A DIPLOMATIC HISTORY OF US IMMIGRATION DURING THE 20TH CENTURY. POLICY, LAW AND NATIONAL IDENTITY

 

Benjamin C. Montoya, Bloomsbury Academic, London, 2024, 216 págs.

 

Por Juan Martín Garese (Universidad Católica Argentina)

 

El libro A Diplomatic History of US Immigration during the 20th Century. Policy, Law and National Identity de Benjamin C. Montoya constituye un aporte relevante hacia el campo de la historia política de Estados Unidos. El autor propone discutir histórica y analíticamente la confluencia entre las medidas implementadas en la nación respectivas a la política exterior y la inmigración desde fines del siglo XIX hasta inicios del siglo XXI. No se trata de un estudio integral y descriptivo de la historia de la inmigración ni de las relaciones internacionales norteamericanas, sino que Montoya plantea responder una pregunta que vincula la inmigración con la política exterior: ¿De qué manera los intereses vinculados a asuntos exteriores norteamericanos formularon y fueron influenciados por la llegada de población extranjera a Estados Unidos?

Publicado por la editorial Bloomsbury Academic en 2024, la tesis central de este libro demuestra de qué manera el desarrollo de la política exterior norteamericana durante el período aludido influenció a las decisiones gubernamentales tomadas en cuanto a la inmigración y a su vez cómo la última afectó las medidas tomadas con respecto de la primera. A través de una dinámica de análisis en donde ambas “esferas” se encuentran interconectadas, el autor considera cuestiones políticas, religiosas, nacionales, civiles, filosóficas, legales, sociales, económicas y raciales que determinaron la interpretación de la política exterior, la inmigratoria y la interacción entre éstas. De esta manera, el autor pretende averiguar acerca de presiones, prejuicios y proclividades que explican por qué algunos extranjeros fueron bien recibidos en la sociedad estadounidense en determinados contextos históricos mientras que otros no.

La obra posee una estructura clara y ordenada compuesta por una introducción, una subdivisión del desarrollo en dos partes, y una conclusión. La sección inicial se conforma por los primeros tres capítulos y la segunda por los ocho restantes. En primer lugar, el apartado inicial se titula “Leyes y sistemas”, donde se discute la “esencia” y armado de jurisdicción y legislación inmigratoria de Estados Unidos en conjunto con el estudio del desarrollo y modificación de regímenes internacionales y estadounidenses respectivos a la incorporación de refugiados. Por tanto, se estudian casi dos siglos de jurisprudencia inmigratoria y los dilemas respecto a qué entidad política, federal o estatal, tendría la decisión final en lo que refiere a la cuestión.

En segundo lugar, el próximo capítulo analiza el desarrollo de la legislación inmigratoria en el siglo XX que varió entre la aplicación y eliminación de cuotas a la inmigración europea y asiática, las regulaciones normativas de inmigrantes indocumentados en cuestiones criminales y laborales, y el marco jurídico que delimitó procedimientos que facilitaron al gobierno la deportación de éstos. Luego, el tercer capítulo se subdivide en dos partes: la primera aborda la fundación del régimen internacional de inserción para refugiados por la Liga de las Naciones, el posterior desarrollo de la ONU en el área y su rol ante tensiones ideológicas de la Guerra Fría y las migraciones causadas por conflictos geopolíticos, guerras civiles y disparidades económico-estructurales del Tercer Mundo. El apartado también examina qué naciones de la comunidad global aceptaron refugiados y en qué medida. La otra parte del capítulo aborda la participación de Estados Unidos en aquella estructuración de régimen de inserción para refugiados mediante herramientas multilaterales provistas por la ONU para satisfacer objetivos unilaterales de política exterior. Las crisis internacionales ocasionaron el cuestionamiento del autor respecto a la eficacia de esquemas de reasentamientos que expusieron sus efectos en la diplomacia e intervenciones militares norteamericanas.

