“¿QUÉ ES EL FMI?” PODER SIMBÓLICO Y BUROCRACIA SUPRANACIONAL. LA RELACIÓN CON ARGENTINA (2018-2023)

 

Germán Ricci*

University of New South Wales

* german.ricci@unsw.edu.au

 


Horacio Divito**


Universidad de Buenos Aires – Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales

* horaciodivito@gmail.com

 

 

Recibido: 13 de mayo de 2025

Aceptado: 5 de septiembre de 2025


DOI: 10.46553/colec.36.2.2026.p207-240



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Resumen: El Fondo Monetario Internacional (FMI) es una de las organizaciones internacionales más debatidas, pero su definición carece de consenso. Este artículo aborda la pregunta "¿qué es el FMI?" desde la perspectiva sociológica de Pierre Bourdieu, analizando cómo lo definen actores con experiencia en la relación entre el Fondo y un país deudor. A partir de 26 entrevistas con funcionarios del gobierno argentino y miembros del FMI involucrados en el endeudamiento de Argentina (2018-2023), se identifican elementos clave de su poder simbólico, vinculados a su naturaleza burocrática. Destacan dos dimensiones: la universalidad, expresada en su pretensión de neutralidad y promoción de valores universales, y la temporalidad, reflejada en su reconocimiento histórico y su influencia en la estructura temporal de los países endeudados. Se concluye que la burocracia emplea mecanismos específicos, como la apelación al interés en el desinterés y la apropiación de la temporalidad, para consolidar su poder.

 

Palabras clave: Fondo Monetario Internacional; poder simbólico; Bourdieu; temporalidad, universalidad

 

 

“WHAT IS THE IMF?” SYMBOLIC POWER AND

SUPRANATIONAL BUREAUCRACY: THE

RELATIONSHIP WITH ARGENTINA (2018-2023)

 

Abstract: The International Monetary Fund (IMF) is one of the most debated international organizations, but its definition lacks consensus. This article addresses the question "What is the IMF?" from the sociological perspective of Pierre Bourdieu, analyzing how actors with experience in the relationship between the IMF and a debtor country define it. Based on 26 interviews with Argentine government officials and IMF members involved in Argentina's indebtedness (2018-2023), key elements of its symbolic power, linked to its bureaucratic nature, are identified. Two dimensions stand out: universality, expressed in its claim to neutrality and promotion of universal values, and temporality, reflected in its historical recognition and its influence on the temporal structure of indebted countries. It is concluded that bureaucracy employs specific mechanisms, such as appealing to self-interest and appropriating temporality, to consolidate power.

 

Keywords: International Monetary Fund; Symbolic Power; Bourdieu; Temporality; Universality

 

 

 

 

I. Introducción

 

La pregunta sobre “¿Qué es el FMI?” podría empezar a responderse, al menos de forma provisoria, a través de una breve descripción de su origen, su función y su forma de organización.

Como se sabe, el Fondo Monetario Internacional (FMI) fue creado junto con el Banco Mundial en el marco de los Acuerdos de Bretton Woods en 1944 al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Inicialmente, el mandato del Fondo promovía la cooperación y la estabilidad monetaria internacional. Para ello, el FMI ponía a disposición de sus miembros recursos económicos para corregir los desajustes en sus balanzas de pagos. Al mismo tiempo, el Fondo vigilaba los tipos de cambio y trabajaba en consulta y colaboración sobre los problemas monetarios internacionales (Department of State 1944).

A lo largo de las décadas, el FMI fue reformado en varias oportunidades y amplió el alcance de sus funciones originales. Actualmente, el Fondo tiene tres tareas principales. En primer lugar, el FMI brinda asistencia técnica y capacitación en temas económicos a los bancos centrales y ministerios de finanzas de sus distintos Estados miembros. En segundo lugar, el FMI realiza misiones periódicas de vigilancia para monitorear el desempeño económico de sus miembros y evaluar los riesgos nacionales, regionales y globales (bajo el cumplimiento del Artículo IV de su convenio Constitutivo). En tercer lugar, el Fondo ofrece una serie de préstamos a los miembros que experimentan crisis de balanza de pagos (FMI 2022). Para llevar a cabo estas tareas, el FMI desarrolla una relación diaria con los funcionarios del país prestatario, publica documentos sobre los acuerdos e informa sobre los diagnósticos y proyecciones económicas de los países requeridos por los actores del sector financiero[1]. Como se evidencia, la contribución del FMI a los países miembros va más allá del capital económico a través de préstamos. También pone en juego una serie de “conocimientos” económicos que sus miembros y el resto de los agentes financieros reconocen[2].

El FMI tiene una estructura compleja que combina la representación de los estados miembros en el directorio y un grupo de “expertos técnicos” en el personal. Esto da como resultado una estructura de poder en la que coexisten intereses políticos y burocráticos (Barnett y Finnemore 1999). En la cima del organigrama se encuentra la Junta de Gobernadores, el máximo órgano de decisión del FMI (FMI 2022). La Junta de Gobernadores está compuesta por un gobernador designado por cada país miembro que suelen reunirse una vez al año y delegan la mayor parte de sus poderes en el Directorio del FMI que es responsable de gestionar las operaciones cotidianas de la Organización. El directorio actualmente está integrado por 24 miembros (directores) que representan a los diferentes países miembros de acuerdo con el poder de voto de cada uno. Este poder de decisión corresponde a la contribución económica que cada país hace al Fondo. Es decir, la cuota de los países miembros y sus votos en el directorio están directamente vinculados. Los miembros carecen de posibilidades de incrementar la cuota voluntariamente (y con ello incrementar el poder de su voto) dado que el aporte de cada miembro es definido por el FMI a partir de su análisis económico (basado en el supuesto peso relativo de las economías a nivel global).

Basado en la posición económica relativa de los países en la economía mundial (revisada cada cinco años y cuya reforma requiere una mayoría calificada), esta distribución de poder ha posicionado históricamente a Estados Unidos como el país más poderoso estructuralmente dentro del FMI (actualmente con 16,5 cuotas) y a la abrumadora mayoría de países, como Argentina, con menos del 1%. A pesar de varias reformas a lo largo de sus más de 70 años de historia, Estados Unidos siempre ha conservado más del 15% de la cuota de voto, mientras que otros, como Argentina, se han quedado con una cuota/poder de voto residual (Lesage et al. 2015). La actual subrepresentación de algunos países como China ha sido ampliamente cuestionada, aunque difícilmente sea corregida mientras Estados Unidos conserve el poder de veto, que lo convierte en al actor clave para implementar cualquier iniciativa (Lesage et al. 2013; Momani 2015) Por otra parte, el Organismo también se financia partir de los intereses de los préstamos que otorga. Es evidente que en la organización coexisten incentivos materiales para otorgar préstamos[3] (International Monetary Fund 2018).

El directorio ejecutivo del FMI nombra al director gerente del Fondo, que tiene un mandato de cinco años y que formalmente define el personal del Staff, tecnócratas que llevan a cabo las relaciones diarias con el país prestatario. A diferencia del directorio ejecutivo, la lógica que define a los miembros que conforman el personal responde a su experiencia técnica (Woods 2006: 29-32). Sin embargo, la selección del personal no ha estado exenta de críticas respecto a la influencia de las grandes potencias ya que históricamente economistas con estudios en Estados Unidos e Inglaterra han conformado el staff de la organización (Woods 2003; Momani 2005). A su vez, esta estructura de poder ha generado debates académicos en torno a la agencia del Fondo, centrados en si dicha agencia reside principalmente en su personal burocrático, con intereses propios, o en sus directores, donde el peso geopolítico de los países más poderosos se manifiesta a través de la distribución asimétrica del directorio, la cual consagra la preeminencia de Estados Unidos.

