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“Conozco tus obras…” (Ap 2,2.19; 3,1.8.15) Algunas breves consideraciones sobre la dimensión “comunitaria” y “evangelizadora” de la fidelidad martirial según el Apocalipsis de Juan
Claudia Beatriz Mendoza
Claudia Beatriz Mendoza
“Conozco tus obras…” (Ap 2,2.19; 3,1.8.15) Algunas breves consideraciones sobre la dimensión “comunitaria” y “evangelizadora” de la fidelidad martirial según el Apocalipsis de Juan
“I Know your Works…” (Rev 2,2.19; 3,1.8.15) Some Brief Considerations on the “Community” and “Evangelizing” Dimension of Martyrdom Fidelity According to the Apocalypse of John
Revista Teología, vol. 59, núm. 139, pp. 101-116, 2022
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires
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Resumen: El trabajo se propone distinguir una de las características sobresalientes del género literario apocalíptico (el carácter mediado de la revelación) y, sobre todo, cuatro rasgos considerados propios de la cosmovisión apocalíptica (determinismo – dualismo – pesimismo y escatología individual o personal) para observar los matices propios que adquieren en el Apocalipsis según San Juan, a la luz de su interés parenético intra-comunitario y su exigencia imperiosa de anunciar el Evangelio.

Palabras clave: Apocalíptica, Apocalipsis, Cosmovisión apocalíptica, Evangelizar, Iglesia de testigos, Martirio, Escatología individual, Determinismo, Dualismo, Pesimismo.

Abstract: The paper aims to distinguish one of the outstanding characteristics of the apocalyptic literary genre (the mediated character of revelation) and, above all, four features considered proper to the apocalyptic worldview (determinism - dualism - pessimism and individual or personal eschatology) to observe the nuances they acquire in the Apocalypse according to St. John, in the light of their intra-community parenthetical interest and their imperative requirement to proclaim the Gospel.

Keywords: Apocalyptic: Revelation (Book of), Apocalyptic Worldview, to Preach the Gospel, Witnessing Church, Martyrdom, Personal Eschatology, Determinism, Dualism, Pessimism.

Carátula del artículo

Artículos

“Conozco tus obras…” (Ap 2,2.19; 3,1.8.15) Algunas breves consideraciones sobre la dimensión “comunitaria” y “evangelizadora” de la fidelidad martirial según el Apocalipsis de Juan

“I Know your Works…” (Rev 2,2.19; 3,1.8.15) Some Brief Considerations on the “Community” and “Evangelizing” Dimension of Martyrdom Fidelity According to the Apocalypse of John

Claudia Beatriz Mendoza
Facultad de Teología. Pontificia Universidad Católica Argentina, Argentina
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 59, núm. 139, 2022

Recepción: 12 Septiembre 2022

Aprobación: 23 Octubre 2022


Celebrando los 50 años de los tantos y tan apreciados aportes de nuestro querido homenajeado a los estudiantes de la Facultad de Teología de la UCA, me viene a la memoria un delicioso librito que, hacia 1983, publicaba su gran maestro Rubén Darío García SDB.

Allá por los comienzos de los años 70 del siglo XX, fue Rubén quien, si no recuerdo mal, “le abrió las puertas” de la Facultad de Teología a Guillermo -y no sólo a él, sino también a tantos otros- comprometiéndolo poco a poco con la vida académica, con la seriedad de la investigación rigurosa, con la publicación incansable de artículos y libros de los registros literario-académico más variados -desde los que ayudaban a dar los primeros pasos a los que comenzaban a transitar el largo camino del estudio, la reflexión y la espiritualidad de la Teología, hasta las obras más documentadas, monumentales y sofisticadas- y, sobre todo, con la pasión y el gusto por enseñar.

El librito se titulaba “La iglesia, pueblo del Espíritu” y llevaba como subtítulo “Las primeras comunidades cristianas en los Hechos y Apocalipsis”. Pretendía introducir a los estudiantes en la “Historia de la Iglesia Antigua”, pero ¡a pura Biblia!, hilvanando magistralmente historia y misterio, fe y vida, búsqueda minuciosa del acontecimiento y respeto por la autocomprensión creyente y su pensar teológico-espiritual. Un rumbo que honró y recorrió sin duda también nuestro tan apreciado homenajeado.

