“¿QUÉ ES EL FMI?” PODER SIMBÓLICO Y
BUROCRACIA SUPRANACIONAL. LA RELACIÓN CON ARGENTINA (2018-2023)
Germán Ricci*
University of New South Wales
* german.ricci@unsw.edu.au
Horacio Divito**
Universidad
de Buenos Aires – Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales
* horaciodivito@gmail.com
Recibido: 13 de mayo de
2025
Aceptado: 5 de septiembre
de 2025
Resumen: El Fondo
Monetario Internacional (FMI) es una de las organizaciones internacionales más
debatidas, pero su definición carece de consenso. Este artículo aborda la
pregunta "¿qué es el FMI?" desde la perspectiva sociológica de Pierre
Bourdieu, analizando cómo lo definen actores con experiencia en la relación
entre el Fondo y un país deudor. A partir de 26 entrevistas con funcionarios
del gobierno argentino y miembros del FMI involucrados en el endeudamiento de
Argentina (2018-2023), se identifican elementos clave de su poder simbólico,
vinculados a su naturaleza burocrática. Destacan dos dimensiones: la
universalidad, expresada en su pretensión de neutralidad y promoción de valores
universales, y la temporalidad, reflejada en su reconocimiento histórico y su
influencia en la estructura temporal de los países endeudados. Se concluye que
la burocracia emplea mecanismos específicos, como la apelación al interés en el
desinterés y la apropiación de la temporalidad, para consolidar su poder.
Palabras clave: Fondo Monetario
Internacional; poder simbólico; Bourdieu; temporalidad, universalidad
“WHAT IS
THE IMF?” SYMBOLIC POWER AND
SUPRANATIONAL
BUREAUCRACY: THE
RELATIONSHIP
WITH ARGENTINA (2018-2023)
Abstract: The
International Monetary Fund (IMF) is one of the most debated international
organizations, but its definition lacks consensus. This article addresses the
question "What is the IMF?" from the sociological perspective of
Pierre Bourdieu, analyzing how actors with experience
in the relationship between the IMF and a debtor country define it. Based on 26
interviews with Argentine government officials and IMF members involved in
Argentina's indebtedness (2018-2023), key elements of its symbolic power,
linked to its bureaucratic nature, are identified. Two dimensions stand out:
universality, expressed in its claim to neutrality and promotion of universal
values, and temporality, reflected in its historical recognition and its
influence on the temporal structure of indebted countries. It is concluded that
bureaucracy employs specific mechanisms, such as appealing to self-interest and
appropriating temporality, to consolidate power.
Keywords: International Monetary Fund; Symbolic Power;
Bourdieu; Temporality; Universality
I. Introducción
La pregunta sobre “¿Qué es el FMI?” podría empezar a
responderse, al menos de forma provisoria, a través de una breve descripción de
su origen, su función y su forma de organización.
Como se sabe, el Fondo Monetario Internacional (FMI)
fue creado junto con el Banco Mundial en el marco de los Acuerdos de Bretton
Woods en 1944 al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, el mandato
del Fondo promovía la cooperación y la estabilidad monetaria internacional.
Para ello, el FMI ponía a disposición de sus miembros recursos económicos para
corregir los desajustes en sus balanzas de pagos. Al mismo tiempo, el Fondo
vigilaba los tipos de cambio y trabajaba en consulta y colaboración sobre los
problemas monetarios internacionales (Department of State 1944).
A lo largo de las décadas, el FMI fue reformado en
varias oportunidades y amplió el alcance de sus funciones originales.
Actualmente, el Fondo tiene tres tareas principales. En primer lugar, el FMI
brinda asistencia técnica y capacitación en temas económicos a los bancos
centrales y ministerios de finanzas de sus distintos Estados miembros. En
segundo lugar, el FMI realiza misiones periódicas de vigilancia para monitorear
el desempeño económico de sus miembros y evaluar los riesgos nacionales,
regionales y globales (bajo el cumplimiento del Artículo IV de su convenio
Constitutivo). En tercer lugar, el Fondo ofrece una serie de préstamos a los
miembros que experimentan crisis de balanza de pagos (FMI 2022). Para llevar a
cabo estas tareas, el FMI desarrolla una relación diaria con los funcionarios
del país prestatario, publica documentos sobre los acuerdos e informa sobre los
diagnósticos y proyecciones económicas de los países requeridos por los actores
del sector financiero[1].
Como se evidencia, la contribución del FMI a los países miembros va más allá
del capital económico a través de préstamos. También pone en juego una serie de
“conocimientos” económicos que sus miembros y el resto de los agentes
financieros reconocen[2].
El FMI tiene una estructura compleja que combina la
representación de los estados miembros en el directorio y un grupo de “expertos
técnicos” en el personal. Esto da como resultado una estructura de poder en la
que coexisten intereses políticos y burocráticos (Barnett y Finnemore
1999). En la cima del organigrama se encuentra la Junta de Gobernadores, el
máximo órgano de decisión del FMI (FMI 2022). La Junta de Gobernadores está
compuesta por un gobernador designado por cada país miembro que suelen reunirse
una vez al año y delegan la mayor parte de sus poderes en el Directorio del FMI
que es responsable de gestionar las operaciones cotidianas de la Organización.
El directorio actualmente está integrado por 24 miembros (directores) que
representan a los diferentes países miembros de acuerdo con el poder de voto de
cada uno. Este poder de decisión corresponde a la contribución económica que
cada país hace al Fondo. Es decir, la cuota de los países miembros y sus votos
en el directorio están directamente vinculados. Los miembros carecen de
posibilidades de incrementar la cuota voluntariamente (y con ello incrementar
el poder de su voto) dado que el aporte de cada miembro es definido por el FMI
a partir de su análisis económico (basado en el supuesto peso relativo de las
economías a nivel global).
Basado en la posición económica relativa de los países
en la economía mundial (revisada cada cinco años y cuya reforma requiere una
mayoría calificada), esta distribución de poder ha posicionado históricamente a
Estados Unidos como el país más poderoso estructuralmente dentro del FMI
(actualmente con 16,5 cuotas) y a la abrumadora mayoría de países, como
Argentina, con menos del 1%. A pesar de varias reformas a lo largo de sus más
de 70 años de historia, Estados Unidos siempre ha conservado más del 15% de la
cuota de voto, mientras que otros, como Argentina, se han quedado con una
cuota/poder de voto residual (Lesage et al. 2015). La actual subrepresentación de algunos países
como China ha sido ampliamente cuestionada, aunque difícilmente sea corregida
mientras Estados Unidos conserve el poder de veto, que lo convierte en al actor
clave para implementar cualquier iniciativa (Lesage
et al. 2013; Momani 2015) Por otra parte, el
Organismo también se financia partir de los intereses de los préstamos que
otorga. Es evidente que en la organización coexisten incentivos materiales para
otorgar préstamos[3]
(International Monetary Fund
2018).
El directorio ejecutivo del FMI nombra al director
gerente del Fondo, que tiene un mandato de cinco años y que formalmente define
el personal del Staff, tecnócratas que llevan a cabo las relaciones diarias con
el país prestatario. A diferencia del directorio ejecutivo, la lógica que
define a los miembros que conforman el personal responde a su experiencia
técnica (Woods 2006: 29-32). Sin embargo, la selección del personal no ha
estado exenta de críticas respecto a la influencia de las grandes potencias ya
que históricamente economistas con estudios en Estados Unidos e Inglaterra han
conformado el staff de la organización (Woods 2003; Momani
2005). A su vez, esta estructura de poder ha generado debates académicos en
torno a la agencia del Fondo, centrados en si dicha agencia reside
principalmente en su personal burocrático, con intereses propios, o en sus
directores, donde el peso geopolítico de los países más poderosos se manifiesta
a través de la distribución asimétrica del directorio, la cual consagra la preeminencia
de Estados Unidos.
El Staff y el
directorio mantienen tres tipos de reuniones formales sobre países y sobre
políticas. Las más importantes son las “reuniones decisorias”, en las que el
Directorio define generalmente por consenso. A su vez, hay dos tipos de
reuniones de proceso: las reuniones “to engage” en las que el directorio escucha al staff y por
ultimo las reuniones conocidas como “engagement to brief” en las que el
directorio informa al staff sobre determinados temas.
