CATTERBERG ACTUALIZADO: CAMBIOS Y
CONTINUIDADES EN LA CULTURA POLÍTICA ARGENTINA A 40 AÑOS DE LA RECUPERACIÓN DEMOCRÁTICA
Facundo Cruz*
Observatorio Pulsar.UBA
* cruzfacu@gmail.com
Javier Cachés**
Observatorio Pulsar.UBA
* cachesjavier@gmail.com
Emilia Tamburri***
Observatorio Pulsar.UBA
* emitamburri@gmail.com
Recibido: 6 de
marzo de 2025
Aceptado: 30 de
agosto de 2025
Resumen: ¿Cuál era el estado de la opinión pública en el
marco de la recuperación democrática? ¿Cuáles eran los imaginarios
predominantes en torno al sistema político y los actores de poder en el
contexto de la transición a la democracia? ¿Qué expectativas sociales regían
tras el derrumbe autoritario? En un contexto de profundos realineamientos
políticos y sociales, Edgardo Catterberg (1989)
ofrece una cartografía precisa sobre la cultura política de los argentinos en
el marco de la apertura democrática. Ahora bien, ¿qué cambios y continuidades
hay en la cultura política argentina a 40 años de la recuperación democrática?
Los interrogantes antes planteados, ¿qué respuestas tienen en la actualidad?
Para ello, retomamos la literatura especializada en el tema para detectar
continuidades y rupturas con el presente. Contrastamos los hallazgos de estos
estudios con distintos informes de opinión pública: el Programa Creencias
Sociales del Observatorio Pulsar UBA, Latinobarómetro
y Barómetro de las Américas de LAPOP/Vanderbilt University.
Palabras clave: opinión pública; democracia; partidos políticos;
élites; Argentina
CATTERBERG UPDATED: CHANGES AND CONTINUITIES IN ARGENTINE POLITICAL
CULTURE 40 YEARS AFTER THE RESTORATION OF DEMOCRACY
Abstact: What was the state of public opinion in the
context of democratic recovery? What were the predominant imaginings around the
political system and the power actors in the context of the transition to
democracy? What social expectations governed after the authoritarian collapse?
In a context of profound political and social
realignments, Edgardo Catterberg (1989) offers a
precise cartography of the political culture of Argentines in the context of
democratic opening. Now, what changes and continuities are there in Argentine
political culture 40 years after the democratic recovery? What answers do the
questions raised above have today? To do so, we return to the specialized
literature on the subject to detect continuities and ruptures with the present.
We contrast the findings of these studies with different public opinion
reports: the Social Beliefs Program of the Pulsar UBA Observatory, Latinobarómetro and the Barómetro
de las Américas of LAPOP/Vanderbilt University.
Keywords: Public Opinion; Democracy; Political Parties;
Elites; Argentina
I. Introducción
¿Cuál era el estado de la opinión pública
en el marco de la recuperación democrática? ¿Cuáles eran los imaginarios
predominantes en torno al sistema político y los actores de poder en el
contexto de la transición a la democracia? ¿Qué expectativas sociales regían
tras el derrumbe autoritario?
En un contexto de profundos
realineamientos políticos y sociales, Edgardo Catterberg
(1989) ofreció una cartografía precisa sobre la cultura política de los
argentinos en el marco de la apertura democrática. De la lectura minuciosa de
las encuestas de opinión de la época se desprende un fuerte apoyo de la
sociedad argentina a los valores estatistas e individualistas; una estructura
de pensamiento con mayor anclaje en la tradición igualitaria/participativa de
la democracia que en la liberal/libertaria; y una fuerte desconfianza hacia las
elites dirigentes, con un breve intervalo de crédito social en favor de la
política durante la primavera democrática.
Ahora bien, ¿qué cambios y continuidades
hay en la cultura política argentina a 40 años de la recuperación democrática?
Los interrogantes antes planteados, ¿qué respuestas tienen en la actualidad?
Sobre la base de estas preguntas, este
artículo tiene como objetivo identificar en qué medida los hallazgos que Catterberg (1989) encontró como elementos constitutivos de
la cultura política argentina de la transición democrática continúan presentes
(o no) en la actualidad, en el marco del cumplimiento de los 40 años de
estabilidad ininterrumpida del régimen político.
Tomando tres de los ejes presentados por Catterberg hace casi 40 años, el trabajo se estructura de
la siguiente manera. En primer lugar, abordamos lo que presenta la literatura
especializada en lo que respecta a la cultura política, las instituciones y la
transición a la democracia en la Argentina. En segundo orden, indagamos sobre
las percepciones sociales pasadas y presentes en torno a la democracia en el
país. En tercer lugar, abordamos la discusión entre lo público y lo privado,
detectando cambios y continuidades sobre las relaciones entre el Estado, el
mercado y los individuos. Luego, recabamos a partir de otros estudios
presentados las valoraciones sobre distintos actores: partidos políticos,
sindicatos, empresas y fuerzas armadas. En quinto lugar, arrojamos algunas
conclusiones tentativas sobre los resultados analizados para sintetizar los
cambios y continuidades detectados.
II. ¿Qué dice la literatura sobre cultura
política, instituciones y transición a la democracia?
La relación entre cultura política y el
régimen político es un tema que atraviesa al pensamiento político desde los
clásicos hasta la actualidad. Como observa Pye (1991,
490), los teóricos clásicos, de Aristóteles a Platón, pasando por Montesquieu y
Tocqueville, han destacado la importancia de entender la política en términos
de costumbres, tradiciones, normas y hábitos. Para Aristóteles, la democracia
dependía de las actitudes y valores de la clase media. Para Montesquieu, el
valor social predominante de las monarquías era el honor; el de la democracia,
la integridad; y el de las tiranías, el miedo.
De los clásicos, Tocqueville (2019) fue el
pensador que con mayor asertividad explicó la relevancia del vínculo entre
instituciones democráticas y actitudes sociales. Sorprendido por el dinamismo
del nuevo orden político norteamericano de principios del siglo XIX, el francés
advirtió que la clave de las instituciones democráticas de gobierno no eran
tanto los pactos constitucionales como el nivel de arraigo que los valores
democráticos tenían en la ciudadanía. Desde una perspectiva tocquevilliana,
la democracia pasó a ser entendida más como un estado social -una serie de
actitudes, valores y costumbres de la ciudadanía- que como una forma de
gobierno.
A mediados del siglo XX, los trabajos de Lipset (1968) y Almond y Verba
(1964) tuvieron una influencia sobresaliente en la literatura sobre el impacto
de la cultura política en las instituciones políticas. El primero encontró que
las actitudes antidemocráticas estaban más presentes cuanto menor era el nivel
socio-educativo de la población. Los segundos, por su parte, analizaron datos
de opinión pública de Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Alemania y México
para explicar cómo la variación en la estabilidad democrática de las distintas
naciones dependía en gran medida de las orientaciones y valores de los
ciudadanos respecto al Estado y el sistema político.[1]
Tras la Segunda Guerra Mundial, la rápida
consolidación de nuevos sistemas democráticos reveló que los procesos de
transición política implicaban no solo el establecimiento de nuevos regímenes
políticos, sino también cambios significativos en los valores y las actitudes
sociales (Catterberg 1990, 156). Así, en países como
la República Federal de Alemania y España, el reemplazo de sistemas
totalitarios por instituciones democráticas trajo aparejados cambios
significativos en las preferencias y visiones de la ciudadanía (Verba 1965;
López Pintor 1982).
