Presentación del dossier “Geopolítica hacia la paz: el rol internacional de la Santa Sede y la

Doctrina de la Iglesia Católica sobre

las relaciones internacionales”

 

 

Coordinador: Tomás Mugica

 

En búsqueda de la paz: la Santa Sede en las relaciones internacionales

 

La Iglesia Católica es un miembro influyente de la sociedad internacional. La Santa Sede, en tanto cabeza de la Iglesia, es un actor soberano no territorial (Byrnes 2017), que mantiene vínculos diplomáticos con 184 Estados, la Unión Europea (UE) y la Soberana Orden de Malta, posee estatus de observador permanente en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y es miembro de diversas agencias especializadas del sistema de Naciones Unidas, como el Comité Ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

La conducta inter­nacional de la Santa Sede tiene un carácter híbrido (Troy 2018), en tanto despliega medios seculares, como la diplomacia, al servicio de una misión trascendente, cuyo objetivo no es la prosperidad económica o la razón de Estado sino la consecución del plan de salvación (González Levaggi 2022; Parolin 2017). La búsqueda de la paz, la defensa de los derechos humanos -incluida la libertad religiosa, la lucha por la justicia social, la defensa de la vida y de la familia, el cuidado del medio ambiente y la promoción del diálogo interreligioso se cuentan entre los principales temas de la agenda internacional de la Santa Sede.

¿Qué medios utiliza la Santa Sede para alcanzar sus objetivos en el terreno internacional? La respuesta a la famo­sa pregunta de Stalin (“¿cuántas divisiones tiene el Papa”?) es negativa: a diferencia de los Estados (o más bien de los Estados poderosos), la Santa Sede no cuenta con medios económicos o militares mediante los cuales coaccionar o comprar a sus interlocutores. Sin embargo, posee poderosos ins­trumentos de influencia en la política internacional, entre los cuales se destacan dos: a) el liderazgo moral del Papa, que se extiende más de los fieles católicos y constituye una forma de soft power (Nye 2004) y un insumo de diplomacia pública (Arcenaux 2023); y b) su cuerpo diplomático, que representa a la Santa Sede ante la comunidad de naciones y le sirve de vínculo con las Iglesias locales (Feldkamp 2004).

El Papa es el líder religioso de 1406 millones de católicos a nivel mundial (Annuarium Statisticum Ecclesiae 2023, citado en Vatican News 2025), que se apoya en la influencia moral de la doctrina católica y en su propio prestigio como líder de la Iglesia y figura pública[1], para hacer oír su voz en los temas más importantes de la agenda global. Adicionalmente, la carencia de intereses militares y económicos fortalece el “poder blando” de la Santa Sede, en tanto la sustrae de la política de poder propia de los Estados.

El servicio diplomático de la Santa Sede está al servicio de la acción apostólica del Papa en tanto pastor de la Iglesia Universal (Parolin 2022). Se trata de un cuerpo profesional altamente especializado, formado en la Academia Eclesiástica Pontificia, una de las academias diplomáticas más antiguas del mundo, fundada en 1701 por el Papa Clemente XI. Su acción se desenvuelve en la órbita de la Secretaría de Estado, el órgano de la Curia Romana que se ocupa de las relaciones con los Estados (mediante la Sección de Relaciones con los Estados). La extensa red diplomática global, sumada al carácter transnacional y la amplia capilaridad de la Iglesia Católica, colocan a la Santa Sede en un situación privilegiada en términos de información y vínculos políticos.

Apoyándose en estos instrumentos, a lo largo de la historia la intervención de la Iglesia ha sido clave para alcanzar la paz y lograr el acercamiento entre Estados en conflicto. La mediación del Papa Juan Pablo II en el conflicto por el Beagle entre Argentina y Chile y los buenos oficios del Papa Francisco para lograr un acercamiento entre Estados Unidos y Cuba constituyen ejemplos contemporáneos de esa dinámica. La Santa Sede juega asimismo un rol destacado en otros aspectos de la agenda internacional, como la defensa de la libertad religiosa, la protección de los migrantes y el cuidado del medio ambiente.