La fisonomía del FMI no solo se define por sus
características estructurales. Desde la teoría de Bourdieu, la definición del
FMI debe incluir las estructuras sociales externas e internas, es decir, entre
lo social encarnado y lo social objetivado (Dimas 2018). La eficacia y
reproducción de la estructura de poder objetivo del FMI en el campo financiero
internacional es posible siempre y cuando los agentes en el juego reconozcan y
construyan una visión del mundo que internalice el poder del Fondo. Más allá de
reconocer las lógicas posicionales y la historia objetivada en forma de
estructuras y mecanismos institucionales, queda completar las lógicas
disposicionales que les dan forma, significados y eficacia social al Fondo en
el campo, es decir la historia encarnada en cuerpos, en forma de habitus. En otras palabras, la imagen de lo qué es
el FMI y su funcionamiento en el campo financiero internacional se completa
también con la manifestación de los agentes que participan en dicho campo, en
función de las disposiciones adquiridas, donde el organismo internacional se
presenta como dominante. Por lo tanto, este artículo de investigación pretende
contestar qué es el FMI a partir de la visión que tienen distintos agentes en
el campo con experiencia en la relación con un país prestatario. Para ello, se llevaron
a cabo entrevistas en profundidad semi estructuradas a funcionarios que
comparten un mismo habitus: profesionales inmersos en
el campo financiero internacional con experiencia en la relación entre
Argentina y el FMI. En algunos casos, la trayectoria profesional los ha
colocado en representación de más de uno de los principales actores que
conforman dicho campo: el FMI, el Estado Argentino y/o consultoras privadas.
Las definiciones de los entrevistados sobre lo que es
el FMI y los intereses que representa, oscilan entre los que la perciben como
una organización o institución de carácter global, o el que la define sólo por
su función de servir a los intereses del capital financiero internacional, o
hasta el que lo ve como una cooperativa de crédito. Seguramente no es fácil
consensuar una definición. No hay dudas que, como se ha descripto
anteriormente, es una organización compleja conformada por socios con distinto
peso en el poder de decisión, con un staff que responde a un directorio no
igualitario con un gran actor predominante con decisivo poder de veto. Pero, a
la vez, esta instancia supranacional, percibida por algunos como amenaza y por
otros como instancia de ayuda a la cual recurrir, sospechado como instrumento
de los países más poderosos o agente al servicio de los intereses financieros
internacionales, desde su propia perspectiva se presenta a sí misma como una
organización internacional, representante de lo universal y defensora de lo
universal. Desde su misma fundación, resultado de los acuerdos de posguerra a
mediados de la década de 1940, se ha dispuesto a permanecer en el concierto
internacional como actor relevante.
Como toda organización burocrática, el Fondo Monetario
Internacional posee una historicidad, una trayectoria que permite identificarlo
como un agente dominante dentro del campo financiero internacional en relación
con los Estados deudores (Ricci y Divito 2021, 101-102).
Una expresión concreta de este posicionamiento es su
legitimada presencia cotidiana. A través de las revisiones previstas por el
Artículo IV de su Convenio Constitutivo —que se aplican a todos sus miembros y
se realizan en nombre de un bien común, la estabilidad financiera global— el
Organismo concentra, procesa y redistribuye información financiera a escala
global. Más aún, efectúa una unificación teórica de lo que se considera
financieramente relevante, que es reconocida por los demás actores del campo.
Esta presencia, exacerbada en tiempos de acuerdos
condicionales no está exenta de juicios altamente sensibles para el mercado, lo
que ha llevado a varias investigaciones a enfatizar en su sello de aprobación
(Edwards 2006; Ricci y Divito 2021; Kenen 1987). Esta
presencia, junto con sus señales, es leída e interpretada por el resto de los
actores que componen dicho campo. En este sentido, el Fondo, al ser percibido
como agente preponderante en cuestiones de finanzas internacionales, se
constituye también como una institución poseedora y proveedora de capital
simbólico.
Pensar al FMI como un agente dominante dentro de un
campo internacional que cuenta con capital económico y capital simbólico, capaz
de estructurar las relaciones de fuerza con aquellos que no ocupan una posición
privilegiada en ese espacio de relaciones, tal vez ayude a analizar esta
institución que, como todo objeto social complejo, no es solamente lo que se
presenta a primera vista.
Por lo tanto, este articulo retoma los escritos de
Bourdieu sobre la burocracia para desentrañar algunos aspectos que hacen a esta
organización tan particular. De carácter eminentemente supranacional, el Fondo
parece asumir poderes estatales sin ser un Estado, que reúne a la mayoría de
los Estados, pero con una minoría que ostenta mayor poder y uno dentro de esa
minoría con más poder que todos. Si bien cuando Bourdieu analiza la dominación
burocrática, la piensa desde la burocracia estatal y su papel fundamental en la
conformación del Estado moderno, sus ejes principales, la temporalidad y
universalidad, son asimilables, a una organización como el FMI, que incluso
presenta variados elementos identificables con un Estado (Bourdieu et al.
1994).
En cuanto a la universalidad, el sociólogo francés, en
su análisis sobre la burocracia del Estado Moderno, subraya la pretensión de
toda burocracia de presentarse como desinteresada, al servicio de un bien
público. La burocracia no parece perseguir intereses particulares, generalmente
asociados con intereses meramente económicos o que persiguen algún tipo de bien
material, pero eso no significa que no tenga un interés, como dice Bourdieu al
menos se tiene un interés en el desinterés. La representación que el campo
burocrático busca darse a sí mismo y dar de sí mismo, es la de un universo en
el que los agentes sociales no tienen ningún interés personal y sacrifican sus
propios intereses por lo público, por el servicio público, por lo universal.
(Bourdieu 1998, 84). Esto resulta más evidente en el poder simbólico del staff
técnico del FMI se sostiene en una forma de pseudo-asepsia
tecnocrática, que se presenta como el resultado de una racionalidad económica
supuestamente objetiva e irrefutable, librada de todo valor e intencionalidad.
Esta neutralidad aparente permite que sus recomendaciones o exigencias sean
percibidas como decisiones puramente técnicas, desprovistas de todo juicio
moral o político. Tal como advertía Weber (2009), esta forma de autoridad
remite a una dominación burocrática que se legitima precisamente por su
supuesta racionalidad formal.
Otro elemento es la temporalidad. No se refiere al
tiempo meramente cronológico sino a una experiencia del tiempo en el que se
aprecian las nociones heideggerianas en el análisis de la burocracia. El tiempo
como producto y condición de la acción. Y esto en dos cuestiones fundamentales.
Por un lado, el tiempo como acumulación de los años (décadas) de presencia de
una institución, asociada a la “experiencia”, que le confiere prestigio
(legitimidad). Es decir, el tiempo como forma de poder, el capital (económico,
simbólico) como tiempo acumulado. Por otro lado, el tiempo como forma de
estructurar el tiempo de los otros, una de las prerrogativas, y no la menor, de
la dominación burocrática. Otra vez el tiempo como forma de poder, pero esta
vez ejercido sobre la propia temporalidad de los dominados.
Interés y temporalidad, entonces, serán los dos ejes
principales de los aspectos teóricos de este artículo, pero no podemos dejar de
hacer mención al uso de los conceptos. Nociones como interés o capital son
propios de la jerga económica y especialmente familiares al campo semántico del
FMI. Bourdieu era muy consciente de la homonimia de sus conceptos y que el
significado que él otorgaba era muy diferente al del campo económico y de la
ciencia que lo encarna. En particular, en lo que respecta al FMI, resulta algo
paradójico utilizar conceptos como capital e interés, tradicionalmente
reducidos al ámbito económico y, en especial, vinculados a la deuda. En este
sentido, el enfoque de Bourdieu permite romper con ese determinismo y proponer
un análisis no circunscripto exclusivamente a lo económico, recuperando la
teoría sociológica para una mejor comprensión del objeto.