En Argentina, uno de los trabajos más
emblemáticos sobre el cruce entre cultura política y opinión pública emergió,
precisamente, en el contexto de la transición democrática de 1983. A partir del
análisis de diferentes encuestas de opinión para el período 1982-1988, Catterberg (1989) indagó sobre los cambios en las creencias
democráticas durante la transición de régimen en Argentina.[2]
Aquel estudio seminal sirve hoy de referencia para identificar, 40 años
después, rupturas y continuidades en la cultura política de los argentinos.
En un contexto de recesión democrática
regional y global como el actual (Waldner y Lust 2018; Norris 2017), la pregunta por las actitudes
ciudadanas respecto al régimen democrático cobra especial interés no solo
académico, sino también en términos de la práctica política. Ocurre que la
literatura especializada ha encontrado un vínculo entre el apoyo ciudadano a la
democracia y la calidad del régimen: cuando cae la demanda ciudadana de
democracia, la calidad del sistema político se resiente; cuando crece en la
opinión pública el apoyo a la democracia, la calidad del régimen tiende a subir
en los años subsiguientes (Camacho et al 2023; Classen
2020).
Ahora bien, ¿cómo ha medido la literatura
especializada la cultura política y sus variaciones a lo largo del tiempo? La Cultura Cívica de Almond
y Verba (1964) fue un trabajo pionero en esta agenda de investigación en virtud
de que desarrolló encuestas multipaís con datos
comparables para estudiar las actitudes políticas en diferentes sociedades
(Silver y Dowley 2000, 517).
Bajo esta influencia, la mayoría de los
análisis sobre cultura política tendieron a asumir la existencia de una
estructura de opinión nacional, compartida por toda la sociedad (Inglehart 1997; Schwartz 1999). Este enfoque enfatiza el
consenso de valores y la existencia de un conjunto de creencias compartidas que
atraviesan transversalmente a una sociedad. Los estudios que adscriben a esta
mirada suelen emplear los resultados de encuestas de opinión pública a gran
escala para examinar tanto la evolución temporal de un país como la variación
transnacional en los patrones de creencias declarados (Blaydes
y Grimmer 2000, 1).
Un segundo grupo de trabajos discutió con
este consenso generalizado. Frente a los estudios que miden una única cultura
política en un país determinado, Seligson (2002)
argumenta que ese enfoque descarta innecesariamente
las respuestas a nivel individual, ignorando las variaciones, la complejidad y
los matices dentro de los países.
Alternativamente, surgió una
línea de investigaciones que se concentraron en medir la cultura política
partiendo de un enfoque intermedio entre el nivel nacional y el individual.
Así, Silver y Dowley (2000) abordan la medición de la
cultura política en sociedades multiétnicas, indagando cómo los valores
políticos pueden variar al interior de una sociedad diversa y compleja tanto
social como culturalmente.
Blaydes y Grimmer (2020), por su parte,
procuran medir la variación en las actitudes y valores políticos de una
sociedad reconociendo que las culturas políticas no son homogéneas, sino que
están formadas por una diversidad de creencias y miradas políticas. Para ello,
introducen la idea de subcultura política y desarrollan un modelo estadístico
que codifica a cada país como un conjunto de subculturas que son compartidas
entre naciones y regiones. Así, logran medir el nivel de consenso de distintos
valores sociales tanto al interior de un país como entre los distintos países.
Tomando en cuenta estas
discusiones, y dados los objetivos trazados en nuestro trabajo -contrastar en
qué medida los hallazgos de Catterberg (1989) sobre
los elementos constitutivos de la cultura política argentina continúan vigentes
a 40 años de la transición democrática-, nos centramos en un enfoque nacional
de cultura política, atendiendo a los promedios agregados a lo largo del tiempo
y dejando en un segundo plano la cuestión de la heterogeneidad interna.
En este sentido, ¿cuál era el estado de la
opinión pública en el marco de la recuperación democrática? ¿Cuáles eran los
imaginarios predominantes en torno al sistema político y los actores de poder
en el contexto de la transición a la democracia? ¿Qué expectativas sociales
regían tras el derrumbe autoritario? ¿Qué actitudes, percepciones y sentidos
giran en torno a la democracia en la actualidad? ¿Qué actitudes, percepciones y
sentidos giran en torno a la democracia en la actualidad? Como referencia para
la comparación con el presente, a continuación sintetizamos los hallazgos de Catterberg (1989) a partir de tres grandes dimensiones
constitutivas de la cultura política: 1) Actitudes individualistas y
estatistas; 2) Ideales de democracia; 3) Confianza en los actores políticos[3]. En cada apartado, analizaremos distintos
estudios de opinión pública para detectar continuidades y rupturas con los
hallazgos encontrados a 40 años del retorno a la democracia.
III. Percepciones
sociales y actitudes individualistas y estatistas
Según reseña Catterberg
(1989, 23), la sociedad argentina de la post-dictadura
presentaba un carácter mixto: era, por un lado, fuertemente individualista y,
por el otro, ostentaba claras señales de apoyo al Estado. Atendiendo al debate
ideológico clásico, se trataba de un resultado paradójico, ya que en general ha
tendido a existir una relación inversamente proporcional entre la adhesión a
metas de orientación individualista y las preferencias pro-Estado. En
Argentina, señala el autor a partir de distintas encuestas de opinión de la
época, estas tendencias se manifestaban llamativamente de forma paralela.[4]
En las vísperas de la recuperación
democrática, los argentinos presentaban una decidida orientación al logro
personal, definido como la obtención de bienestar personal a través de
vehículos o caminos individuales. Por un lado, las encuestas —mayormente con
alcance en grandes centros urbanos a nivel nacional— mostraban una tendencia
clara a la búsqueda de metas materiales: en 1982, el 95% estaba de acuerdo con
la proposición de que “es importante ser alguien en la vida” y el 91%
respaldaba la afirmación de que “todo esfuerzo se justifica si ello permite
alcanzar una mejor situación social y económica”.
A su vez, los argentinos manifestaban una
fuerte disposición a alcanzar dichas metas personales a través del esfuerzo
individual. Por ejemplo, ese mismo año el 90% adhería a la frase “el
cumplimiento de metas difíciles me hace sentir muy satisfecho/a” y el 87%
acordaba con la siguiente frase “me esfuerzo para alcanzar las metas que me he
fijado por todos los medios posibles”.
Estas orientaciones iban acompañadas,
además, por una marcada expectativa de movilidad social ascendente. Alrededor
del 60% de los entrevistados en 1982 señalaba que su situación era mejor que la
de sus padres cuando ellos eran chicos. Asimismo, en particular en el retorno a
la democracia, las expectativas de mejora generacional aparecían con intensidad
también respecto a los hijos: en mayo 1984 el 70% consideraba que sus hijos
iban a tener una mejor situación económica y social que la propia. Si bien esta
apreciación se fue frustrando con el correr de la década, llegando a un 49% de
los argentinos con esta expectativa en junio 1988, Catterberg
resalta la importancia que tenía esta mirada en la legitimidad del orden social
existente. En este sentido, a pesar de los años de estancamiento económico,
subsistía una perspectiva de progreso individual a través del esfuerzo en el
marco de esa estructura social.
