta Álvarez y Fernando Devoto, entre sectores “doctrinarios” y “republicanos”, marginando del universo nacionalista a grupos como FORJA (Zuleta Álvarez 1975; Devoto y Barbero, 1983).
La elección de emplear una conceptualización distinta para analizar a los nacionalistas se debe a que los tres tipos de abordajes anteriormente mencionados se muestran insuficientes para exponer las constantes variaciones ideológicas efectuadas por autores como Gálvez debido a su naturaleza taxativa. No permiten estudiar las diferencias y cambios de posición efectuados por los intelectuales a lo largo del tiempo frente a fenómenos como el fascismo, el nazismo e incluso el comunismo (Rubio García 2017; 2023). Considerando las problemáticas, falencias y ausencias surgidas a partir del análisis de los nacionalismos en otros trabajos,[4] en términos metodológicos haremos un abordaje a la obra de Gálvez y los militantes forjistas que partirá de sus diferencias y similitudes ideológicas, sin utilizar clasificaciones que restrinjan las posibilidades de análisis (Rubio García 2017; 2023). Solo caracterizaremos a los autores como nacionalistas, tanto en términos sustantivos como adjetivos,[5] pero estudiando su derrotero político en relación al contexto de época, pues se vuelve trascendental para entender las variaciones que expresaron en su pensamiento a lo largo de los años, considerando allí los diferentes espacios por los que transitaron y los entrecruzamientos ideológicos que incidieron en sus cambios de perspectiva.[6] A su vez, se vuelve necesario tener en cuenta para el análisis las ideas de nación cultural que defendían Gálvez y los militantes de FORJA, ya que este punto impacta directamente en la formulación de sus propuestas nacionalistas, al igual que las caracterizaciones que realizaron sobre la comunidad judía, siendo un tema importante para definir las posiciones políticas en los años treinta. Consideramos que a partir de esta propuesta lograremos dar un panorama más exhaustivo sobre las ideas de los autores mencionados y las interpretaciones que realizaron de los sucesos de su época.[7]
Planteamos como una primera hipótesis que las propuestas de los nacionalistas en la década de 1930 se fueron modificando a lo largo del período, al igual que los espacios en los que circulaban, debido a que las posturas ideológicas no estaban profundamente consolidadas y variaban a partir de los sucesos que acontecían a nivel internacional, en especial en el caso que analizaremos de Gálvez. A su vez, como una segunda hipótesis, argumentamos que las posiciones intelectuales de la agrupación FORJA en relación al nazismo y el fascismo eran contrarias a las de otros grupos nacionalistas a los que les disputaban la representación del término y los espacios políticos, razón por la que el estudio de sus ideas brinda indicios para complejizar el panorama ideológico que se presentaba en la segunda mitad de la década de 1930. Consideramos que se mantuvieron a la vera de la dicotomía que hacía de todo nacionalismo parte integrante del fascismo y el nazismo, lanzando duras críticas hacia ellos, al igual que a los sectores de la izquierda argentina.
II. Nacionalismo y fascismo en los años treinta: las variaciones políticas de Manuel Gálvez (1930-1939)
El fascismo comenzó a ganar trascendencia en Argentina a finales de la década de 1920, encontrando luego de la crisis de 1930 un crecimiento exponencial en el número de adeptos. Probablemente haya servido como forma de representación ante el escepticismo creado por el capitalismo, el liberalismo y la democracia como ideologías predominantes hasta esa época. Más allá de los intentos fallidos del gobierno de José F. Uriburu (1930-1932) por instaurar un gobierno corporativista, surgieron muchas agrupaciones e intelectuales simpatizantes del fascismo.[8] Este fue el caso de Gálvez, uno de los escritores que en las décadas de 1920 y 1930 expresaba malestar sobre la sociedad a partir de sus obras literarias y artículos periodísticos. Se caracterizó por exponer los defectos de la población argentina y la importancia que habían cobrado distintas formas y valores culturales que, en su opinión, le eran ajenos. Caracterizaba a los ciudadanos mediante el materialismo, la falta de respetabilidad y jerarquía, además de la superficialidad como consecuencia de su ausencia de espiritualismo (Gálvez 1938, 35). Sobre los simpatizantes del nacionalismo en la década de 1920 afirmó que ninguno se hacía llamar así mismo nacionalista o fascista, pues eran sólo “antiliberales” y “antidemócratas”, cambiando esa situación en los años treinta. La gran mayoría de esos intelectuales no aspiraban a implantar una monarquía en el país, sino que buscaban un orden jerárquico, estableciendo valores espirituales más profundos y dando mayor lugar a la Iglesia en la sociedad. En ese sentido, afirmó Gálvez, fue Juan Carulla (1988-1968) uno de los primeros que escribió en términos “antidemoliberales” (Gálvez 1962, 24-25).[9]
Los autores argentinos que se definían como nacionalistas en los inicios de los años treinta realizaron una recepción del fascismo en clave local, emulando prácticas del partido italiano, pero también utilizando recursos de otras tradiciones ideológicas que no le pertenecían estrictamente. Así fue como surgieron distintos diarios fascistas, como Il Mattino d’ Italia (1930-1944), donde colaboraron diferentes escritores argentinos (Prislei 2008). Algunos de ellos, como Leopoldo Lugones y Gálvez, continuaron adentrándose en las ideologías reaccionarias, mientras que otros como Emilio Ravignani se alejaron de esos círculos intelectuales a medida que el fascismo fue endureciendo su accionar frente a la sociedad, derivando finalmente en la instauración de las leyes raciales de 1938. Algo similar sucedió con Gálvez, aunque en diferente escala temporal, puesto que en la primera mitad de la década de 1930 defendió al fascismo y adoptó una posición crítica respecto al nazismo y los sectores que respondían a José F. Uriburu —sobre todo contra los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta—, pero luego se alejó de esa doctrina hacia finales de los años treinta, logrando complejizar el panorama político de la época, en especial por las particulares ideas que mantuvo sobre la Unión Cívica Radical (UCR).