En ese recorrido, la Iglesia ha ido forjando una doctrina sobre las relaciones internacionales, que sirve de fundamento a su actividad diplomática global. Entre sus fuentes principales se cuentan: a) la Doctrina Social de la Iglesia, volcada fundamentalmente en las Encíclicas y otros documentos pontificios y conciliares (como la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes”, del Concilio Vaticano II); b) los discursos de los Pontífices ante el cuerpo diplomático acreditado en la Santa Sede y ante mandatarios extranjeros y organismos internacionales; y c) las intervenciones de representantes diplomáticos de la Santa Sede ante organismos internacionales y en conferencias internacionales (Espeche Gil 2023).

 

 

El dossier “Geopolítica hacia la paz”

 

A pesar de la trayectoria de la Santa Sede como actor internacional, su rol y su visión en este campo son con frecuencia incomprendidos por la disciplina de las relaciones internacionales, cuando no ignorados por completo. Se trata de un actor sub-teorizado, cuya características peculiares no son recogidas por la teoría de las relaciones internacionales y sobre el cual existen escasos (en términos relativos) estudios empíricos.

El dossier “Geopolítica hacia la paz: El rol internacional de la Santa Sede y la doctrina de la Iglesia Católica sobre las relaciones internacionales”, que presentamos en esta edición, intenta contribuir a dar respuesta a esos vacíos disciplinares.  

En su contribución “La Santa Sede en la Geopolítica Contemporánea: Diplomacia de “Valores” y poder espiritual”, Yolanda Alonso Herranz pone el foco sobre los aspectos distintivos de la Santa Sede como actor internacional. Analiza su status jurídico internacional, así como los fundamentos normativos, características y trayectoria de la diplomacia pontificia. En cuanto al primero, reviste especial importancia la creación del Estado de la Ciudad del Vaticano, a partir de los Pactos de Letrán firmados en 1929 entre la Santa Sede y el Reino de Italia, que contribuye a garantizar a la Santa Sede la autonomía temporal indispensable para ejercer las funciones de gobierno de la Iglesia universal. Constituye por tanto un fundamento clave de su acción diplomática. En relación a lo segundo, Alonso Herranz destaca el proceso de construcción de la diplomacia vaticana y el despliegue de una acción internacional que se apoya en la autoridad moral de la Iglesia, expresada a través del Pontífice.

En un estudio de carácter empírico, Victor Gaetan expone los logros, mayoritariamente ignorados, de la diplomacia del Papa Benedicto XVI. Aunque se suele recordar la reacción causada en el mundo musulmán por las referencias al islam en su discurso de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona, durante su pontificado el Papa alemán alcanzó importantes objetivos diplomáticos: una mejora significativa en las relaciones ecuménicas con la Iglesia Ortodoxa de Constantinopla y la Iglesia Ortodoxa Rusa; el fortalecimiento de los lazos con los líderes chiitas en Irán; y el avance de las relaciones bilaterales con Vietnam, China y Rusia. En los tres casos, Benedicto construyó sobre las aspiraciones, logros (y fracasos) de sus predecesores, un testimonio del horizonte temporal extendido que es característico de la conducta diplomática de la Santa Sede. A pesar de la diferencias de estilo y la diversidad de énfasis entre pontificados, los objetivos de la acción internacional de la Santa Sede se sostienen en el tiempo.

Maximiliano Barretto reflexiona sobre el lugar ocupado por la Santa Sede en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Señala las insuficiencias de la teoría para dar cuenta de la Santa Sede como actor internacional: los enfoques estatocéntricos, materialistas y naturalistas predominantes en la disciplina, han contribuido a relegar el estudio de la Iglesia como actor internacional. Constituyen herramientas inadecuadas para comprender la conducta de la Santa Sede, un actor no estatal cuyo comportamiento e influencia en el sistema internacional se explican de manera predominante por factores inmateriales. Con abundancia de datos, el autor muestra que esa postergación se refleja en la actividad científica: la Iglesia ocupa una posición intermedia en términos de cantidad de publicaciones académicas, lejos del protagonismo de los grandes Estados y las organizaciones internacionales más influyentes. En suma, a pesar de su larga y relevante trayectoria como actor internacional, la Iglesia continúa siendo relativamente subestimada como objeto de estudio de las Relaciones Internacionales.