Esta actitud individualista de progreso
social se solapaba con valores favorables hacia la intervención directa del
Estado en distintas esferas del ámbito público. Así, en 1986, el 83% de los
encuestados apoyaba la noción de que “el Estado debe dar trabajo a toda persona
que quiera trabajar”, el 75% adhería a la idea de que “para solucionar el
problema de la vivienda el gobierno debería congelar los alquileres” y el 58%
acordaba con la frase “el Estado debe proporcionar los servicios públicos con
tarifas moderadas sin preocuparse por posibles pérdidas”.
A partir de estos datos, Catterberg (1989, 32) destacaba que la orientación
estatista de los argentinos, antes que expresar un apego predominantemente
ideológico, constituía sobre todo un posicionamiento pragmático: la defensa de
la actuación estatal era percibida como un mecanismo para la satisfacción de
necesidades individuales, y, eventualmente, como un soporte para el ascenso
social, una expectativa anclada en experiencias pasadas familiares y sociales.
De los datos relevados por la primera y
segunda oleada de la encuesta de Creencias Sociales del Observatorio Pulsar UBA[5]
surgen algunas rupturas respecto de estas valoraciones. Para avanzar en esta
línea, se utilizan preguntas que, si bien no son estrictamente comparables con
aquellas recuperadas por Catterberg, permiten
aproximarse al posicionamiento de los argentinos respecto al esfuerzo
individual para el progreso social, el rol del Estado en la actualidad, y la
relación entre esta institución, en tanto instrumento de progreso social, y las
personas. Se abordan interrogantes del cuestionario que hacen foco en la
importancia del esfuerzo individual, el rol social del Estado, la valoración de
empresas de carácter público vs. privado, las preferencias respecto a la
inserción laboral personal en empresas de estos dos perfiles, y a la valoración
sobre qué tipo de empresa debería producir mayormente el empleo en el país.
Asimismo, para entender las transformaciones acaecidas a 40 años de la
recuperación de la democracia, se retoman preguntas vinculadas a la percepción
de las personas sobre el orgullo nacional y sobre la persistencia de
discriminación social.
En primer lugar, tomando los datos de la
primera oleada de la encuesta (2023), detectamos en la actualidad una tensión
entre el sentimiento de pertenencia nacional y el deseo de progreso social
manifestado en la década de los ‘80. Frente a la pregunta “¿usted está muy,
bastante, poco o nada orgulloso de ser argentino?”, más del 90% respondió estar
“muy orgulloso” y “bastante orgulloso” de serlo. Valoración que, por otro lado,
se mantiene constante en términos etarios, educativos y por lugar de residencia.
Esta valoración positiva sobre la
autoidentificación con el país convive con una percepción más bien negativa
sobre la condición de igualdad y equidad entre los habitantes del país. Frente
a la pregunta “¿cree Ud. que hay personas o grupos de personas discriminadas en
Argentina?”, el 73% de los consultados afirmó que sí, mientras que el 27%
indicó lo contrario. En la mayoría de los estratos sociales este valor se
mantiene constante, salvo para los adultos mayores (asciende al 81%) y entre
los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires (80%). En este sentido, la realidad
social, económica y política cotidiana, cuatro décadas después del retorno a la
democracia, no parece, a los ojos de los encuestados, haber generado las
condiciones para un desarrollo personal equitativo en la sociedad argentina.
Esta mirada no se condice con las expectativas de progreso en el marco de un
orden social con alta legitimación que surgía de las respuestas de los
argentinos relevados en el estudio de Catterberg. La
frustración de esa expectativa, por otro lado, no impacta negativamente en la
identificación nacional de los ciudadanos nacionales.
Para hablar más concretamente del rol del
esfuerzo individual en la movilidad social ascendente, en la segunda oleada de
Creencias Sociales (2024) encontramos que el 53% de los argentinos acuerda con
que “aun cuando alguien estudie y trabaje, no es posible lograr una buena
posición económica en este país”. Por el contrario, el 45% considera que
“cualquiera que estudie y trabaje puede lograr una buena posición económica en
el país”. Esta misma pregunta, de acuerdo con datos de la Observatorio Hacer
Educación de la UBA[6],
había arrojado valores inversos en el año 2023: el 41% estaba de acuerdo con la
primera afirmación, mientras que el 59% coincidía con la segunda. Es decir, si
bien no se trata de una perspectiva hegemónica dado que casi la mitad de la
población acuerda con la opinión opuesta en 2024, sí podemos afirmar que, en la
actualidad, la mayoría de los encuestados encuentra que el esfuerzo a través
del estudio y el trabajo no garantiza el ascenso social en Argentina, y que
esta perspectiva se encuentra en franco crecimiento con un incremento de 12
puntos porcentuales (p.p.) entre los años considerados. Estos resultados
muestran un marcado contraste con aquello observado 40 años atrás: los
argentinos parecen dejar de confiar en el esfuerzo como motor de mejora de sus
condiciones sociales, por lo menos a través de las vías tradicionales del
estudio y el trabajo.
En segundo lugar, surge otro matiz
respecto de lo relevado hace 40 años, y se manifiesta en torno a la relación
Estado-individuo. Por un lado, hay un claro consenso en torno a que el Estado
debe ocupar un rol social. El 75% considera que la ayuda estatal a los sectores
más pobres es necesaria aún si no resuelve todos los problemas, respuesta
transversal a votantes de todos los espacios políticos. Sólo el 21% cree que
esta ayuda “genera más problemas que soluciones”. A su vez, una mayoría un poco
más reducida (67%) defiende un Estado que regule la economía y ayude a los más
pobres, frente a un 26% que considera que sus funciones deberían ser
exclusivamente la seguridad y la justicia sin intervención en la economía ni en
temas sociales. Aunque con matices, podemos pensar que existe una continuidad
respecto de la década del ‘80, en tanto los argentinos aún quieren un Estado
que intervenga en funciones sociales que consideran necesarias. Cuatro décadas
atrás ese rol se asociaba a dar trabajo, garantizar la vivienda y los servicios
públicos; hoy, a la ayuda social a los pobres y la regulación de la economía.
En términos generales, la ciudadanía
actualmente no percibe al Estado como un facilitador para el desarrollo
individual y, sobre todo, para el progreso social. Sin embargo, la perspectiva
de un Estado regulador no implica una confianza en la gestión pública como
motor de la economía y el empleo. Tanto la primera como la segunda oleada de
Creencias Sociales muestran que la mitad o más de los argentinos y argentinas
confía en las empresas privadas antes que en las empresas públicas. Poco menos
del 40% lo hace en estas últimas. A eso se suma que el 60% de los consultados
en el año 2023 y el 54% del 2024 prefieren “un país donde la mayor parte del
empleo lo creen las empresas privadas”. Los valores son similares cuando se
pregunta por la preferencia entre el empleo público y el empleo privado. Si
bien estas respuestas tienen una clave partidaria y, en ese sentido, no se
trata de mayorías abrumadoras sino de una sociedad dividida por estos ejes[7], la
percepción general muestra que el mercado prima antes que el Estado en términos
de confianza, generación y provisión de empleo. Estos puntos se pueden ver en
la síntesis de la tabla a continuación.