En lo que sigue de este artículo, se explicitara la
metodología utilizada. Luego, se presentarán casos que ponen de relieve el
interés y desinterés de la burocracia del Fondo, seguido de la temporalidad y
poder. El articulo concluye con unas reflexiones finales.
II.
Metodología
Este artículo se basa en 26 entrevistas
semiestructuradas realizadas a funcionarios gubernamentales y representantes
del FMI con experiencia directa en la relación contemporánea entre el Fondo y
Argentina, de las cuales 22 fueron grabadas[4].
La estrategia metodológica adoptada sigue el enfoque cualitativo propuesto por
Pierre Bourdieu, que articula simultáneamente las dimensiones objetivas y
subjetivas del análisis. En este marco, las entrevistas buscaban acceder a las
prácticas efectivas de los entrevistados (Pouliot
2012), entendidas no solo como acciones observables, sino como expresiones de
disposiciones incorporadas.
El acceso empírico a estas prácticas permite
reconstruir la lógica disposicional de los agentes, es decir, el conjunto de
esquemas perceptivos, evaluativos y de acción interiorizados que orientan su
comportamiento en contextos específicos. Esta reconstrucción se articula con un
análisis de la lógica posicional de los actores dentro del campo, lo que
implica situarlos en función de sus posiciones relativas y del capital
específico que detentan (Pouliot 2012).
La combinación de ambas dimensiones —disposicional y
posicional— posibilita una comprensión más profunda de la dinámica estructural
del campo en su conjunto. De este modo, se busca no solo desentrañar el
razonamiento práctico de los agentes, sino también poner en evidencia lo que
está en juego en las relaciones de poder que configuran dicho espacio social (Bigo 2011).
Para ello, se recurrió a la rememoración de
experiencias, la descripción de tareas cotidianas y la formulación de
escenarios hipotéticos. Además, se complementó el análisis con reportes
periodísticos y documentos oficiales del FMI y el gobierno nacional para
rastrear el devenir de los acontecimientos.
La muestra estuvo compuesta por participantes de
distintas edades, géneros, filiaciones políticas, lugares, niveles y tipo de
estudio (aunque en su mayoría economistas). El objetivo era recabar las
percepciones y opiniones de profesionales con amplia experiencia en sus
interacciones con el FMI, en particular durante el reciente período de
endeudamiento de 2018 a 2023. La mayoría de los participantes tienen una larga
trayectoria en el sector financiero internacional, desempeñando diversos roles,
como funcionarios gubernamentales, personal del FMI y consultores financieros
privados.
Dichas entrevistas fueron realizadas de manera
presencial y virtual entre agosto y noviembre de 2024. Los participantes han
accedido a la transcripción de las entrevistas, teniendo la posibilidad de
editar respuestas. A su vez, para preservar el anonimato de los participantes,
se consensuó con ellos la forma de referirse a su testimonio.
Los ejes principales de las entrevistas en profundidad
de una hora de duración aproximada fueron: el FMI en el escenario global, el
FMI en su relación histórica con Argentina, el nuevo período de endeudamiento
entre el FMI y Argentina a partir de 2018 y la experiencia profesional del
entrevistado en la relación a este organismo.
Para procesar la información, se utilizó Atlas Ti
(grillado) en el que se generaron códigos en función de los ejes de las
entrevistas para el análisis cualitativo de cada una de las
transcripciones.
III.
Interés y desinterés: la sumisión a lo universal
“Qué es el FMI? ¿A qué intereses representa?” ha sido
una de las preguntas repetidas en cada una de las 26 entrevistas. En las
respuestas, los entrevistados se debaten entre los intereses geopolíticos
particulares de los principales acreedores del Fondo y los intereses
universales de la burocracia (es decir las propias leyes del staff) con quienes
los funcionarios del país prestatario se vinculan cotidianamente. Pese a
ponderar una de las caras del Fondo por sobre la otra, en su gran mayoría,
ninguna de las respuestas elude ambas caras.
Un ex secretario de Estado durante el nuevo período de
endeudamiento reflexiona sobre el Fondo:
Desde su propio nacimiento en los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo
representa los intereses globales.
Esos intereses globales, si bien tienen una
coherencia permanente, tienen una configuración propia de quienes lo conforman
que a su vez también son actores políticos, sociales, económicos que tienen sus
intereses y por lo tanto van construyendo una identidad institucional del Fondo
dentro de ciertos parámetros. ¿Cuáles
son esos ciertos parámetros? La propensión a la estabilidad de
la economía mundial. Más allá,
después de sus funciones de prestamista de última instancia de los gobiernos. (Énfasis agregado)
Más adelante, el
funcionario de gobierno continua: “(…) Hay estructuras de intereses internas
dentro del Fondo como visión político institucional en donde claramente está
el directorio con una ambición política y el staff con una visión técnica”
(énfasis agregado).
Esta tensión o coexistencia
entre la presencia de intereses particularísimos (políticos) y misiones
globales, se repite en la definición de un ex secretario de
Estado del área económica durante el nuevo período de endeudamiento
(2018-2023):
El Fondo
es un organismo internacional de ayuda y asistencia financiera. Particularmente
orientado a asistir en momentos de crisis, a países que enfrentan problemas de
balance de pago o de restricción de financiamiento, etcétera. Esa sería la
definición formal. Naturalmente, como toda institución, un organismo
internacional está cruzado por cuestiones políticas, geopolíticas
internacionales, tanto en sus objetivos como en su gobernanza y en las
prioridades que tiene.
Como acción de carácter global, con fin universal y,
por lo tanto, desinteresada, es común que el funcionamiento del Fondo aparezca
asociado a la “ayuda”, aspecto inseparable de los principios éticos y morales
socialmente reconocidos. Este accionar que podría ser catalogado de altruista
coexiste de manera implícita en una aparente contradicción con la presencia
“egoísta” de intereses partidarios de los acreedores dominantes.
Asumiendo su función universal, un director del FMI
también enfatiza sobre los intereses geopolíticos:
Al FMI lo
defino como una cooperativa de crédito en la que los países constituyen un
fondo y se prestan entre ellos cuando tienen un problema. Pero
además de eso, el Fondo es un consultor para países que lo necesitan, con más
palanca en algunos que en otros. Pero es un rol que se aprecia mucho,
sobre todo en países emergentes y de bajos ingresos. (…) El Fondo
principalmente representa los intereses de los principales acreedores y las
grandes economías del G20. Principalmente Estados Unidos que tiene poder de
veto. ¿Hasta qué punto es adecuado? Podríamos quedarnos discutiendo horas.
(Énfasis agregado)
Al respecto, las voces que ponderan la predominancia
política el organismo no ignoran la responsabilidad para apoyar a las naciones.
Al respecto, un ex secretario de Estado reflexiona:
El FMI (…)
es un organismo de crédito fundamentado, formado y garantizado por los países
más poderosos después de la Segunda Guerra. Después, el mundo tuvo muchos
cambios profundos. El FMI defiende los objetivos financieros desde un
escritorio en Estados Unidos, queriendo manejar la realidad de países en vías
de desarrollo. Que mucho dista de lo que se ve en ese escritorio. Pero tiene
numerosas complicidades: políticas, económicas, de todo tipo.
Más adelante, el exsecretario completa: “El FMI juega
el rol de padre financiero que te va a ayudar. Hacés
cualquier desastre de la Argentina y te va ayudar. Gobernás
sin planificación y siempre podés recurrir al FMI.”
La coexistencia entre una responsabilidad global
(universalidad asociada a la tecnocracia) y la parcialidad geopolítica es
recurrente en las definiciones del Fondo. Un ex director del Organismo señala
que:
El FMI es en términos simples una cooperativa de crédito formada por 193
países con votos diferenciados. Pero realmente es una cooperativa donde cada
uno de los países entrega o da la posibilidad de que el Fondo este financiado.
