Artículos
Pedro de Leturia (1891-1955), jesuita, historiador y una arquitectura de relaciones[1]
Pedro de Leturia (1891-1955), Jesuit, Historian and an Architecture of Relationships
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 59, núm. 139, 2022
Recepción: 06 Septiembre 2022
Aprobación: 12 Octubre 2022
Resumen: El artículo propone presenta pinceladas de la vida y las relaciones de Pedro de Leturia (1891-1955), jesuita polifacético que se movió entre archivos y documentos, historia e historiografìa, san Ignacio y Latinoamérica, alumnos y profesores de la Facultad de Historia Eclesiática de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, que condujo desde su fundación. Los vínculos y prácticas históricas que este jesuita tejió a lo largo de los años como profesor, investigador y decano, sus encuentros y desencuentros en torno a la publicación de fuentes y la tarea del historiador, permiten relacionar un espacio de producción, una disciplina y una literatura, y abrir espacios para la reflexión y nuevos estudios.
Palabras clave: Leturia, Leturia, Historia, Historiografía, Compañia de Jesús, Hispanoamérica.
Abstract: This article presents some aspects of the life and the relationships of Pedro de Leturia (1891-1955), a multifacetic Jesuit who dealt with files and documents, history and historiography, Saint Ignatius and Latin America, students and professors of the Faculty of Eclesiastic History of the Pontifical Gregorian University of Rome, which he led since its foundation. The bonds and historical practices that this Jesuit forged through the years as a professor, investigator and dean, his agreements and disagreements as regards the publishing of sources and the task of the historian, allow to relate a space of production, a discipline and a literature, and to open spaces for reflection and for new studies.
Keywords: Leturia, History, Historiography, Society of Jesus, Hispanic America .
Pedro de Leturia (1891-1955), jesuita, historiador y una arquitectura de relaciones[1]
Introducción
Gobernaba la Iglesia León XIII y España vivía el período de la restauración iniciada con Alfonso XII y continuada por sus sucesores (1875-1931),[2] cuando nació Pedro de Leturia (1892-1955), un jesuita vasco español, escritor y profesor, que se movió entre la historia y la historiografía. Pocos días despues del nacimiento de Leturia, la XXIV Congregación General de la Compañía de Jesús eligió a Luis Martín[3] como prepósito general. Eran tiempos en que se buscaba un nuevo paradigma científico de la historia, se realizaron las grandes publicaciones de fuentes y la búsqueda del perfeccionamiento del método histórico era constante.
El nuevo general Martín intentó un cambio historiográfico que permitiese a la Compañìa de Jesús, salir de la historia polémica o la apología y elaborase historias objetivas de la Orden. Para ello, promovió la protección de los archivos y la recopilación y el estudio de las fuentes que comenzaron a publicarse regularmente en Monumenta Historica Societatis Iesu, de la que años después, Leturia fue director (1931-1947). Martín fomentaba así una historiografía que satisficiese las exigencias de la crítica moderna, y sus iniciativas, permitieron ahondar en el conocimiento de la Orden.
El modernismo y la Primera Guerra Mundial retardaron pero no interrumpieron el impulso de los estudios de la historia de la Iglesia que guiaban Alemania, Francia y Bélgica, e incidieron principalmente en el reordenamiento de los estudios eclesiásticos llevado a cabo por Pío XI en la publicación de la constitución Deus Scientiarum Dominus (24 de mayo de 1931),[4] que impuso a las facultades de teología y escuelas eclesiásticas superiores la necesidad de familiarizarse con el método científico.[5] La nueva constitución ofreció el marco para la gestación de la nueva Facultad de Historia Eclesiástica en la Pontificia Universidad Gregoriana, en cuyo diseño intervino Leturia y fue su decano por mas de veinte años.