Finalmente, Jesús Cáceres Niz compara el concepto de autoridad mundial tal como es presentado en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) con el desarrollo realizado por Jacques Maritain, uno de los grandes exponentes del pensamiento católico del siglo XX.  

La DSI recoge la tradición de pensamiento cristiano sobre los asuntos internacionales y reconoce la insuficiencia de las estructuras políticas existentes para hacer frente a problemas de alcance global, en especial la cuestión de la paz. Esa insuficiencia demanda la existencia de una autoridad mundial, que deberá ser conformada de manera voluntaria por las naciones, regulada por el derecho, ordenada al bien común y tendrá que actuar bajo los principios de subsidiariedad y solidaridad.

El pensamiento de Maritain permite profundizar, desde la teoría política, acerca de la posibilidad de realización de la propuesta de la DSI en el campo internacional. Para el filósofo francés, la creación de una Sociedad Política Mundial es una manera eficaz para lograr la creación de una Autoridad Mundial que garantice la paz internacional. A nivel conceptual, la creación de dicha Autoridad demanda dejar de lado la idea tradicional de soberanía, como autoridad suprema e indivisible, y pensar el Cuerpo Político y su órgano superior, el Estado, a partir de la noción de autonomía. Si la soberanía es irrenunciable, la autonomía permite, en cambio, ceder potestades en pos de la consecución del bien común mundial.

Las contribuciones incluidas en este volumen constituyen un valioso aporte para la comprensión del rol peculiar jugado por la Santa Sede en el sistema internacional, sus fundamentos normativos y su trayectoria histórica, así como las limitaciones que enfrenta su estudio en el estado de desarrollo actual de la disciplina de las Relaciones Internacionales.

Claro que el interés por el tema aquí desarrollado no constituye un mero ejercicio de curiosidad intelectual, sino que también busca ser un aporte para la acción. En un contexto internacional en el cual los conflictos se agravan y las reglas pierden valor, se vuelve necesario explorar lógicas de conducta alternativas a la de la política de poder. En tal sentido, la acción diplomática de la Santa Sede no desconoce las duras condiciones del sistema internacional, sino que invita a abordarlas de una manera distinta, mediante la acción política puesta al servicio la fraternidad. A los extremos del voluntarismo y el pesimismo, contrapone un realismo esperanzado, que hace de la Buena Noticia la brújula para navegar la historia.

 

 

Referencias

 

Arcenaux, Phillip (2023). “Popes as Public Diplomats: A Longitudinal Analysis of the Vatican’s Foreign Engagement and Storytelling”. Inter­national Journal of Communication, 17(2023), 3514–3536. 

Byrnes, Timothy A. (2017). “Sovereignty, Supranationalism, and Soft Power: The Holy See in International Relations, The Review of Faith & International Affairs, 15:4, 6-20, DOI: 10.1080/15570274.2017.1392140

Espeche Gil, Vicente (2023). “La doctrina de la Iglesia Católica sobre las relaciones internacionales: fuentes doctrinales”, en Gallo, Marco y Espeche Gil, Vicente (comps.), Papas y diplomáticos. La doctrina de la Iglesia sobre las relaciones internacionales, Buenos Aires: Educa.

Feldkamp, Michael (2004), La diplomacia pontificia. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

González Levaggi, Ariel. (2022). “La geopolítica de la paz del papa Francisco”, ponencia presentada en el seminario “Francisco contra la guerra. La audacia para construir la paz”, organizado por la Cátedra Pontificia y el Departamento de Ciencias Políticas y Relaciones Interna­cionales, Facultad de Ciencias Sociales UCA, agosto 2022.

Nye, Joseph (2004). Soft Power. New York: Public Affairs Books.