 El Staff y el directorio mantienen tres tipos de reuniones formales sobre países y sobre políticas. Las más importantes son las “reuniones decisorias”, en las que el Directorio define generalmente por consenso. A su vez, hay dos tipos de reuniones de proceso: las reuniones “to engage” en las que el directorio escucha al staff y por ultimo las reuniones conocidas como “engagement to brief” en las que el directorio informa al staff sobre determinados temas.

La fisonomía del FMI no solo se define por sus características estructurales. Desde la teoría de Bourdieu, la definición del FMI debe incluir las estructuras sociales externas e internas, es decir, entre lo social encarnado y lo social objetivado (Dimas 2018). La eficacia y reproducción de la estructura de poder objetivo del FMI en el campo financiero internacional es posible siempre y cuando los agentes en el juego reconozcan y construyan una visión del mundo que internalice el poder del Fondo. Más allá de reconocer las lógicas posicionales y la historia objetivada en forma de estructuras y mecanismos institucionales, queda completar las lógicas disposicionales que les dan forma, significados y eficacia social al Fondo en el campo, es decir la historia encarnada en cuerpos, en forma de habitus. En otras palabras, la imagen de lo qué es el FMI y su funcionamiento en el campo financiero internacional se completa también con la manifestación de los agentes que participan en dicho campo, en función de las disposiciones adquiridas, donde el organismo internacional se presenta como dominante. Por lo tanto, este artículo de investigación pretende contestar qué es el FMI a partir de la visión que tienen distintos agentes en el campo con experiencia en la relación con un país prestatario. Para ello, se llevaron a cabo entrevistas en profundidad semi estructuradas a funcionarios que comparten un mismo habitus: profesionales inmersos en el campo financiero internacional con experiencia en la relación entre Argentina y el FMI. En algunos casos, la trayectoria profesional los ha colocado en representación de más de uno de los principales actores que conforman dicho campo: el FMI, el Estado Argentino y/o consultoras privadas.

Las definiciones de los entrevistados sobre lo que es el FMI y los intereses que representa, oscilan entre los que la perciben como una organización o institución de carácter global, o el que la define sólo por su función de servir a los intereses del capital financiero internacional, o hasta el que lo ve como una cooperativa de crédito. Seguramente no es fácil consensuar una definición. No hay dudas que, como se ha descripto anteriormente, es una organización compleja conformada por socios con distinto peso en el poder de decisión, con un staff que responde a un directorio no igualitario con un gran actor predominante con decisivo poder de veto. Pero, a la vez, esta instancia supranacional, percibida por algunos como amenaza y por otros como instancia de ayuda a la cual recurrir, sospechado como instrumento de los países más poderosos o agente al servicio de los intereses financieros internacionales, desde su propia perspectiva se presenta a sí misma como una organización internacional, representante de lo universal y defensora de lo universal. Desde su misma fundación, resultado de los acuerdos de posguerra a mediados de la década de 1940, se ha dispuesto a permanecer en el concierto internacional como actor relevante.

Como toda organización burocrática, el Fondo Monetario Internacional posee una historicidad, una trayectoria que permite identificarlo como un agente dominante dentro del campo financiero internacional en relación con los Estados deudores (Ricci y Divito 2021, 101-102).

Una expresión concreta de este posicionamiento es su legitimada presencia cotidiana. A través de las revisiones previstas por el Artículo IV de su Convenio Constitutivo —que se aplican a todos sus miembros y se realizan en nombre de un bien común, la estabilidad financiera global— el Organismo concentra, procesa y redistribuye información financiera a escala global. Más aún, efectúa una unificación teórica de lo que se considera financieramente relevante, que es reconocida por los demás actores del campo.

Esta presencia, exacerbada en tiempos de acuerdos condicionales no está exenta de juicios altamente sensibles para el mercado, lo que ha llevado a varias investigaciones a enfatizar en su sello de aprobación (Edwards 2006; Ricci y Divito 2021; Kenen 1987). Esta presencia, junto con sus señales, es leída e interpretada por el resto de los actores que componen dicho campo. En este sentido, el Fondo, al ser percibido como agente preponderante en cuestiones de finanzas internacionales, se constituye también como una institución poseedora y proveedora de capital simbólico.

Pensar al FMI como un agente dominante dentro de un campo internacional que cuenta con capital económico y capital simbólico, capaz de estructurar las relaciones de fuerza con aquellos que no ocupan una posición privilegiada en ese espacio de relaciones, tal vez ayude a analizar esta institución que, como todo objeto social complejo, no es solamente lo que se presenta a primera vista.

Por lo tanto, este articulo retoma los escritos de Bourdieu sobre la burocracia para desentrañar algunos aspectos que hacen a esta organización tan particular. De carácter eminentemente supranacional, el Fondo parece asumir poderes estatales sin ser un Estado, que reúne a la mayoría de los Estados, pero con una minoría que ostenta mayor poder y uno dentro de esa minoría con más poder que todos. Si bien cuando Bourdieu analiza la dominación burocrática, la piensa desde la burocracia estatal y su papel fundamental en la conformación del Estado moderno, sus ejes principales, la temporalidad y universalidad, son asimilables, a una organización como el FMI, que incluso presenta variados elementos identificables con un Estado (Bourdieu et al. 1994).

En cuanto a la universalidad, el sociólogo francés, en su análisis sobre la burocracia del Estado Moderno, subraya la pretensión de toda burocracia de presentarse como desinteresada, al servicio de un bien público. La burocracia no parece perseguir intereses particulares, generalmente asociados con intereses meramente económicos o que persiguen algún tipo de bien material, pero eso no significa que no tenga un interés, como dice Bourdieu al menos se tiene un interés en el desinterés. La representación que el campo burocrático busca darse a sí mismo y dar de sí mismo, es la de un universo en el que los agentes sociales no tienen ningún interés personal y sacrifican sus propios intereses por lo público, por el servicio público, por lo universal. (Bourdieu 1998, 84). Esto resulta más evidente en el poder simbólico del staff técnico del FMI se sostiene en una forma de pseudo-asepsia tecnocrática, que se presenta como el resultado de una racionalidad económica supuestamente objetiva e irrefutable, librada de todo valor e intencionalidad. Esta neutralidad aparente permite que sus recomendaciones o exigencias sean percibidas como decisiones puramente técnicas, desprovistas de todo juicio moral o político. Tal como advertía Weber (2009), esta forma de autoridad remite a una dominación burocrática que se legitima precisamente por su supuesta racionalidad formal.

Otro elemento es la temporalidad. No se refiere al tiempo meramente cronológico sino a una experiencia del tiempo en el que se aprecian las nociones heideggerianas en el análisis de la burocracia. El tiempo como producto y condición de la acción. Y esto en dos cuestiones fundamentales. Por un lado, el tiempo como acumulación de los años (décadas) de presencia de una institución, asociada a la “experiencia”, que le confiere prestigio (legitimidad). Es decir, el tiempo como forma de poder, el capital (económico, simbólico) como tiempo acumulado. Por otro lado, el tiempo como forma de estructurar el tiempo de los otros, una de las prerrogativas, y no la menor, de la dominación burocrática. Otra vez el tiempo como forma de poder, pero esta vez ejercido sobre la propia temporalidad de los dominados.

Interés y temporalidad, entonces, serán los dos ejes principales de los aspectos teóricos de este artículo, pero no podemos dejar de hacer mención al uso de los conceptos. Nociones como interés o capital son propios de la jerga económica y especialmente familiares al campo semántico del FMI. Bourdieu era muy consciente de la homonimia de sus conceptos y que el significado que él otorgaba era muy diferente al del campo económico y de la ciencia que lo encarna. En particular, en lo que respecta al FMI, resulta algo paradójico utilizar conceptos como capital e interés, tradicionalmente reducidos al ámbito económico y, en especial, vinculados a la deuda. En este sentido, el enfoque de Bourdieu permite romper con ese determinismo y proponer un análisis no circunscripto exclusivamente a lo económico, recuperando la teoría sociológica para una mejor comprensión del objeto.