Ahora el FMI en su creación hace 79 años fue creado como organismo para ayudar
a mejorar las relaciones financieras internacionales y a través del tiempo se
convirtió no solamente en el guardián de las relaciones internacionales, de
mejorar las condiciones, sino a medida que fue evolucionando la economía
internacional, se volvió más abierta, se volvieron hacia tipo de cambios
flexibles. (…) el Fondo, aunque represente a 190 miembros, hay países
que tienen más porcentaje de los votos. Todos estos países entienden la
importancia de tener un ente que preste y que ayude entre comillas a los países
a mejorar su situación económica y de alguna manera los distancia de tener que
enfrentar a los países directamente. De alguna manera, el Fondo Monetario se
convirtió en los nuevos marines de los países grandes. No hay invasiones ni
nada por el estilo, pero es una entidad que entra a tratar la situación
económica no violentamente a pesar de que tiene fama de eso. Pero que tiene el
apoyo de esta cooperativa de crédito. (Énfasis agregado).[5]
La simultaneidad entre
intereses geopolíticos particulares e intereses globales no se presenta sin que
los entrevistados se incline por uno de los propósitos. Un ministro de
economía durante el periodo de endeudamiento (2018-2023) expresa una visión en
la cual la línea política se impone por sobre la línea burocrática:
Es un
organismo super alejado de la realidad de los países. Aplicando recetas iguales
para todos los países y todos son distintos porque tienen contextos sociales,
económicos e históricos distintos. Y forzando esas recetas en cada uno de los
países.
A la vez, el ministro señala:
La línea burocrática tiene mucho poder en
todas las organizaciones. Siempre tiene mucho poder. El Estado se define por
una nueva burocracia, que tienen sus nuevos intereses. Tienen mucho poder, pero
en definitiva el directorio, las sillas del Fondo, tienen mucho peso. (Énfasis agregado).
Las disconformidades con el FMI revelan una
expectativa de las funciones concernientes a éste. Expresa un reconocimiento de
esta burocracia internacional y de los intereses globales que representa o
debería representar. El reconocimiento de la naturaleza burocrática del FMI,
enfatizando su carácter universal, perdura junto con los intereses
geopolíticos.
Es evidente que, en la perspectiva de los
entrevistados, la definición del FMI no es ajena a una definición de poder e
intereses. En este, habitan intereses globales y geopolíticos que coexisten
dentro de la organización. Sin embargo, poco se reflexiona sobre la tensión o
relación existente entre ambos intereses. Un entrevistado, un ex funcionario
del gobierno argentino que tuvo una activa participación en negociaciones con
el Fondo Monetario Internacional en el periodo de nuevo endeudamiento
(2018-2023) alcanza una reflexión inusual respecto a esta tensión entre la política
y la burocracia. Al respecto, responde:
Es una
organización. (….) El Fondo como institución, sus trabajadores, directores,
staff, se perciben muchas veces como un sujeto más que como un objeto. Generan
normas, procedimientos y reglas que muchas veces entran en contradicción con su
propio carácter que es el de ser una herramienta. Si querés
entender al Fondo te va a costar mucho entenderlo fuera de esta lógica donde
hay sujetos del que participan como institución, pero no lo gobiernan.
Gobiernan su cotidianeidad, su metodología, sus prácticas, su forma de
abordaje. Pero después está esa otra parte que es la que toman decisiones. Y
esas decisiones muchas veces no tienen que ver con buenas prácticas sino con
voluntades políticas, que muchas veces entran en contradicción. Yo creo que en
Argentina fue el caso más palpable donde estas dos caras del Fondo aparecieron
más claras. Eso puede ser lo más normal en una organización. Pero lo raro del
Fondo es que su staff es una organización que no está gobernada por su
directorio. Cree que está vivo. Y eso es extraño, eso es muy particular del
Fondo.
Puede pensarse que lo que le causa extrañeza al
entrevistado es esa dimensión un tanto inasible que constituye a la
organización burocrática como tal. En la respuesta se sugiere una práctica
tecno burocrática con leyes propias y, por otro lado, un componente político
que, a pesar de aparecer por fuera, define y establece el camino que debe
seguir la organización. Lo que el entrevistado percibe como una contradicción[6](Adler-Nissen,
2012), en realidad es lo que constituye al Fondo como organización y constituye
su ser y su deber ser.
La burocracia se presenta como libre de toda
valoración que no implique aquello que no reviste su interés propio. Establecer
cuál es el interés del Fondo es la cuestión a desentrañar. Si nos guiamos por
sus dichos, lo que la organización dice sobre sí misma, sobre su real misión, a
través de la voz de sus funcionarios más conspicuos, es la de prestar ayuda a
los países que así lo requieran, para que puedan lograr equilibrios
macroeconómicos como condición necesaria para su crecimiento y así poder alcanzar
una prosperidad a largo plazo.
Lo anterior es un modo de sintetizar lo declamado por
la organización a lo largo de los años, más bien décadas, con más o menos
variantes, registrable en infinidad de discursos, declaraciones, entrevistas o
plasmado en documentos (Ricci y Divito 2024). Pero lo que nunca se escuchará o
leerá por parte de la institución es la manifestación de un interés propio, un
fin para sí misma. En apariencia el FMI no persigue otro interés que el de
ayudar a alcanzar objetivos universales de prosperidad económica y social para
países en dificultades. Si entendemos interés en un sentido estrictamente
utilitario, ceñido a fines instrumentales, generalmente asociados a la
persecución de objetivos materiales, es decir económicos, puede pensarse que,
al Fondo, como institución ecuménica, de carácter supranacional, solo lo mueve
el desinterés. En forma sintética, y siguiendo a Bourdieu, puede decirse que el
único interés del FMI es el desinterés.
¿Qué significa una acción desinteresada? Desde una
filosofía de la acción racional —que concibe al agente como un calculador
estratégico—, o desde una ciencia económica que antropológicamente postula la
figura del homo economicus, una acción
desinteresada sería aquella que no persigue ningún tipo de beneficio material. Ya
sea una acción individual o una acción llevada a cabo por una institución, es
desinteresada mientras obedezca a una disposición ética, reconocible en un
espacio social, orientada por valores de carácter universal. Si bien esa
conducta no obtiene nada material, Bourdieu advierte que el “desinterés paga y
es recompensado” (Bourdieu 2024, 89), no de forma económica, sino de forma
simbólica, como gratificación psicológica individual. El supuesto desinterés
adquiere reconocimiento por parte de quienes comparten el mismo espacio social
—el campo— concebido como una estructura de posiciones. Son estos agentes
quienes perciben dicho desinterés y le otorgan crédito y legitimidad.
Resulta relevante destacar como el FMI, un agente
asociado a un orden económico racional que se mueve dentro del marco de
acciones racionales instrumentales que rigen todo orden económico que se
precie, se sirve, en forma tal vez paradojal, de la obtención de los bienes
simbólicos reconocibles por aquéllos mismos que reconocen la racionalidad tecno
burocrática de sus fines. La superación del interés material (económico) se
hace posible en la apelación al desinterés conformado por una aspiración a lo
universal. El FMI es una burocracia universal que desinteresadamente solo se
preocupa por lo universal, es decir por el interés universal. Prestar un
servicio, una ayuda, lo legitima como burocracia y la hace necesaria.
Las características de la autoridad burocrática del
staff, misioneros anónimos de lo universal, les permite comportarse como
personajes intercambiables, reducidos a la función que le otorga el reglamento
respecto al interés general. En otras palabras, ese monopolio de la violencia
simbólica legitima se afirma en la pretensión burocrática de situarse en un
punto de vista que pretende ser general, deslocalizado, desparticularizado,
neutral, y competente con el interés general (Bourdieu 2003, 147).
En definitiva, como toda burocracia, el FMI procura
permanecer, seguir existiendo. Por lo tanto, ese desinterés, ese interés por lo
universal, es vital. El reconocimiento que le otorgan los agentes completa el
cuadro. Dice Bourdieu: “La apropiación privada de lo universal es uno de los
aspectos que yo llamo ‘violencia simbólica’, aquella que se ejerce con anuencia
o complicidad de los dominados” (Bourdieu 2024, 153).
