Resumen: El artículo muestra la recepción del tratado De vocatione omnium gentium de Próspero de Aquitania a lo largo de la historia. De modo particular destaca la lectura de la obra realizada mil años después de su publicación por José de Acosta y los efectos de dicho libro en América para beneficio de la misión evangelizadora de los nuevos pueblos.
Palabras clave: Próspero, Recepción, De vocatione, Acosta, América.
Abstract: The article shows the reception of the treatise of Prosper of Aquitaine De vocatione omnium gentium throughout history. Particularly noteworthy is the reading of the work carried out by José de Acosta a thousand years after its publication and the consequential effects in America for the benefit of the mission to the new peoples.
Keywords: Prosper, Reception, De vocatione, Acosta, America.
Artículos
La recepción del De vocatione omnium gentium de Próspero de Aquitania y los contextos misioneros en América colombina.
The Reception of Prospero of Aquitaine's De vocatione omnium gentium and Missionary Contexts in Columbian America.
Recepción: 08 Agosto 2022
Aprobación: 15 Septiembre 2022
La primera obra dedicada completamente a la voluntad salvífica universal, según aquellas palabras del Apóstol «Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1Tm 2,4)», es De vocatione omnium gentium,[1] que se atribuye a Próspero de Aquitania.[2] Este tratado se preocupa de indagar especialmente acerca de la voluntad divina que busca la salvación de los que aún no tienen fe, o sea de los infieles. Próspero intenta conciliar la doctrina agustiniana de la predestinación, aunque sin emplear el término praedestinatio, con la llamada de Dios a todos los pueblos. Consta de dos volúmenes o libros: el primero trata de la gracia, de la gratuidad de la salvación; el segundo de la voluntad salvífica universal. Se escribió en Roma hacia el año 450 y es la última de sus obras doctrinales que giraron en torno a la relación entre la gracia de Dios y la libertad humana.[3] Habiendo dejado Marsella -el lugar donde comenzaron las disputas con los monjes referidas a la doctrina de Agustín sobre la predestinación y la gracia-, su estancia romana junto al papa León Magno le permitió redactar una obra de madurez logrando una síntesis pacífica y equilibrada.
Presentaré sumariamente la huellas de este texto en Europa desde su aparición a mediados del siglo V hasta el siglo XVII, agregando quizá algún detalle aún ignoto. Pero especialmente me detendré en su recepción en América del siglo XVI, todavía no puesta de manifiesto. Me interesa destacar la influencia que produjo la lectura de esta obra, mil años después de haber sido escrita, en el teólogo español José de Acosta (1540-1600), misionero en Perú.
La generación siguiente a nuestro autor lo apreció como santo y como teólogo erudito. A fines del siglo V fue incluido en el catálogo De viris illustribus de Genadio de Marsella. Así decía en el núm. 84:
«Próspero, hombre de la región de Aquitania, erudito y enérgico en su discurso, escribió numerosas obras, según dicen, de las cuales he leído la que se titula Crónica, que comienza con la creación del primer hombre, de acurdo con la doctrina de las sagradas Escrituras, y termina con la muerte de Valentiniano y el sitio de Roma por Genserico, rey de los vándalos. He leído, además, un texto suyo donde ataca la obra de Casiano, sin hacer mención de su nombre, obra que la Iglesia ha considerado provechosa, pero que él juzga nociva. En efecto, Casiano y Próspero sostienen posiciones encontradas respecto de la gracia y el libre albedrío. Se dice que es también el autor de las epístolas acerca de la verdadera Encarnación de Cristo contra Eutiques, que el papa León remitió a diversos destinarios».[4]