Pero ¿qué podía entender por entonces, salvo honrosas excepciones, un “recién iniciado” sobre la manera de aproximarse a los “Orígenes Cristianos” propia del Libro de los “Hechos de los Apóstoles”? Y mucho menos, a la del Apocalipsis. En esas etapas primeras no suele ser habitual tener demasiada claridad a la hora de distinguir el registro hermenéutico propio de la “Teología de la Historia” -especialmente, el de la “Teología de la Historia” de tipo “apocalíptico”- del de la “historiografía” académica y profesional.

Pero si se pretende tratar de comprender e interpretar, leer y meditar, contemplar adecuadamente, en actitud orante, desde la fe, la acción misteriosa de Dios en los acontecimientos de nuestra vida y de nuestra historia –sin precipitarse hacia los extremos, sean fundamentalistas, sean racionalistas–, más tarde o más temprano habrá que empezar a discernir los registros hermenéuticos de los diversos “relatos”, sobre todo, los “fundacionales”, por complejos que sean, los que, claramente, si bien atravesados por encendidos conflictos, no dejan reflejar una fecunda experiencia teologal. Y si se cuenta con la guía de los grandes maestros, mucho mejor.

Sirvan estas breves anotaciones sobre algunos rasgos característicos -no tanto del “género literario” sino sobre todo- de la “cosmovisión apocalíptica” y su original acogida y desarrollo en el Libro del Apocalipsis de Juan, como muestra de sentido agradecimiento a Guillermo y a tantos otros grandes maestros que, como él, nos enseñaron a transitar el camino de la reflexión de la fe, aprendiendo a “ver la voz” del Resucitado,[1] del Cordero erguido y triunfante, ese que parecía haber sido degollado, el Alfa y la Omega, el Rey de Reyes revestido con un manto empapado de sangre, el que siempre está a la puerta y llama (cf. 1,12; 5,6; 19,13.16; 3,20).

1.1. Algunas características generales

del “género literario” y de la “cosmovisión” apocalíptica

Mucho se ha investigado y propuesto en orden a tratar de determinar cuáles son los “rasgos formales característicos” del género literario “apocalíptico”. Si bien nunca han faltado -ni faltarán- voces críticas, sutiles matices o vehementes controversias al respecto, pareciera haberse llegado a un razonable consenso, sobre todo tras el “International Colloquium on Apocalipticism” de 1979 en Uppsala (Suecia) y, muy especialmente, tras la ya célebre definición propuesta ese mismo año en la Revista Semeia, en la que se publicaron los trabajos preliminares del “Apocalypse Group of the Society of Biblical Literature (SBL) Genres Project”,[2] definición que se fue abriendo paso e instalando, lenta pero sólidamente.

John Joseph Collins, en la Introducción a ese número 14 de la mentada revista, proponía, entre otras cosas que, para ser considerado “apocalipsis”, un texto debía contar con una estructura narrativa en la que se relatara cómo una revelación divina había sido transmitida a un ser humano previamente elegido, quien, para lograr comprender algo de lo que la divinidad le estaba comunicando, debía recibir la ayuda de un mediador “de otro mundo”. Esto es, necesitaba ser asistido por “un intermediario” que perteneciera de alguna manera al “mundo celestial”, dado que la interpretación del mensaje recibido superaba con creces toda posibilidad humana de entendimiento, aún la del más versado (como es el caso del sabio Daniel, el protagonista del libro canónico homónimo).[3]

El elemento formal característico, determinante -e imprescindible según estos prestigiosos investigadores- del “acontecimiento de revelación” de tipo “apocalíptico” lo constituye, pues, el carácter “mediato” de la comunicación, “mediación” que, a su vez, parece pretender dejar claro que el “receptor humano” del mensaje divino, por sí mismo, sin la ayuda del “intermediario celestial”, es incapaz de comprender lo que la divinidad procura comunicar.[4] ¿Por qué?