Más adelante, continúa con el análisis:
…el desinterés y
la sumisión a lo universal, esa representación ideológica que tiene la
burocracia de sí misma, forman parte de las condiciones de funcionamiento de la
burocracia. Al creerse universal, ésta también logra hacer creer que lo es, y
esa universalidad de representación contribuye a la eficacia simbólica de la
representación si se acepta mi definición de violencia simbólica como violencia
que es desconocida como arbitraria en los intereses particulares que la
determinan y que, por eso mismo, es (sin que haya siquiera un acto de
reconocimiento como en la lógica hegeliana) reconocida como legítima. Sobre el
desconocimiento de lo arbitrario se funda el reconocimiento. (Bourdieu 2024,
157)
Como burocracia que se presenta como desinteresada y
se arroga la defensa del bien común —en este caso, el equilibrio financiero
global—, el Staff del Fondo enuncia veredictos con pretensión de universalidad,
orientados a obtener reconocimiento y legitimidad internacional.
Volviendo al testimonio del entrevistado:
Con el
cabildeo que hay que hacer para aprobar la revisión del staff y con el cabildeo
distinto que hay que hacer para lograr la aprobación del directorio, ahí uno
rápidamente nota que, si bien el staff piensa en el directorio, también hay una
parte institucional que se llama así misma transparente, integra, no
condicionada por intereses políticos, que es extraño. Porque en realidad pasas
por un directorio que tiene sillas y esas sillas tienen intereses políticos.
Vos al final del día estas preparando un informe para convencer a un
directorio.
No puede ser más clara la situación, aunque al
entrevistado esto también le cause extrañeza, por estar “atrapado por el
juego”, ya que participa de ese mismo campo burocrático, de ese universo de
creencias. Por un lado, tenemos un ideal de desinterés y, por otro lado, una
serie de intereses políticos, que siempre aparecen al sentido común como
espurios, en una aparente contradicción. El mismo autor señala que esta
“contradicción no contradictoria” es la que constituye la propia complejidad
del campo burocrático, denegando aquello que en realidad se hace (Bourdieu
2024, 230-231).
El campo político —junto con el económico— representa
el universo del interés, mientras que el campo burocrático —la dimensión del
FMI que se manifiesta como el universo del desinterés— constituye su
contracara. Ambos conforman dos elementos tan contradictorios como
inseparables. La eficacia material de la dominación del FMI, a través de los
mecanismos políticos y económicos, no podría realizarse sin el beneficio
simbólico que otorga la apelación al desinterés de la burocracia. Dice
Bourdieu:
La
cuestión del desinterés como distancia respecto del interés económico o, más
ampliamente, respecto de cualquier interés egoísta, material o simbólico, se
vincula con la cuestión de las condiciones de posibilidad de universos sociales
que tendrían como ley la sumisión al interés general o la dedicación al
servicio público y que, en una palabra, crearían las condiciones favorables
para la aparición de un interés en el desinterés, y a la vez habitus altruistas, de abnegación y de devoción. Tal
como demuestra la existencia universal de estrategias de universalización del
interés particular (por las cuales los agentes aspiran aponerse de su lado lo
universal-es decir, el grupo-, ateniéndose a las reglas de pretensión
universal), podemos admitir que lo universal es objeto de un reconocimiento
universal y que el sacrificio de los intereses egoístas (especialmente los
económicos) es universalmente reconocido como legítimo (…). Esto implica que
todos los universos sociales tienden a ofrecer, en grados diferentes, beneficios
simbólicos de universalización (…). Y que los universos como el campo
burocrático exigen con mayor insistencia la sumisión a lo universal están
particularmente dispuestos a la producción de esos beneficios (y, a la vez,
particularmente expuestos a la visión sospechosa que ve en cualquier acción de
pretensión universal la universalización de un interés particular). (Bourdieu
2024, 332)
El propósito del desinterés, asociado a un bien común
general, pretende invocar (y ser reconocido por) una visión por encima de los
conflictos coyunturales del país prestatario. Alcanza niveles de abstracción
inalcanzables por los funcionarios locales con peticiones enceguecidas por el
cortoplacismo de su agenda.
Esta apropiación de lo universal con interés en el
bienestar común no es esquiva a la emergencia de una sutil superioridad ética,
devenida en autoridad moral (Ricci y Divito 2024).
El reconocimiento (y la expectativa) de la función
universal del Fondo, es decir, su cara burocrática, es recurrente incluso en
los testimonios de aquellos actores de gobierno más críticos del organismo, que
basan su disconformidad en la parcialidad política. Las responsabilidades
globales de esta instancia universal los congrega a solicitar “ayuda” incluso
en la disidencia política. Los testimonios dan cuenta que la apelación del FMI
a una ética pretendidamente compartida con el país prestatario (Ricci y Divito
2024), es correspondida con los testimonios de los funcionarios argentinos. Hay
una internalización del discurso del Fondo, en la que los agentes locales y no
locales validan los principios pretendidamente universales. Un ministro de
relaciones exteriores de la última década reflexionaba sobre la posibilidad de
salirse del Fondo:
Las
decisiones de salirse del FMI implican no contar con una de las posibles
ayudas en un momento de crisis. Eso es una decisión que uno puede tomar
cuando esta todo bien. Y si esta todo bien y no necesitas ayuda, ¿por qué te
irías?
Respecto al rol del Fondo y su relación con Argentina
en el acuerdo, un funcionario argentino vinculado al FMI señalaba: “El Fondo
está aquí para ayudar a los países. Si el programa se podía encauzar con
una serie de reformas, como se intentó hacer de manera bastante exitosa, el
Fondo está para seguir ayudando”.
En el mismo sentido, un ministro crítico del Fondo
durante el nuevo período de endeudamiento:
[El Fondo]
te quiere ayudar a que vos generes las condiciones macroeconómicas para
que esto después funcione solo. Que vos me puedas pagar, que le pagues a los
acreedores y que después tengas una economía de mercado que funcione sola. Sin
ayuda del Fondo, ni de nadie.
A través de este análisis, puede pensarse que las
duras exigencias del FMI a los países que se ven obligados a recurrir a su
ayuda técnica y financiera solo pueden plantearse y aceptarse en el marco de
esta forma de dominación burocrática, que no obedece solo al poder económico,
sino a un ejercicio del poder también fundado en los beneficios del capital
simbólico. Es este segundo aspecto el que resulta menos evidente: el
reconocimiento del poder (legitimidad) del dominante implica el propio
desconocimiento del dominado de la arbitrariedad de ese poder (violencia
simbólica).
IV.
Temporalidad y poder: inercia histórica
Esta sección analiza otro elemento de la dominación
burocrática durante el reciente ciclo de endeudamiento (2018-2023) entre
Argentina y el FMI. Se centra en una dimensión crucial de la burocracia
destacada por Bourdieu: la temporalidad.
La temporalidad no se refiere al mero tiempo
cronológico, sino al tiempo como experiencia social encarnada: el tiempo como
producto y condición de la acción. Es una acumulación de años, incluso décadas,
de presencia institucional que confiere prestigio y legitimidad simbólica. El
tiempo, en este sentido, no es solo capital simbólico acumulado a lo largo del
tiempo —un reconocimiento de su papel tradicional en el campo—, sino también
una forma de poder. Como se demostrará en esta sección, la experiencia instrumental
del tiempo se convierte en un mecanismo para estructurar la temporalidad de los
otros, una de las prerrogativas centrales, y a menudo ignoradas, de la
dominación burocrática. Es el ejercicio del poder sobre los horizontes
temporales de los dominados.
Se le pregunta a otro entrevistado, un ex director de
un banco estatal durante el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023), ¿qué es
el FMI? Entre otras definiciones, afirma:
Es el que
administra los procesos por los cuales ese endeudamiento se va regulando y se
va combinando las estrategias sobre cada uno de los países endeudados,
representando siempre el interés de los acreedores.
Posteriormente se le pregunta sobre el acuerdo firmado
con el Fondo en 2018, que consistió en un préstamo récord al gobierno argentino
de ese entonces.
Es un
acuerdo que claramente tiene un componente geopolítico muy importante, que lo
hace distintivo respecto a otras intervenciones del Fondo. Es distinto a los
anteriores. El acuerdo que se establece es un acuerdo que permite el control de
la política económica hasta el 2034 por parte de Estados Unidos, y seguramente
se van a prolongar más las condicionalidades.