En las páginas que siguen se presentan pinceladas de la vida de Leturia junto a observaciones sobre sus fecundas prácticas de la historia y producción historiográfica que confluyen en los vínculos y relaciones que el jesuita tejió a lo largo de los años, como investigador y decano de la Facultad de Historia Eclesiática de la Gregoriana, en forma simultánea a sus tareas en Monumenta Historica Societatis Iesu y el Institutum Historicum Societatis Iesu.[6]
El jesuita historiador
Leturia transcurrió sus años formativos entre Oña, Bogotá, Valkenburg y Exaten hasta que se trasladó a la universidad de Munich, de renombrada tradición en la ciencia histórica y en la que permaneció tres años (1923-1926). A su llegada a la universidad, conoció a Josef Grisar SJ (1886-1967), quien será su amigo y colega por más de 30 años. Grisar era estudiante en la universidad bávara desde hacía ya varios años, orientó a Leturia acerca de los profesores y las costumbres vigentes en la Universidad. Desde el inicio observó en el estudiante su «interés por no desaprovechar ninguna de las posibilidades de perfeccionarse en el estudio, posición que mantuvo durante toda su vida. Su máximo interés quedo centrado en los problemas históricos».[7] Cerró su etapa formativa con la publicación de su tesis doctoral, sobre los precedentes del Patronato a lo largo del siglo XVI, y el nuevo regimen durante los pontificados de Pío VII y León XII.[8]
Sus estudios lo habían llevado a Roma (1924) para investigar en los archivos vaticanos que desde su apertura (1881) permitieron el acceso a un verdadero aluvión de fuentes para la historia de la Iglesia y el desarrollo de la investigación. Durante esta estadía en Roma encontró en varias oportunidades al prepósito general de la Compañía de Jesús Włodzimierz Ledóchowski SJ —promotor de una historia ad calumnias confutandi,[9] y ad Societas impugnationes fovendo—,[10] quien le propuso estudiar y escribir la historia interna de la Compañía.[11] La propuesta de su superior, marcó un giro en el objeto de estudio de Leturia, que se dividió entre el mundo americano, al que se había aficionado desde sus días en Colombia, y san Ignacio y su mundo. En ambos campos, aplicará un método histórico riguroso abierto a la fe.
En Leturia, el jesuita es inescindible del historiador, profesor fundador y decano de la Facultad de Historia de la Iglesia, de la Pontificia Universidad Gregoriana. Se trata de una figura polifacética que recorrió un fecundo camino entre la investigación y la enseñanza, y construyó una arquitectura de relaciones con docentes, alumnos y exalumnos de Europa y América Latina principalmente. La nueva Facultad, que abrió sus puertas para el curso 1932/1933, será la casa de estudios que formó a profesores y marcó el camino a otros, dejando su impronta en enseñantes y archivistas de la época y, en forma particular en aquellos seminaristas que se formaban en Roma desde la creación del Colegio Pio Latino Americano en 1858,[12] quienes aprendieron y ejercitaron en sus aulas la tarea del historiador.
Entre la investigación y la docencia, el escritor
Leturia no hace crónica, sino que propone un modo de hacer historia en un marco científico que no sólo busca, discierne, estudia y edita las fuentes, sino que interviene en su interpretación que no consiente en alabar o embellecer aquello que es criticable, un estudio de parte que no da espacio al panegírico.[13] Consideraba que hacer historia
«no es un torneo literario, ni un agregado inconexo de datos yuxtapuestos, ni una especulación apriorística sin base documental: es el estudio lento y concienzudo del dato, como si no hubiese de hacerse síntesis; pero al mismo tiempo la penetración y comparación de la organicidad y continuidad de los sucesos hasta dar con sus fuentes genéticas, únicas que elevan la Historia al rango de ciencia y que dan la visión comprensiva del desarrollo de las instituciones y los pueblos».[14]
Considera que los hechos no son historia, pero no se puede hacer historia sin ellos, por eso en sus escritos no pretende hacer literatura ni apologética, sino que trata de exponer «con un mínimo de ideas propias y un máximo de extractos documentales, el croquis histórico de las más salientes etapas y vicisitudes por las que ha pasado» el sujeto o argumento de estudio.[15] Su práctica es ponderada y compartida con su amigo Hubert Jedin, con quien mantiene un fluido intercambio epistolar.[16] El autor alemán le hace llegar los artículos que reunirá más tarde en su obra sobre Trento[17] y señala a Leturia como «el mejor conocedor del Patronato español».[18]
En Leturia conviven el historiador que investiga, enseña, y aconseja sobre las tesis de sus alumnos, el sacerdote jesuita que acompaña paternalmente a sus estudiantes, que busca unir su tarea sacerdotal y desarrollo profesional en la Iglesia, convencido de que no disminuye su cientificidad, en el diálogo historia – historiador – institución, o pasado – presente, en los que subyace el convencimiento de que en la Iglesia está la verdad, y la tarea del historiador permite reconstruir su pasado tal como fue en su tiempo. Sus trabajos tienen el mérito de haber propuesto una lectura científica de las fuentes que busca, lee y relee tratando de clarificar los hechos, evitando y/o superando las deformaciones, de modo de consolidar un método histórico crítico en la reconstrucción de los hechos históricos desconocidos en el caso de su obra americana o aquellos conocidos en clave apologética, como es el caso de su obra ignaciana.