Tabla 1. Visiones sobre el impacto social
del sector público
y privado en la Argentina (2023-2024)
|
Pregunta
/ Oleada |
Respuesta |
2023 |
2024 |
|
¿A
usted qué le genera mayor confianza? |
Empresa privada |
54% |
50% |
|
Empresa pública |
39% |
38% |
|
|
Ns/Nc |
7% |
12% |
|
|
Si
tuviera la posibilidad de elegir entre tener un empleo público o uno
privado que le dieran la misma remuneración y tengan las mismas
condiciones laborales, ¿cuál elegiría? |
Empleo privado |
53% |
49% |
|
Empleo público |
43% |
43% |
|
|
Ns/Nc |
4% |
8% |
|
|
Para
usted, lo mejor para un país es que la mayor parte del empleo la
generen… |
Empresas
privadas |
60% |
54% |
|
Empresas
públicas |
33% |
38% |
|
|
Ns/Nc |
7% |
8% |
Fuente:
elaboración propia en base a datos del programa Creencias Sociales (oleada 2023
y 2024).
En este punto, podemos pensar que existen
transformaciones en ese estatismo pragmático señalado por Catterberg.
Si antes se consideraba al Estado como una base sobre la cual pararse en busca
del progreso individual, hoy sus funciones quedan enfocadas en los más
vulnerables y no necesariamente lo público es elegido como
motor de la economía y el empleo. La ciudadanía tiene una visión dual respecto
del Estado: por un lado, apoya su función social, sobre todo en la contención
de los más pobres; por el otro, confía más en el sector privado como agente del
desarrollo económico. De todas formas, también cabe señalar que más de un
tercio de la población continúa eligiendo a la gestión pública como confiable,
a sus empresas como principales impulsoras del empleo, e incluso lo consideran
un sector en el que es deseable insertarse laboralmente. Se trata de un aspecto
en el que las perspectivas están divididas, en particular en una clave
partidaria, lo cual rompe la hegemonía estatista de los años 80s.
Al respecto, y con el objetivo de ampliar
el análisis, aplicamos la técnica de “agrupamiento de perfiles ideológicos” con
el objetivo de identificar y clasificar a los encuestados en grupos de
creencias políticas y económicas similares[8].
Para ello tomamos, de la oleada 2023 de Creencias Sociales, las preguntas del
cuestionario ubicadas en las dimensiones “Público y Privado” y “Libertad e
Igualdad”. Agrupamos las respuestas en dos ejes complementarios: económico
(privatistas vs. estatistas) y moral (progresistas vs. conservadores)[9]. El
resultado final nos muestra que, en el relevamiento realizado en el año 2023,
una mayor cantidad de argentinos y argentinas se identifican como privatistas
(60%), frente a una menor cantidad que lo hace como estatistas (37%)[10].
Replicando el mismo estudio en el año 2024, la distribución dio un 52% para el
primer grupo frente a un 41% del segundo. Tomando en cuenta estos valores,
encontramos un punto de ruptura importante respecto de los hallazgos realizados
por Catterberg (1989). La Argentina de la actualidad
tiene un consenso privatista más fuerte y mayoritario, a diferencia de los
valores más favorables hacia el Estado que mostraba en la década del ‘80.
Tabla 2. Perfiles ideológicos en la
Argentina (2023 y 2024)
|
Perfiles
Ideológicos de la Argentina |
Eje
Económico |
||||
|
Privatistas |
Estatistas |
||||
|
Oleada |
2023 |
2024 |
2023 |
2024 |
|
|
Eje
Moral |
Progresistas |
30% |
27% |
19% |
28% |
|
Conservadores |
30% |
25% |
18% |
13% |
|
|
Totales |
60% |
52% |
37% |
41% |
|
Fuente:
“¿En qué creemos los argentinos? Segundo informe”, Observatorio Pulsar UBA,
julio 2023. “Creencias Sociales 2024 – Informe 3: Estado, mercado y libertad en
la Argentina”, Observatorio Pulsar UBA, septiembre 2024.
En resumen, a 40 años del retorno a la
democracia, el estudio relevado muestra matices con los valores individualistas
y estatistas. Una creciente porción de los argentinos considera que el esfuerzo
a través del trabajo y el estudio no permite una mejora en la escala social,
horadando la legitimidad del orden social señalada por Catterberg
en base a las expectativas de movilidad social ascendente cuatro décadas atrás.
En este mismo sentido, el rol del Estado se ha desplazado desde impulsar el
crecimiento individual, hacia regular la economía y garantizar la función
social de ayuda a los más pobres. Mientras que en la década del ‘80 el Estado
Nacional parecía tener un rol mucho más central y dominante en el camino hacia
el progreso social, en la actualidad hay una mayor consideración del ámbito
privado como un espacio de desarrollo y crecimiento. Predomina en el presente
una perspectiva dual en relación al Estado: ocupa un
rol social importante y necesario, a la vez que no se constituye como motor del
desarrollo social en términos económicos y de generación de empleo en pos de una mayor valoración del sector privado para estas
funciones.
IV. Ideales de democracia a 40 años del
fin de la última dictadura
La democracia condensa dos grandes
corrientes de pensamiento y líneas de acción: una, con mayor arraigo en Estados
Unidos, persigue la defensa de la libertad individual; y la otra, con un mayor
desarrollo en Europa continental, subraya la importancia de la igualdad
-política y social- entre los integrantes de una comunidad política. La primera
tradición conlleva a la reafirmación de una serie de derechos individuales -la
libertad de expresión, de prensa, de asociación- frente a la amenazante
autoridad del Estado; la segunda corriente trae aparejada la reivindicación de
la participación de los individuos en el juego político como medio para ejercer
una influencia idéntica en las decisiones colectivas y evitar así que ningún
miembro o grupo pueda ser favorecido en virtud de recursos o atributos
particulares (Przeworski 2010, 121). El ideal de
libertad enfatiza la necesidad de un gobierno limitado; el polo de igualdad
subraya la necesidad de hacer efectiva la noción de ciudadanía. Ambos coexisten
en un equilibrio siempre inestable que nutre el ideario de las democracias
modernas.
¿Cómo se posicionaba la sociedad argentina
de la transición democrática frente a estas orientaciones ideológicas? De acuerdo a las encuestas de opinión relevadas por Catterberg (1989, 63), la corriente
participativa/igualitarista estaba mucho más presente en el imaginario
ciudadano que la tradición libertaria. Los valores de participación democrática
se manifestaban a través de un apoyo mayor al 75% a la realización de
elecciones periódicas y al voto universal como bases fundamentales de un
sistema político. Es relevante notar que estas adhesiones fueron creciendo en
los años inmediatamente posteriores a la recuperación democrática, indicando
una correlación positiva entre cambio de régimen y alteraciones en la cultura
política.