Por otro lado, la segunda parte del libro se divide en ocho casos de estudio diferentes en los que el autor analiza cómo los intereses de política exterior de Estados Unidos se complementaron o colisionaron con olas inmigratorias y de refugiados desde fines del siglo XIX hasta inicios del siglo XXI. Montoya desarrolla sus argumentos de forma circunstancial porque afirma que si se agrupara a todos los grupos inmigratorios de forma homogénea implicaría condensar en una única narrativa la diversidad histórica de la inmigración. En contrapartida, quiere demostrar aspectos en común y diferencias empíricas de aquel fenómeno ante la multiplicidad de factores geopolíticos que moldearon los escenarios internacionales en los que se encontró Estados Unidos: si bien algunos pudieron haber tenido características similares entre sí, hubo diferencias en los contextos internacionales y en las respuestas de gobiernos ante la inmigración.

Por lo tanto, el cuarto capítulo aborda la transición en la inmigración japonesa: a fines del siglo XIX dichos inmigrantes eran bienvenidos a la sociedad norteamericana, pero en las primeras décadas del siglo XX iniciaron restricciones por el racismo y disconformidad poblacional. Ello se vio en la Gentlemen´s Agreement que demostraba la aceptación de Japón de autocontención de su inmigración, hasta que el gobierno de Estados Unidos añadió a Japón en las leyes de limitación inmigratoria de la década de 1920. El capítulo concluye con el abordaje de las consecuencias que ello ocasionó en las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Japón.

Asimismo, el capítulo cinco analiza otro caso de modificación al tratar cómo, durante fines de la década de 1920 e inicios de la de 1930, hubo restricciones a la inmigración mexicana. Montoya considera de qué manera se manifestó una retórica lingüística que exacerbó limitaciones a la inmigración causadas por un racismo que determinó una exclusión de tipo administrativa y consular. Sin embargo, el autor también analiza cómo progresivamente se removieron esas restricciones por temor a afectar las relaciones entre ambas naciones: la naturaleza de sus vínculos durante el período fue la causa de la paulatina eliminación de restricciones, aunque nunca de manera absoluta.

El próximo capítulo vincula la depresión económica, el aislacionismo norteamericano y el compromiso a restringir inmigración plasmado en la legislación de la década de 1920 en relación con el antisemitismo presente en la sociedad. El autor analiza cómo esas circunstancias alteraron la respuesta del gobierno ante requisitos inmigratorios de la población judío-europea durante las décadas de 1930 y 1940. Se plantea de qué manera dicha rigidez en el impedimento inmigratorio ocasionó consecuencias humanitarias y diplomáticas que dificultaron el asentamiento de judíos que huían del régimen nazi en Estados Unidos.

Luego, el séptimo capítulo aborda los efectos de los contextos militares y diplomáticos de la Segunda Guerra Mundial en limitaciones a la inmigración china, sobre todo luego de la instauración del sistema comunista en 1949. Montoya estudia cómo repentinamente toda inmigración china era diplomática y políticamente imposible en un contexto de expresiones xenofóbicas, en confluencia con miedos promovidos por el gobierno ante la amenaza comunista. A su vez, el autor analiza las medidas gubernamentales para frenar dicha inmigración a través del Programa de Confesión China que incentivaba a inmigrantes chinos a exponer ante autoridades a miembros de su comunidad que habían ingresado ilegalmente al país.

El octavo capítulo aborda los efectos de la caída de Vietnam del Sur en 1975 en el reasentamiento de miles de vietnamitas en Estados Unidos. Aquellos fueron bien recibidos en el país, sobre todo los sectores ricos y vinculados con las autoridades de Vietnam del Sur. El autor analiza cómo esa reubicación significó la formulación de una imagen humanitaria en respuesta a la instauración del socialismo en Vietnam, así como una estrategia para “avergonzar” a países socialistas al demostrar el desplazamiento a Estados Unidos. Incluso, el autor menciona que esos movimientos causaron que otras oleadas de vietnamitas de estatus socioeconómico menor intentaran el mismo accionar, pero recibieron un trato ambivalente y en algunos casos hostil por la sociedad norteamericana.

Posteriormente, el noveno capítulo demuestra cómo los cubanos eran bien recibidos luego de la Revolución en 1959 y las medidas del gobierno para integrarlos durante las décadas de 1960 y 1970 para “deshonrar” a aquel régimen socialista. Sin embargo, también analiza cómo Castro intentó aprovecharse del problema migratorio en el éxodo de Mariel, cuando más de ciento veinte mil cubanos llegaron a Estados Unidos durante cinco meses en 1980. Allí, el autor expuso las contradicciones e ineficacia de reformas a la legislación inmigratoria desarrollada durante la crisis de desplazamientos vietnamitas anteriores.