Parolin, Pietro (2017). “The Holy See’s Diplomatic Mission in Today’s World”, en Silvano. M. Tomasi (ed). The Vatican in the Family of Nations, Cambridge: Cambridge University Press. 

Parolin, Pietro (2022), “Se necesitan profetas de la salvación y no de la calamidad”, Criterio, Edición 2492, octubre 2022.

Pew Research Center (2014). “Pope Francis’ Image Positive in Much of World”, December 2014.

Troy, Jodok (2018). “The Pope’s own hand outstretched’: Holy See diplomacy as a hybrid mode of diplomatic agency”, The British Journal of Politics and International Relations 2018, Vol. 20(3) 521–539.

Vatican News (2025), “Aumento del número de católicos en el mundo: 1.406 millones”, 20 de marzo de 2025.

 

 

La geopolítica de la paz en el Magisterio contemporáneo de la Iglesia Católica

 

Marco Gallo

 

En estos últimos decenios de la historia contemporánea, la Iglesia Católica ha sido, tanto a través de la Santa Sede como de la acción individual de obispos e iniciativas de movimientos eclesiales tales como la Comunidad de Sant’ Egidio, una de las mayores protagonistas para solucionar conflictos o sentar las bases para mediaciones diplomáticas. En esta perspectiva quiero recordar el seminario realizado en el 2015 junto a la Dirección de Estudios Internacionales de la Facultad de Ciencias Políticas de la UCA, sobre mediaciones y transiciones pacíficas a la democracia en América Latina durante el pontificado de Juan Pablo II. En estos casos las acciones han logrado éxitos en pos de la convivencia entre los pueblos y las naciones. En esta misma perspectiva señala Andrea Riccardi: “la Iglesia representa, más allá de los confines nacionales, una internacional que reúne gente de diferentes países. La Santa Sede prioritariamente mira a la realidad y a los intereses de esta internacional. Un gobierno pastoral entrenado y una diplomacia medida, no sin dificultades, trabajan para conciliar la visión universal de esta internacional y las diferentes políticas de la Iglesia en los diversos países.”

Es cierto que la experiencia, especialmente de la Segunda Guerra Mundial, ha marcado profundamente al catolicismo contemporáneo. No se comprende el desarrollo y el crecimiento de parte del gobierno de la Santa Sede, de su compromiso por la paz, de sus relaciones con el judaísmo y con otras instituciones, si no se reflexiona sobre la cuestión de la Santa Sede en las fronteras de la guerra. Hay que destacar la originalidad de la Iglesia Católica en relación con las organizaciones internacionales que se van constituyendo después del conflicto bélico. Un ejemplo es el acercamiento de la Iglesia a la Organización de la Naciones Unidas (ONU), bastante paulatino y con algunas reservas iniciales, pero al final decidido. Las dos organizaciones concuerdan en el objetivo común de la paz, que la Santa Sede considera vital para la supervivencia del mundo contemporáneo y al final, del mismo catolicismo. De esta manera, las organizaciones internacionales, devienen un sector en el que se desarrolla la política de la Iglesia en los últimos decenios. Prueba de esto son las intervenciones apasionadas primero de Pablo VI, luego de Juan Pablo II por dos veces, de Benedicto XVI y finalmente de Francisco, en la Asamblea de las Naciones Unidas, a favor de la paz y en pos de una pacífica convivencia entre las naciones. El “nunca más la guerra” de Pablo VI se une idealmente, como un hilo conductor a la definición que “La guerra es la negación de todos los derechos y una dramática agresión al ambiente.” La política de la Iglesia en favor de la paz y la convivencia es una nota dominante en el transcurso del siglo XX. Durante la Primera Guerra Mundial hay que destacar el fervoroso llamado de Benedicto XV que definió el conflicto bélico “la inútil matanza”. En la nota que escribió el 1 de agosto de 1917, que fue un intento de mediación entre los beligerantes, llamó la atención unánime de la opinión pública. Pero como nota el estudioso Enrico Serra “el mensaje papal comprendía una parte menos ocasional y más duradera: aquella inicial donde el pontífice ponía los principios de una nueva doctrina en la conducta de las relaciones internacionales.” Estos principios que se sembraban con la intervención papal, son aún actuales y se pueden resumir en estos puntos: la fuerza moral del derecho debía sustituir la de las armas; era necesario llegar a una disminución simultánea y recíproca de los armamentos; la creación de la institución del arbitraje obligatorio; la libertad de los mares; ir al encuentro de las aspiraciones de los pueblos; solucionar con espíritu de justicia las cuestiones políticas territoriales y en el caso del primer conflicto bélico mundial, los asuntos se referían a Armenia, a los Balcanes, a los territorios polacos y a las colonias.