Principalmente quizás, porque es la realidad misma que se intenta iluminar con la “revelación divina” la que resulta incomprensible. Es que, quien dice “apocalipsis”,[5] dice contexto de brutal y desproporcionada persecución político-religiosa contra los creyentes ¡por ser creyentes! Y tales creyentes … Su fe activa y comprometida es amenazada por un poder Imperial descomunal, monstruoso y omnímodo, con pretensiones divinas y hegemónicas, que, con sus esbirros de dentro y de fuera, excluye, margina, despoja, aterra, humilla, tortura, encarcela, asesina. Y se ha propuesto exterminar a quienes lo desafían por permanecer fieles a Dios, a su Soberanía, a sus Mandamientos, a su Palabra, a su Proyecto Vivificador. Y, como si eso fuera poco, su Dios, el Dios justo que castiga a los pecadores y premia a sus adoradores incorrompibles e insobornables, parece no intervenir para proteger a tan incondicionales testigos.

Los “apocalipsis” -al menos, los más influyentes en el ámbito judeo-cristiano- son, en general obras destinadas a ayudar resistir y a perseverar en la fe y en la esperanza a los seguidores del Dios Único y Verdadero, en contextos extremos de ese tipo. Intentan sostener e iluminar a los más piadosos cuando los acontecimientos hacen temer lo peor, cuando, en medio de la prueba, aun los que perseveran en fidelidad, pueden experimentar dudas apremiantes acerca del ejercicio de la soberanía de Dios, de su poder o de su justicia, y cabe inferir que no les resultaría particularmente cómodo continuar confiando en la victoria definitiva del Dios de la Vida. Y esa experiencia de la realidad que les ha tocado transitar, por cierto, ha marcado a fuego también su “cosmovisión”, esto es, su manera de ver e interpretar, de conceptualizar y valorar, de juzgar y decidir, de apreciar o depreciar, en conformidad con su fe, con su formación, con su cultura, con sus principios, sus intereses, su(s)identidad(es), sus opciones o emociones –que también modelan la experiencia personal– el entorno y la historia que les toca habitar.

1.2. Cuatro rasgos considerados constantes en la “cosmovisión apocalíptica”:

“determinismo”, “dualismo”, “individualismo” y “pesimismo”[6]

El fenómeno de “la apocalíptica”, considerado en su conjunto, más allá de su irreductible complejidad, la que desafía cualquier intento de conceptualización comprensiva,[7] pone de manifiesto un conglomerado de imágenes, de ideas, de tendencias, de reacciones, de especulaciones, de certezas, de preocupaciones –o, al menos, de asociaciones compartidas– que permitirían aplicar el adjetivo “apocalíptico” con un razonable grado de legítimo –aunque moderado– éxito. A algunos aspectos de todo esto queremos referirnos, sin la menor pretensión de rigor extremo o de exhaustividad, al hablar de “cosmovisión apocalíptica”.

Un rasgo para destacar en primer lugar, a mi modesto entender, es que la historia (universal) es presentada mediante la revelación apocalíptica, no como es percibida y vivida cotidianamente por el creyente fiel, sofocado, atormentado, abatido, desolado, martirizado por la despiadada y diabólica persecución, sino como un todo perceptible y unitario, con una dirección y un sentido, como una entidad conclusa y exitosamente finalizada. Esta mirada se funda en la certeza de que, a pesar de las apariencias, nada, absolutamente nada escapa al proyecto providencial de Dios, que fue diseñado y fluye según un orden inmutable, inalterable, inconmovible. La realidad toda, aparentemente sometida a los vaivenes de la lógica imperialista, discurre, en realidad, según un plan establecido, un designio ya pre-fijado, preciso, decretado, “determinado”.[8]

Pero, así y todo –aún en el horizonte decididamente monoteísta[9] del judaísmo tardío y del cristianismo– se percibe un cierto “dualismo”.[10] La realidad mundana se experimenta atravesada y trascendida totalmente por un conflicto entre dos poderes, entre dos principios en pugna, entre Dios y sus adversarios, entre las omnipresentes fuerzas del mal y la frágil vulnerabilidad de los que se empeñan en transitar el estrecho y tortuoso camino hacia la vida. No hay neutralidad posible. En esta lógica “dualista” o, al menos “binaria” –propia de la naturaleza binaria del concepto hegemónico de la realidad– sólo se puede estar de un lado o del otro.