A los fines de este análisis, no resulta tan relevante
la visión del entrevistado sobre el organismo crediticio como factor de poder
internacional y su capacidad de injerencia directa en la economía de un país
—especialmente a través del último acuerdo stand-by—
como sí lo es otro aspecto subyacente en su respuesta, menos evidente, pero no
por ello menos determinante. El Fondo “administra los procesos”, regula,
controla, combina estrategias y, a partir de determinado momento lo hace de una
forma distintiva, como nunca antes, e incidiendo decididamente a futuro. En
términos de Bourdieu, puede pensarse el FMI, como poseedor de formas de
capital, no sólo económico, sino también simbólico, que ejerce una dominación
que se hace efectiva por poseer una acumulación de años como agente
determinante del campo financiero internacional. Como dominante del campo, no
sólo se sirve por los privilegios concernidos a la posición, capaz de hacer que
las fuerzas inherentes al campo jueguen invariablemente a su favor, sino que también
cuenta con la posibilidad de estructurar la temporalidad de aquellos agentes
dominados, condicionando desde las condicionalidades (la redundancia es
intencional) del pasado hasta proyectar las posibilidades a futuro, “hasta
2034”, “y seguramente se van a prolongar más…”.
Dice Bourdieu:
…el capital, esa
suerte de memoria histórica, de inercia histórica (…). Si hay que hablar de
capital, es porque el mundo social es tal que tiene una memoria. Como decía
Leibniz, “el presente está preñado de futuro”. Si el presente está preñado de
futuro, es porque en cada momento del presente de las personas tienen los
medios de dar forma al futuro, y lo crucial es esa suerte de puente entre lo
presente y lo porvenir; las definiciones más clásicas de los economistas aluden
a esa propiedad. (Bourdieu 2021, 189)
El capital, entonces, tal como lo define Bourdieu, es
“tiempo acumulado” (Bourdieu 2021, 223). Y esto es válido para todos
los tipos de capital, entre ellos el económico y el simbólico. El
reconocimiento del FMI como institución y su capacidad de brindar asistencia
técnica y, fundamentalmente, apoyo financiero, es producto de una presencia histórica
de relevancia internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta
la fecha, más allá de los distintos cambios atravesados y las variaciones de su
peso específico en las relaciones financieras internacionales. Por ello, el
poder simbólico del Fondo, dotado de capital económico, sigue siendo relevante
incluso cuando este experimenta una pérdida de peso relativa en relación a la
deuda total de las Estados deudores tras la emergencia de los mercados de
capitales.
El reconocimiento
de la experiencia histórica conlleva implicaciones condicionantes para el
futuro. Otra
temporalidad emana de la propia acción del Fondo, al estructurar las
expectativas y perspectivas de los prestatarios. Las condicionalidades
asociadas a planes de ajuste y sus sucesivas revisiones a cargo de los
enviados, prefijadas de acuerdo a un calendario estricto, así como también el
cumplimento de los pagos correspondientes y los viajes a Washington de los
sucesivos ministros de economía y sus principales asesores, todas ellas
constituyen una serie de acciones envueltas en y, a la vez productoras de, una
temporalidad específica, propia del campo burocrático específico. Las
condicionalidades del FMI son, a la vez, un tiempo condicionado.
En este sentido, la experiencia de un ex ministro de
Economía, durante el reciente período de endeudamiento (2018-2023) sirve para
conocer las implicancias temporales y espaciales de la relación con el Fondo.
Su experiencia y reflexiones a continuación sirven para comprender como la
cartera económica del Estado debe compartir y consensuar la administración de
su agenda con “la última instancia” en pos de acceder
a su capital simbólico. Intentos por ignorar o contradecir la soberanía
compartida de esta genera reacciones de la última instancia. Al respecto, la
experiencia en el Ministerio lleva al exfuncionario a reflexionar sobre la
autonomía del gobierno durante su gestión:
[El
gobierno] pierde libertades. El FMI te condiciona mucho. Se viene a instalar
una oficina en cada país que firma un crédito del Fondo. Esa sola situación de
tener una oficina en el Banco Central o en el Ministerio de economía,
preguntándote todo el tiempo cuales son las políticas que estás haciendo y
diciéndote este si, estas no, es básicamente una pérdida de soberanía. La
autodeterminación de cada uno de los gobiernos se debilita, estando el FMI. A
mí me pasó con una política que implementamos que era algo muy sencillo. (…) Y
cuando sacamos la norma legal, llama el FMI para preguntar por qué lo habíamos
hecho sin autorización, sin consultar. (…) Se enteraron por el boletín oficial,
ni siquiera por los medios porque era algo muy burocrático, muy burocrático. Y
llamaron para preguntar por qué lo habíamos hecho. Y ahí me acuerdo que me shockeó.
La rutina de la dependencia (Kedar
2012) alcanza su punto culmine durante los periodos de acuerdos: “Cuando uno
tiene un contrato con el Fondo, tiene contacto permanente, no podés evitar las reuniones. Son todas las reuniones largas.
Te llevan mucha energía y mucho tiempo”.
La dinámica de la relación obliga al Ministerio de
Economía a adaptar sus agendas a los requerimientos del Fondo. Tras jurar como
ministro, llegó el momento de presentarse ante el Fondo:
Después de
la reunión de presentación tuvimos reuniones de trabajos, con agendas, números.
Íbamos con muchísima documentación, muchísima información de Argentina. Fue una
reunión de dos horas, después unos 20 minutos con el gerente general y después
unas 6 horas de trabajo y al día siguiente otras 4, 5 horas de trabajo y ya
después me volví” (a Argentina). (…) También en esa época yo tenía el teléfono
móvil del director general. Nos comunicábamos a veces, pero intentaba que no se
convirtiera en algo habitual.
Entrevistador: ¿Había
alguna intención por parte de ellos de ponerse en contacto con usted?
Entrevistado: [interrumpe]
Sí.
El tiempo forma parte del capital del dominante y, así
como este impone las reglas del juego, también estructura la temporalidad de
los dominados, quienes —por necesidad o sumisión— quedan sometidos a sus
ritmos. Todos, sin distinción, se convierten en víctimas de la espera: ya sea
ante la incertidumbre por una aprobación[7],
una reunión, un desembolso o, en su forma más crítica, ante la expectativa de
un cambio político que agilice los mecanismos de una burocracia que, a
diferencia de los demás, parece disponer ilimitadamente del tiempo, como si
este le perteneciera.
Un ex secretario de Estado durante el periodo de
endeudamiento relata:
Teníamos encuentros en Argentina y en Estados
Unidos. (...) Las primeras revisiones transpirabas bastante. La primera vez que
fui, fue bastante tenso. Éramos un nuevo equipo, no nos conocía nadie. (...) Yo
me acuerdo que para llegar a un acuerdo, fui 5 veces. Y eran discusiones que
arrancábamos a ocho de la mañana y terminábamos a las seis de la tarde. He
escuchado comentarios donde me han dicho que en la época de Macri que han
viajado una vez y no fueron más. Así que fíjate el poder que tenés que tener en términos políticos en algunas veces, que
la parte técnica pasa a un segundo plano completamente. En la parte política no
teníamos apoyo.
A este respecto, Bourdieu afirma:
En la
relación entre mi espera, entre el hecho de que espero algo del juego, y la
estructura del juego, la estructura de las posibilidades objetivas procuradas a
alguien como yo, (…) se crean el poder que el juego ejerce sobre mí y, al mismo
tiempo, el poder que ejercen sobre mí quienes tienen poder sobre el juego. (Bourdieu
2021, 21)
Las consecuencias de esta relación asimétrica no se
reducen únicamente a una dependencia económico-financiera —determinante para
cualquier política pública de los países prestatarios, y particularmente en un
caso como el de Argentina—. También implican la pérdida de una temporalidad
propia, capaz de romper con la inercia del pasado que estructura la crisis
presente y proyecta pronósticos funestos hacia el futuro. Esta dimensión
temporal está implícita en las formas de dominación tecno burocráticas y son
parte insoslayable de una relación que suele analizarse como solo de índole económico-financiera.