Gálvez se distanció de las críticas que realizaron otros antiliberales —como los hermanos Irazusta— a Hipólito Yrigoyen, ya que en la década de 1930 lo consideraba un líder capacitado para ampliar las filas del fascismo en Argentina (Mutsuki 2004, 61). Afirmaba que hacia el interior del radicalismo podían encontrarse vertientes que servían para adentrar a los jóvenes en política: “ese partido era tan hondamente argentino que nada debía a las doctrinas ni a los métodos europeos” (Gálvez 1962, 31, 32, 34). Las consideraciones sobre la neutralidad, la intervención del Estado en materia social y lo que Gálvez entendía como “sentimientos hispanoamericanistas”, hacían que viera al radicalismo como una opción factible para instaurar una política de corte nacionalista en el país. También valoraba la figura de Yrigoyen por haber impulsado el feriado nacional del 12 de octubre en 1917, siendo el día en que Cristóbal Colón y sus hombres arribaron a aquello que arbitrariamente llamaron América, iniciativa que para el autor confirmaba sus ideas hispanistas.[10] Gálvez encontraba puentes entre la idea de nación que sostenía —como producto del proceso de colonización, con una fuerte impronta española y católica— y las acciones llevadas adelante por el líder radical.[11] A partir de esos puntos hallaba posibilidades para arrimar posiciones entre los nacionalistas que también eran hispanistas, como era el caso de los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio, entre otros. Sin embargo, las propuestas de Gálvez para conseguir un líder radical que guiara a ese sector, un hombre ajeno a los círculos de la élite, no entraban en sintonía con las ideas de otros intelectuales anti liberales, como aquellos que participaban del diario La Nueva República (editado en el período 1927-1929 y luego entre los años 1930-1931), pues guardaban un fuerte rechazo hacia Yrigoyen, a quien caracterizaban como un demagogo incapaz de dirigir los destinos de la Nación (Mutsuki 2004, 57-58, 61).[12]
A partir de las discrepancias con otros escritores del campo nacionalista, Gálvez comenzó a diferenciar a los sectores cercanos a Uriburu de los conservadores y fascistas. Afirmó: “son más nacionalistas que fascistas, que se interesan poco o nada por la parte socialista del fascismo; y que, a pesar de sus declaraciones, y tal vez de sus deseos, no dejan de tener algunas vinculaciones con los conservadores. Creo, en resumen, que son dictatoriales y militaristas, más que fascistas” (Gálvez 1934, 120, 123-125, 129). Sostenía que los fascistas no estaban en contra del radicalismo como sí los nacionalistas, pues todo cuanto Yrigoyen había realizado era “abominable para ellos”, en especial las leyes de protección al obrero que eran interpretadas como un acto demagógico (Gálvez 1938, 116). Esta declaración cobra importancia porque barre con la simplificación de establecer similitudes entre los diversos nacionalismos y el fascismo. Como es evidente, al menos para el autor, la mayor diferencia entre ambos hacía referencia a los cambios que buscaban establecer en la sociedad, incluyendo allí una posible redistribución de la riqueza. En la primera mitad de la década de 1930, entonces, los nacionalistas y fascistas representaban sectores distintos, con objetivos políticos e iniciativas diferentes.
Gálvez también afirmaba que los fascistas y nacionalistas podían diferenciarse a partir de sus respectivas posiciones frente al antisemitismo. Argumentó: “el verdadero fascista no es antisemita. A lo sumo, cree que no deben venir al país más judíos y que los judíos han de ser un poco apartados en las actividades directivas del país. Pero no quiere la persecución y la repudia. Los nacionalistas, por el contrario, a lo que leemos diariamente en los órganos de esta tendencia, son decididos antisemitas” (1934, 129). Incluso sostenía que había nacionalistas que eran antisemitas y perseguían a los judíos por ser seguidores de Hitler y no de Mussolini, entablando diferencias entre ambos líderes (Gálvez 1932, 300-301; 1936, 61). Gálvez podía expresar esos argumentos porque Este pueblo necesita…, obra en la que mayormente expuso estas ideas, se editó en 1934, con anterioridad a las leyes raciales del fascismo. También en la revista Criterio, entre 1932 y 1936, el escritor buscó desentenderse del antisemitismo en una época en la que estaba en pleno apogeo. Afirmaba que era un acto de maldad y una estupidez que no podía ser defendida por ningún verdadero católico.[13] Incluso consideraba que el odio desperdigado por los nacionalistas hacia los judíos se basaba en la afinidad que muchos tenían con el comunismo, doctrina política que Gálvez coincidía en combatir junto a otros nacionalistas (Gálvez 1932, 301). Sin embargo, sus declaraciones guardaban un inconfundible rechazo hacia la comunidad judía. Argumentaba: “¿Que es el antisemitismo? ¿Es, acaso, decir chistes sobre los judíos, hablar mal de algunos de ellos o de toda la colectividad o afirmar que hay en el país exceso de israelitas u que debiera haber menos?” (Gálvez 1932, 300-301).
Si bien criticaba a otros intelectuales por su antisemitismo, hacia 1932 Gálvez reclamaba modificar las leyes inmigratorias, pues buscaba evitar que la Argentina se llenara de individuos pertenecientes a “razas extrañas”. Afirmaba ser un problema de cantidad: “no veo inconveniente que en la Argentina vivan cien mil alemanes, o cien mil checos, o cien mil judíos. Pero un millón sería un número excesivo” (Gálvez 1932, 301). Tuvo palabras particularmente peyorativas hacia la comunidad judía en distintos escritos donde les adjudicaba los aspectos negativos que encontraba en la sociedad moderna. Considerando al catolicismo como parte de la cultura argentina y al espiritualismo como la expresión más acabada del ideal cultural a alcanzar por una sociedad civilizada, la comunidad judía cumplía para Gálvez la doble imagen negativa de corromper los valores argentinos y las virtudes que debía expresar un individuo distinguido, pues argumentaba que no creían en los pecados ni tenían remordimiento alguno ante sus actos (Gálvez 1938, 66). Fueron caracterizados como una “raza” de estafadores, amarretes, usureros, comerciantes inescrupulosos y materialistas, adoradores del dinero, que se aprovechaban de las desdichas ajenas para hacer negocios con los más desafortunados (Gálvez 1917, 91, 153, 183; 1955, 170; Gálvez 1930, 168). Incluso, afirmaba el escritor, habrían aprovechado las miserias de los argentinos de origen criollo y español para hacerse con sus riquezas ante la crisis económica de 1930, momento en que se desprendieron de gran parte de sus inmuebles (Gálvez 1955, 17, 60; 2001, 107, 123, 143, 171).
Entre los estereotipos que expresó en sus textos, Gálvez destacó la incidencia de los judíos en los medios intelectuales y culturales. Argumentaba que se encontraban en todos los establecimientos de enseñanza, donde además habían cobrado trascendencia, y que en su mayoría eran socialistas, bolcheviques o revolucionarios, ya que reconocían al socialismo como la “realización de los ideales de Israel” (Gálvez 1931b, 241; 1922, 107-108). Sin embargo, al mismo tiempo afirmaba que admiraban a Estados Unidos por su nivel de crecimiento económico y su materialismo. En ese sentido, dependiendo la ocasión, los consideraba socialistas, simpatizantes de Estados Unidos y también bolcheviques, es decir, representantes de todos los clásicos enemigos de los sectores nacionalistas, quienes también los caracterizaban de forma crítica a partir de argumentos que se encontraban relacionados a las posiciones anti materialistas. Por dicho motivo es que Gálvez se había sentido muy entusiasmado por los “campos de concentración en donde millares de jóvenes” aprendían sobre “la vida austera” en Alemania (Gálvez 1934, 133). Hacía referencia a la intervención del estado para “remediar la pobreza espiritual de los argentinos y modificar su materialista concepto de vida”, un tema que usualmente mencionaba en sus novelas desde una perspectiva católica que criticaba la codicia en las personas (Gálvez 1934, 133).