En lo que sigue de este artículo, se explicitara la metodología utilizada. Luego, se presentarán casos que ponen de relieve el interés y desinterés de la burocracia del Fondo, seguido de la temporalidad y poder. El articulo concluye con unas reflexiones finales. 

 

 

II. Metodología

 

Este artículo se basa en 26 entrevistas semiestructuradas realizadas a funcionarios gubernamentales y representantes del FMI con experiencia directa en la relación contemporánea entre el Fondo y Argentina, de las cuales 22 fueron grabadas[4]. La estrategia metodológica adoptada sigue el enfoque cualitativo propuesto por Pierre Bourdieu, que articula simultáneamente las dimensiones objetivas y subjetivas del análisis. En este marco, las entrevistas buscaban acceder a las prácticas efectivas de los entrevistados (Pouliot 2012), entendidas no solo como acciones observables, sino como expresiones de disposiciones incorporadas.

El acceso empírico a estas prácticas permite reconstruir la lógica disposicional de los agentes, es decir, el conjunto de esquemas perceptivos, evaluativos y de acción interiorizados que orientan su comportamiento en contextos específicos. Esta reconstrucción se articula con un análisis de la lógica posicional de los actores dentro del campo, lo que implica situarlos en función de sus posiciones relativas y del capital específico que detentan (Pouliot 2012).

La combinación de ambas dimensiones —disposicional y posicional— posibilita una comprensión más profunda de la dinámica estructural del campo en su conjunto. De este modo, se busca no solo desentrañar el razonamiento práctico de los agentes, sino también poner en evidencia lo que está en juego en las relaciones de poder que configuran dicho espacio social (Bigo 2011).

Para ello, se recurrió a la rememoración de experiencias, la descripción de tareas cotidianas y la formulación de escenarios hipotéticos. Además, se complementó el análisis con reportes periodísticos y documentos oficiales del FMI y el gobierno nacional para rastrear el devenir de los acontecimientos.

La muestra estuvo compuesta por participantes de distintas edades, géneros, filiaciones políticas, lugares, niveles y tipo de estudio (aunque en su mayoría economistas). El objetivo era recabar las percepciones y opiniones de profesionales con amplia experiencia en sus interacciones con el FMI, en particular durante el reciente período de endeudamiento de 2018 a 2023. La mayoría de los participantes tienen una larga trayectoria en el sector financiero internacional, desempeñando diversos roles, como funcionarios gubernamentales, personal del FMI y consultores financieros privados.

Dichas entrevistas fueron realizadas de manera presencial y virtual entre agosto y noviembre de 2024. Los participantes han accedido a la transcripción de las entrevistas, teniendo la posibilidad de editar respuestas. A su vez, para preservar el anonimato de los participantes, se consensuó con ellos la forma de referirse a su testimonio.

Los ejes principales de las entrevistas en profundidad de una hora de duración aproximada fueron: el FMI en el escenario global, el FMI en su relación histórica con Argentina, el nuevo período de endeudamiento entre el FMI y Argentina a partir de 2018 y la experiencia profesional del entrevistado en la relación a este organismo.

Para procesar la información, se utilizó Atlas Ti (grillado) en el que se generaron códigos en función de los ejes de las entrevistas para el análisis cualitativo de cada una de las transcripciones. 

 

 

III. Interés y desinterés: la sumisión a lo universal

 

“Qué es el FMI? ¿A qué intereses representa?” ha sido una de las preguntas repetidas en cada una de las 26 entrevistas. En las respuestas, los entrevistados se debaten entre los intereses geopolíticos particulares de los principales acreedores del Fondo y los intereses universales de la burocracia (es decir las propias leyes del staff) con quienes los funcionarios del país prestatario se vinculan cotidianamente. Pese a ponderar una de las caras del Fondo por sobre la otra, en su gran mayoría, ninguna de las respuestas elude ambas caras. 

Un ex secretario de Estado durante el nuevo período de endeudamiento reflexiona sobre el Fondo:

 

Desde su propio nacimiento en los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo representa los intereses globales. Esos intereses globales, si bien tienen una coherencia permanente, tienen una configuración propia de quienes lo conforman que a su vez también son actores políticos, sociales, económicos que tienen sus intereses y por lo tanto van construyendo una identidad institucional del Fondo dentro de ciertos parámetros. ¿Cuáles son esos ciertos parámetros?  La propensión a la estabilidad de la economía mundial. Más allá, después de sus funciones de prestamista de última instancia de los gobiernos. (Énfasis agregado)

 

Más adelante, el funcionario de gobierno continua: “(…) Hay estructuras de intereses internas dentro del Fondo como visión político institucional en donde claramente está el directorio con una ambición política y el staff con una visión técnica (énfasis agregado).

Esta tensión o coexistencia entre la presencia de intereses particularísimos (políticos) y misiones globales, se repite en la definición de un ex secretario de Estado del área económica durante el nuevo período de endeudamiento (2018-2023):

El Fondo es un organismo internacional de ayuda y asistencia financiera. Particularmente orientado a asistir en momentos de crisis, a países que enfrentan problemas de balance de pago o de restricción de financiamiento, etcétera. Esa sería la definición formal. Naturalmente, como toda institución, un organismo internacional está cruzado por cuestiones políticas, geopolíticas internacionales, tanto en sus objetivos como en su gobernanza y en las prioridades que tiene.

 

Como acción de carácter global, con fin universal y, por lo tanto, desinteresada, es común que el funcionamiento del Fondo aparezca asociado a la “ayuda”, aspecto inseparable de los principios éticos y morales socialmente reconocidos. Este accionar que podría ser catalogado de altruista coexiste de manera implícita en una aparente contradicción con la presencia “egoísta” de intereses partidarios de los acreedores dominantes.

 

Asumiendo su función universal, un director del FMI también enfatiza sobre los intereses geopolíticos:

 

Al FMI lo defino como una cooperativa de crédito en la que los países constituyen un fondo y se prestan entre ellos cuando tienen un problema. Pero además de eso, el Fondo es un consultor para países que lo necesitan, con más palanca en algunos que en otros. Pero es un rol que se aprecia mucho, sobre todo en países emergentes y de bajos ingresos. (…)  El Fondo principalmente representa los intereses de los principales acreedores y las grandes economías del G20. Principalmente Estados Unidos que tiene poder de veto. ¿Hasta qué punto es adecuado? Podríamos quedarnos discutiendo horas. (Énfasis agregado)

 

Al respecto, las voces que ponderan la predominancia política el organismo no ignoran la responsabilidad para apoyar a las naciones. Al respecto, un ex secretario de Estado reflexiona:

 

El FMI (…) es un organismo de crédito fundamentado, formado y garantizado por los países más poderosos después de la Segunda Guerra. Después, el mundo tuvo muchos cambios profundos. El FMI defiende los objetivos financieros desde un escritorio en Estados Unidos, queriendo manejar la realidad de países en vías de desarrollo. Que mucho dista de lo que se ve en ese escritorio. Pero tiene numerosas complicidades: políticas, económicas, de todo tipo.

 

Más adelante, el exsecretario completa: “El FMI juega el rol de padre financiero que te va a ayudar. Hacés cualquier desastre de la Argentina y te va ayudar. Gobernás sin planificación y siempre podés recurrir al FMI.”