Sus escritos no son publicaciones de controversia, salvo Apuntes Ignacianos,[19] resultado de un intercambio de opiniones amigable, y aquellos referidos a Clemente XIV en la obra del barón von Pastor.[20] Leturia advierte en cada obra el punto de observación a partir del cual construye su narración, y no se plantea sobre la oportunidad de dar a conocer un documento. Confía en la fuente y la comprensión de la misma, aunque en la narración intentará no deslucir ni a la Compañía, ni a la Iglesia.
Autor prolífico, desde 1917 hasta su muerte, Leturia publicó mas de doscientos títulos entre libros, artículos, conferencias y recensiones que —mas allá de unos breves escritos de juventud—, se focalizan en sus dos grandes temas de estudio: la historia latinoamericana por un lado, y los orígenes de la Compañía de Jesús por el otro. Los escribió en forma simultánea a sus distintas responsabilidades institucionales en el seno de la Compañía de Jesús, como director de Monumenta Historica Societatis Iesu y del Institutum Historicum Societatis Iesu, profesor y decano por espacio de más de veinte años de la Facultad de Historia Eclesiástica de la Gregoriana.
Obra Ignaciana
En respuesta al pedido del prepósito general Ledóchowki que le pidió estudiar los orígenes de la Compañía Leturia abordó su obra ignaciana con pasión y obediencia. La propuesta de dedicarse al estudio de la vida de san Ignacio en su tiempo no era nueva entre los jesuitas de la Compañía, quienes se interesaron por su historia desde los tiempos de Polanco, el secretario de san Ignacio.[21] El nombre de Leturia se sumó al de tantos jesuitas que intervinieron en la construcción del edificio historiográfico jesuita, en linea con la revisión iniciada durante la administración de Luis Martin SJ, que promovió la producción de ediciones críticas y completas de la documentación existente sobre san Ignacio, como único modo de mostrar su significación y terminar con la leyenda sobre los orígenes. Años después, cuando el entonces joven jesuita Michel de Certeau se disponía a retomar su tesis en patrística sobre san Agustín después de su ordenación, fue también nvitado a dedicarse a la historia de la Compañía, junto a otros compañeros de la provincia jesuita de Francia, que en los años cincuenta, parecía necesitar redefinir su identidad para responder mejor a los interrogantes de su tiempo.[22]
Leturia advirtió que durante la supresión y aún en tiempos de la Restauración, la Compañía se encontraba en una posición historiográfica desventajosa: sus historias oficiales no se adaptaban a la nueva época, y sus publicaciones documentales adolecían de las exigencias propias de la critica moderna. Durante sus primeros buceos archivísticos en Roma, Leturia estuvo cercano a Franz Ehrle SJ, a quien veía como su protector y mentor. Ehrle proponía una historia acorde a las exigencias de la crítica moderna y a la atmósfera eclesiástica, en sintonía con el prepósito general Luis Martin SJ.