Como podemos observar hasta aquí, Gálvez tenía posiciones que se acercan a la clasificación del denominado “antisemitismo popular”, aquel que se encuentra atravesado por “un conjunto tradicional de estereotipos e imágenes negativas sobre los judíos” (Lvovich 2003, 27). Sin embargo, hacia finales de la década de 1930 se opuso con mayor firmeza hacia el antisemitismo al conocer la verdadera y horrífica utilización de los campos de concentración, creados en nombre de “una doctrina falsa, absurda, perversa, según la cual los alemanes son un pueblo superior, y algo así como la escoria de la humanidad la raza que ha producido inteligencias como Spinoza y Heine, Disraeli y Sarah Bernhardt” (Gálvez 1965, 82).[14] De esa forma trató se distanciarse de sus anteriores dichos en los que culpaba a los inmigrantes de la degeneración moral de los argentinos y la pérdida de las tradiciones, moderando su antisemitismo y alejándose de las interpretaciones negativas que había realizado sobre la comunidad judía.[15]
Con posterioridad al año 1936, cuando Adolf Hitler y Benito Mussolini aceleraron las relaciones entre Italia y Alemania, pero principalmente al comenzar a conocerse las atrocidades que llevaron adelante ambos líderes políticos, Gálvez cambió su definición sobre el fascismo y las diferencias que sostenía con los nacionalistas argentinos, invirtiendo la concepción entre las dos tendencias: “el nacionalismo argentino se diferencia profundamente del fascismo —y no hablemos del nazismo—, pues reconoce los derechos de las personas humanas, tiene de común con la doctrina de Mussolini el socialismo de Estado” (Gálvez 2002, 235). Sin embargo, habían surgido fascistas radicales, socialistas y demócratas nacionales, razón por la que el panorama se presentaba muchísimo más complejo, con distintos cruces entre partidos, pero con una clara y abundante circulación de ideas entre los grupos intelectuales que también producía cambios en sus posturas (Gálvez 1934, 124). Más allá de esta cuestión, el cambio de posición que operó Gálvez puede apreciarse en su obra Hombres en soledad (1938), en la que uno de sus personajes, Block, termina con su vida ante el fracaso de la solución fascista que había defendido, siendo también elocuente la alusión a la muerte de Leopoldo Lugones (Gramuglio 2013, 152).
Gálvez realizó una interpretación sobre el panorama político en torno a los años de la Segunda Guerra Mundial en su obra El uno y multitud (1955). Allí escribió sobre las diferencias que encontraba entre los sectores, pero evaluando las posturas desde un contexto de época posterior. Ante el surgimiento del nazismo, mostró que había partidarios de Hitler de ideología nacionalista y eurocéntrica, pero también distintos grupos nacionalistas que sólo veían en el triunfo alemán una posibilidad para que la Argentina se librase de sus ataduras con Inglaterra y Estados Unidos (Gálvez 1955, 25; Gramuglio 2013, 198). Consideraba que la dicotomía entre aliadófilos y seguidores del Eje se interpretaba en relación con la discusión entre democracia y autoritarismo, ya que los aliadófilos asumían que el apoyo al bando neutralista equivalía a exaltar a los nazis. Para el autor, se llamaban así mismos la “resistencia”, haciendo alusión a los franceses que luchaban contra las filas del Tercer Reich,[16] logrando trasladar al ámbito local una versión del contexto político extranjero, caracterizando a todos los seguidores nacionalistas y neutralistas como simpatizantes de Hitler (Gálvez 2002, 267).
Respecto a la guerra, como también observaremos en el caso de los forjistas, Gálvez prefería la derrota de los ingleses porque podía conducir al final del imperialismo, aunque no defendía una postura germanófila, pues se consideraba “demasiado latino, demasiado español, para ser partidario de Alemania” (1965, 55). Esta era una de las principales razones que lo llevaba a establecer límites entre los distintos nacionalismos, puesto que buscaba evitar ser relacionado con Hitler, a quien consideraba, primero, “como un hombre sin palabra ni veracidad, y, después, como un delincuente” (Gálvez 1965, 171). Por dicha razón, si bien estaba en contra de los ingleses en la guerra, prefería no colaborar con periódicos como El Pampero, El Federal o Cabildo por su apoyo al régimen nazi.
El caso de Gálvez, sin embargo, desentonaba en relación a aquellos autores, como Matías Sánchez Sorondo, cuyas perspectivas ideológicas se mostraban ostensiblemente menos sinuosas. Dicho intelectual, participe del gobierno de Uriburu, como analizaremos a continuación, fue uno de los principales blancos de ataque de agrupaciones como FORJA, posición que, sumada a la de otros nacionalistas, complejiza aún más el panorama de los intrincados vínculos de la década de 1930.
III. Las particularidades políticas e ideológicas de la agrupación FORJA en la década de 1930
Luego del golpe de 1930, el radicalismo fluctuaba entre los intentos de reunificación y organización que los consolidaran como una alternativa política factible al momento de la salida institucional y la conspiración contra el gobierno militar (Persello 2007, 95). Sin el consentimiento de las máximas autoridades del partido, se formularon distintas estrategias que reflotaban la intransigencia, incluyendo algunos levantamientos armados que entre 1931 y 1933 fueron motorizados por oficiales opositores del ejército. Estos sirvieron de excusa para actuar contra los dirigentes del partido, que negaron sistemáticamente su participación en las conspiraciones, sometiéndolos a la cárcel y el exilio, como en el caso de Marcelo T. de Alvear. El líder radical respaldó en un primer momento a Uriburu desde París —donde se encontraba en ese entonces— ya que divisaba necesario quitar del poder a Yrigoyen, de quien guardaba duras críticas como gobernante. Sin embargo, al poco tiempo realizó declaraciones que lo posicionaban en la vereda opuesta, caracterizando al régimen uriburista como una restauración conservadora y buscando incorporar a sus filas a los personalistas, acciones que apresuraron su deportación y el veto de la fórmula presidencial (Losada 2016, 135-136, 145).
Al llegar Agustín P. Justo a la presidencia en 1932 a partir del apoyo de la Concordancia, una constelación de pequeños partidos conformada principalmente por los sectores antipersonalistas del radicalismo, el Partido Socialista Independiente y el Partido Demócrata Progresista, el radicalismo tuvo que encarar distintas disyuntivas, logrando que se enfrentara a los “límites constitutivos que hacían a su misma conformación de partido electoral” (López 2017, 19; Giménez 2021, 5). Alvear retornó en 1932, pero fue detenido por un intento revolucionario ese mismo año, siendo liberado al poco tiempo, momento en que fue perfilándose como el principal sucesor de Yrigoyen, principalmente al reducir sus críticas hacia líder radical. Nuevamente fue detenido a raíz del movimiento revolucionario liderado por el Tte. Cnel. Francisco Bosch en 1933 y expulsado a Europa en 1934. El veto a su candidatura, el exilio y la cárcel habían reforzado su imagen con el partido, situación que pudo observarse en su retorno al país a finales de 1934 (Losada 2016, 158-159). Sin embargo, en 1935 los grupos radicales que respondían a Alvear impusieron el fin de la intransigencia y la participación en las elecciones. Esta posición no era compartida por distintos sectores, entre ellos los militantes que luego formaron la agrupación FORJA, debido a la corrupción inherente que atravesaba los comicios. Los forjistas se adjudicaron la representación de los verdaderos valores del radicalismo, postura que buscaba reestructurar el partido a partir de las posiciones intransigentes y revolucionarias, disputando la dirección a los sectores que respondían a Alvear (Giménez 2021, 3; “El sentido argentino…” 1938, 3; “Acusan al Dr. Alvear…” 1939, 7).[17]
La agrupación FORJA lanzó sus críticas hacia la sociedad a partir de diferentes conferencias y mítines. Comenzaron a desplegar su ideario en distintas publicaciones, especialmente en los Cuadernos de FORJA, editados de forma intermitente desde mayo de 1936 hasta el año 1942. Allí mostraron escritos que denunciaban las políticas seguidas por los gobiernos de la década de 1930, sobre todo aquellas que favorecían a las empresas de servicios públicos y los tratados de comercio internacional. Como sucedía con otros intelectuales nacionalistas, sus ataques también se orientaron hacia los dirigentes argentinos, pues los consideraban culturalmente asociados a Europa, razón por la que proponían generar una “fuerza moral capaz de eliminar todos los factores de corrupción”, afrontando los problemas de la Nación con “criterio argentino” y sustituyendo a las “oligarquías parasitarias y extranjerizantes con las prácticas de una democracia radical, dignificadora, justiciera e igualitaria” (“Los cuadernos…” 1936, 3-4). Otro punto de contacto que el forjismo tuvo con nacionalistas como Gálvez se relacionaba con el antiimperialismo. Para el caso, si bien provenían de espacios distintos, compartían las duras críticas que lanzaban hacia Gran Bretaña. Las interpretaciones sobre el pasado, ligadas al revisionismo histórico, corriente a la que adhirieron los forjistas, también los acercaban debido a las numerosas críticas que supieron desplegar hacia la “historia oficial”.[18]
Las similitudes que compartían los nacionalistas pueden explicarse a partir del contexto de época. Las ideas que defendían habían cobrado importancia en la cultura anti imperialista como consecuencia de la crisis de 1930, siendo este fenómeno reinterpretado bajo diferentes causas y perspectivas que, entre otras cuestiones, solían conectarse a partir del anti britanismo.[19] Debemos recordar que, tal como afirmó Oscar Terán, la crisis provocó una profunda ruptura que afectó las “autoimágenes argentinas largamente construidas, relacionadas con la creencia en la excepcionalidad de esta país y su destino de grandeza”, logrando que a partir de entonces el imperialismo se fuera formando como la categoría central para explicar una parte importante de la historia argentina (2008, 227).