El papa Gelasio fue el primero en citar el De vocatione omnium gentium tratando a nuestro autor de magister ecclesiae[5]. Durante su pontificado el concilio romano del 494 trató De libris recipiendis et non recipiendis y declaró el canon de las Escrituras, los cuatro primeros concilios ecuménicos recibidos por la Iglesia y una lista de Padres con sus respectivas obras en la que se incluyeron los escritos del bienaventurado Próspero, mientras que se rechazaron los libros apócrifos.[6] Fulgencio de Ruspe destacó también su erudición y santidad.[7] Casiodoro colocó a nuestro autor junto a Jerónimo y Agustín cuando trataba cuestiones referidas a la gracia al comentar el Sal 50,6[8]; al igual que Genadio, mencionó la Crónica de Próspero cuando destacó a los historiadores cristianos[9] y del Contra Collatorem.[10]
La influencia de nuestro autor llegó al magisterio de la Iglesia, al segundo Concilio de Orange del 529,[11] que confirmó la doctrina del agustinismo moderado elaborado por Próspero sin comprometerse con la enseñanza de la predestinación.[12] Ese concilio local, muy pronto confirmado por la Sede Apostólica, fue recibido y utilizado por el Concilio de Trento y dotado de una nueva autoridad que superó la mera ocasión que había reunido en Orange a catorce obispos presididos por Cesareo de Arles.[13]
Huellas del tratado se encuentran también en el siglo IX en época carolingia. En efecto, la coyuntura de los debates alrededor de los textos bíblicos y agustinianos sobre la predestinación suscitó su reaparición.[14] Ratramno de Corbie citó un extenso pasaje de nuestra obra en su libro De praedestinatione Dei .Liber primus, De divina dispositione).[15] Hincmaro de Reims, disputando con Godescalco -quien sostenía la doctrina de la doble predestinación: a la salvación y a la condenación- la citó también diecinueve veces en su escrito De praedestinatione Dei et libero arbitrio.[16] Contemporáneamente en Oriente, Focio distinguió a Próspero como verdadero hombre de Dios que confrontó a los que propugnaban herejías en Roma durante el pontificado de León.[17]
En el siglo XVI, al reavivarse la cuestión de la gracia y la justificación, los reformadores hablaron también de nuestra obra. El 18 de enero de 1518 Lutero recomienda la lectura del De vocatione junto con algunos tratados antipelagianos de Agustín. Dice así en carta a Jorge Spalatino:
«Si te agrada mi método, comenzarás por el Del espíritu y la letra de san Agustín, obra que nuestro Karlstadt, varón de incomparables conocimientos, ha explicado y editado ya con admirables comentarios. Lee después el libro Contra Juliano y Contra dos cartas de los pelagianos. Añade también De la vocación de todas las gentes de san Ambrosio, bien que por el estilo, por el ingenio y por la cronología deba ser atribuido a otro autor; sin embargo, está lleno de erudición».[18]
Melanchthon citó el pasaje de nuestro tratado (vocat. gent. I, XVII, 33) referido a la fe y a las obras en la Confessio Augustana, la primera exposición oficial del luteranismo.[19]
Luego en época jansenista, Bossuet apreció en esta obra de Próspero una doctrina completa sobre la universalidad de la gracia;[20] y es también en ese período cuando el jansenista Quesnel se dedicó al estudio del De vocatione omnium gentium y a la cuestión de su autoría.
En la segunda mitad del siglo XVI el jesuita José de Acosta realizó una nueva lectura del tratado con aplicaciones novedosas. Acosta se encuentra acompañando al santo arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, en la organización y animación misionera de la Iglesia en toda la extensísima provincia eclesiástica de la cual Lima era la sede metropolitana de casi todas las diócesis del continente sudamericano.[21]
Con el descubrimiento de América los teólogos se plantearon la cuestión de la salvación de los numerosos pueblos que no habían recibido el evangelio -tema coincidente con esta obra de Próspero-. Para Acosta no solo se trataba de una cuestión teórica reflexionar sobre lo sucedido antes de la llegada de la evangelización española, sino de cómo plantear la misión hacia los nuevos pueblos.