La coexistencia entre una responsabilidad global (universalidad asociada a la tecnocracia) y la parcialidad geopolítica es recurrente en las definiciones del Fondo. Un ex director del Organismo señala que:

 

El FMI es en términos simples una cooperativa de crédito formada por 193 países con votos diferenciados. Pero realmente es una cooperativa donde cada uno de los países entrega o da la posibilidad de que el Fondo este financiado. Ahora el FMI en su creación hace 79 años fue creado como organismo para ayudar a mejorar las relaciones financieras internacionales y a través del tiempo se convirtió no solamente en el guardián de las relaciones internacionales, de mejorar las condiciones, sino a medida que fue evolucionando la economía internacional, se volvió más abierta, se volvieron hacia tipo de cambios flexibles. (…) el Fondo, aunque represente a 190 miembros, hay países que tienen más porcentaje de los votos. Todos estos países entienden la importancia de tener un ente que preste y que ayude entre comillas a los países a mejorar su situación económica y de alguna manera los distancia de tener que enfrentar a los países directamente. De alguna manera, el Fondo Monetario se convirtió en los nuevos marines de los países grandes. No hay invasiones ni nada por el estilo, pero es una entidad que entra a tratar la situación económica no violentamente a pesar de que tiene fama de eso. Pero que tiene el apoyo de esta cooperativa de crédito. (Énfasis agregado).[5]

 

La simultaneidad entre intereses geopolíticos particulares e intereses globales no se presenta sin que los entrevistados se incline por uno de los propósitos. Un ministro de economía durante el periodo de endeudamiento (2018-2023) expresa una visión en la cual la línea política se impone por sobre la línea burocrática:

 

Es un organismo super alejado de la realidad de los países. Aplicando recetas iguales para todos los países y todos son distintos porque tienen contextos sociales, económicos e históricos distintos. Y forzando esas recetas en cada uno de los países.

 

A la vez, el ministro señala:

 

 La línea burocrática tiene mucho poder en todas las organizaciones. Siempre tiene mucho poder. El Estado se define por una nueva burocracia, que tienen sus nuevos intereses. Tienen mucho poder, pero en definitiva el directorio, las sillas del Fondo, tienen mucho peso. (Énfasis agregado).

 

Las disconformidades con el FMI revelan una expectativa de las funciones concernientes a éste. Expresa un reconocimiento de esta burocracia internacional y de los intereses globales que representa o debería representar. El reconocimiento de la naturaleza burocrática del FMI, enfatizando su carácter universal, perdura junto con los intereses geopolíticos.

Es evidente que, en la perspectiva de los entrevistados, la definición del FMI no es ajena a una definición de poder e intereses. En este, habitan intereses globales y geopolíticos que coexisten dentro de la organización. Sin embargo, poco se reflexiona sobre la tensión o relación existente entre ambos intereses. Un entrevistado, un ex funcionario del gobierno argentino que tuvo una activa participación en negociaciones con el Fondo Monetario Internacional en el periodo de nuevo endeudamiento (2018-2023) alcanza una reflexión inusual respecto a esta tensión entre la política y la burocracia. Al respecto, responde:

 

Es una organización. (….) El Fondo como institución, sus trabajadores, directores, staff, se perciben muchas veces como un sujeto más que como un objeto. Generan normas, procedimientos y reglas que muchas veces entran en contradicción con su propio carácter que es el de ser una herramienta. Si querés entender al Fondo te va a costar mucho entenderlo fuera de esta lógica donde hay sujetos del que participan como institución, pero no lo gobiernan. Gobiernan su cotidianeidad, su metodología, sus prácticas, su forma de abordaje. Pero después está esa otra parte que es la que toman decisiones. Y esas decisiones muchas veces no tienen que ver con buenas prácticas sino con voluntades políticas, que muchas veces entran en contradicción. Yo creo que en Argentina fue el caso más palpable donde estas dos caras del Fondo aparecieron más claras. Eso puede ser lo más normal en una organización. Pero lo raro del Fondo es que su staff es una organización que no está gobernada por su directorio. Cree que está vivo. Y eso es extraño, eso es muy particular del Fondo.

 

Puede pensarse que lo que le causa extrañeza al entrevistado es esa dimensión un tanto inasible que constituye a la organización burocrática como tal. En la respuesta se sugiere una práctica tecno burocrática con leyes propias y, por otro lado, un componente político que, a pesar de aparecer por fuera, define y establece el camino que debe seguir la organización. Lo que el entrevistado percibe como una contradicción[6](Adler-Nissen, 2012), en realidad es lo que constituye al Fondo como organización y constituye su ser y su deber ser.

La burocracia se presenta como libre de toda valoración que no implique aquello que no reviste su interés propio. Establecer cuál es el interés del Fondo es la cuestión a desentrañar. Si nos guiamos por sus dichos, lo que la organización dice sobre sí misma, sobre su real misión, a través de la voz de sus funcionarios más conspicuos, es la de prestar ayuda a los países que así lo requieran, para que puedan lograr equilibrios macroeconómicos como condición necesaria para su crecimiento y así poder alcanzar una prosperidad a largo plazo.

Lo anterior es un modo de sintetizar lo declamado por la organización a lo largo de los años, más bien décadas, con más o menos variantes, registrable en infinidad de discursos, declaraciones, entrevistas o plasmado en documentos (Ricci y Divito 2024). Pero lo que nunca se escuchará o leerá por parte de la institución es la manifestación de un interés propio, un fin para sí misma. En apariencia el FMI no persigue otro interés que el de ayudar a alcanzar objetivos universales de prosperidad económica y social para países en dificultades. Si entendemos interés en un sentido estrictamente utilitario, ceñido a fines instrumentales, generalmente asociados a la persecución de objetivos materiales, es decir económicos, puede pensarse que, al Fondo, como institución ecuménica, de carácter supranacional, solo lo mueve el desinterés. En forma sintética, y siguiendo a Bourdieu, puede decirse que el único interés del FMI es el desinterés.

¿Qué significa una acción desinteresada? Desde una filosofía de la acción racional —que concibe al agente como un calculador estratégico—, o desde una ciencia económica que antropológicamente postula la figura del homo economicus, una acción desinteresada sería aquella que no persigue ningún tipo de beneficio material. Ya sea una acción individual o una acción llevada a cabo por una institución, es desinteresada mientras obedezca a una disposición ética, reconocible en un espacio social, orientada por valores de carácter universal. Si bien esa conducta no obtiene nada material, Bourdieu advierte que el “desinterés paga y es recompensado” (Bourdieu 2024, 89), no de forma económica, sino de forma simbólica, como gratificación psicológica individual. El supuesto desinterés adquiere reconocimiento por parte de quienes comparten el mismo espacio social —el campo— concebido como una estructura de posiciones. Son estos agentes quienes perciben dicho desinterés y le otorgan crédito y legitimidad.

Resulta relevante destacar como el FMI, un agente asociado a un orden económico racional que se mueve dentro del marco de acciones racionales instrumentales que rigen todo orden económico que se precie, se sirve, en forma tal vez paradojal, de la obtención de los bienes simbólicos reconocibles por aquéllos mismos que reconocen la racionalidad tecno burocrática de sus fines. La superación del interés material (económico) se hace posible en la apelación al desinterés conformado por una aspiración a lo universal. El FMI es una burocracia universal que desinteresadamente solo se preocupa por lo universal, es decir por el interés universal. Prestar un servicio, una ayuda, lo legitima como burocracia y la hace necesaria.

Las características de la autoridad burocrática del staff, misioneros anónimos de lo universal, les permite comportarse como personajes intercambiables, reducidos a la función que le otorga el reglamento respecto al interés general. En otras palabras, ese monopolio de la violencia simbólica legitima se afirma en la pretensión burocrática de situarse en un punto de vista que pretende ser general, deslocalizado, desparticularizado, neutral, y competente con el interés general (Bourdieu 2003, 147).

En definitiva, como toda burocracia, el FMI procura permanecer, seguir existiendo. Por lo tanto, ese desinterés, ese interés por lo universal, es vital. El reconocimiento que le otorgan los agentes completa el cuadro. Dice Bourdieu: “La apropiación privada de lo universal es uno de los aspectos que yo llamo ‘violencia simbólica’, aquella que se ejerce con anuencia o complicidad de los dominados” (Bourdieu 2024, 153).