Los intelectuales forjistas se vieron rápidamente afectados por los sucesos de Europa en la segunda mitad de la década de 1930. Estos ordenaron el panorama político entre aquellos que apoyaban al nazismo o al fascismo y quienes se agrupaban dentro de los frentes populares antifascistas europeos. Los sectores frentistas surgieron en Europa de manera espontánea contra la violenta ofensiva del fascismo y el nazismo en países como Francia y España, si bien el Komintern, la Internacional Comunista, impulsó desde 1935 su creación de manera formal (Geoff 2003, 264). A diferencia de lo que sucedía en países como España, en ese entonces atravesando los conflictos que derivaron en la Guerra Civil (1936-1939), los frentistas argentinos no defendían a ningún gobierno particular en el poder, en especial por constituirse a partir de una versátil unión de agrupaciones que principalmente compartían su vertiente antifascista. Produjeron una versión nacional de los conflictos políticos y militares europeos a partir de la defensa de los valores republicanos y democráticos ya que, según afirmaban, corrían peligro de desaparecer frente a las dictaduras “caudillistas” que se sucedían en el país (Bisso 2000).
FORJA expresó posiciones críticas hacia los grupos frentistas, pues afirmaban que sólo imitaban el accionar de los países europeos sin ningún justificativo, ya que el fascismo en Argentina no había desarrollado raíces profundas. Sostenían: “el radicalismo, mayoría incontrarrestable de la población y del electorado argentino, constituye de por sí el único frente popular auténtico. Y como fuerza nacionalista, intransigente y reivindicatoria, es algo más que un frente de ocasión, porque es la nación misma pugnando, desde lo más íntimo de sus ser, por la realización de sus destinos” (“Repudiamos al Frente…” 1936; Bisso 2005).
Las críticas forjistas se dirigían principalmente a los grupos de izquierda, probablemente por las caracterizaciones que había realizado el Partido Comunista hacia Yrigoyen en las que se lo acusaba de orientarse “hacia la dictadura nacional fascista” (Bisso 2005, 45; Dellepiane 1939, 5). Los forjistas incluso aseguraban que el Komintern había aplaudido la caída del presidente hacia 1930. Si bien consideraban a la izquierda doctrinariamente antiimperialista, afirmaban que sus intelectuales podían resultar útiles al dominio inglés, a pesar de sus “aspectos revolucionarios exóticos”, pues Rusia actuaba “directamente en la expectativa revolucionaria de los pueblos”, logrando que los jóvenes, “con una pedantería equivalente a su ignorancia de lo autóctono”, buscaran luchar desde Argentina en contiendas extranjeras, colaborando con los “opresores de América” (Scalabrini Ortiz 1936, 19; Dellepiane 1939, 3-5). Así, la estrategia local del partido, siguiendo a los movimientos frentistas europeos, les resultaba cuanto menos sospechosa. Consideraban que el comunismo había “servido en realidad para apartar a la inteligencia y a la juventud local del estudio de los problemas nacionales”, encauzando su atención hacia preocupaciones extravagantes que no tenían relación con la Argentina (Scalabrini Ortiz 1936, 19; Dellepiane 1939, 3-5). Así, terminaban obedeciendo a consignas foráneas del imperialismo económico, principalmente el inglés.
El izquierdismo representaba para los forjistas un producto imperialista de exportación que intentaba infundir en Sudamérica confusiones políticas, pues sus militantes no eran verdaderamente revolucionarios, sino un “pasquín subvencionado por empresas extranjeras” (Dellepiane 1939, 11-12). Haciendo referencia principalmente al Tratado de no Agresión entre Alemania y la Unión Soviética —también llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov—, que fue concebido en Moscú el 23 de agosto de 1939, días antes de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, acusaban a los comunistas de fingir ignorar los acuerdos políticos realizados por los fascistas, nazis y soviéticos, sin saber cómo posicionarse ante los cambios (“Fundamentos…” 1944, 1; “Conducta argentina…” 1939, 7, 11; Camarero 2023, 28-29). A su vez, destacaban que no era coherente denunciar la infiltración nazi en la Patagonia sin también mencionar que eran muchos los propietarios ingleses en la zona. La agrupación buscaba denunciar a los imperialismos de manera ecuánime, sin defender a ninguna de las partes en disputa (“Fundamentos…” 1944, 1; “Conducta argentina…” 1939, 7, 11).
FORJA no solo tenía palabras críticas contra los intentos de emulación del frentismo en Argentina, sino también hacia los nacionalistas que buscaban trasladar al ámbito local las ideas fascistas y nazis, sectores con los que compartían el rechazo a los grupos de izquierda, aunque por motivos distintos, siendo también diferente el nivel de agresión que guardaban ambos grupos de intelectuales. Definiéndose a partir del nacionalismo, la agrupación se oponía a “la insensata concupiscencia del asalto septembrino” (Gálvez 1965, 30; Gálvez 1955, 137; Scalabrini Ortiz 1936, 3). Criticaban duramente al “seudonacionalismo fascista que prosperó con brío inusitado después de septiembre de 1930”, es decir, aquellos que habían participado del gobierno de facto de Uriburu (Scalabrini Ortiz 1936, 19-20). Consideraban que Inglaterra había incentivado su llegada al poder, pues el corporativismo local les ofrecía la tentadora perspectiva de hacer intervenir directamente a los representantes de su capital en el manejo de los negocios públicos sin recaer en el fraude (Scalabrini Ortiz 1936, 19-20).