La voz de los pontífices se ha levantado fuerte contra todos los conflictos bélicos de nuestra historia contemporánea. Pio XI habló de la guerra como de “una aventura sin retorno” y Pio XII en su famoso radiomensaje del 24 de agosto de 1939, dirigido a los gobernantes y los pueblos, pronunció estas palabras: “nada está perdido con la paz, todo se pierde con la guerra”, definiendo de este modo el eje de su obrar, alrededor del cual se organizó, en los comienzos, su acción diplomática y de gobierno. Después del final de la Segunda Guerra Mundial, Pio XII en la alocución de la Navidad de 1945 “Negli ultimi sei anni (en los últimos seis años)”, anuncia la realización de un próximo consistorio de cardenales, como signo de universalidad de la Iglesia y vuelve a retomar el tema de la paz como rechazo del “totalitarismo del Estado fuerte” incompatible con una “verdadera y sana democracia” y reafirma la idea que en el origen de la guerra recién concluida, que habían existido errores que implicaban “el desinterés, la subversión, la negación y el desprecio del pensamiento y de los principios cristianos”.

Frente a las tensiones y a las crisis frecuentes que conoce el sistema de relaciones internacionales, la preocupación principal de la Santa Sede es la de la paz. Sucesivamente los pontífices Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, se ubicarán en la línea de sus predecesores, Benedicto XV, Pio XI y Pio XII.

La encíclica “Pacem in Terris” de Juan XXIII, el “Nunca más la guerra” de Pablo VI en octubre de 1965 ante la Asamblea General de Naciones Unidas, manifiestan tal continuidad. La paz no puede estar separada de la justicia, en los temas internos de los Estados, como afirma de manera significativa el nombre de la Comisión “Justicia y Paz” de la Santa Sede, instituida después del Concilio Vaticano II.

La figura de Juan XXIII merece una reflexión específica porque es, sin lugar a duda, el Pontífice que en el siglo XX resume con la encíclica Pacem in Terris, todo el magisterio pontificio del Novecientos, en pos de una verdadera pedagogía de la paz. Frente a la gravísima crisis de Cuba del octubre de 1962, en coincidencia con el comienzo del Concilio Vaticano II, Juan XXIII, a través de la radio, difunde el 25 de octubre el mensaje - llamamiento a los gobernantes, específicamente a la Unión Soviética de Kruschev y a los Estados Unidos de John Kennedy. Con fuerza Juan XXIII aboga por el diálogo, que es una “sabiduría” frente a los horrores de la guerra. El pontífice desde hacía tiempo sentía la necesidad de una síntesis del pensamiento cristiano sobre la cuestión de la paz, una síntesis que tuviera en cuenta unos datos fundamentales del nuevo humanismo, que iba imponiéndose en la historia, después de la tragedia de la bomba atómica de Hiroshima. En Pablo VI, con su histórica intervención en la Asamblea de Naciones Unidas, hay que destacar toda una continuidad con el anhelo y la construcción duradera de la paz teorizada por Juan XXIII. El Papa Montini apuesta al rol mediador de la paz de las Naciones Unidas. Para el pontífice ella es vista como una institución internacional bastante neutral y no tan alineada ideológicamente con ningún bando. Otro gesto de gran significancia simbólica fue el de instaurar a partir de 1968, cada primer día del año, la Jornada Mundial por la Paz, en la que el Papa envía a todo el mundo un mensaje, como momento de reflexión para todo el año, sobre la necesidad y la urgencia de construir la paz.