Sólo que uno de esos dos lados, el de “este mundo”, el de “este eón”, donde transcurre la existencia del creyente, para la “cosmovisión apocalíptica”, es caótico, voraz, feroz, oscuro. Está dominado por el Imperio “autodivinizado”, que opera para ponerse en el lugar de Dios. Está atravesado por sufrimientos, injusticias, desvalores, avaricia, angustias, peligros y miserias. Está bajo el poder del mal y sometido al reinado de la muerte. Al decir del Henoc Eslavo,[11] es “el eón de los dolores”, que avanza inexorablemente hacia su destrucción total. Todo está irremediablemente corrompido. E irá de mal en peor. Nada se puede mejorar. El “pesimismo” respecto del curso de los acontecimientos de “este eón” es radical. El ser humano que no está dispuesto a dejarse arrastrar hacia el reinado de la muerte, no está en condiciones de enfrentar, ni mucho menos, de vencer esa dinámica arrolladoramente funesta y letal. Al piadoso sólo le cabe esperar, entre espasmos de muerte y dolores de parto, la irrupción del “nuevo eón”, que sólo Dios puede hacer surgir.

Sólo que, en la “cosmovisión apocalíptica”, muy pocos logran (y quieren) resistir.

sí, “el juicio final” comenzará a aparecer ligado no ya principalmente a la comunidad socio-política y religiosa, al pueblo, sino a cada persona considerada “individualmente”, en cuanto que cada individuo terminará situado sea en la massa perditionis, sea en el grupo de los justos elegidos. El enfrentamiento no es ya entre “Israel” y los pueblos sino entre individuos piadosos e individuos impíos. La escatología comienza a adquirir una coloratura más individual, personal que cósmica y/o política.[12] Se amplía cada vez más la creencia en la “resurrección individual” y se desarrollan las imágenes en torno al “infierno” y al “castigo definitivo”.

1.3. A propósito de las dimensiones “parenética” “comunitaria” y “evangelizadora”

de la “cosmovisión” del Apocalipsis según San Juan

Pero, si todo discurre conforme a un plan inalterable, si al piadoso sólo le cabe esperar la irrupción del “nuevo eón”, si sus decisiones carecen de real influjo en el devenir histórico ¿qué sentido tiene empeñarse en cooperar activamente?

Si todo se resuelve en las opciones individuales ya definitivamente tomadas, ¿para qué incorporarse a una comunidad y velar por la calidad de su vida, de su fe, de su fervor, de su discernimiento, de su dimensión fraterna y testimonial?

Si toda la realidad está atravesada por un conflicto que la traspasa y la trasciende y que la instala radicalmente en un bando o en otro, sin neutralidad ni punto de retorno posibles, ¿para qué y a quién anunciar el Evangelio?

Si “este eón” avanza inexorablemente hacia su destrucción y nada lo puede evitar ¿por qué empeñarse en misionar, en interceder, en rezar?

A una cosmovisión apocalíptica radical –o, al menos, a alguno de sus indeseados efectos, no (siempre) pretendidos ni buscados[13]– se contrapone el Evangelio del Señor Crucificado, que vela por y envía a sus seguidores a continuar con su misión redentora.

“Conozco tus obras…” (2,2.19; 3,1.8.15)

A propósito de la dimensión “comunitaria” y “parenética” del Apocalipsis de Juan

Los especialistas suelen destacar la escasa presencia, si es que existe alguna, de pasajes “parenéticos” en los textos apocalípticos.[14] Sin embargo, a poco de comenzar el Libro del Apocalipsis de Juan, se “ve y oye” al Señor Jesús Resucitado ordenar al vidente Juan escribir siete cartas a siete comunidades cristianas (2-3), exhortándolas, amonestándolas, interpelándolas para que sostengan su testimonio profético y se mantengan fieles al Dios de la Vida, aún en las circunstancias en extremo adversas y hostiles que ponen a sus miembros en grave riesgo de perder la propia vida “a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús” (1,9-11.12-16.17-20).