Por ese entonces en la primera mitad del siglo XVI hubo tesis que no reconocían en los indios el origen común del género humano, que muy pronto encontraron enérgica resistencia en los teólogos Francisco de Vitoria y Bartolomé de las Casas. Hacia 1570 gracias a la labor de estos teólogos dominicos, Acosta ya no halló ese burdo sentir que negaba el alma humana de los indios. Sin embargo, encontró la opinión muy generalizada según la cual la principal dificultad que separaba a los pueblos de las Indias de la salvación no consistía en la falta de predicación del evangelio sino en la falta de inteligencia y capacidad para recibir la doctrina de la redención. Y constató que hubo quienes fueron más allá y describieron a los nuevos pueblos como semen maledictum al margen de la gracia. Argumentaban que el miedo y la fuerza llevaba a los indios al bautismo, pero que no adherían sinceramente a la verdad anunciada a causa de su irracionalidad. Esta brutalidad los llevaba a continuas transgresiones, en especial en lo referido a la moral del matrimonio y la familia.[22]
Es entonces que Acosta escribe en 1576 De procuranda indorum salute,[23] -como su nombre lo indica- para llevar la salvación de Dios a los indios. Reconoce que el anuncio del Evangelio es difícil y también es consciente del desaliento que provocan los pobres resultados, pero sabe que no existen condiciones ideales: «siempre la predicación de la fe resultó dificilísima, y la fructificación del evangelio, mucho más laboriosa de lo que imaginamos».[24]
Ya desde la dedicatoria al Prepósito General de la Compañía de Jesús, el autor nos recuerda que todo lo relacionado con los indios «ha espoleado y actualizado mi interés por estudiar con mayor atención la doctrina de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres para aplicarla a esta situación del Nuevo Mundo»[25].
Responde entonces a las objeciones que se interponían a la misión evangelizadora del Nuevo Mundo recurriendo a estas fuentes, de manera especial al De vocatione omnium gentium. El texto le llegó bajo la autoría de Ambrosio, pero al leerlo dudó de esa paternidad: «como dijo espléndidamente Ambrosio o quien sea el autor del libro De vocatione gentium, pues el estilo más parece apuntar a Próspero de Aquitania».[26]
¿Cuáles eran los argumentos aducidos contra la causa de los indios y su salvación (indorum causa et salus)? Acosta dice que
«cuatro son las objeciones fundamentales: substracción de la gracia divina (divinae substractio gratiae), depravación de su naturaleza y costumbres (naturae morumque absurditas), dificultad e la lengua (difficultas sermoni), inconvenientes de lugares y vivienda (locorum atque habitationis incommoda)».[27]
Me detengo solo ahora en la primera objeción, la divinae substractio gratiae, que tiene que ver con el De vocatione omnium gentium. El término substractio viene del latín tardío del verbo substrahere, que en su forma pronominal indicaría separarse de lo que se había proyectado. O sea, que estos nuevos pueblos no entrarían en los planes divinos y que se les habría quitado la gracia. Próspero ilumina a Acosta para rebatir el principal reparo teológico que frenaba el impulso misionero.