En el capítulo diez, el autor presenta cómo el intervencionismo norteamericano en Centroamérica derivó en oleadas de refugiados en las décadas de 1980 y 1990. El autor analiza las consecuencias inmigratorias y sociales causadas por el apoyo del gobierno de Reagan a regímenes militares en El Salvador y Guatemala y a insurgentes que pretendían derrocar al régimen sandinista de Nicaragua. La violencia de éstos contra su población se radicalizó a medida que eran interpretados como luchas geopolíticas entre Estados Unidos, la Unión Soviética y Cuba. Ante la inestabilidad política, se dieron desplazamientos poblacionales a Estados Unidos, pero su llegada reveló un punto ciego entre la política de seguridad internacional y la de refugiados: reubicar a salvadoreños y guatemaltecos implicaría un reconocimiento del apoyo estadounidense a regímenes dictatoriales, por lo que mayoritariamente les fue negado el ingreso. Por contraste, la mayoría de nicaragüenses, que según el gobierno estaban huyendo del socialismo, fueron mejor recibidos. Luego, el autor analiza de qué manera para 1990 el miedo de la sociedad ante “bandas” de delincuentes centroamericanos se fusionó con la ambivalencia social frente a aquellos inmigrantes, lo que derivó en la creación de leyes que fortalecieron habilidades de deportación del gobierno.

El último capítulo demuestra cómo la recesión económica de la década de 1970 y el giro hacia la economía neoliberal de las décadas de 1980 y 1990 creó las fuerzas que derivaron en altos índices de inmigración ilícita, sobre todo de México. El autor analiza cómo las fuerzas macroeconómicas que incrementaron la penetración de Estados Unidos en México, como el TLCAN, estimularon la inmigración ilegal y las respuestas otorgadas por el gobierno norteamericano. Tanto el gobierno federal y los estatales respondieron ante la inmigración de indocumentados con legislación fronteriza que hacía la vida legal y socialmente difícil, lo que derivó en la construcción de barreras físicas en la frontera. Por otro lado, el autor estudia en ese mismo capítulo que luego del evento del 11/9, el miedo ante la inmigración ilegal confluyó con la amenaza terrorista, por lo que la inmigración se convirtió en un problema de seguridad nacional.

Por último, en la conclusión el autor discute que Estados Unidos está atravesando un nuevo tipo de Guerra Fría: en contraste a la lucha ideológica anterior, existe una crisis existencial con respecto a qué representa la inmigración para la nación. Montoya plantea la siguiente interrogante: cuando los norteamericanos se refieren a sí mismos como “nación de inmigrantes”, ¿es algo positivo o negativo?

En la década de 1990 y la de los 2000 esa frase era una burla al movimiento que defendía el derecho de “naturalización”, cuyos activistas han intentado sin éxito cambiar las leyes para dificultar que las personas nacidas en el extranjero obtengan la ciudadanía. Si bien esos esfuerzos no son nuevos, desafían definiciones constitucionales y hablan de la disconformidad social respecto a la inmigración en su presente. La conclusión termina con una sugerencia reflexiva acerca de cómo la empatía histórica proveería una ruta a través de una retórica enfática sobre políticas inmigratorias y de refugiados. Según el autor, los inmigrantes y refugiados son humanos que atraviesan fronteras por diversas razones, por lo que mantener el carácter humano en el foco de análisis de la inmigración recuerda que cualquier resolución a problemas del área deben ser humanitarias y empáticas.

En definitiva, la obra de Benjamin C. Montoya es una contribución significativa para comprender la interrelación entre la inmigración y la política exterior en la historia de Estados Unidos. Su enfoque, acompañado por el uso de gráficos estadísticos, caricaturas, fotografías, y publicidad de las épocas citadas, combina un sólido análisis histórico a través del estudio de casos específicos. Así se permite dimensionar cómo los desplazamientos poblacionales fueron influidos por intereses diplomáticos y geopolíticos del país y cómo éstos incidieron proporcionalmente en la formulación de dichas políticas. De esta manera, Montoya ofrece una mirada compleja y matizada que conforma un aporte sustancial para los estudios sobre la historia de la inmigración de Estados Unidos.