A modo de conclusión de esta relación entre poder y
tiempo, en el mismo texto Bourdieu señala que desde la perspectiva del dominado
todo se hace imprevisible, “lo cual significa que lo peor no es siquiera seguro
y lo mejor no es siquiera posible”.
Como señala Bourdieu, el campo tiende a beneficiar a
los dominantes. Hay un principio conservador en el que la dinámica del campo
reproduce la posición de los dominantes y la de los dominados. Como ya se ha
señalado, la relación de un país deudor con el FMI en tiempos de crisis
financiera y económica internacional es decisiva para estabilizar las
obligaciones contractuales con los acreedores. Este patrón es aún más evidente
para los "deudores crónicos", es decir, aquellos países cuya
reproducción de su posición en el campo financiero internacional depende
principalmente de la obtención de nueva deuda. En este escenario, “el tiempo”,
“la espera” o dicho de otro modo, el calendario de vencimientos aumenta el
poder del Fondo (en todas sus dimensiones). La acción, inacción, demora o
inactividad de la última instancia, (expresada por su personal o por el
directorio) son formas distintas de una misma relación de dominación. La
quietud en el devenir de los vencimientos no hace más que acrecentar la
sumisión del dominado, siempre y cuando este último siga apostando en el juego,
sin desentenderse de las reglas, sin salirse de él. Un ejemplo reciente en
palabras de un entrevistado sirve para ilustrar lo expuesto.
Durante el último período de endeudamiento
(2018-2023), cuando Argentina necesitaba sancionar un nuevo acuerdo en 2021
para refinanciar los vencimientos del SBA "fallido" de 2018, la
administración del tiempo era ajena. En
palabras de un ex funcionario de alto rango gubernamental:
En
diciembre del 2021, el acuerdo técnicamente estaba cerrado, pero no lográbamos
el acuerdo en términos políticos con Estados Unidos fundamentalmente (...). El
mundo tenía otros problemas y nos costaba mucho (...) Ya teníamos los teléfonos
muy bloqueados. No conseguíamos poder resolver el tema. Argentina no quería
caer en default con el FMI, pero no teníamos los recursos para pagar el acuerdo
de Macri. Era absolutamente imposible. Pero bueno, en la Casa Blanca no
podíamos terminar de cerrar la negociación.
Finalmente,
funcionarios del gobierno acceden a una reunión en la Casa Blanca con el
secretario del Tesoro, Anthony Blinken a quien
plantean la imposibilidad de hacer frente al próximo vencimiento del Fondo, que
debía hacerse en las próximas semanas. Este impago,
iba a generar una
crisis para Argentina en principio, pero también para toda la región. Porque si
Argentina entra en crisis con el FMI, eso va a contaminar la región. (...)
Estas crisis nosotros las conocemos. Tras esa reunión, logramos una declaración
de Blinken que fue muy positiva: Que Estados Unidos
va a ayudar a la Argentina. Eso fue un alivio, por lo menos quita presión. Al
menos con los plazos. (...) A partir de esa reunión, se destrabó. Solo fuimos
porque el calendario corría y el reloj de arena estaba dado vuelta. Después de esa reunión llaman a Guzmán y se
retoma la negociación. No hablábamos desde hace un mes con el Fondo. Un mes
después se aprueba.
Además de destacar la importancia del apoyo político,
y en particular, el de su miembro más poderoso, esta cita muestra cómo la
burocracia del FMI, que lo regula todo, se reserva la autodeterminación del
tiempo (el propio y el ajeno), variable clave en la relación con el país deudor
en situación de crisis. El monopolio del cronograma está convenientemente
enmarcado en el cumplimiento de las “obligaciones de la regulación”. Esto
también quedó en evidencia cuando el FMI tuvo que cumplir con emitir un informe
de evaluación ex post del cuestionado acuerdo sancionado en 2018. Esta
obligatoria autoevaluación del FMI (que no corresponde a la Oficina de
Evaluación Independiente sino al propio personal) fue finalmente publicada el
22 de diciembre de 2021. Además de ser una fecha con poca atención mediática,
el informe de autoevaluación se redactó cuando las negociaciones para un nuevo
acuerdo ya estaban avanzadas -técnicamente cerradas, según una fuente
entrevistada y según publicaron los medios-, apenas tres meses antes de su
sanción oficial -lo que prácticamente lo saca de la agenda pública (Presidencia
de la Nación 2022; Página/12 2021; IOL invertironline
2021; Análisis Urbano 2021; Sticco 2021).
El Fondo no sólo gestiona el momento de las
revisiones, desembolsos, reformas y autoevaluaciones para reproducir su
legitimidad y al menos preservar su reputación. En tanto última instancia, el
Fondo reconoce la eficacia de su inacción en las negociaciones. Esto se hace
evidente en una experiencia previa al default de 2001. Un gobierno urgido por
los compromisos económicos suscribe la dinámica de trabajo propuesta por el
Organismo. La agenda de la deuda también aumenta la posibilidad de sancionar
acuerdos “imposibles”, como percibió un funcionario en el período anterior a la
crisis de 2001. Un alto funcionario del Ministerio de Economía en 2001
reflexiona:
Me acuerdo
el FMI en el 2001, que hicimos el programa en deflación y con la
convertibilidad, sin cepo manteniendo el acceso a los mercados. (...) Cuando se
firma este programa y se fija una meta fiscal del 2001 pero el staff del Fondo,
ya no el directorio, cuando eso baja hace una trimestralización muy complicada.
Ahí sí puede haber cierta flexibilidad que no hubo. En general, si vos largas
un programa, tanto al gobierno como al Fondo le convienen que el primer
trimestre se cumpla. (...) El Staff era muy duro, puso metas muy difíciles que
no se cumplieron. En el medio cae Machinea. Ese
programa que era tan importante no duró ni tres meses. No llegó a cumplir la
primera meta. Del lado del Fondo dirán: “Los argentinos son un desastre”. Yo te
puedo decir que del lado del Fondo nos pedían que firmemos un acuerdo
imposible, y no íbamos a poder. Pero como no teníamos otra opción lo firmamos y
después no pudimos. Pero bueno, a nosotros tampoco nos apuntaban con una
pistola. Fue un acuerdo que se firmó y era un gobierno que estaba en disolución
política.
Este
último comentario sobre que Argentina no esté obligada a firmar este acuerdo,
que parece contradecir la referencia anterior de que el Fondo es la única
opción, sirve para demostrar la violencia simbólica del FMI, en la que los
prestatarios en una relación asimétrica legitiman la dominación sobre a las que
están sometidos (Bourdieu 2001). Si bien las autoridades locales y el FMI
comparten el interés por sancionar un acuerdo, la acumulación de tiempo es
asimétrico. La desposesión de tiempo de espera por parte de las autoridades
locales hace que el acuerdo por acordar entre el dominante y el dominado
transformen la relación de fuerza en favor del primero.
En
relación con el anterior ejemplo histórico mencionado corresponde con las
declaraciones posteriores al default argentino del 2001 de Thomas Dawson,
director del Departamento de Relaciones Exteriores en 2002, quien señalaba que
“es más importante hacer las cosas correctas que rápidamente” en respuesta al
nuevo apuro del Gobierno argentino por firmar un acuerdo (López Cóppola et al. 2003, 10). La espera del Fondo, devenida
discursivamente en templanza y mesura, aumenta su poder de negociación.
La sola posibilidad de recurrir a la "última
instancia " en las crisis será suficiente no sólo para firmar y afirmar un
acuerdo sino también para declarar que es propio, fruto de su voluntad.
Mientras el Fondo sea considerada "la única salida", los deudores
pueden incluso ahora expresar "Propiedad" (ownership)
de los Acuerdos. Este nuevo concepto, es una nueva invención del Fondo desde la
reforma de la última década que funciona como una autoafirmación explícita de
la responsabilidad local del destino de los acuerdos. Es la reafirmación
técnica de la "ética de la autoayuda", en la que cada prestatario es
el único responsable de su situación (Ricci y Divito 2024, 127).
V.