A pesar de las posiciones historiográficas que han analizados a los nacionalismos como versiones locales del fascismo y que abordamos en la introducción, los forjistas entendían su contexto político con claras diferencias entre los sectores nacionalistas que principalmente surgían a partir de la defensa de los intereses nacionales. Intelectuales como Matías Sánchez Sorondo —ministro del Interior de Uriburu y simpatizante del fascismo y el nazismo— o el gobernador Manuel Fresco eran para los forjistas parte de la “oligarquía” que había traicionado a los argentinos, en especial al momento de realizar la nacionalización del petróleo bajo la presidencia de Yrigoyen (“Nacionalismo y democracia” 1941, 1). Los radicales peludistas se preguntaban: “¿qué es el nacionalismo, si los nacionalistas son Fresco y Sánchez Sorondo?” (“Mala suerte de palabras…” 1938, 1).[20] Consideraban que el nacionalismo no implicaba confesarse “enemigo de la democracia” ni partidario de regímenes autoritarios, como sucedía con los sectores uriburistas. La conclusión era tajante: “Nada más falso, sin embargo” (“Nacionalismo y democracia” 1941, 1; “Marcando rumbos” 1940)
Como podemos observar hasta aquí, para los forjistas gran parte del arco político de la época facilitaba la intromisión del imperialismo en Argentina. Afirmaban: “No caben simpatías hacia Hitler o Stalin, déspotas totalitarios en cuya geografía dogmática no cuenta el hombre y su dignidad, pero tampoco caben adhesiones a los dirigentes de las burocracias financieras que hacen su guerra para satisfacer intereses mercantiles” (García Mellid 1940, 2). Así, los forjistas se consideraban con mayor energía que los aliadófilos contra el imperialismo nazi y su sistema, ya que buscaban la emancipación nacional. Los “falsos demócratas”, sostenían, intentaban provocar la reacción del pueblo con fines de exclusiva ventaja personal, subordinando la lucha argentina a las necesidades del antifascismo (“Fundamentos…” 1944, 1; Dellepiane 1939, 7, 11). FORJA apelaba al electorado que se encontraba fuera de esos grupos, siendo una estrategia que, al menos en retrospectiva y en términos electorales, no se mostró enriquecedora, pues la agrupación no lograba insertarse como una opción partidaria de grandes masas, si bien apelaba a la soberanía popular para afrontar los problemas del país.
Al desarrollarse los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial en torno a 1939, los forjistas comenzaron a dar sus opiniones sobre cómo concebían el nuevo escenario político. Se tensaron las posiciones entre los diferentes sectores en pugna, logrando un aumento de los debates públicos y los actos violentos. En dicho contexto, la agrupación encontró las principales motivaciones para el inicio del conflicto bélico en las necesidades económicas e imperialistas de los países participantes, ya que Inglaterra había meditado la posibilidad de unirse al poderío alemán con anterioridad a que estallara la guerra. Afirmaban: “Hitler les recuerda a los ingleses su origen germánico y, en las entrelíneas del elogio, surge algo así como una proposición de Alemania a Inglaterra para repartirse el mundo” (“Fundamentos…” 1944, 1; Dellepiane 1939, 7-8, 11).
Uno de los grupos en conflicto se presentaba para los forjistas “bajo apariencias democráticas” y el otro mediante “títulos totalitarios”, pero el panorama también presentaba una “crisis de la civilización” que sumaba, además, problemas en los aspectos psicológicos y espirituales (“Fundamentos…” 1944, 1; Dellepiane 1939, 15). La técnica había sido puesta al servicio de la destrucción material en el afán de acrecentar sus riquezas, atacando directamente las cualidades intangibles de las personas. Para FORJA, Europa, como también Estados Unidos, tenían un nivel de materialismo superior al de otras naciones, entendido este concepto como una forma burda de acumular bienes y frivolidad. Su falta espiritualismo había generado que los dueños de empresas militares incentivaran la guerra para obtener beneficios económicos manipulando a la opinión pública, “exactamente lo mismo que los países llamados totalitarios, aunque con el equívoco de una apariencia democrática” (“Fundamentos…” 1944, 1; Dellepiane 1939, 7-8, 11). La sociedad, los individuos particulares que la componían, eran los principales afectados por el sistema y la consecuente contienda bélica, ineludible dado el estado general la época y la poca importancia que —afirmaban los forjistas— se daba a la vida de los hombres y su bienestar. En definitiva, los soviéticos, estadounidenses y europeos perseguían los mismos fines como producto de la crisis espiritual que atravesaban y que había generado la guerra.
Las lógicas materialistas y entreguistas, afirmaban los forjistas, debían combatirse en Argentina siguiendo los lineamientos políticos de Yrigoyen, reconstruyendo la sociedad desde una base espiritual y haciendo hincapié en la fraternidad como concepto básico para armonizar los distintos intereses económicos de la población. La relación entre la guerra, la neutralidad e Yrigoyen que establecían los forjistas se puede resumir en la afirmación de uno de sus afiches: “300000 argentinos morirán en la guerra europea si el pueblo no defiende la neutralidad, como lo hizo Irigoyen en la guerra de 1914-1918, contra el voto socialista y conservador, de los intelectuales, y del periodismo animado por el oro británico. La neutralidad es la única política auténticamente argentina y por eso sólo F.O.R.J.A. puede sostenerla” (“300000 argentinos morirán”).
La neutralidad yrigoyenista representaba para la agrupación un camino que debía culminar en una revolución cultural y antiimperialista, proceso que sólo se podría lograr quitando a la Europa opresora y siguiendo el espíritu americano. Este punto hacía referencia al latinoamericanismo que incentivaba la agrupación. La idea de nación que defendían algunos de sus intelectuales, como Raúl Scalabrini Ortiz, estaba atravesada por el rechazo al imperialismo español en la época colonial. Como los británicos, España habría buscado someter a los americanos para extraer riquezas, principalmente oro. Pero este proceso no había producido las características culturales de los argentinos, como sostenía Gálvez a partir del hispanismo, pues se habían conformado a partir de la mezcla de inmigrantes, particularmente en las ciudades (Scalabrini Ortiz 1936, 5). En este punto debemos también remarcar la variación que tuvo Gálvez a finales de los años treinta, pues comenzó a reivindicar el latinoamericanismo motivado por el contexto de la Segunda Guerra Mundial y los distintos contactos que estableció con los intelectuales forjistas que lo condujeron a alejarse de las ideas fascistas y regresar a los espacios del nacionalismo. No sólo creía que la unión americana en formato confederal podía ser una realidad en pleno siglo XX, sino que cambió su juicio sobre el latinoamericanismo, término que Gálvez consideraba parte del léxico utilizado en los círculos “esnobs o antiespañoles” (Gálvez 2002, 524).[21] Frente a los “anglosajones” solo podía contrarrestarse el sentimiento “latino” y no sólo el hispánico, por eso incluía a Francia e Italia, ya que este último país podía unir a la región desde su espiritualidad cristiana (Gálvez 1962, 156). Esa posición era similar a la forjista, pues vislumbraban la posibilidad de protegerse de los imperialismos mediante la unión de la región, pero sin incluir a los países del norte, pues consideraban que América comenzaba en la frontera norte de México debido a las diferencias espirituales que había con los estadounidenses.[22]
A partir de sus propuestas para proteger a América del imperialismo extranjero los forjistas comenzaron a rechazar la movilización de la población argentina para defender exclusivamente al pueblo judío. Si bien estaban en contra del racismo, pues entendían dicho concepto como una construcción cultural antes que biológica y científica, sostenían que la colectividad debía unirse a la lucha por la liberación del país antes que formar alianzas con sectores imperialistas. Mientras se posicionaban “en contra de esos pogroms”, también rechazaban la “disgregación de lo nacional americano” que, afirmaban, los judíos arrastraban consigo, sin ningún beneficio para la Argentina (Dellepiane 1939, 6). FORJA creía que el apoyo a dicha causa podría “beneficiar al sesgo de los intereses de los opresores”, mientras que ellos querían defender a los hombres americanos, pero sin hacer foco en ningún pueblo en particular (Dellepiane 1939, 6). La mejor manera de luchar por la causa judía, argumentaban, era adentrándose en las luchas antiimperialistas argentinas y americanas.[23]