La dimensión liberal, por su parte,
alcanzaba niveles más acotados de respaldo (Catterberg
1989, 63). Las actitudes liberales de apoyo a la libertad de prensa, defensa de
las minorías y rechazo a un sistema de partido único se ubicaban en el orden
del 50-60%. Sobre este conjunto de preguntas también se observa una expansión
del pensamiento liberal tras la apertura democrática de 1983, pero dicha
tendencia se ve interrumpida a partir de 1988, con el agravamiento de las
condiciones económicas.[11]
En definitiva, Catterberg
encontraba no solo una mayor predisposición en la sociedad argentina a la
tradición igualitarista/participativa de la democracia que a la dimensión
liberal, sino también una mayor estabilidad de la primera corriente a lo largo
del tiempo.[12]
Por último, el autor señalaba un impacto
directo del descontento en las actitudes democráticas. Aquellas personas que
manifestaban una insatisfacción con el rumbo general del país y con su
situación personal tendían a mostrar menores niveles de adhesión a los valores
democráticos -tanto de la vertiente igualitarista como de la libertaria- que
aquellos que presentaban un mayor conformismo con la coyuntura.
Al respecto, encontramos que los hallazgos
de Catterberg (1989) se mantienen parcialmente en la
sociedad argentina actual. Tomando los mismos estudios que en el apartado
anterior, encontramos que para la gran mayoría de los consultados es importante
vivir en un país democrático. El 95% (oleada 2023) y el 89% (2024) de los
consultados respondió con valores entre 6 y 10 a la hora de consultar “¿qué tan
importante es para usted vivir en un país que se gobierna democráticamente?”
(escala de 1 -nada importante- a 10 -muy importante-). Cabe agregar que, en
ambos relevamientos, al menos 2/3 de los consultados respondió que es “muy
importante”. El sentimiento a favor de la democracia se mantiene en la
actualidad.
Pero la valoración sobre la realidad
democrática cambia levemente. El mismo estudio pregunta sobre “¿qué tan
democrático considera que es el país?”. Las dos oleadas relevadas indican que
las consideraciones están más dispersas. Utilizando la misma escala que en la
pregunta anterior, en el estudio del 2023 el 54% se repartió entre 6 y 10,
mientras que en el realizado en 2024 lo hizo el 67%. Hay acá un choque entre la
estimación sobre el régimen político y la percepción de la realidad: el primero
es mayor que el segundo. Esto puede ser un dato a
tener en cuenta a futuro, en particular por el quiebre partidario que existe al
cruzar los datos con la intención de voto[13].
Tabla 3. Valoraciones generales sobre el
régimen político argentino (2023-2024)
|
Respuesta |
Muy (escala
6-10) |
Poco (escala
1-5) |
||
|
Pregunta
/ Oleada |
2023 |
2024 |
2023 |
2024 |
|
¿Qué tan importante es para usted vivir en un país
que se gobierna democráticamente? |
89% |
95% |
8% |
5% |
|
¿Qué tan democrático considera que es el país? |
54% |
67% |
43% |
34% |
Fuente:
elaboración propia en base a datos del programa Creencias Sociales (oleada 2023
y 2024).
En esta misma línea, también encontramos
una mayor tolerancia a actitudes y comportamientos no democráticos en la
sociedad argentina, especialmente al desagregar por nivel educativo. Cuando
preguntamos “¿con cuál de las siguientes frases está más de acuerdo?”, un 73%
de los consultados en 2023 y un 81% en 2024 respondieron que “la democracia es
preferible a cualquier otra forma de gobierno”. Esto muestra un alto consenso
en la sociedad argentina, que cae sustantivamente entre los consultados que
alcanzaron solamente el nivel primario: un 68% en 2023 y un 65% en 2024. Este
punto no es menor porque las dos oleadas muestran un cambio respecto de este
segmento social. Mientras que en 2023 solamente el 9% consideraba que en
algunas circunstancias era preferible un gobierno autoritario, ese valor subió
al 19% en la oleada 2024. Aunque sigue siendo una franja menor de los
encuestados, el cambio de un año a otro muestra una modificación en términos de
la conformidad con el régimen político en el sector con menor nivel educativo
de la sociedad argentina.
Tabla 4. Valoraciones generales sobre el
régimen político
argentino según nivel educativo
(2023-2024)
|
Respuesta |
General |
Nivel
educativo |
||||||
|
Primario |
Secundario |
Universitario |
||||||
|
Pregunta
/ Oleada |
2023 |
2024 |
2023 |
2024 |
2023 |
2024 |
2023 |
2024 |
|
La
democracia es preferible a cualquier forma de gobierno |
73% |
81% |
68% |
65% |
72% |
80% |
82% |
83% |
|
Un
gobierno autoritario puede ser preferible en algunas circunstancias |
13% |
12% |
9% |
19% |
16% |
12% |
13% |
12% |
|
Me da
lo mismo un gobierno democrático que uno autoritario |
12% |
6% |
19% |
10% |
10% |
7% |
4% |
4% |
Fuente:
elaboración propia en base a datos del programa Creencias Sociales (oleada 2023
y 2024)
De esta manera, aunque el consenso entre
los consultados es alto cuando se refiere a las preferencias por la democracia,
los relevamientos que llevamos a cabo en ambos años nos permitieron encontrar
algunos matices en términos de actitudes autoritarias. Algo que, en tiempos del
estudio de Catterberg (1989), no estaba tan
generalizado. Para ahondar sobre este punto, agrupamos dos variables del
estudio (“preferencias por la democracia sobre otros regímenes políticos” y
“posición frente a la interrupción de mandatos de los gobiernos electos”) para
construir perfiles de demócratas en la Argentina. Los clasificamos en tres
categorías: puros, pragmáticos e indiferentes[14].
Los primeros siempre prefieren la democracia por sobre un autoritarismo y
consideran que un presidente debe terminar su mandato. Los segundos coinciden
en la valoración sobre el régimen, pero están abiertos a la posibilidad de
revocación del mandato presidencial si consideran que no se satisfacen las
demandas ciudadanas. Los terceros, finalmente, tienen una actitud indiferente
hacia la democracia y, aunque no se oponen a vivir en ella, no tienen un
compromiso particular con su estabilidad.
De las respuestas obtenidas encontramos
los siguientes resultados.
Tabla 5. Perfiles de demócratas en la
Argentina (2023 y 2024)
|
Perfiles |
Oleada |
||
|
2023 |
2024 |
Diferencia |
|
|
Demócratas
puros |
51% |
48% |
-3% |
|
Demócratas
pragmáticos |
23% |
32% |
+9% |
|
Demócratas
indiferentes |
25% |
18% |
-7% |
Fuente:
“¿En qué creemos los argentinos? Primer informe”, Observatorio Pulsar UBA,
junio 2023. “Creencias Sociales 2024 - Informe 1: Democracia y consensos”,
Observatorio Pulsar UBA, julio 2024. En ambas oleadas un 2% quedó clasificado
como ns/nc.