El Señor Jesús Resucitado, desde el comienzo mismo de su manifestación en el libro, aparece presente y vigilante, custodiando la identidad y el principio vital de cada una de sus comunidades. Y dejando claro a la luz de su incisiva mirada cuan inaceptable le resulta que se permita dejar decaer, deteriorar, debilitar, desfigurar, deformar, tergiversar o falsificar la calidad del compromiso personal y comunitario, por más amenazas y persecuciones exterminadoras que se estén padeciendo.

Reclama un sinceramiento profundo, un riguroso examen de conciencia comunitario, tendiente a evitar todo descuido, negligencia, infidelidad, tibieza, soberbia, cobardía, arrogancia o avaricia que puedan poner en peligro la fuente misma de la existencia redimida. Y no duda en fortalecer, consolidar, renovar, estimular, reanimar el compromiso profético-testimonial de todos los que perseveren con fidelidad y coraje hasta el final.

La dimensión parenética de esta sección que da comienzo a la obra es clara, terminante y concluyente.

“Otorgaré autoridad a mis dos testigos

y ellos profetizarán por 1.260 días, vestidos de sayal” (11,4)

A propósito de la dimensión “misionero-evangelizadora” del Apocalipsis de Juan

El pasaje de 11,1-14, al que pertenece el texto citado, es notoriamente complejo de interpretar. Pero, dado que es el único relato de en este libro que, a su manera, pone frente ante nuestros ojos un cierto éxito evangelizador, resulta particularmente sugerente.

En este fragmento se afirma que, una vez finalizado el período de 1260 días de actividad profética de “los dos testigos”, víctimas martiriales de la “Bestia que sube del Abismo” (11,3-7), algunos de “los habitantes de la tierra”, que se habían alegrado ostensiblemente e intercambiado regalos al contemplar sus cadáveres arrojados a la calle de la gran ciudad, y poco antes de que suene la “Séptima trompeta” –tras un terrible terremoto– ¡glorificaron a Dios! (11,10.13b; 14.15).

Terribles catástrofes de todo tipo se fueron sucediendo a lo largo de la obra, tras la apertura del “Primer Sello” (6,1s). Pero, lejos de provocar arrepentimiento, conversión o reconocimiento del verdadero Soberano, los que fueron atormentados por las “plagas” más pavorosas, escalofriantes y diversas no abandonaron sus prácticas criminales e idolátricas (cf. por ejemplo, 9,20-21).

Pero ¿por qué ahora algo cambió?

No parece que haya sido por el desastre devastador del terremoto precisamente… Todo hace sospechar que la diferencia la hizo el testimonio profético de los “dos testigos”, símbolo del empeño evangelizador de la comunidad cristiana en el tramo último del tiempo final, cuando ya está a punto de sonar la “Séptima Trompeta” (10,1-7; 11,15). Sólo que anunciar el Evangelio en un contexto de este tipo es aterrador, y no son muchos los que tienen la disposición, el coraje y la audacia de hacerlo.

El Evangelio –advierte el capítulo anterior– simbolizado en “el pequeño libro que tiene abierto en la mano el Ángel que está de pie sobre el mar y sobre la tierra” (10,8), sabe dulce, pero “al tragarlo”, al hacerlo propio, al dejar que nutra, que alimente, que sostenga, también compromete, también exige, también solicita, también demanda. Reclama –a la vez que gesta– amor coherente, oblativo, sacrificial. Al penetrar hasta “las entrañas”, transforma, renueva e impulsa a volcarse sin reservas hacia los demás. Y esto, en cualquier contexto, y, aunque, como el vidente Juan, se desee presurosa y apasionadamente devorarlo, no deja de ser penoso, áspero, doloroso, repleto de amargor (10,9). Pero el Señor no ha de dejar postrados en la amargura a los que se entregan fielmente al desafío de la evangelización.

Antes de confiar a “los dos testigos” la misión de profetizar durante 1.260 días (11,3s) –figuras del testimonio eclesial en los días tumultuosos de la etapa final– se le ordena al vidente Juan medir “el Santuario de Dios y el altar, y a los que adoran en él” y no medir “el patio exterior”, el llamado “patio de los gentiles” porque ha sido entregado a las naciones para que lo pisoteen (11,1-2).