Trabajó en los archivos jesuitas en Exaten, Valkenburg y principalmente en Roma. Buscaba establecer los hechos y, poco a poco, fue reuniendo fuentes sobre el cambio profundo que se produce en la casa-torre solariega, su progreso espiritual y el influjo del ambiente, así como también el dilema de su vocación, sus deseos de peregrinar a Tierra Santa y el cambio de planes por Roma, la trascendencia del voto de Montmartre, el origen de los ejercicios y la influencia del método ignaciano en la “devotio moderna” entre otros asuntos relativos a la vida y actividades de san Ignacio.[23]
Leturia dedicó numerosas publicaciones al tema, en distintas revistas[24] hasta que resolvió reunirlos en una sola publicación. Pero lo sorprendió la enfermedad que lo llevaría a la muerte, por lo que confió la tarea a su amigo Ignacio Iparraguirre SJ, quien recopiló y publicó sus estudios éditos e inéditos sobre el santo fundador en dos volúmenes, poco después de su fallecimiento. En la introducción, Iparraguirre destaca en ellos el impulso que dio Leturia a los estudios sobre san Ignacio, al abrir nuevos campos de estudio focalizados en la ambientación moderna de la vida del santo.
Obra Americana
En Munich, Leturia desarrolló su tema doctoral sobre la diplomacia de Bolívar ante Pío VII desde los documentos encontrados en los archivos vaticanos.[25] La obra fue traducida al castellano y si bien tuvo poca repercusión en España, fue muy bien recibida en América, abrió un amplio «campo a nuevas investigaciones y orienta la atención hacia un problema de gran importancia no estudiado todavía, y que es de trascendencia para el catolicismo».[26]
A lo largo de los años Leturia publicó nuevas consideraciones sobre el tema en revistas de la época.[27] Pero quedaba pendiente la publicación de sus trabajos inéditos sobre la misión destinada a Chile que la Santa Sede confiara a Giovanni Muzi, arzobispo titular de Filipos, que viajó (1824-1825) acompañado por el joven canónigo y futuro papa, Giovanni María Mastai Ferretti y el abate José Sallusti. Poco antes de morir, Leturia confió y consignó sus trabajos a Miguel Batllori SJ, en ese entonces director del Institutum Historicum Societatis Iesu (IHSI), para publicar en la colección Studi e testi de la Biblioteca Vaticana.
Después de estudiar los textos en los que Leturia presentaba una visión renovada de las largas tratativas realizadas desde los nuevos estados latinoamericanos para renovar las relaciones regulares con la Santa Sede, Batllori se convenció de la conveniencia de reunir todos sus trabajos —éditos e inéditos— sobre Hispanoamérica, tarea que se concretó en tres volúmenes editados en forma conjunta por la Facultad de Historia Eclesiástica y la Sociedad Bolivariana de Venezuela.[28] Para el primer volumen, contó con la colaboración de Antonio Egaña SJ, del segundo se hizo cargo Carmelo Sáenz de Santa María SJ, mientras que el mismo Batllori cuidó la publicación del tercer volumen que reúne el apéndice documental y los índices que complementan los dos primeros volúmenes y ofrece copias facsimilares de documentos originales provenientes de archivos americanos, españoles y del Vaticano.[29]
Más allá del interés que despertó en América Latina, el argentino Guillermo Furlong SJ, amigo crítico del autor, expresó «No conocemos tema alguno de historia americana que haya sido estudiado con todo tesón y, lo que es más, con tanto acierto y con tanto éxito»,[30] mientras que Roger Aubert destacó el interés univesal de la obra de Leturia considerando que sería de necesaria referencia para los historiadores del papado durante la Restauración.[31]
Una arquitectura de relaciones
Desde sus distintos espacios de pertenencia jesuita, en la correspondencia[32] de Leturia se observan los vínculos que mantuvo con estudiantes, ex estudiantes o colegas profesores e investigadores, y los diversos asuntos que lo ocupaban: inscripciones en la facultad, cátedras, elección y/o seguimiento de tesis, actualización crítica de bibliografía o colaboraciones en distintas revistas, reuniones, congresos o nuevos proyectos de investigación. Las cartas testimonian también el reconocimiento de distintas asociaciones latinoamericanas que con el tiempo lo incluyen entre sus miembros, tal como sucede con el Instituto Histórico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,[33] o el intercambio y actualización con estudiosos latinoamericanos, entre ellos miembros de la nueva escuela histórica argentina, como Ricardo Levene,[34] y Emilio Ravignani[35] entre otros. Se trata de cartas que permiten observar la arquitectura de relaciones que el jesuita, investigador, profesor y decano construyó con el mundo europeo y latinoamericano. En este apartado se aborda un caso singular que testimonia las viscisitudes vividas en torno a la elaboración de la tesis doctoral en historia eclesiástica de un alumno jesuita de la Facultad.