Más adelante, continúa con el análisis:

 

…el desinterés y la sumisión a lo universal, esa representación ideológica que tiene la burocracia de sí misma, forman parte de las condiciones de funcionamiento de la burocracia. Al creerse universal, ésta también logra hacer creer que lo es, y esa universalidad de representación contribuye a la eficacia simbólica de la representación si se acepta mi definición de violencia simbólica como violencia que es desconocida como arbitraria en los intereses particulares que la determinan y que, por eso mismo, es (sin que haya siquiera un acto de reconocimiento como en la lógica hegeliana) reconocida como legítima. Sobre el desconocimiento de lo arbitrario se funda el reconocimiento. (Bourdieu 2024, 157)

 

Como burocracia que se presenta como desinteresada y se arroga la defensa del bien común —en este caso, el equilibrio financiero global—, el Staff del Fondo enuncia veredictos con pretensión de universalidad, orientados a obtener reconocimiento y legitimidad internacional.

Volviendo al testimonio del entrevistado:

 

Con el cabildeo que hay que hacer para aprobar la revisión del staff y con el cabildeo distinto que hay que hacer para lograr la aprobación del directorio, ahí uno rápidamente nota que, si bien el staff piensa en el directorio, también hay una parte institucional que se llama así misma transparente, integra, no condicionada por intereses políticos, que es extraño. Porque en realidad pasas por un directorio que tiene sillas y esas sillas tienen intereses políticos. Vos al final del día estas preparando un informe para convencer a un directorio.

 

No puede ser más clara la situación, aunque al entrevistado esto también le cause extrañeza, por estar “atrapado por el juego”, ya que participa de ese mismo campo burocrático, de ese universo de creencias. Por un lado, tenemos un ideal de desinterés y, por otro lado, una serie de intereses políticos, que siempre aparecen al sentido común como espurios, en una aparente contradicción. El mismo autor señala que esta “contradicción no contradictoria” es la que constituye la propia complejidad del campo burocrático, denegando aquello que en realidad se hace (Bourdieu 2024, 230-231).

El campo político —junto con el económico— representa el universo del interés, mientras que el campo burocrático —la dimensión del FMI que se manifiesta como el universo del desinterés— constituye su contracara. Ambos conforman dos elementos tan contradictorios como inseparables. La eficacia material de la dominación del FMI, a través de los mecanismos políticos y económicos, no podría realizarse sin el beneficio simbólico que otorga la apelación al desinterés de la burocracia. Dice Bourdieu:

 

La cuestión del desinterés como distancia respecto del interés económico o, más ampliamente, respecto de cualquier interés egoísta, material o simbólico, se vincula con la cuestión de las condiciones de posibilidad de universos sociales que tendrían como ley la sumisión al interés general o la dedicación al servicio público y que, en una palabra, crearían las condiciones favorables para la aparición de un interés en el desinterés, y a la vez habitus altruistas, de abnegación y de devoción. Tal como demuestra la existencia universal de estrategias de universalización del interés particular (por las cuales los agentes aspiran aponerse de su lado lo universal-es decir, el grupo-, ateniéndose a las reglas de pretensión universal), podemos admitir que lo universal es objeto de un reconocimiento universal y que el sacrificio de los intereses egoístas (especialmente los económicos) es universalmente reconocido como legítimo (…). Esto implica que todos los universos sociales tienden a ofrecer, en grados diferentes, beneficios simbólicos de universalización (…). Y que los universos como el campo burocrático exigen con mayor insistencia la sumisión a lo universal están particularmente dispuestos a la producción de esos beneficios (y, a la vez, particularmente expuestos a la visión sospechosa que ve en cualquier acción de pretensión universal la universalización de un interés particular). (Bourdieu 2024, 332)

 

El propósito del desinterés, asociado a un bien común general, pretende invocar (y ser reconocido por) una visión por encima de los conflictos coyunturales del país prestatario. Alcanza niveles de abstracción inalcanzables por los funcionarios locales con peticiones enceguecidas por el cortoplacismo de su agenda.

Esta apropiación de lo universal con interés en el bienestar común no es esquiva a la emergencia de una sutil superioridad ética, devenida en autoridad moral (Ricci y Divito 2024).

El reconocimiento (y la expectativa) de la función universal del Fondo, es decir, su cara burocrática, es recurrente incluso en los testimonios de aquellos actores de gobierno más críticos del organismo, que basan su disconformidad en la parcialidad política. Las responsabilidades globales de esta instancia universal los congrega a solicitar “ayuda” incluso en la disidencia política. Los testimonios dan cuenta que la apelación del FMI a una ética pretendidamente compartida con el país prestatario (Ricci y Divito 2024), es correspondida con los testimonios de los funcionarios argentinos. Hay una internalización del discurso del Fondo, en la que los agentes locales y no locales validan los principios pretendidamente universales. Un ministro de relaciones exteriores de la última década reflexionaba sobre la posibilidad de salirse del Fondo:

 

Las decisiones de salirse del FMI implican no contar con una de las posibles ayudas en un momento de crisis. Eso es una decisión que uno puede tomar cuando esta todo bien. Y si esta todo bien y no necesitas ayuda, ¿por qué te irías?

 

Respecto al rol del Fondo y su relación con Argentina en el acuerdo, un funcionario argentino vinculado al FMI señalaba: “El Fondo está aquí para ayudar a los países. Si el programa se podía encauzar con una serie de reformas, como se intentó hacer de manera bastante exitosa, el Fondo está para seguir ayudando”.

En el mismo sentido, un ministro crítico del Fondo durante el nuevo período de endeudamiento:

 

[El Fondo] te quiere ayudar a que vos generes las condiciones macroeconómicas para que esto después funcione solo. Que vos me puedas pagar, que le pagues a los acreedores y que después tengas una economía de mercado que funcione sola. Sin ayuda del Fondo, ni de nadie.

 

A través de este análisis, puede pensarse que las duras exigencias del FMI a los países que se ven obligados a recurrir a su ayuda técnica y financiera solo pueden plantearse y aceptarse en el marco de esta forma de dominación burocrática, que no obedece solo al poder económico, sino a un ejercicio del poder también fundado en los beneficios del capital simbólico. Es este segundo aspecto el que resulta menos evidente: el reconocimiento del poder (legitimidad) del dominante implica el propio desconocimiento del dominado de la arbitrariedad de ese poder (violencia simbólica).

 

 

IV. Temporalidad y poder: inercia histórica

 

Esta sección analiza otro elemento de la dominación burocrática durante el reciente ciclo de endeudamiento (2018-2023) entre Argentina y el FMI. Se centra en una dimensión crucial de la burocracia destacada por Bourdieu: la temporalidad.

La temporalidad no se refiere al mero tiempo cronológico, sino al tiempo como experiencia social encarnada: el tiempo como producto y condición de la acción. Es una acumulación de años, incluso décadas, de presencia institucional que confiere prestigio y legitimidad simbólica. El tiempo, en este sentido, no es solo capital simbólico acumulado a lo largo del tiempo —un reconocimiento de su papel tradicional en el campo—, sino también una forma de poder. Como se demostrará en esta sección, la experiencia instrumental del tiempo se convierte en un mecanismo para estructurar la temporalidad de los otros, una de las prerrogativas centrales, y a menudo ignoradas, de la dominación burocrática. Es el ejercicio del poder sobre los horizontes temporales de los dominados.

Se le pregunta a otro entrevistado, un ex director de un banco estatal durante el gobierno de Alberto Fernández (2019-2023), ¿qué es el FMI? Entre otras definiciones, afirma:

 

Es el que administra los procesos por los cuales ese endeudamiento se va regulando y se va combinando las estrategias sobre cada uno de los países endeudados, representando siempre el interés de los acreedores.

 

Posteriormente se le pregunta sobre el acuerdo firmado con el Fondo en 2018, que consistió en un préstamo récord al gobierno argentino de ese entonces.

 

Es un acuerdo que claramente tiene un componente geopolítico muy importante, que lo hace distintivo respecto a otras intervenciones del Fondo. Es distinto a los anteriores. El acuerdo que se establece es un acuerdo que permite el control de la política económica hasta el 2034 por parte de Estados Unidos, y seguramente se van a prolongar más las condicionalidades.