La tabla muestra que la mitad de la
población argentina cree, sostiene y apoya la democracia, sus instituciones y
sus autoridades. La mitad restante, en cambio, se reparte entre el pragmatismo
en situaciones específicas o la indiferencia generalizada. Esto muestra una
ruptura importante respecto de los hallazgos encontrados hace 40 años en
términos de actitudes hacia el régimen político argentino. Si bien la
democracia como sistema y como valor sigue teniendo apoyo en el país, la
evolución de la sociedad ha llevado a que algunos sectores de la sociedad
planteen dudas en torno a su sostenimiento. Este punto guarda relación con dos
elementos ya mencionados. El primero, una diferencia entre la alta importancia
asignada por los encuestados al deseo de vivir en una democracia y una menor
valoración sobre el estado actual del régimen político. El segundo es el
incipiente quiebre que empieza a surgir entre los estratos sociales con menor
nivel educativo.
Resumiendo, y en virtud de los hallazgos
de nuestro estudio, la democracia sigue siendo el mayor de los consensos entre
los argentinos y las argentinas. Hay una importante cantidad de ciudadanos que
responde con convicciones y compromisos democráticos sólidos y arraigados. En
este sentido, percibimos que la sociedad quiere un régimen con libertad,
igualdad y participación. Sin embargo, no es necesariamente el que tenemos a 40
años del fin de la última dictadura. Esto nos lleva a pensar que los argentinos
somos profesores exigentes y consideramos que el sistema político no
necesariamente está dando las soluciones esperadas. Lo cual, por otra parte,
repercute en los valores democráticos de un sector de la sociedad. Es un choque
entre la expectativa y la realidad, que genera sus costos y que no estaba tan
extendido en el estudio realizado por Catterberg
(1989). Hay una democracia con la que soñamos en aquel entonces y otra que es
la que tenemos hoy en día.
V. Valoraciones sociales sobre actores
públicos y privados en la Argentina
¿Cuál era la percepción predominante de la
sociedad argentina sobre la clase dirigente y los principales grupos de poder
en el contexto de la transición democrática? Catterberg
(1989, 86) observa que la apertura del régimen ocurrió “bajo un clima de
opinión de fuerte cuestionamiento a la élite militar, sindical, empresarial y
política”. En 1983, la evaluación positiva de los políticos era del 38%, la de
los empresarios, del 32%, la de los dirigentes sindicales, del 23% y la de los
militares, del 12%[15].
A pesar de esta desconfianza hacia las
élites tras el traumático colapso del régimen militar (O´Donnell 1982), la
política recuperó, en el marco de la primavera democrática, cierto crédito por
parte de la sociedad. En el bienio 1984-1985, la evaluación favorable sobre los
partidos políticos orbitó el 80%, y la de los políticos, el 60%. En este marco,
la política pasó a ser percibida como el instrumento de cambio de una sociedad
que cifraba altas expectativas en la capacidad de transformación de la joven
democracia. La apertura democrática, cabe destacar, no trajo aparejada un
incremento de la confianza equivalente en el resto de la dirigencia económica,
sindical, social y/o militar.
El transcurso de la transición a la
democracia, sin embargo, deterioró la visión social sobre la política. Hacia
1988, la clase política había perdido todo el prestigio registrado con el
cambio de régimen. Su aprobación era del 30%, un porcentaje similar al que
tenía hacia el final del gobierno militar. Esta mirada crítica de la sociedad
argentina ubicaba a la política en un nivel similar al del resto de la
dirigencia. En 1988, la calificación positiva de los empresarios era del 43%,
la de los dirigentes sindicales, del 24% y la de los militares, del 24%. La
democracia empezaba a dejar promesas incumplidas, lo cual se traducía en una
fuerte desconfianza hacia la política en particular y hacia la clase dirigente
en general.
Ahora bien, 40 años después, ¿qué nos
dicen las encuestas de opinión sobre los principales actores políticos y grupos
de poder en el 40 aniversario de la democracia? ¿Qué visión sobrevuela sobre
estos actores? Al respecto, encontramos respuestas no en los estudios que
desarrollamos con el equipo de investigación de Pulsar UBA, pero sí en otros
dos informes que se publican asiduamente.
Uno de ellos es el consorcio Latinobarómetro[16],
que publica anualmente nuevas oleadas con una batería de preguntas similar en
esta dimensión analítica desde el año 1995 hasta la fecha. Frente a la pregunta
“¿cuánta confianza tiene usted en los partidos políticos”, en el año 2023 un
17% respondió tener “mucha” y “algo”, frente a un 81% que indicó “poca” y
“ninguna”[17]. A
esto se suma el grado de acuerdo con el funcionamiento de los partidos
políticos: solamente el 20% indicó “muy” y “algo” de acuerdo, frente a más del
75% que expresó lo contrario. Complementariamente, un 65% expresó no sentirse
cercano a ningún actor partidario, una tendencia que se viene dando desde el
año 2010.
Más allá de la mirada negativa que se
cierne sobre los políticos, predomina una crítica similar al rol que tienen los
sindicatos en la actualidad argentina. Ante la pregunta sobre el grado de
confianza en las instituciones gremiales, un 24% expresó confianza frente a un
71% que manifestó desconfianza[18]. En
este sentido, los valores reportados por Latinobarómetro
muestran un momento crítico para los actores encargados de representar
intereses sociales y económicos concretos en el ámbito público. Al mismo
tiempo, muestra una consolidación de lo que Catterberg
encontró a finales de la década del ‘80 en el país.
La visión sobre las instituciones del
sector privado, en cambio, van en la dirección contraria. Un 52% de los
consultados manifestó “mucha” y “algo” de confianza sobre las empresas
nacionales, mientras que un 34% hizo la misma valoración sobre las internacionales.
En torno a los bancos, el 42% reportó tener una visión positiva. Estos valores
presentan dos contrapuntos interesantes para analizar. En primer lugar, indican
que los actores que dan forma y funcionamiento al mercado en la Argentina
tienen una mejor valoración que aquellos que lo hacen sobre el sector público
y, sobre todo, sobre el Estado. En este sentido, son consistentes con los
hallazgos relevados por la encuesta de Creencias Sociales en las dos oleadas
reportadas. Y, en segundo lugar, existe una diferencia importante entre la
visión que se tiene sobre el empresariado nacional versus el internacional, con
una preferencia clara y marcada sobre el primero. Se trata de una evolución
favorable sobre los datos relevados hace 40 años: hay un cambio de percepción
sobre la figura del actor privado argentino.
La encuesta de Latinobarómetro
también muestra otro cambio de percepción sobre uno de los actores más
importantes de la década del ‘80 en el país: los militares. A la hora de
indagar sobre el nivel de confianza en las Fuerzas Armadas, quienes
respondieron “muy” y “algo” de confianza representan el 54% de los consultados
frente al 43% que expresa la visión contraria[19].
Esto muestra un quiebre importante en la valoración social que se tiene sobre
los responsables de garantizar la defensa nacional del país. En particular, por
la evolución que muestran las distintas oleadas realizadas en las últimas
décadas, particularmente a partir del año 2005, cuando se produce un quiebre
entre quienes tenían una visión negativa (que en ese momento eran mayoría) y
quienes tenían una visión positiva. El “antimilitarismo” que caracterizó a la
sociedad argentina en el período posterior a la recuperación democrática parece
haber quedado atrás.