Leturia había reunido novedosa documentación en el Archivo General de Indias y el entonces Archivo Secreto Vaticano, sobre la misión Muzi – Mastai Ferreti y del abate Sallusti ya mencionados, de la que publicó avances parciales.[36] Pero para 1932, sus actividades le impedían profundizar en el tema y publicar la documentación novedosa, por lo que cedió libre y espontáneamente sus apuntes y copias de los documentos reunidos al estudiante argentino Avelino Gómez Ferreyra SJ,[37] en favor de la elaboración de su tesis doctoral en historia eclesiástica. Antes de regresar a Buenos Aires, Goméz Ferreyra consignó la primera redacción, pero su publicación se demoró por distintas circunstancias.
Le tocó al mismo decano actuar de censor, y a principios de 1939, envió en extenso y detallado informe sobre el original manuscrito que Gómez Ferreyra había consignado antes de viajar a la Argentina, que dio origen a un intenso intercambio epistolar que se prolongó en el tiempo,[38] en el que se observan las dificultades que se presentaron al doctorando en el estudio y manejo de fuentes, así como la prudencia, condiciones y exigencias del profesor. En definitiva, la suma de factores que postergaron la publicación que era reclamada principalmente desde el mundo académico latinoamericano.
Para Leturia, se trataba de una materia «delicadísima porque se roza con temas de España y aún de la Curia romana en que, si no se procede con gran peso, mesura y prudencia, es fácil poner en la picota muchas cosas que son caras a un hijo de la Compañía».[39] Consideraba que Gómez Ferreyra había comenzado a estudiarla con empeño, mostrando «sus dotes intelectuales nada vulgares»,[40] que la tesis tenía valor y convenía publicarla, Señalaba también que el doctorando había presentado bien el tema, pero faltaba estudio, varios temas eran abordados «de pasada» y, en las últimas cuatro páginas del escrito, se refirió también a «algunas inexactitudes para ayudar a la perfección de la obra».[41] En definitiva, el decano y censor solicitaba una nueva corrección para dar el vidimus et approbamus de la Universidad, al tiempo que le recomendaba que, a pesar de sus nuevas ocupaciones, «no la deje, sin embargo, dormir demasiado» pues podía sucederle lo que a otro doctorando, a quien «después de dos años de sueño continuado, le resulta ahora más dificultoso emprender con ella».[42]
Sin embargo, a pesar de la recomendación realizada por Leturia, el texto comenzó a demorarse y el doctorando describía en extensas cartas, las actividades que desplegaba a diario, a las que atribuye la demora de la esperada redacción final de su tesis. Desde el seminario de Villa Devoto, en donde daba clase, escribió a Leturia: «Mi tesis está aún en elaboración. Es escasísimo el tiempo que me queda para ello, a pesar de todos mis esfuerzos. Clases aquí y en san Miguel con la consiguiente pérdida de tiempo en viajes, atención a seminaristas alumnos y no alumnos, y mil otras cositas...».[43]
Años después, en respuesta a un nuevo pedido de octubre de 1946, en el que Leturia pedía «dar la última mano» a su tesis respondía Gómez Ferreyra: «tuve que ir aceptando poco a poco cargas y más cargas de la más diversa índole como ya se lo escribí a Vuestra Reverencia hasta quedar absorbido por ellas [...] No fui yo quien me cargué; me cargaron», y agrega poco después que en la Provincia no se aprecia «el que cada cosa se haga bien», sino el estar cargado de obras.[44] En otra carta, exponía: «cuando estaba en plena labor de transcripción y colocación de notas, tuve que interrumpir casi del todo el trabajo y dedicarle solo una o dos horas después del examen de la noche. Dos impactos paralizaron el ritmo febril de la tarea...».[45] Finalmente. cuando faltaban pocos meses para la muerte de Leturia, y habían pasado casi quince años de su regreso a la Argentina, escribe una vez mas Gómez Ferreyra sobre asuntos que le obligaron a interrumpir su trabajo. [46] Faltaban pocos meses para la muerte de Leturia y las correcciones no llegaron.