 

A los fines de este análisis, no resulta tan relevante la visión del entrevistado sobre el organismo crediticio como factor de poder internacional y su capacidad de injerencia directa en la economía de un país —especialmente a través del último acuerdo stand-by— como sí lo es otro aspecto subyacente en su respuesta, menos evidente, pero no por ello menos determinante. El Fondo “administra los procesos”, regula, controla, combina estrategias y, a partir de determinado momento lo hace de una forma distintiva, como nunca antes, e incidiendo decididamente a futuro. En términos de Bourdieu, puede pensarse el FMI, como poseedor de formas de capital, no sólo económico, sino también simbólico, que ejerce una dominación que se hace efectiva por poseer una acumulación de años como agente determinante del campo financiero internacional. Como dominante del campo, no sólo se sirve por los privilegios concernidos a la posición, capaz de hacer que las fuerzas inherentes al campo jueguen invariablemente a su favor, sino que también cuenta con la posibilidad de estructurar la temporalidad de aquellos agentes dominados, condicionando desde las condicionalidades (la redundancia es intencional) del pasado hasta proyectar las posibilidades a futuro, “hasta 2034”, “y seguramente se van a prolongar más…”.

Dice Bourdieu:

 

…el capital, esa suerte de memoria histórica, de inercia histórica (…). Si hay que hablar de capital, es porque el mundo social es tal que tiene una memoria. Como decía Leibniz, “el presente está preñado de futuro”. Si el presente está preñado de futuro, es porque en cada momento del presente de las personas tienen los medios de dar forma al futuro, y lo crucial es esa suerte de puente entre lo presente y lo porvenir; las definiciones más clásicas de los economistas aluden a esa propiedad. (Bourdieu 2021, 189)

 

El capital, entonces, tal como lo define Bourdieu, es “tiempo acumulado” (Bourdieu 2021, 223). Y esto es válido para todos los tipos de capital, entre ellos el económico y el simbólico. El reconocimiento del FMI como institución y su capacidad de brindar asistencia técnica y, fundamentalmente, apoyo financiero, es producto de una presencia histórica de relevancia internacional desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta la fecha, más allá de los distintos cambios atravesados y las variaciones de su peso específico en las relaciones financieras internacionales. Por ello, el poder simbólico del Fondo, dotado de capital económico, sigue siendo relevante incluso cuando este experimenta una pérdida de peso relativa en relación a la deuda total de las Estados deudores tras la emergencia de los mercados de capitales.

El reconocimiento de la experiencia histórica conlleva implicaciones condicionantes para el futuro. Otra temporalidad emana de la propia acción del Fondo, al estructurar las expectativas y perspectivas de los prestatarios. Las condicionalidades asociadas a planes de ajuste y sus sucesivas revisiones a cargo de los enviados, prefijadas de acuerdo a un calendario estricto, así como también el cumplimento de los pagos correspondientes y los viajes a Washington de los sucesivos ministros de economía y sus principales asesores, todas ellas constituyen una serie de acciones envueltas en y, a la vez productoras de, una temporalidad específica, propia del campo burocrático específico. Las condicionalidades del FMI son, a la vez, un tiempo condicionado.

En este sentido, la experiencia de un ex ministro de Economía, durante el reciente período de endeudamiento (2018-2023) sirve para conocer las implicancias temporales y espaciales de la relación con el Fondo. Su experiencia y reflexiones a continuación sirven para comprender como la cartera económica del Estado debe compartir y consensuar la administración de su agenda con “la última instancia” en pos de acceder a su capital simbólico. Intentos por ignorar o contradecir la soberanía compartida de esta genera reacciones de la última instancia. Al respecto, la experiencia en el Ministerio lleva al exfuncionario a reflexionar sobre la autonomía del gobierno durante su gestión:

 

[El gobierno] pierde libertades. El FMI te condiciona mucho. Se viene a instalar una oficina en cada país que firma un crédito del Fondo. Esa sola situación de tener una oficina en el Banco Central o en el Ministerio de economía, preguntándote todo el tiempo cuales son las políticas que estás haciendo y diciéndote este si, estas no, es básicamente una pérdida de soberanía. La autodeterminación de cada uno de los gobiernos se debilita, estando el FMI. A mí me pasó con una política que implementamos que era algo muy sencillo. (…) Y cuando sacamos la norma legal, llama el FMI para preguntar por qué lo habíamos hecho sin autorización, sin consultar. (…) Se enteraron por el boletín oficial, ni siquiera por los medios porque era algo muy burocrático, muy burocrático. Y llamaron para preguntar por qué lo habíamos hecho. Y ahí me acuerdo que me shockeó.

 

La rutina de la dependencia (Kedar 2012) alcanza su punto culmine durante los periodos de acuerdos: “Cuando uno tiene un contrato con el Fondo, tiene contacto permanente, no podés evitar las reuniones. Son todas las reuniones largas. Te llevan mucha energía y mucho tiempo”.

La dinámica de la relación obliga al Ministerio de Economía a adaptar sus agendas a los requerimientos del Fondo. Tras jurar como ministro, llegó el momento de presentarse ante el Fondo:

 

Después de la reunión de presentación tuvimos reuniones de trabajos, con agendas, números. Íbamos con muchísima documentación, muchísima información de Argentina. Fue una reunión de dos horas, después unos 20 minutos con el gerente general y después unas 6 horas de trabajo y al día siguiente otras 4, 5 horas de trabajo y ya después me volví” (a Argentina). (…) También en esa época yo tenía el teléfono móvil del director general. Nos comunicábamos a veces, pero intentaba que no se convirtiera en algo habitual.

Entrevistador: ¿Había alguna intención por parte de ellos de ponerse en contacto con usted?

Entrevistado: [interrumpe] Sí.

 

El tiempo forma parte del capital del dominante y, así como este impone las reglas del juego, también estructura la temporalidad de los dominados, quienes —por necesidad o sumisión— quedan sometidos a sus ritmos. Todos, sin distinción, se convierten en víctimas de la espera: ya sea ante la incertidumbre por una aprobación[7], una reunión, un desembolso o, en su forma más crítica, ante la expectativa de un cambio político que agilice los mecanismos de una burocracia que, a diferencia de los demás, parece disponer ilimitadamente del tiempo, como si este le perteneciera.

Un ex secretario de Estado durante el periodo de endeudamiento relata:

 

 Teníamos encuentros en Argentina y en Estados Unidos. (...) Las primeras revisiones transpirabas bastante. La primera vez que fui, fue bastante tenso. Éramos un nuevo equipo, no nos conocía nadie. (...) Yo me acuerdo que para llegar a un acuerdo, fui 5 veces. Y eran discusiones que arrancábamos a ocho de la mañana y terminábamos a las seis de la tarde. He escuchado comentarios donde me han dicho que en la época de Macri que han viajado una vez y no fueron más. Así que fíjate el poder que tenés que tener en términos políticos en algunas veces, que la parte técnica pasa a un segundo plano completamente. En la parte política no teníamos apoyo.

 

A este respecto, Bourdieu afirma:

 

En la relación entre mi espera, entre el hecho de que espero algo del juego, y la estructura del juego, la estructura de las posibilidades objetivas procuradas a alguien como yo, (…) se crean el poder que el juego ejerce sobre mí y, al mismo tiempo, el poder que ejercen sobre mí quienes tienen poder sobre el juego. (Bourdieu 2021, 21)

 

Las consecuencias de esta relación asimétrica no se reducen únicamente a una dependencia económico-financiera —determinante para cualquier política pública de los países prestatarios, y particularmente en un caso como el de Argentina—. También implican la pérdida de una temporalidad propia, capaz de romper con la inercia del pasado que estructura la crisis presente y proyecta pronósticos funestos hacia el futuro. Esta dimensión temporal está implícita en las formas de dominación tecno burocráticas y son parte insoslayable de una relación que suele analizarse como solo de índole económico-financiera.