Por su parte Juan Pablo II ha sido testigo directo de las terribles consecuencias creadas por los totalitarismos, primero nazi y luego soviético con sus secuelas de víctimas, de matanzas y de crímenes sin límites. Este horror se ha transformado en su pontificado en una oposición a la guerra como instrumento de resolución de los conflictos y al mismo tiempo en un pedido continuo de la paz, como don supremo de Dios a la humanidad por medio de Jesucristo, pero también como responsabilidad de los pueblos y de las religiones. Justamente en esta perspectiva convocó en octubre de 1986 en Asís el Encuentro de Oración por la Paz con todos los líderes religiosos mundiales, ladrillo esencial para la construcción de una paz global.

Juan Pablo II desde el comienzo de su pontificado, inaugurando la pastoral de los viajes, se presenta al mundo cada vez más como mensajero de paz y se mueve con audacia y al mismo tiempo con prudencia diplomática, en los diferentes cuadrantes conflictivos del globo. Acciones diplomáticas que evitan guerras y conflictos regionales como en el caso de la contienda por el Beagle entre Argentina y Chile y gestos de ruptura hacia los regímenes dictatoriales para favorecer la transición a la democracia, tanto en América Latina (Chile, Paraguay, El Salvador) como en Asia (Filipinas, sólo para cita algunos ejemplos), son muy frecuentes en su magisterio pastoral.

Sobre Benedicto XVI hay que destacar su pedagogía de la paz que ha consistido sobre todo en fomentar una diálogo sincero entre culturas y religiones. Algunas sus reflexiones en enero de 2013, poco antes de su renuncia, manifiestan bien su postura: “Construir la paz significa educar a los individuos a combatir la corrupción, la criminalidad, la producción y el tráfico de drogas, así como a evitar divisiones y tensiones, que amenazan con debilitar la sociedad, obstaculizando el desarrollo y la convivencia pacífica”.

Con el Papa Francisco, en un cuadro mundial cada vez más convulsionado, nos ponemos frente al primer líder que ha comparado el actual escenario a “una tercera guerra mundial a pedazos”. Como he ya señalado en otras oportunidades sus iniciativas diplomáticas para favorecer la paz y la convivencia entre los pueblos han sido numerosas. En una de sus primeras acciones en septiembre de 2013 ha evitado una intervención americana en Siria como así también ha reunido a los presidentes de Israel y de la Autoridad Palestina para favorecer canales de paz. Sucesivamente ha facilitado el acuerdo de Paz en Colombia y patrocinado una nueva etapa de relaciones entre la administración americana y Cuba. En África con sus viajes a la República Centroafricana, la República Democrática del Congo, ha buscado activar y fortalecer firmes canales de diálogo entre musulmanes y cristianos. En esta perspectiva el documento suscrito con el Imam de Al- Alzhar, Al- Tayyeb en 2019 en Emiratos Árabes, sobre la fraternidad humana, ha sido un hito dentro de las renovadas relaciones de convivencia con el islam. Por último, la labor diplomática del Papa Francisco con referencia al conflicto entre Ucrania y Rusia ha sido criticada por no haber tomado una posición clara frente a la agresión rusa. Lamentablemente algunos sectores han juzgado como un fracaso la misión de paz confiada al Cardenal Zuppi que, en verdad, a través de un trabajo humanitario, ha abierto pequeñas luces en un panorama dramáticamente bloqueado por la ausencia de iniciativas diplomáticas y negociales, con la paulatina restitución de los menores ucranianos, secuestrados por los rusos.

La diplomacia de la Santa Sede, lejos de los reflectores mediáticos continua su acción prudente y global que de alguna manera va a traer frutos positivos.



[1] Papas como Juan Pablo II y Francisco han alcanzado un perfil muy alto en la esfera pública, en términos de popularidad y conocimiento. Por ejemplo, en el caso de Francisco, un estudio de opinión pública global, realizado en 43 países mostró el 60% de opiniones favorables sobre su figura (Pew Research Center 2014).