Además de escribir al interesado, el Decano consultó con superiores y otros jesuitas, a quienes reiteró los motivos de su exigencia de conocer la redacción final del escrito antes de su publicación, debido a que se trataba de un tema comprometido y, ante el cardenal Tardini, secretario de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, Gómez Ferreyra había obtenido el permiso de acceso a los documentos, con la condición de que el mismo Leturia se hiciera responsable del uso que se hiciera de los mismos.[47]
Leturia consultó por la demorada tesis al historiador argentino Guillermo Furlong SJ,[48] con quien mantuvo contacto epistolar durante casi tres décadas (1923-1953). Furlong señaló que consideraba talentoso a Gómez Ferreyra, pero describió el asunto como penoso y no ahorró duros conceptos sobre su falta de dedicación al trabajo científico.[49] En la misma carta, agradeció a Leturia las fotografías recibidas para incorporar a su volumen sobre naturalistas, y al referirse a su nuevo trabajo sobre médicos coloniales, afirmó que «no trato de hacer apologética ni trato de elogiar España, sino de decir la verdad».[50] Pero cuando lo consideró necesario, Furlong conocido por su vehemencia y polémicas, cuestionó la opinión de Leturia sobre el proceso de Independencia.[51]
Mientras tanto, desde América Latina cuando preguntaban a Leturia por la esperada obra y los nuevos documentos de la misión Muzi, el decano respondía con un sencillo «no ha salido aún».[52] También declinó la invitación de la Academia Chilena de la Historia a publicar sobre el asunto Muzi. Una vez más explicó que no aceptaba porque «yo lo había ya cedido para la publicación al padre Gómez Ferreyra. Es verdad que en 12 años no lo ha publicado».[53] Leturia insistía que no le parecía «conveniente ni delicado retirar la cesión que entonces hice», debido a que «ahora los superiores le han sacado de ministerios y llevado a San Miguel para que se vuelva a dedicar a la ciencia».[54] En la oportunidad, se dirigía a Coleman SJ que era otro exalumno jesuita que consultaba desde Chile por sus investigaciones sobre la misión de José Ignacio Cienfuegos, sacerdote que gestionó la recuperación de las relaciones del gobierno de O’higgins con la Santa Sede, y accedió a la documentación que estaba aún en manos de Gómez Ferreyra.
Respestuoso de las normas y de los autores, Leturia animó a Coleman SJ a seguir adelante con sus investigaciones sobre Cienfuegos, pero dejó constancia de que se desentendía de cualquier publicación que realizara sobre el asunto, debido a que el jesuita había llegado por sus propios medios a las fuentes, a través del microfilm que le cedió oportunamente monseñor Mercati.[55] El reconocimiento de la novedad científica, así como el cuidado en el uso de las fuentes y su procedencia se observa también en el apunte manuscrito para responder a otras consultas recibidas del mismo Coleman: «Tengo film... pero no me atrevo a comunicar documentos por no tener permiso y la severidad es mayor en Archivo Affari Straordinari. Por eso no la envío».[56]
Poco antes de morir, Leturia insistía sobre «la publicación de la diatriba Sallusti contra Mastai Ferreti por parte del p. Ignacio Gómez Ferreyra», al padre Provincial en Argentina, obra que me encargara para la revisión monseñor Tardini en 1937.[57] Ese mismo día, escribía la última carta a Gómez Ferreyra,[58] pero la publicación esperada no llegó.