Más allá de las diferentes posiciones que tomó FORJA sobre la guerra, se generaron tensiones dentro de la agrupación, en particular por la síntesis de nacionalistas que había logrado el diario Reconquista (1939), dirigido por Scalabrini Ortiz. Este tenía una inconfundible posición neutralista, pero también antibritánica. El periódico proponía que Argentina aprovechara la debilidad inglesa que había producido el contexto bélico para romper los lazos coloniales. A su vez, en el orden político interno, según afirmaban los intelectuales de Reconquista, se consideraban “decididos adversarios del nazismo y del fascismo” (Irazusta 1939, 6; Scalabrini Ortiz 1939, 6). Si bien Scalabrini Ortiz negó por aquel entonces cualquier tipo de relación con la embajada alemana y publicó duras críticas hacia los avances imperialistas, comenzaron a circular rumores que confirmaban el financiamiento que había recibido del Tercer Reich para sostener su diario. Este tema fue posteriormente estudiando por Roland Newton, quien destacó el desembolso de dinero por parte del nazismo y la clasificación como “clase cuatro” dentro de la sistematización de periódicos internacionales que había realizado Joseph Goebbels. La “clase cuatro” comprendía aquella prensa profascista que recibía apoyo del nazismo mediante publicidad o fondos directos. Por su parte, Tulio Halperín Donghi afirmó que Scalabrini Ortiz dio por finalizado el diario Reconquista debido a que “la embajada alemana se rehusó” a proporcionarle los fondos ante su “negativa a imprimir a su neutralismo una orientación inequívocamente favorable a la causa de Hitler” (Newton 1995, 158; Halperín Donghi 2006, 142). De todas formas, a pesar de que la publicación hubiese o no recibido dinero, las ideas transmitidas en el periódico no exaltaban al nazismo, encontrándose sus escritores incluso preocupados por la posibilidad de que Alemania invadiera el territorio nacional (Irazusta 1939, 6). A su vez, la experiencia periodística solo duró 41 días, cerrando la publicación principalmente por la carestía de papel que elevaba constantemente los costos de producción y la falta de suscriptores. En ese sentido, los fondos que podrían haber sido proporcionados por los alemanes, de haber existido, parecen haber sido bastante escasos en comparación a los otorgados a otros periódicos con una duración más prolongada, como El Pampero.[24]
Reconquista logró tener entre sus filas a los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio, a la vez que también recibió colaboraciones de Gálvez, entre otros autores, destacándose entre los periódicos nacionalistas por la suma de intelectuales que había conseguido. Sin embargo, esas figuras se encontraban algo distantes de algunos militantes forjistas como Gabriel Del Mazo. La incorporación de adherentes, tuvieran o no carnet de la UCR, profundizó las diferencias entre Jauretche y Luis Dellepiane, quien ya guardaba sospechas sobre Scalabrini Ortiz por considerarlo simpatizante de los sectores alemanes. Jauretche proponía la inserción del reconocido literato en FORJA —ya que no era miembro del partido radical ni de la agrupación, más allá de la importancia que guardaba para el mundo cultural de la época— y alejarse de la UCR para acercarse a otros sectores nacionalistas, mientras que Dellepiane defendía conservar la exclusividad para afiliados radicales. En definitiva, el estallido de la guerra había reordenado el panorama político argentino al reagrupar a intelectuales nacionalistas que con anterioridad se habían encontrado en veradas opuestas, logrando que al poco tiempo renunciaran Dellepiane, Del Mazo y Francisco D’Hers (Romero 2017, 15-16). Este panorama definió nuevas posiciones políticas para FORJA y estableció un rumbo distinto que culminó en el apoyo al gobierno militar que se formó tras la toma del poder el 4 de junio de 1943.[25] En ese sentido, el reordenamiento de los intelectuales, que incluyó el acercamiento de distintos nacionalistas —entre ellos Gálvez y los ya mencionados Palacio y los hermanos Irazusta— muestra claramente la fluctuación en los espacios políticos y los cambios de posiciones que se fueron generando a lo largo del tiempo, un proceso que a la brevedad volvió a producirse con la llegada del peronismo al poder.
IV. Conclusiones
A partir de la mirada que ofrecieron los intelectuales analizados en este trabajo, reconstruimos el impacto que tuvieron en los sectores políticos del nacionalismo argentino las disputas europeas que a lo largo de los años treinta produjeron el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Para el caso de los nacionalistas, se realinearon en distintos partidos y agrupaciones, incluso limando asperezas ideológicas, como sucedió con Gálvez, los hermanos Irazusta y Scalabrini Ortiz, entre otros, al momento de encontrarse a finales de la década en un nuevo espacio como fue el diario Reconquista. A partir de esas variaciones buscamos profundizar en las interpretaciones con las que se ha caracterizado al nacionalismo, especialmente al relacionarlo estrictamente al fascismo y al nazismo, ideologías que en varias oportunidades combatieron tanto Gálvez como los militantes de FORJA, pero también mostrando los entrecruzamientos y diferencias políticas que manifestaron en distintos contextos.
Como intentamos mostrar en este artículo, las clasificaciones que han tratado de ubicar a los nacionalistas entre sectores de derecha o izquierda y que estudiamos en la introducción del trabajo -principalmente sostenidas para los casos de Gálvez y la agrupación FORJA por autores como Buchrucker, Quijada y Spektorowski, entre otros-, se han mostrado insuficientes al momento de reconocer las constantes variaciones ideológicas debido a su naturaleza taxativa. Estas surgieron con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial y a la emergencia del peronismo, época en que las posiciones se encontraban más ordenadas en términos políticos, con sectores mejor definidos, a diferencia de la incipiente estructuración que se fue produciendo en la década de 1930 a partir del crecimiento de los grupos nazis y fascistas. Así, mientras que algunas de las características del llamado nacionalismo de “derecha” podrían representar el temprano pensamiento de Gálvez, esa categoría se vuelve incongruente para analizar algunas etapas de su vida intelectual posterior, principalmente a finales de los años treinta y en la década de 1940. Posiblemente ese problema responda a la misma naturaleza que guardan las clasificaciones, ya que en la búsqueda por establecer categorías a partir de las especificidades políticas, se desestiman particularidades y variaciones ideológicas importantes para caracterizar a un intelectual con el fin de imponer límites teóricos.
En este trabajo brindamos importancia a las interpretaciones que hacían los intelectuales sobre su contexto político, logrando mostrar diferentes perspectivas sobre el fascismo y el nacionalismo, como en el caso de FORJA y Gálvez, cuyas miradas sobre el tema resultaron contrapuestas durante buena parte de los años treinta. En este punto debemos destacar el sinuoso camino de afinidades que tuvo el autor, pues buscó distanciarse de los nacionalistas setembrinos para refugiarse en el fascismo, pero en la segunda mitad de la década de 1930 también se alejó de ese movimiento para recostarse nuevamente sobre el nacionalismo. Ese tipo de modificaciones políticas fue constante a lo largo de su carrera intelectual, pero sin ser una característica única de Gálvez. En el caso de FORJA, como ya hemos mencionado, criticaban a los sectores uriburistas y no los reconocían como nacionalistas, característica que se adjudicaban a sí mismos, pero mostrando al fascismo como un partido imperialista, al igual que al nazismo.