El otro relevamiento es el Barómetro de
las Américas realizado por LAPOP/Vanderbilt University[20]. La
última oleada realizada en el año 2023 muestra valores similares y consistentes
a los de Latinobarómetro en las percepciones sociales
sobre los partidos políticos y las Fuerzas Armadas. En lo que respecta a las
organizaciones partidarias, en una escala que va de 1 (nada de confianza) a 7
(mucha confianza), casi el 37% expresó el valor más bajo mientras que solamente
el 2% indicó el más alto. Si partimos la escala en tres segmentos, un 67%
(valor 1 a 3 inclusive de la escala) expresa desconfianza por los partidos,
mientras que solamente el 17% (valor 5 a 7) manifestó lo contrario. El 16% se
posicionó como neutro (valor 4). En cuanto al actor militar, el 13% indicó muy
poca confianza, frente al 18% que expresó una alta confianza. Haciendo el mismo
ejercicio de agrupar los valores de la escala utilizada, el 50% confía en las
Fuerzas Armadas, frente al 33% que no lo hace. Quienes se ubican en la posición
intermedia representan el 17% de los encuestados.
En este sentido, y como cierre del
presente apartado, también encontramos un cambio en la percepción social de los
principales actores públicos y privados de la Argentina. A 40 años de la
transición a la democracia, el balance es cambiante respecto de las
valoraciones sociales. Los principales afectados parecen ser las organizaciones
y los dirigentes responsables de representar intereses políticos y sociales en
el país: mayormente, sindicatos y partidos políticos. En cambio, los
beneficiados en la actualidad son las empresas privadas (principalmente las
nacionales) y las Fuerzas Armadas. Un cambio que, a tono de los apartados
anteriores, guarda cierta consistencia con los estudios realizados en torno a
las creencias sociales de argentinos y argentinas en la actualidad.
VI. Conclusiones
El presente trabajo tuvo como objetivo
indagar en qué medida los hallazgos hechos por Catterberg
(1989) en el examen de la cultura política de la argentina transicional
siguieron o no presentes en la estructura social a 40 años de la recuperación
democrática. Para responder este interrogante, tomamos datos relevados por dos
oleadas de una encuesta nacional desarrollada por el equipo de investigación
del Observatorio Pulsar UBA, los cuales quisimos analizar al calor de la
literatura especializada en la materia.
Con este propósito en mente, encontramos
tres hallazgos principales. En primer lugar, los datos del Programa de
Creencias Sociales muestran un cambio en las actitudes individuales y
estatistas en la Argentina. Los argentinos valoramos el rol del esfuerzo
individual privado y del sostén público al mismo tiempo, lo cual nos lleva a
pensar en una perspectiva dual respecto al Estado: se convierte en el garante
de funciones sociales, pero no necesariamente en el motor del desarrollo
económico y social. Si en la primavera democrática “lo público” tenía un rol
mucho más central pensado como vehículo de ascenso social, en la actualidad el
mercado también oficia como espacio de desarrollo y crecimiento. Hay un cambio
en la relación Estado-individuo en la mayoría de los habitantes del país.
En segundo lugar, también a partir de los
datos del Programa Creencias Sociales encontramos que la democracia sigue
siendo el mayor de los consensos entre los argentinos y las argentinas. Una
mayoría de los encuestados presenta convicciones y compromisos democráticos
fuertes y bien asentados. Al respecto, creemos que la sociedad argentina desea
un régimen igualitario, participativo y libre. Este hallazgo, sin embargo, no
viene de la mano de una menor exigencia sobre el régimen político, sino de una
mayor. La creencia de que vivimos en una mejor democracia que hace 40 años al
finalizar la dictadura no está presente. Como ciudadanos somos profesores
exigentes y creemos que el sistema político no parece estar dando las
soluciones que esperamos como sociedad. Esto impacta sobre los valores
democráticos de una parte de la sociedad. Algo que no estaba extendido en los
estudios de Catterberg (1989): un choque entre la
expectativa y la realidad.
En tercer lugar, y a partir de los
estudios relevados de Latinobarómetro y
LAPOP/Vanderbilt University, también encontramos un
cambio en la percepción social sobre actores públicos y privados de la
Argentina. El balance de estas valoraciones sociales es cambiante. Mientras que
los sindicatos y los partidos políticos aparecen como los principales afectados
en términos de una caída de la confianza, los principales beneficiados son las
empresas privadas nacionales y las fuerzas armadas. En cierta medida, estos
hallazgos generan interrogantes futuros en virtud de que guardan alguna
consistencia con aquellos identificados en los apartados previos. Por una
parte, la mayor confianza en las empresas privadas se condice con su rol
deseado como motor económico y del empleo para la mayoría de la población. Por
otra parte, una mayor confianza en las fuerzas armadas requiere aún mayor
indagación empírica cualitativa y cuantitativa.
Estos tres hallazgos no tienen pretensión
de ser concluyentes ni determinantes a la hora de evaluar las creencias
sociales de argentinos y argentinas. Si algo caracteriza a la opinión pública
argentina es su volatilidad: lo que piensa la sociedad puede cambiar, y en poco
tiempo (Mora y Araujo, 2011). Como todo estudio sobre las preferencias
sociales, hemos intentado explicar la foto de un momento a la luz de las
contribuciones hechas por Catterberg en el marco de
la recuperación democrática. Y lo hicimos aprovechando una efeméride (los 40
años de transición a la democracia), tratando de encontrar respuestas a la
pregunta: ¿qué cambios y continuidades tuvimos en estas décadas? Los hallazgos,
por otro lado, aportan elementos empíricos para reflexiones que bien pueden
convertirse en medidas prácticas para revertir tendencias no necesariamente
positivas para una sociedad en proceso de cambio.
Referencias
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Lipset, Seymour
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Pintor, Rafael. 1982. La Opinión Pública Española: del Franquismo a la
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Estudios consultados
Barómetro
de las Américas LAPOP/Vanderbilt University (2023)
Latinobarómetro (2023)
Observatorio
Pulsar.UBA - Programa Creencias Sociales (2023)
Observatorio
Pulsar.UBA - Programa Creencias Sociales (2024)
* Dr. en Ciencia Política
(EPYG-UNSAM), magíster en Análisis, Derecho y Gestión Electoral (EPYG-UNSAM). Profesor
de grado y posgrado (UBA-UTDT). Coordinador general del Observatorio Pulsar.UBA.
** Magíster en Ciencia
Política (UTDT) y en Estudios Políticos Aplicados (Instituto Universitario
Ortega y Gasset). Director de proyectos en Opina Argentina. Investigador
asociado en Observatorio Pulsar.UBA.
*** Becaria doctoral del
CONICET, doctoranda en Sociología (EIDAES-UNSAM). Investigadora en Observatorio
Pulsar.UBA.
[1] Almond y Verba identifican una “cultura cívica” muy favorable a
la estabilidad democrática en Estados Unidos y el Reino Unido, pero menos
fértil en Alemania, Italia y México.
[2] Otro estudio de referencia sobre la cultura política y la opinión
pública en la Argentina se puede encontrar en Mora y Araujo (2011). En ese
trabajo, el autor desentraña el comportamiento pendular de la opinión pública
argentina desde el regreso de la democracia hasta la primera década del siglo
XXI, del individualismo al corporativismo y del estatismo al privatismo. En esa
especie de bipolaridad —según la definición de Mora y Araujo— la sociedad
argentina se destaca por un apoyo constante a la democracia.