A José de Acosta, al igual que a Próspero, le preocupan los que no consiguen la salvación cuando los ve morir sin la fe. Reaccionan ambos al igual que Agustín ante el misterio de aquellos a los que no les llegan los auxilios de la gracia y permanecen mudos ante los caminos de Dios que son ininvestigables (Rm 11,33);[28] en definitiva, es la misma actitud del apóstol san Pablo ante la incredulidad de Israel y los caminos de Dios (Rm 11,25-32). Dice Acosta:
«En primer lugar, no podemos negar que, por oculto y verdadero juicio de Dios hay muchos hombres abandonados a sus propias tinieblas, y no solo individuos, sino familias y ciudades, y a menudo provincias y pueblos enteros. Los hubo en tiempos pasados y los sigue habiendo ahora, hombres sin un mesías, excluidos de la ciudadanía de Israel, y ajenos a las alianzas, sin esperanza ni Dios en el mundo (Ef 2,12). Por qué la gracia y la elección divina los ha tenido excluidos durante tanto tiempo, perdiéndose entre tantos miles de almas, es un arcano que supera la razón humana; querer desflorarlo sería impío».[29]
Acosta entonces cita nuestro tratado De vocatione en cuatro ocasiones:[30]
· para recordar que no hay que curiosear lo que no se debe saber ni omitir nada de lo que no conviene ignorar,[31]
· para indicar que no sabemos el motivo de la dilación por el cual muchos todavía no recibieron la luz de la fe,[32]
· para decir que la gracia resplandece en las enseñanzas de la creación y empuja a quien las sigue al espíritu de fe y amor,[33] puesto que ningún linaje de hombres ha sido desamparado de Dios de tal manera, que no tuviese a su modo testimonio de Dios y auxilio suficiente.[34] Por eso piensa Acosta que «no faltará por la gracia el que invita por la naturaleza».
· Y, por último, para animar a la misión, cuando toma de Próspero que
«si acaso también ahora hay en partes remotas del mundo algunas naciones en las que todavía no reluce la gracia del Salvador, no dudamos de que también para ellas ha sido dispuesto en el oculto juicio de Dios el tiempo del llamado, en el que escucharán y recibirán el Evangelio que no escucharon».[35]
Estas palabras recién referidas hicieron exclamar a José de Acosta: «No hay quien no vea con qué clarividencia queda tocado con estas palabras de Ambrosio todo el problema indiano (universam indorum causam)».[36] Su gran preocupación fue demostrar que la historia de los hombres de América forma parte de la única historia de la salvación. El tratado De vocatione omnium gentium alentó y confirmó el impulso misionero de este teólogo español asesor de Toribio de Mogrovejo. Veía confirmado lo que decía Próspero: que «la gracia cristiana no se contenta con tener los mismos límites que Roma».[37]
Así y todo, en mi opinión la frase de Adalbert Hamman, cuando analiza nuestra obra en el volumen III de la Patrología dirigida por el Instituto Patrístico Augustinianum, quien dice: «El teólogo de Marsella abre nuevas sendas a la humanidad animado por intereses estrictamente misioneros»,[38] no debe atribuirse tout court a intenciones misioneras de nuestro tratado. Sin embargo, detrás de las disputas teológicas sobre la gracia en el cambio de época provocado por las invasiones bárbaras del siglo V, un milenio después la obra produjo un efecto que ayudó a impulsar la misión salvífica de la Iglesia a los nuevos pueblos de América. La historia de los efectos de este texto, la Wirkungsgeschichte, no da pruebas suficientes para contribuir decididamente a la misión evangelizadora en el primer milenio en medio de los pueblos bárbaros. No obstante, en el segundo milenio Acosta demostró la importancia de nuestro tratado para relacionar directamente un debate teológico con la misión evangelizadora de la Iglesia en el Nuevo Mundo.
Finalmente quisiera destacar el lugar de la primera traducción a una lengua moderna del De vocatione omnium gentium en el siglo XX,[39] el cual parece no ser indiferente. Fue hecha en inglés por Prudentius De Letter en la India, en el Estado de Bengala Occidental a los pies del Himalaya, siendo De Letter, profesor en la Facultad de Teología St. Mary’s College en Kurseong a cargo de los jesuitas.[40] Por aquel entonces Jacques Dupuis, quien luego se dedicaría a la investigación acerca del valor salvífico de las religiones, tuvo de rector a De Letter, coincidiendo ambos en tiempos de la publicación de nuestra obra. Uno tiende a pensar que el sitz im Leben de aquellas tierras, donde el cristianismo es minoritario, motivó la reflexión actual acerca de la voluntad salvífica universal que había iniciado esta obra de madurez de Próspero de Aquitania.