Otro punto importante al momento caracterizar y analizar a los nacionalistas elegidos para este trabajo tiene relación con el sentido de nación que encontraban para la Argentina. Mientras que los forjistas tenían una versión crítica de la colonización española, Gálvez presentaba esa época como el momento de formación de las características de los argentinos, al igual que otros autores nacionalistas hispanistas como los hermanos Irazusta. En ese sentido, su posición respecto a los inmigrantes era restrictiva en relación a la incorporación de otras culturas al cuerpo nacional. Esa postura sufrió cambios a medida que se avecinaba la Segunda Guerra Mundial como consecuencia del nuevo contexto geopolítico en que se encontraba la Argentina. De todas formas, pueden divisarse posiciones receptivas respecto a las culturas extranjeras de parte de los forjistas, consideración que en el caso de Gálvez se vuelve principalmente restrictiva. La cuestión se complejiza aún más si tenemos en cuenta las críticas a la comunidad judía, ya que los forjistas buscaban insertarlos en las luchas nacionalistas y antiimperialistas, pero sin desatender la problemática nazi en torno a las matanzas y persecuciones, mientras que Gálvez hacía esfuerzos por criticar a los grupos antisemitas con discursos que —al menos en buena parte de los años treinta— lo terminaban ubicando en una postura de rechazo hacia los judíos.
Si bien el conflicto bélico logró desarrollar tensiones dentro de FORJA que terminaron por apresurar la salida de algunos de sus integrantes más importantes, la agrupación no modificó su posición neutralista para afrontar la guerra. Desde ese punto de vista, a pesar de mostrarse críticos de los partidos de izquierda, tenían algunas ideas cercanas a esos sectores respecto a los sucesos y motivos que desataron la contienda. Los forjistas también criticaron el expansionismo alemán desde perspectivas similares a las de sus contrincantes políticos. Sin embargo, lo que principalmente los diferenciaba de los sectores de izquierda era la adhesión a la causa aliada. Desde la perspectiva de FORJA, la guerra se desarrolló como parte de la estrategia seguida por los distintos países imperialistas para hacerse con los recursos de otras naciones menos poderosas, razón que impedía cualquier participación Argentina. Buscaban mantenerse a la vera de la dicotomía planteada por los países en pugna para lograr obtener el mayor provecho de la tensa situación internacional. A partir de este punto, deben desestimarse aquellas caracterizaciones que los mostraron cercanos a los intelectuales fascistas, como en el caso analizado en la introducción de Federico Finchelstein y en menor medida Tulio Halperín Donghi, pues probablemente hayan surgido en el contexto de polarización política generado por la Unión Democrática en 1945, que dividió a la población argentina entre fascistas (incluyendo aquí a los neutralistas y nacionalistas) y demócratas, representados por el comunismo, el socialismo y un parte del radicalismo, entre otros sectores.
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* El autor es Doctor en Historia (UBA). Además, es becario posdoctoral del CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Investigaciones Política (IIP-EPyG-UNSAM) y miembro del Centro de Estudios de Historia Política (CEHP). Sus líneas de investigación están relacionadas con la historia de los nacionalismos argentinos y el revisionismo histórico en la primera mitad del siglo XX. Últimamente también ha escrito algunos trabajos sobre la emergencia de la cuestión Malvinas en las décadas 1930 y 1940.
Este trabajo fue presentado el 11 de agosto de 2023 en las Jornadas Internacionales “A 90 años de la llegada del nazismo al poder. Rechazos, simpatías, fantasmas y persistencias en la política y la cultura latinoamericanas” (UNTREF). Agradezco los comentarios realizados a la versión preliminar del trabajo por la Dra. Mercedes López Cantera, el Dr. Mariano Sverdloff y el Prof. Juan Pablo Canala.
[1] FORJA nació en 1935 como respuesta a las políticas llevadas adelante por Marcelo T. de Alvear en la Unión Cívica Radical (UCR). Defendían el anti imperialismo -especialmente a partir de las iniciativas del ex presidente radical Hipólito Yrigoyen-, la justicia social, la autarquía financiera y el proteccionismo económico, al mismo tiempo que se encontraban influidos por las ideas de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) -liderada por Víctor Raúl Haya de la Torre- y del presidente mejicano Lázaro Cárdenas, pues reivindicaban la nacionalización de empresas petroleras (Scalabrini Ortiz 1938, 6-7; Romero 2017, 7). La agrupación tenía distintas publicaciones, principalmente sus Cuadernos de FORJA (1936-1942), pero también diarios y revistas que eran editados en escaso número. Como afirmó Cesar Díaz: “contaban con una serie de pequeños periódicos en diversos puntos del interior del país, cuyo denominador común era FORJANDO con el aditivo de la ciudad de procedencia. Así circularon en las localidades de residencia de José Cané, FORJANDO LINCOLN; de Francisco Capelli y Juan Garivoto, FORJANDO MAR DEL PLATA; de Darío Alessandro, FORJANDO ROJAS, etc”. El diario La Víspera surgió en 1944 y fue dirigido Francisco Capelli. Se vendía los días sábados y tenía como principal enemigo al diario socialista La Vanguardia. Reconquista (1939) fue dirigido por Raúl Scalabrini Ortiz, mientras que Argentinidad fue solo editado eventualmente hasta 1945 (Díaz 2007, 106-107; Vázquez 2009, 1-18; Rubio García 2019, 45-85).
[2] Como mencionó Martín Bergel, al igual que María Teresa Gramuglio, se presentaron distintos acontecimientos a nivel internacional que “colaboraron a perfilar un escenario cultural definidamente internacionalizado” (Bergel 2018, 1; Gramuglio 2011, 216).
[3] Varios de los autores que estudiaron la obra de Gálvez compartieron este problema, siendo usual que caracterizaran al escritor a partir del nacionalismo “elitista” o de “derecha” (Quijada 1985, 9; Buchrucker 1987, 264-265; Clementi 2001, 64; Spektorowski 2011, 215).
[4] Por citar solo algunas observaciones en torno al abordaje de los nacionalistas, en el caso de Federico Finchelstein, realizó un análisis del intelectual Raúl Scalabrini Ortiz que se contradice con sus propios argumentos al mostrarlo estrechamente ligado al nacionalsocialismo y el fascismo, pero también con “líneas claras” que lo distanciaban de otros sectores más conservadores que simpatizaban con esos movimientos (Finchelstein 2016, 56, 153). El principal problema de ese análisis, al menos en el caso de Scalabrini Ortiz, es que no se realizó un profundo examen del contexto de época, ni la circulación de ideas entre los intelectuales, ni los cambios de posturas que operaron, buscando resolver las particularidades del autor a partir de características inconexas que no muestran de forma exhaustiva la cosmovisión que expresaba.
[5] Algunas consideraciones al respecto ha abordado Michael Goebel, pero con diferencias que responden a las posturas guardadas entre el “nacionalismo” y los “nacionalistas” (2013, 20, 25).
[6] Eduardo Toniolli ha planteado una conceptualización para estudiar a Gálvez con algunos puntos en común a los propuestos en este trabajo, pues lo caracterizó como un “anti moderno pero no reaccionario, anti liberal y fascista, pero no clasista, creyente en el poder y la cultura popular de las multitudes pero no populista” (2018, 9). De forma acertada, Toniolli considera a Gálvez un intelectual difícil de encasillar en una “esquema pre constituido” (Toniolli 2018, 9).
[7] Distintos autores también han mostrado perspectivas de análisis que buscan realizar una reconstrucción exhaustiva sobre diferentes grupos ideológicos como el nacionalismo, el liberalismo y el conservadurismo, entre otros, problematizando las usuales categorías que ordenaron el panorama político entre derechas e izquierdas (Cattarruzza 2007, 184; Tato 2009, 158; Losada 2020, 224).