[3] El libro contiene, además, un análisis sobre las bases
actitudinales del comportamiento electoral en los comicios de 1983, 1985 y
1987, cuyo desarrollo excede al objeto de estudio de nuestro trabajo.
[4] Los datos que se presentan en este apartado surgen de Catterberg
(1989), cap. II, Individualismo y Estatismo, pp. 23-36. El
autor utiliza datos de encuestas del Instituto IPSA, Secretaría de Información
Pública de la Presidencia de la Nación (SIP), y la consultora ESTUDIOS. En el
caso de IPSA, las muestras fueron probabilísticas a nivel de Buenos Aires y GBA
en noviembre 1980 con 936 casos y julio 1981 con 628 casos; y a nivel de
grandes centros urbanos (Buenos Aires, GBA, Córdoba, Rosario y Mendoza) en mayo
1982 con 1700 casos. Las muestras del SIP fueron probabilísticas en la
selección de manzana y entrevistado, y por cuotas de edad y sexo, a nivel de
grandes centros urbanos (Buenos Aires, GBA, Córdoba, Rosario, Mendoza y
Tucumán) en mayo 1984 con 1984 casos, abril 1985 con 1500 casos, agosto 1985
con 1500 casos, abril 1986 con 1800 casos y septiembre 1986 con 1800 casos.
Finalmente, los datos de la consultora ESTUDIOS fueron probabilísticos en la
selección de manzana y entrevistado, y por cuotas de edad y sexo, a nivel de
grandes centros urbanos (Buenos Aires, GBA, Córdoba, Rosario, Mendoza y
Tucumán) en abril 1988 con 2000 casos y junio 1988 con 2000 casos.
[5] Los
datos provenientes de la encuesta de Creencias Sociales llevada a cabo por
Pulsar.UBA son representativos de las argentinas y argentinos mayores de 18
años a nivel de los grandes aglomerados urbanos nacionales. Se consideraron
cuotas por sexo, edad y nivel educativo. La primera oleada, relevada del 5 al
16 de mayo de 2023, abarca 1000 casos y presenta un margen de error de +/- 3,1%
(con un nivel de confianza del 95%). La segunda oleada fue implementada del 31
de mayo al 10 de junio de 2024, y considera 1250 casos, con un margen de error
de +/- 2,8% (nivel de confianza del 95%). Ambas encuestas fueron realizadas de
manera telefónica (CATI); en la segunda oleada, 250 casos fueron relevados en
domicilio.
[6] Los
datos provenientes de la encuesta realizada por el Observatorio Hacer Educación
corresponden a 1003 casos relevados del 20 de marzo al 3 de abril de 2023. Se
trata de una muestra semi-probabilística de la población general argentina, con
cuotas por sexo, edad y nivel educativo, representativa de la población mayor
de 18 años, con un error muestral del 3,1% en un nivel de confianza del 95%. El
relevamiento fue realizado de manera telefónica (CATI) a teléfonos fijos y
celulares.
[7] Para
mayor profundidad sobre estos resultados, recomendamos consultar “¿En qué
creemos los argentinos? Segundo informe”, Observatorio Pulsar UBA, Julio 2023.
Disponible en https://pulsar.uba.ar/en-que-creemos-los-argentinos-segundo-informe/.
También “Creencias Sociales 2024 – Informe 3: Estado, mercado y libertad en la
Argentina”, Observatorio Pulsar UBA, septiembre 2024 en el siguiente link: https://pulsar.uba.ar/creencias-sociales-2024-informe-3-estado-mercado-y-libertad-en-la-argentina/. .
[8] Para
mayor profundidad sobre la técnica adoptada y el modo en que fue aplicada,
recomendamos consultar “¿En qué creemos los argentinos? Segundo informe”,
Observatorio Pulsar UBA, julio 2023 en el siguiente link: https://pulsar.uba.ar/en-que-creemos-los-argentinos-segundo-informe/.
También “Creencias Sociales 2024 – Informe 3: Estado, mercado y libertad en la
Argentina”, Observatorio Pulsar UBA, septiembre 2024 en el siguiente link: https://pulsar.uba.ar/creencias-sociales-2024-informe-3-estado-mercado-y-libertad-en-la-argentina/.
[9] Este
segundo eje no hace al fondo del análisis del presente trabajo. Sin embargo,
consideramos útil incluirlo para fines informativos y de presentación del
estudio.
[10] Al
aplicar la técnica indicada un 2% de los consultados quedó sin agrupar en la
encuesta del 2023 y un 7% en la encuesta del 2024.
[11] Por ejemplo, el rechazo a la proposición: “El país mejoraría con
un sistema de partido único” era del 67% en 1986, pero desciende al 59% en
1988.
[12] A su vez, mientras las actitudes pro participativas se
distribuían de manera homogénea entre los estratos sociales, en la dimensión
liberal se advertían diferencias claras. Los grupos de menor nivel
socio-económico presentaban un menor grado de consenso respecto a la dimensión
liberal de la democracia que los segmentos medios y altos. Este hallazgo de
Catterberg (1989) estaba en línea con lo planteado por Lipset (1963).
[13] “¿En
qué creemos los argentinos? Primer informe”, Observatorio Pulsar UBA, Junio
2023. Disponible en https://pulsar.uba.ar/en-que-creemos-los-argentinos-primer-informe/.
“Creencias Sociales 2024 - Informe 1: Democracia y consensos”, Observatorio
Pulsar UBA, Julio 2024. Disponible en https://pulsar.uba.ar/creencias-sociales-2024-democracia-y-consensos/.
[14] Para
ampliar este punto, recomendamos consultar “¿En qué creemos los argentinos?
Primer informe”, Observatorio Pulsar UBA, junio 2023 en el siguiente link https://pulsar.uba.ar/en-que-creemos-los-argentinos-primer-informe/.
También “Creencias Sociales 2024 - Informe 1: Democracia y consensos”,
Observatorio Pulsar UBA, Julio 2024. Disponible en https://pulsar.uba.ar/creencias-sociales-2024-democracia-y-consensos/.
[15] Este último registro corresponde al año 1984.
[16] Los
datos provenientes de la encuesta Latinobarómetro corresponden a 1200 casos por
cada año de relevamiento (de manera corrida de 2005 a 2012, de 2015 a 2018,
2020 y 2023). Son muestras probabilísticas por etapas aleatorias y por cuotas
en la etapa final, representativas de la población argentina mayor de 18 años
(en 2023 son datos representativos del 91% de esta población), con un error
muestral del 2,8% en un nivel de confianza del 95%.
[17] Casi
un 2% respondió ns/nc.
[18] Casi
el 5% respondió ns/nc.
[19] El
2,6% respondió ns/nc.
[20] Los
datos provenientes de la encuesta Barómetro de las Américas realizado por
LAPOP/Vanderbilt University corresponden a 1540 casos relevados entre mayo y
julio de 2023. Se trata de una muestra probabilística, representativa de la
población argentina mayor de edad, con un error muestral del 2,5%.