“Medir” un espacio suele ser imagen de la acción de querer preservarlo, repararlo, (re)construirlo, revivirlo (cf. Ez 40-42; Zac 2,1-5). Si “el Santuario”, “su altar” y “su patio exterior” representan simbólicamente, como parece, bajo diversos aspectos, a la comunidad de los adoradores del Dios Vivo y Verdadero,[15] se podría inferir que el gesto procura asegurar a los fieles que tienen el valor y la intrepidez suficiente para entregarse a profetizar, que su servicio testimonial, modelado conforme a las figuras de Moisés y Elías, contará con la protección divina, durante todo el período que les ha sido asignado para completar su ministerio.

Pero, tan pronto como la misión haya sido cumplida, la protección “física” se les acabará. Serán atacados y asesinados por la “Bestia que sube del Abismo” (10,7). Sus cadáveres quedan insepultos, expuestos al escarnio público, en las calles de la “gran ciudad”, en medio de muestras de exuberante regocijo (10,8-9.10).

Sólo que, tras tres días y medio, “sus cuerpos”, es decir, ellos mismos, los que fueron testigos fieles “hasta la muerte” (2,10), serán invadidos por un “Espíritu de Vida” procedente de Dios (cf. Ez 37,1-11) y, aterrorizando a los espectadores, se pondrán de pie y, según lo ordenado por una fuerte voz, subirán al cielo, en la nube, a la vista de todos (11,11-12). Y, como signo de la llegada del tiempo final (cf. Ez 38,19-20), un terremoto sacudirá letal y brutalmente todo. Muerte y vida, en singular –y desigual– batalla.

El Evangelio proclamado con la propia vida deja claro y demuestra que ningún poder, ni siquiera el de la muerte, puede derrotar al Dios de la Vida. Y sólo así, con la vida entregada, adquiere credibilidad. Los que quedaron, llenos de espanto, confesaron la gloria del Dios del Cielo! (11,13). La muerte de sus testigos fieles, transformada en vida indestructible, derrama vida en abundancia.

1.4. Algunas consideraciones conclusivas:

Evangelizados y amados para poder ser fraternalmente evangelizadores

Esto dice el Amén - ¡Amén! (3,14; 22,21)

En claro contraste, quizás, con la “tibieza”, con la poca credibilidad testimonial de los fieles de Laodicea –desgraciados, dignos de compasión, pobres, ciegos y desnudos (3,17) y que están punto de “ser vomitados” de la misma boca que la hizo nacer (3,16)– el Señor se les presenta a ellos, justamente, como el Amén (3,14).[16]

Y, dado que este libro deja la última Palabra de la Escritura Sagrada Cristiana a la comunidad creyente, que la corona con el grito del ¡Amén! (22,21), nos preguntamos:

¿Se habrán podido sumar “los laodicenses”, y con ellos, todos los que no están a la altura de la calidad de vida que ofrece el Evangelio, así como “los sobrevivientes del terremoto”, y con ellos, todos que dependen del anuncio del Evangelio para alcanzar la vida, al grito melodioso del Amén final? ¿Habrá contado con ellos el Señor Resucitado para que su Evangelio de Vida siga resonando siempre, en toda circunstancia, a todas las personas, en todo lugar?

Es mucho lo que el Señor hace depender del compromiso con su Evangelio. Pero es mucho más lo que su Amor infinito, transformante y vivificador quiere y puede hacer.

Por eso, “los laodicenses” no oyen hacia el final de su misiva amenazas de castigos o severos reproches sino ¡una declaración de amor! (3,19). Un amor que quiere educar, un amor que quiere sanar y arrancar de la tibieza, un amor que quiere corregir y transformar, en definitiva, un amor que quiere amar. Sólo este amor activo y eficaz del Señor puede encender el fervor de esta comunidad ciega, encandilada por su propia riqueza (cf. 3,17), una comunidad que parece haberle cerrado sus puertas al que tanto la ama.