A modo de conclusión de esta relación entre poder y tiempo, en el mismo texto Bourdieu señala que desde la perspectiva del dominado todo se hace imprevisible, “lo cual significa que lo peor no es siquiera seguro y lo mejor no es siquiera posible”.

Como señala Bourdieu, el campo tiende a beneficiar a los dominantes. Hay un principio conservador en el que la dinámica del campo reproduce la posición de los dominantes y la de los dominados. Como ya se ha señalado, la relación de un país deudor con el FMI en tiempos de crisis financiera y económica internacional es decisiva para estabilizar las obligaciones contractuales con los acreedores. Este patrón es aún más evidente para los "deudores crónicos", es decir, aquellos países cuya reproducción de su posición en el campo financiero internacional depende principalmente de la obtención de nueva deuda. En este escenario, “el tiempo”, “la espera” o dicho de otro modo, el calendario de vencimientos aumenta el poder del Fondo (en todas sus dimensiones). La acción, inacción, demora o inactividad de la última instancia, (expresada por su personal o por el directorio) son formas distintas de una misma relación de dominación. La quietud en el devenir de los vencimientos no hace más que acrecentar la sumisión del dominado, siempre y cuando este último siga apostando en el juego, sin desentenderse de las reglas, sin salirse de él. Un ejemplo reciente en palabras de un entrevistado sirve para ilustrar lo expuesto.

Durante el último período de endeudamiento (2018-2023), cuando Argentina necesitaba sancionar un nuevo acuerdo en 2021 para refinanciar los vencimientos del SBA "fallido" de 2018, la administración del tiempo era ajena.  En palabras de un ex funcionario de alto rango gubernamental:

 

En diciembre del 2021, el acuerdo técnicamente estaba cerrado, pero no lográbamos el acuerdo en términos políticos con Estados Unidos fundamentalmente (...). El mundo tenía otros problemas y nos costaba mucho (...) Ya teníamos los teléfonos muy bloqueados. No conseguíamos poder resolver el tema. Argentina no quería caer en default con el FMI, pero no teníamos los recursos para pagar el acuerdo de Macri. Era absolutamente imposible. Pero bueno, en la Casa Blanca no podíamos terminar de cerrar la negociación.

 

Finalmente, funcionarios del gobierno acceden a una reunión en la Casa Blanca con el secretario del Tesoro, Anthony Blinken a quien plantean la imposibilidad de hacer frente al próximo vencimiento del Fondo, que debía hacerse en las próximas semanas. Este impago,

 

iba a generar una crisis para Argentina en principio, pero también para toda la región. Porque si Argentina entra en crisis con el FMI, eso va a contaminar la región. (...) Estas crisis nosotros las conocemos. Tras esa reunión, logramos una declaración de Blinken que fue muy positiva: Que Estados Unidos va a ayudar a la Argentina. Eso fue un alivio, por lo menos quita presión. Al menos con los plazos. (...) A partir de esa reunión, se destrabó. Solo fuimos porque el calendario corría y el reloj de arena estaba dado vuelta.  Después de esa reunión llaman a Guzmán y se retoma la negociación. No hablábamos desde hace un mes con el Fondo. Un mes después se aprueba.

 

Además de destacar la importancia del apoyo político, y en particular, el de su miembro más poderoso, esta cita muestra cómo la burocracia del FMI, que lo regula todo, se reserva la autodeterminación del tiempo (el propio y el ajeno), variable clave en la relación con el país deudor en situación de crisis. El monopolio del cronograma está convenientemente enmarcado en el cumplimiento de las “obligaciones de la regulación”. Esto también quedó en evidencia cuando el FMI tuvo que cumplir con emitir un informe de evaluación ex post del cuestionado acuerdo sancionado en 2018. Esta obligatoria autoevaluación del FMI (que no corresponde a la Oficina de Evaluación Independiente sino al propio personal) fue finalmente publicada el 22 de diciembre de 2021. Además de ser una fecha con poca atención mediática, el informe de autoevaluación se redactó cuando las negociaciones para un nuevo acuerdo ya estaban avanzadas -técnicamente cerradas, según una fuente entrevistada y según publicaron los medios-, apenas tres meses antes de su sanción oficial -lo que prácticamente lo saca de la agenda pública (Presidencia de la Nación 2022; Página/12 2021; IOL invertironline 2021; Análisis Urbano 2021; Sticco 2021).

El Fondo no sólo gestiona el momento de las revisiones, desembolsos, reformas y autoevaluaciones para reproducir su legitimidad y al menos preservar su reputación. En tanto última instancia, el Fondo reconoce la eficacia de su inacción en las negociaciones. Esto se hace evidente en una experiencia previa al default de 2001. Un gobierno urgido por los compromisos económicos suscribe la dinámica de trabajo propuesta por el Organismo. La agenda de la deuda también aumenta la posibilidad de sancionar acuerdos “imposibles”, como percibió un funcionario en el período anterior a la crisis de 2001. Un alto funcionario del Ministerio de Economía en 2001 reflexiona:

 

Me acuerdo el FMI en el 2001, que hicimos el programa en deflación y con la convertibilidad, sin cepo manteniendo el acceso a los mercados. (...) Cuando se firma este programa y se fija una meta fiscal del 2001 pero el staff del Fondo, ya no el directorio, cuando eso baja hace una trimestralización muy complicada. Ahí sí puede haber cierta flexibilidad que no hubo. En general, si vos largas un programa, tanto al gobierno como al Fondo le convienen que el primer trimestre se cumpla. (...) El Staff era muy duro, puso metas muy difíciles que no se cumplieron. En el medio cae Machinea. Ese programa que era tan importante no duró ni tres meses. No llegó a cumplir la primera meta. Del lado del Fondo dirán: “Los argentinos son un desastre”. Yo te puedo decir que del lado del Fondo nos pedían que firmemos un acuerdo imposible, y no íbamos a poder. Pero como no teníamos otra opción lo firmamos y después no pudimos. Pero bueno, a nosotros tampoco nos apuntaban con una pistola. Fue un acuerdo que se firmó y era un gobierno que estaba en disolución política.

 

Este último comentario sobre que Argentina no esté obligada a firmar este acuerdo, que parece contradecir la referencia anterior de que el Fondo es la única opción, sirve para demostrar la violencia simbólica del FMI, en la que los prestatarios en una relación asimétrica legitiman la dominación sobre a las que están sometidos (Bourdieu 2001). Si bien las autoridades locales y el FMI comparten el interés por sancionar un acuerdo, la acumulación de tiempo es asimétrico. La desposesión de tiempo de espera por parte de las autoridades locales hace que el acuerdo por acordar entre el dominante y el dominado transformen la relación de fuerza en favor del primero.

En relación con el anterior ejemplo histórico mencionado corresponde con las declaraciones posteriores al default argentino del 2001 de Thomas Dawson, director del Departamento de Relaciones Exteriores en 2002, quien señalaba que “es más importante hacer las cosas correctas que rápidamente” en respuesta al nuevo apuro del Gobierno argentino por firmar un acuerdo (López Cóppola et al. 2003, 10). La espera del Fondo, devenida discursivamente en templanza y mesura, aumenta su poder de negociación. 

La sola posibilidad de recurrir a la "última instancia " en las crisis será suficiente no sólo para firmar y afirmar un acuerdo sino también para declarar que es propio, fruto de su voluntad. Mientras el Fondo sea considerada "la única salida", los deudores pueden incluso ahora expresar "Propiedad" (ownership) de los Acuerdos. Este nuevo concepto, es una nueva invención del Fondo desde la reforma de la última década que funciona como una autoafirmación explícita de la responsabilidad local del destino de los acuerdos. Es la reafirmación técnica de la "ética de la autoayuda", en la que cada prestatario es el único responsable de su situación (Ricci y Divito 2024, 127).