Reflexiones finales
Por lo tanto, la cuestión de “¿qué es el FMI?”
permanece aún sin una respuesta definitiva, y el presente análisis constituye
únicamente un primer esbozo para abordarla. En tanto organización internacional
y instancia supranacional que se presenta —y es
percibida— como legítima, la burocracia del FMI —compuesta por su staff y su
directorio— guarda, desde nuestra perspectiva, una particular afinidad con la
burocracia estatal, la cual ha sido objeto de análisis en estudios sociológicos
como los de Bourdieu. Asociada a la creación del propio Estado Moderno,
impuesto por el monopolio de la violencia física legítima, en su descripción
weberiana (Weber 1986), y con el agregado sustancial de Bourdieu al señalar
también la monopolización de la violencia simbólica (Bourdieu 2012), la
burocracia administrativa, aparece como el centro de gravedad, insoslayable en
todo análisis del Estado.
Analizar la estructuración de las relaciones de poder
en el campo financiero internacional desde la teoría de los campos de Pierre
Bourdieu permite comprender el posicionamiento de los Estados deudores, siendo
Argentina —por la recurrencia de su endeudamiento— un caso ejemplar. Su
constante necesidad de financiamiento externo no solo la convierte en un actor
habitual dentro del campo, sino que también la ubica estructuralmente del lado
de los dominados, debilitando las decisiones soberanas[8]
frente a instituciones internacionales como el FMI. Esta relación de poder, en
detrimento de la soberanía del Estado-nación es testigo de la transformación y
expansión de la burocracia en tanto forma de dominación. Richard Sennett lo ha descripto en “La cultura del nuevo
capitalismo” (2006) señalando la transformación de la “pirámide” burocrática bismarckiana, el tipo militar de organización, y el pasaje
a una nueva forma de organización, menos rígida, flexible, cuyo centro no es
responsable de las consecuencias de sus actos, con fuentes de poder menos
visibles que en el modelo anterior.
Desde sus formas primigenias que se remontan al
derecho canónico de la Edad Media ,pasando por sus formas premodernas del SXVI
y SXVII, hasta su cara más reconocible y archi estudiada de fines del SXIX y su
consolidación en el SXX, el modelo weberiano , como se la sintetiza e
identifica, el fenómeno de la burocracia presenta desde fines del siglo pasado
hasta el presente, un fuerte carácter internacional, incrementado a la luz de
la pérdida de las capacidades estatales producto de esa misma internacionalización,
de las entidades nacionales. Cuando se señala el predominio del poder global,
ilustrado primariamente por el poder económico financiero y el de las
tecno-telecomunicaciones, también se piensa en las instituciones globales (ONU,
BM, FMI). Pero en este último caso, se estudia menos las razones de su
preeminencia y se da por sentado que por el hecho de que sean globales y que
hayan surgido de un acuerdo internacional, no requieren de mayor reflexión
crítica. Es el caso de una organización internacional como el FMI. Su función
aparente, ligada estrictamente a lo económico, criticada o no, pero siempre
aceptada, reconocida con gestos de genuflexión o con resignación, pero siempre
legitimada, parece ocultar los fundamentos de un poder que no se ciñe solamente
al espacio de la racionalidad instrumental financiera.
En este artículo, siguiendo a Bourdieu, hemos elegido
dos ejes a analizar: la universalidad y la temporalidad. Entendemos que ambos
son cruciales en la constitución social de un poder legítimo. Lo visto hasta
aquí podría sintetizarse señalando que lo universal presenta dos dimensiones.
Por un lado, la pretensión de que los fines perseguidos son los de todos, de
que ningún interés particular guía la acción (desinterés), por el otro, la
universalización de una ética, a través de la recurrencia a valores universales.
La temporalidad
también presenta dos dimensiones. Por un lado, los años que lleva de existencia
la institución en el concierto internacional como fuente de reconocimiento de
sus actos y, por el otro, su capacidad de estructurar la temporalidad de
aquellos que se someten a su dominio. La burocracia en tanto forma de
organización presenta mecanismos específicos, como la apelación a la
universalidad por vía del interés en el desinterés y la apropiación de la
temporalidad (propia y ajena), a través de los cuales se puede comenzar a
comprender algunos aspectos del poder del Fondo Monetario Internacional. Quizás
la pregunta sobre “¿qué es el FMI?” no termine de ser respondida, en todo caso
este artículo vale como advertencia de que, seguramente, es algo más de lo que
se suele pensar que es.
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* Licenciado en Sociología por UCES,
Magister en Políticas Públicas por la Universidad de Sydney y doctorando en Ciencias
Sociales por UNSW, Australia. Tutor y docente en UNSW y Acknowledge Education.
** Licenciado en Sociología, Magister
en Investigación Social por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Docente
en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Ciencias Empresariales y
Sociales. Actualmente se desempeña como asistente de proyectos en OIM
Argentina.
[1] Esta
dinámica cotidiana ha sido referida por Kedar como “rutina de la dependencia”
(2012).
[2] Varios
autores reconocen el “sello de aprobación” que de la organización les otorga a
los países deudores a través de su monitoreo. Algunos autores incluso van más
lejos y comprueban el “efecto catalítico” que genera la presencia del FMI
(Bauer et al. 2012; Edwards 2006; Diaz-Cassou et al. 2006; Cottarelli y
Giannini 2003).
[3] Por ejemplo, frente a la
conocida crisis de legitimidad que atravesó el FMI a comienzos del siglo XXI,
el bajo nivel de endeudamiento de sus países miembros a principios de la década
de 2000 afectó gravemente su equilibrio financiero. Esta situación resultó
especialmente crítica dado que, desde la reforma institucional impulsada en la
década de 1980, los intereses generados por los préstamos —junto con las
cuotas— constituían una fuente central de ingresos para el organismo (Bloom,
2011). En este contexto, el FMI se vio obligado a implementar una significativa
reducción de su personal, consecuencia directa del descenso en los niveles de
endeudamiento (Helleiner y Momani 2007).
[4] Por
solicitud de los participantes, las restantes cuatro no fueron registradas. El
entrevistador estuvo autorizado a realizar notas sobre las respuestas de los
entrevistados.
[5] Del mismo modo, otro testimonio encuentra en
el devenir histórico de la relación la tensión o contradicción existente entre
el interés global y los intereses geopolíticos que habitan la organización. Al
respecto, un exministro durante el nuevo periodo de endeudamiento define al
Fondo como:
“Un organismo de la segunda posguerra que tiene como objetivo original
llevar un mecanismo de compensación de flujo de capitales para evitar
movimientos muy abruptos de economías entre países. (..) El Fondo
después se fue desvirtuando y es un instrumento de poder donde esta
centralmente representados los intereses de las potencias. Principalmente
Estados Unidos. El FMI se fue convirtiendo en un gran divulgador de una
ideología económica” (énfasis
agregado).
[6] El debate en
torno a la distribución del poder en las organizaciones internacionales —y en
el Fondo Monetario Internacional en particular— ha ocupado un lugar destacado
en la literatura académica (Nemiña 2019; Meibauer 2023; González 2001; Waltz
2010; Keohane 1984). En este contexto, la incorporación del enfoque
bourdieusiano al campo de las relaciones internacionales representa una
alternativa teórica que permite trascender la clásica dicotomía entre
estructura y agencia, abriendo nuevas posibilidades para el análisis de las
dinámicas de poder (Adler-Nissen 2012).
[7] Esto
puede verse ejemplificado también en el año 2002 tras la declaración default y
la insistencia del ministro Lenicov por alcanzar un acuerdo con el Fondo. El
apuro de las autoridades locales por “cerrar” un acuerdo frente a las presiones
del tiempo es evidente después del default argentino en el 2001 y las
emergentes autoridades nacionales, en proceso de construcción de legitimidad.
Su “urgencia” fue contestada por Thomas Dawson, director del Departamento de
Relaciones Exteriores en 2002, disuadiendo el apuro argentino al remarcar que
era “más importante hacer las cosas correctas que rápidamente” (López Cóppola
et al. 2003, 10). La negativa no estaba exenta de preceptos morales.
[8] A esa dependencia
estructural desde el punto de vista económico, debe sumarse el contexto globalizador,
en el cual diversos autores han señalado las consecuencias sobre la soberanía
estatal frente al poder de las instancias internacionales (Bauman 1998; 1999)