Como el amado de pie ante la puerta de su amada (Cant 5,2), el Señor golpea y hace oír su voz, mendigando el amor de una comunidad amada pero escasamente capaz de amar, con el anhelo de que alguno de ellos, aún con la puerta cerrada, lo oiga y, reconociendo su voz, lo deje entrar para que, sentándose en su mesa, logre restaurar los preciosos vínculos de comunión fraterna que la Cena compartida invita a recrear.

Esto también es “cosmovisión apocalíptica”, aunque muy peculiar.

el “género literario” y de la “cosmovisión” apocalíptica

1.1. Algunas características generales

del “género literario” y de la “cosmovisión” apocalíptica

Material suplementario
Bibliografía
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Yabro-Collins, Adela ed., Early Christian Apocalypticism: Genre and Social Settings. Semeia 36 (1986).
Notas
Notas
[1] Sobre la expresión “ver la voz” permítaseme recordar aquí un sugerente artículo de Jean-Pierre Sonnet: «“Mi voltai per vedere la voce”. Il linguaggio visivo della Bibbia», Humanitas 73,4 (2018): 522-553.
[2] Los trabajos del Coloquio de Uppsala de 1979 fueron publicados hacia 1983 en: David Hellholm, ed., Apocalypticism in the Mediterranean World and the Near East: Proceedings of the International Colloquium on Apocalypticism. Uppsala, August 12-17, 1979 (Tübingen: J.C.B. Mohr - Paul Siebeck, 1983). Los trabajos preliminares del “Apocalypse Group of the Society of Biblical Literature (SBL) Genres Project” fueron publicados en 1979 en la revista Semeia -de la SBL-: John Collins, Guest Editor, Apocalypse: The Morphology of a Genre, Semeia 14 (1979). Para una mirada crítica sobre ambos proyectos, ver, por ejemplo, Matthias Riedl y David Marno, «Introduction by Matthias Riedl and David Marno. The Resilience of the Apocalyptic», en The Apocalyptic Complex. Perspectives, Histories, Persistence, ed. Nadia Al-Bagdadi, David Marno, Matthias Riedl (Budapest–New York: Central European University Press, 2018), vii-xxi, especialmente xiii-xv.
[3] «‘Apocalypse’ is a genre of revelatory literature with a narrative framework, in which a revelation is mediated by an otherworldly being to a human recipient, disclosing a transcendent reality […] The manner of revelation requires the mediation of an otherworldly being: i.e., it is not given directly to the human recipient and does not fall within the compass of human knowledge», Collins, «Towards the Morphology of a Genre», Semeia 14 (1979): 9.10.
[4] «There is always a narrative framework in which the manner of revelation is described. This always involves an otherworldly mediator and a human recipient--it is never simply a direct oracular utterance by either heavenly being or human», Collins, «Towards the Morphology of a Genre», 9.
[5] Nos referimos particularmente a los así llamados “apocalipsis históricos” en la clasificación del “SBL Apocalypse Group”; Collins, «Towards the Morphology of a Genre», 13s.; en una presentación más simplificada, Id., «Apocalypticism as a Worldview in Ancient Judaism and Christianity» en The Cambridge Companion to Apocalyptic Literature, ed. Collin Mc Allister (New York: Cambridge University Press, 2020), 20.
[6] Sin querer agobiar al amable lector con una lista amplísima, interminable y abrumadora de bibliografía específica sobre la cuestión de la “cosmovisión apocalíptica”, mencionamos, a manera de “coordenadas”, tan sólo dos obras, una de la época previamente próxima a la que el debate, hacia fines de los 80 del siglo XX, llegó a su punto de inflexión –cuando casi al mismo tiempo, en 1970, Klaus Koch publicaba un libro en el que manifestaba su perplejidad y desconcierto frente al fenómeno apocalíptico: Ratlos vor der Apokalyptik– y otra, ya citada, del mismo John Collins, pero mucho más reciente: Walter Schmithals, «El mundo de ideas de la apocalíptica», en La Apocalíptica. Introducción e Interpretación, Walter Schmithals (Bilbao: Ediciones EGA, 19941973), 11-24; John Collins, «Apocalypticism as a Worldview in Ancient Judaism and Christianity», 19-35.