 

 

V. Reflexiones finales

 

Por lo tanto, la cuestión de “¿qué es el FMI?” permanece aún sin una respuesta definitiva, y el presente análisis constituye únicamente un primer esbozo para abordarla. En tanto organización internacional y instancia supranacional que se presenta —y es percibida— como legítima, la burocracia del FMI —compuesta por su staff y su directorio— guarda, desde nuestra perspectiva, una particular afinidad con la burocracia estatal, la cual ha sido objeto de análisis en estudios sociológicos como los de Bourdieu. Asociada a la creación del propio Estado Moderno, impuesto por el monopolio de la violencia física legítima, en su descripción weberiana (Weber 1986), y con el agregado sustancial de Bourdieu al señalar también la monopolización de la violencia simbólica (Bourdieu 2012), la burocracia administrativa, aparece como el centro de gravedad, insoslayable en todo análisis del Estado.

Analizar la estructuración de las relaciones de poder en el campo financiero internacional desde la teoría de los campos de Pierre Bourdieu permite comprender el posicionamiento de los Estados deudores, siendo Argentina —por la recurrencia de su endeudamiento— un caso ejemplar. Su constante necesidad de financiamiento externo no solo la convierte en un actor habitual dentro del campo, sino que también la ubica estructuralmente del lado de los dominados, debilitando las decisiones soberanas[8] frente a instituciones internacionales como el FMI. Esta relación de poder, en detrimento de la soberanía del Estado-nación es testigo de la transformación y expansión de la burocracia en tanto forma de dominación. Richard Sennett lo ha descripto en “La cultura del nuevo capitalismo” (2006) señalando la transformación de la “pirámide” burocrática bismarckiana, el tipo militar de organización, y el pasaje a una nueva forma de organización, menos rígida, flexible, cuyo centro no es responsable de las consecuencias de sus actos, con fuentes de poder menos visibles que en el modelo anterior.

Desde sus formas primigenias que se remontan al derecho canónico de la Edad Media ,pasando por sus formas premodernas del SXVI y SXVII, hasta su cara más reconocible y archi estudiada de fines del SXIX y su consolidación en el SXX, el modelo weberiano , como se la sintetiza e identifica, el fenómeno de la burocracia presenta desde fines del siglo pasado hasta el presente, un fuerte carácter internacional, incrementado a la luz de la pérdida de las capacidades estatales producto de esa misma internacionalización, de las entidades nacionales. Cuando se señala el predominio del poder global, ilustrado primariamente por el poder económico financiero y el de las tecno-telecomunicaciones, también se piensa en las instituciones globales (ONU, BM, FMI). Pero en este último caso, se estudia menos las razones de su preeminencia y se da por sentado que por el hecho de que sean globales y que hayan surgido de un acuerdo internacional, no requieren de mayor reflexión crítica. Es el caso de una organización internacional como el FMI. Su función aparente, ligada estrictamente a lo económico, criticada o no, pero siempre aceptada, reconocida con gestos de genuflexión o con resignación, pero siempre legitimada, parece ocultar los fundamentos de un poder que no se ciñe solamente al espacio de la racionalidad instrumental financiera.

En este artículo, siguiendo a Bourdieu, hemos elegido dos ejes a analizar: la universalidad y la temporalidad. Entendemos que ambos son cruciales en la constitución social de un poder legítimo. Lo visto hasta aquí podría sintetizarse señalando que lo universal presenta dos dimensiones. Por un lado, la pretensión de que los fines perseguidos son los de todos, de que ningún interés particular guía la acción (desinterés), por el otro, la universalización de una ética, a través de la recurrencia a valores universales.

 La temporalidad también presenta dos dimensiones. Por un lado, los años que lleva de existencia la institución en el concierto internacional como fuente de reconocimiento de sus actos y, por el otro, su capacidad de estructurar la temporalidad de aquellos que se someten a su dominio. La burocracia en tanto forma de organización presenta mecanismos específicos, como la apelación a la universalidad por vía del interés en el desinterés y la apropiación de la temporalidad (propia y ajena), a través de los cuales se puede comenzar a comprender algunos aspectos del poder del Fondo Monetario Internacional. Quizás la pregunta sobre “¿qué es el FMI?” no termine de ser respondida, en todo caso este artículo vale como advertencia de que, seguramente, es algo más de lo que se suele pensar que es.

 

 

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* Licenciado en Sociología por UCES, Magister en Políticas Públicas por la Universidad de Sydney y doctorando en Ciencias Sociales por UNSW, Australia. Tutor y docente en UNSW y Acknowledge Education.

** Licenciado en Sociología, Magister en Investigación Social por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Docente en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Actualmente se desempeña como asistente de proyectos en OIM Argentina.

[1] Esta dinámica cotidiana ha sido referida por Kedar como “rutina de la dependencia” (2012).

[2] Varios autores reconocen el “sello de aprobación” que de la organización les otorga a los países deudores a través de su monitoreo. Algunos autores incluso van más lejos y comprueban el “efecto catalítico” que genera la presencia del FMI (Bauer et al. 2012; Edwards 2006; Diaz-Cassou et al. 2006; Cottarelli y Giannini 2003).

[3] Por ejemplo, frente a la conocida crisis de legitimidad que atravesó el FMI a comienzos del siglo XXI, el bajo nivel de endeudamiento de sus países miembros a principios de la década de 2000 afectó gravemente su equilibrio financiero. Esta situación resultó especialmente crítica dado que, desde la reforma institucional impulsada en la década de 1980, los intereses generados por los préstamos —junto con las cuotas— constituían una fuente central de ingresos para el organismo (Bloom, 2011). En este contexto, el FMI se vio obligado a implementar una significativa reducción de su personal, consecuencia directa del descenso en los niveles de endeudamiento (Helleiner y Momani 2007).

[4] Por solicitud de los participantes, las restantes cuatro no fueron registradas. El entrevistador estuvo autorizado a realizar notas sobre las respuestas de los entrevistados.

[5] Del mismo modo, otro testimonio encuentra en el devenir histórico de la relación la tensión o contradicción existente entre el interés global y los intereses geopolíticos que habitan la organización. Al respecto, un exministro durante el nuevo periodo de endeudamiento define al Fondo como: 

“Un organismo de la segunda posguerra que tiene como objetivo original llevar un mecanismo de compensación de flujo de capitales para evitar movimientos muy abruptos de economías entre países. (..) El Fondo después se fue desvirtuando y es un instrumento de poder donde esta centralmente representados los intereses de las potencias. Principalmente Estados Unidos. El FMI se fue convirtiendo en un gran divulgador de una ideología económica (énfasis agregado).

 

[6] El debate en torno a la distribución del poder en las organizaciones internacionales —y en el Fondo Monetario Internacional en particular— ha ocupado un lugar destacado en la literatura académica (Nemiña 2019; Meibauer 2023; González 2001; Waltz 2010; Keohane 1984). En este contexto, la incorporación del enfoque bourdieusiano al campo de las relaciones internacionales representa una alternativa teórica que permite trascender la clásica dicotomía entre estructura y agencia, abriendo nuevas posibilidades para el análisis de las dinámicas de poder (Adler-Nissen 2012).

[7] Esto puede verse ejemplificado también en el año 2002 tras la declaración default y la insistencia del ministro Lenicov por alcanzar un acuerdo con el Fondo. El apuro de las autoridades locales por “cerrar” un acuerdo frente a las presiones del tiempo es evidente después del default argentino en el 2001 y las emergentes autoridades nacionales, en proceso de construcción de legitimidad. Su “urgencia” fue contestada por Thomas Dawson, director del Departamento de Relaciones Exteriores en 2002, disuadiendo el apuro argentino al remarcar que era “más importante hacer las cosas correctas que rápidamente” (López Cóppola et al. 2003, 10). La negativa no estaba exenta de preceptos morales.

 

[8] A esa dependencia estructural desde el punto de vista económico, debe sumarse el contexto globalizador, en el cual diversos autores han señalado las consecuencias sobre la soberanía estatal frente al poder de las instancias internacionales (Bauman 1998; 1999)