[8] José Luis Romero ha mencionado algunas de ellas: “A la ‘Legión de Mayo’ y la ‘Legión cívica’ se agregaron la ‘Acción Nacionalista Argentina’, presidida por Juan P. Ramos, la ‘Guardia Argentina’, que presidía Leopoldo Lugones, la ‘Legión Colegio Militar’, la ‘Milicia Cívica Nacionalista’ […] la ‘Legión Cívica Argentina’, que luego se transformó en la ‘Alianza de la Juventud Nacionalista’ (Romero 1975, 238).
[9] Carulla formó parte de los círculos antidemocráticos que terminaron produciendo el diario La Nueva República. Aunque también fundó su propio periódico antiliberal, titulado Bandera Argentina (1932-1945).
[10] Sobre la creación del feriado nacional, Ana María Presta afirmó: “El flujo migratorio del último tercio del siglo XIX nos acercó a Madrid y aún más luego de la Independencia de Cuba, último bastión español en el continente, y a su posterior ocupación por los Estados Unidos en 1898. Entonces, se meditó la necesidad de integrar a los inmigrantes peninsulares con aborígenes que acreditaban aquel origen y constituían la mayoría de la población” (Presta 2022).
[11] En la primera mitad de los años treinta, Gálvez consideraba que las relaciones con la Península Ibérica debían ser cercanas para no desespañolizar a la cultura argentina. De otra manera, consideraba, corría peligro el concepto de la moral que guardaban los argentinos (Gálvez 1931a, 45).
[12] Los hermanos Irazusta expresaron duras críticas hacia Yrigoyen que fueron respondidas por Gálvez al defender en términos políticos su figura. Buscó diferenciarse de ellos al afirmar que miraban con simpatía a Estados Unidos, mientras que él sentía contra ese país desconfianza y antipatía. Sin embargo, no profundizó en aquella crítica hacia los jóvenes de La Nueva República. Estos, a su vez, buscaban marcar los límites del nacionalismo estableciendo diferencias con otros autores como Ricardo Rojas y Manuel Ugarte, al menos respecto a su antinorteamericanismo (Gálvez 1962, 25-26; Gálvez 1934, 127-128; Devoto 2002, 176; Mutsuki 2004, 61).
[13] Gálvez trató de desmentir algunas de las teorías conspirativas de la época sobre los judíos. En primer lugar los consideraba un pueblo pobre. Si bien los había multimillonarios, afirmaba que eran aquellos que se habían asimilados al catolicismo. En segundo lugar, no consideraba que la mayoría fuese socialista ni marxista, sino conservadora, porque se aferraban a las tradiciones (Gálvez 1932, 300-301; 1936, 61; 2002, 188-189).
[14] Gálvez no utilizaba el concepto de “raza” en un sentido determinista. Afirmó: “No hay razas superiores ni inferiores. Sólo hay educación, tradición, cultura” (Gálvez 1967, 271, 332; 1920, 13-14).
[15] Como bien señaló Miranda Lida, otros intelectuales católicos, como Gustavo Franceschi, también se alejaron por esos años de los líderes autoritarios al percibir la amenaza nazi sobre Europa. Al igual que Gálvez, este aminoró el tono y las críticas hacia los judíos a finales de los años treinta (Lida 2023, 241).
[16] Gálvez presentaba a los aliadófilos argentinos subordinados a los países imperialistas, en especial a Estados Unidos, pues no temían colocar su bandera para mostrar el apoyo y recepción al embajador norteamericano Spruillen Braden (Gálvez 2002, 236-239).
[17] Sebastián Giménez ha mostrado que algunos políticos del radicalismo, como Manuel Ortiz Pereyra, uno de los fundadores de la agrupación FORJA, luego del golpe de Uriburu guardaron severas críticas hacia la figura de Yrigoyen, concibiendo la “Revolución de septiembre de 1930” como una bendición, luego cambiando esa posición (Giménez 2021, 10).
[18] Las diferencias políticas entre los intelectuales quedaban al descubierto a partir de los héroes patrios que destacaban en sus textos. Mientras que Scalabrini Ortiz prefería exaltar a la figura de Mariano Moreno, Gálvez y los hermanos Irazusta elogiaban a Rosas. Así, la procedencia partidaria e ideológica jugaba un papel importante al momento de encarar un análisis revisionista, pues el análisis de ambas figuras expresaba objetivos políticos diferentes.
[19] Esta posición puede verificarse a partir de los reclamos que hacían los autores de FORJA y los hermanos Irazusta por la devolución de las islas Malvinas, las constantes críticas que realizaban a las empresas inglesas, principalmente las ferroviarias, y al accionar de la Corona británica en Argentina desde la época colonial (Scalabrini Ortiz 1936, 7-8, 16; Irazusta e Irazusta 1982, 33-36).
[20] Afirmaban que los uriburistas habían abandonado el corporativismo para conformarse con sus bancas legislativas y los ministerios. En ese sentido era criticado Manuel Fresco, gobernador de la Provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940, dadas sus simpatías con el fascismo, la figura de Miguel Primo de Rivera y el rechazo al partido radical (Mala suerte de palabras…” 1938, 1; “Anteproyecto de carta orgánica…” 1936).
[21] Desistió de describir a los argentinos como españoles en América, puesto que España se había convertido en una potencia de segundo orden frente a Inglaterra y Estados Unidos. Afirmó Gálvez: “sobre los términos ‘latinismo’ e ‘hispanoamericanismo’, decididme por el primero, a pesar de haber defendido, años atrás, el segundo” (Gálvez 1962, 156).
[22] También excluían a Estados Unidos debido a que usualmente se designaba a ese país con el nombre de “América”. Para los forjistas la utilización del término guardaba connotaciones políticas imperialistas: era “nuestra América” (Dellepiane 1930, 3-4, 10-12).
[23] No debemos dejar de señalar la participación que tuvo Luis Dellepiane, padre de Luis Dellepiane Mastacha, uno de los fundadores de FORJA, en la represión de las protestas sociales de 1919 que se denominaron con posterioridad como Semana Trágica. Estas derivaron en fuertes encuentros entre las fuerzas de seguridad de las que participaba Dellepiane bajo el grado de general, llevando a que sus tropas se acantonaran en la ciudad de Buenos Aires ante lo que parecía una pérdida del control por parte de las autoridades (Lvovich 2003, 155). En simultáneo a ese proceso se produjeron las persecuciones y asesinatos realizados a los judíos en el barrio porteño de Once, principalmente lideradas por la Liga Patriótica Argentina, una asociación civil reaccionaria que funcionaba como fuerza de choque parapolicial y de la que también formaba parte Dellepiane.
[24] A diferencia de Reconquista, hubo una gran cantidad de periódicos que expresamente apoyaban la cruzada del Eje, como era el caso de Bandera Argentina (1932-1945), Sol y Luna (1938-1943) —dirigido en forma permanente por Juan Carlos Goyeneche, hijo del funcionario radical antipersonalista Arturo Goyeneche—, Crisol (1932-1944) y El Pampero (1939-1944), entre otros (Iannini 2013, 155-174; Rubio García 2019).
[25] Sobre el golpe de 1943 y su impacto en la sociedad se recomienda revisar los últimos trabajos de María Sáenz Quesada (2019) y Miranda Lida e Ignacio López (2023).