[7] Sobre todo, si tiene en cuenta, entre otras cosas, no sólo que sus motivos característicos pueden aparecer en textos considerados “no-apocalípticos” sino también, que el fenómeno no se circunscribe exclusivamente al ámbito específicamente creyente ni tampoco sólo al horizonte judeo-cristiano, sea ortodoxo o no tanto.
[8] Para la noción de “determinismo”, su problemática relación con el “libre albedrío” y su aplicación al contexto específicamente apocalíptico puede ser consultado, por ejemplo, Mladen Popović, «Apocaliptic Determinism» en The Oxford Handbook of Apocalyptic Literature, ed. John Collins (New York: Oxford University Press, 2014), 255-270.
[9] Ámbito existencia en el que la certeza de que hay un sólo Principio, un sólo y único Dios, Indiviso, Omnipotente, Supremo, Invencible, sin rivales a su nivel, que puedan amenazar seriamente su plena Soberanía es inconmovible.
[10] “Moderado”, “ético”, “soteriológico”, y no “radical”, “absoluto”, “metafísico” –aunque, por ejemplo, en el 4 Esdras 7,50 (cf. 8,1) se afirma que “el Altísimo no ha creado sólo un eón, sino dos”. Para la noción de “dualismo”, sus matices y su aplicación al contexto específicamente apocalíptico puede ser consultado, por ejemplo, Jörg Frey, «Apocalyptic Dualism» en The Oxford Handbook of Apocalyptic Literature, ed. John Collins (New York: Oxford University Press, 2014), 271-294.
[11] Henoc Eslavo 66,6; cf. 4 Esdras 4,27; 7,12.
[12] Tanto es así que en la propuesta de clasificación de los distintos tipos de textos considerados “apocalípticos” del “Apocalypse Group of the Society of Biblical Literature (SBL) Genres Project” se estimó apropiado destacar un subgrupo dentro de los dos tipos principales, por exponer exclusivamente una escatología de tipo “personal”, “individual”: «The most obvious and fundamental distinction is between apocalypses which do not have an otherworldly journey (Type I) and those that do (Type II). Within each of those types further distinctions can be made in view of eschatological content: (…) and (c) apocalypses which have neither historical review nor cosmic transformation but only personal eschatology ». Collins, «Towards the Morphology of a Genre», 13.
[13] Al menos en el ámbito académico, han quedado superadas ya diversas ideas erróneas generalizadas sobre la apocalíptica, particularmente las que entendían que representaba una huida de la realidad, un renegar de ella, hacia un mundo de fantasía. Al respecto observa Anathea Portier-Young: «Los primeros visionarios apocalípticos se contaban entre la élite de Judea. No se escondían durante las persecuciones, sino que recurrían a la predicación pública con el fin de atraer grandes auditorios a sus mensajes de fidelidad y esperanza. Ni tampoco huían de realidades dolorosas o incluso desoladoras, sino que las afrontaban», Anathea Portier-Young, Introducción a Apocalipsis contra el Imperio, Tr. Serafin Fernández (Estella, Navarra: Editoria Verbo Divino, 2016), 24-25.
[14] «Paraenesis occurs somewhat more frequently in Christian apocalypses although it is rare even there», Collins, «Towards the Morphology of a Genre», 13
[15] Por ejemplo, “el Santuario y su altar” podrían representar a aquellos que están unidos incondicionalmente y sin concesiones al Santo de los Santos, y el “patio exterior”, a aquellos que se permiten determinadas concesiones, como los seguidores de Balaam o de los nicolaítas o de Jezabel (2,6.14.15.20), que, a los ojos del Resucitado según este libro, se consideran idolátricas, y, en cuanto tales, inaceptables.
[16] Primera y única vez en las Escrituras Cristianas que se oye el título “Amén” aplicado al Resucitado, título con el que también sólo una única vez las Escrituras Hebreas se refieren al Señor Yahweh como “el Dios del Amén” ‒es decir, el Dios “fiel”, “veraz”, “confiable”, el Dios “de la verdad” (Isaías 65,16).
Notas de autor
Profesora Pro-titular de Sagradas Escrituras de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina.
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