Leturia había trabajado en el estudio y edición profesional de las fuentes eligiéndolas, comparando unas con otras, evaluándolas y deduciendo los hechos, para alcanzar su reconstrucción, y comunicar con objetividad lo estudiado. Lo hacía convencido de que en las fuentes está la verdad objetiva y, como se advierte en las observaciones a la tesis del discípulo jesuita e historiador, insistió en el trabajo minucioso y respetuoso de las fuentes, al tiempo que minimizaba el lugar del observador.
A modo de cierre
Como historiadores no observamos un sujeto aislado sino la combinación de un lugar social, de prácticas científicas y de una escritura.[59] En las páginas precedentes, apenas se llegan a esbozar pinceladas de la trayectoria y la red de vínculos tejida por Pedro de Leturia SJ en su historicidad dinámica, en movimiento y permite observar el proceso de escritura y las prácticas de la historia en su tiempo.
Se trata de un jesuita polífacético, de inagotable capacidad de trabajo, escritor prolífico, que supo aunar al jesuita, historiador y docente, penetrar y analizar las fuentes para una exposición oral en el aula o para publicar en revistas especializadas académicas y de divulgación, y capaz de convertir la apología de los orígenes de la Compañía en una historia viva de la humanidad abierta tanto a la trascendencia como a los intereses del pueblo de Dios con sus sombras y debilidades.
Motivado por el pedido de Włodzimierz Ledóchowski SJ, Leturia se sumó al proyecto de reactivar los estudios de la historia de la Compañía de Jesús iniciado por el prepósito general Luis Martín, y en el que tuvo particular injerencia Franz Ehrle SJ. El pasado en sí mismo no tiene futuro, pero reflexionar sobre el pasado es propicio y pertinente cuando hace de la práctica histórica un lugar de interrogación y abre nuevas ventanas de investigación. Más allá del rol del cardenal Ehrle en la historiografía jesuita, ¿qué lugar le cupo en la historia de la Iglesia? ¿Se puede hablar de él como un gozne entre el mundo de la historia y los historiadores eclesiásticos españoles, alemanes y romanos en general?
Las nuevas responsabilidades jesuitas que Leturia asumió al llegar a Roma, distrajeron y dificultaron su continuidad en el estudio de la historia latinoamericana a la que se había aficionado desde joven y sobre la que continuó estudiando y publicando hasta sus últimos días. Sin embargo, cedió sus apuntes y parte de las fuentes reunidas durante sus investigaciones iniciales a un doctorando, acción alrededor de la cual construyó el mundo de relaciones observado en la correspondencia en torno al caso, en el que se pueden identificar actores primarios —Leturia y Gómez Ferreyra— y varios actores de reparto involucrados, de los que solo se nombraron algunos —Furlong, Coleman, Pereira Salas, Tonda, González—. Unos y otros confluyen desde diferentes roles en la vida jesuita, en la escritura, procesos y prácticas en un tiempo no tan lejano.
El asunto de la esperada tesis de Gómez Ferreyra SJ, abre interrogantes sobre la dispersión de actividades y su incidencia en la producción histórica de quien con el tiempo, será fundador y decano de la facultad de Historia y Letras de la Universidad del Salvador. El asunto interroga también sobre el itinerario de otros actores, como el sacerdote Américo Tonda, que también frecuentó a Leturia en las aulas de la Gregoriana. ¿Qué otros sacerdotes seculares y religiosos latinoamericanos estudiaron historia eclesiástica en la Facultad en tiempos de Leturia? ¿Cuáles mantuvieron contacto y siguieron investigando? ¿Qué estudiantes, a su regreso, se desempeñaron como profesores en seminarios o casas de estudio latinoamericanas? En definitiva, ¿La facultad romana y su primer Decano, inciden en la reconstrucción, estudio y comunicación de la historia eclesiástica latinoamericana?
Además del rol protagónico de Leturia en la fundación y conducción de la facultad de Historia de la Iglesia, de su formación en Munich, sus publicaciones, o el entramado de relaciones generado en torno a ella, ¿quiénes fueron y qué rol jugaron los otros profesores del grupo inicial de la Facultad, y que formaron parte de su Consejo?
Hasta aquí las breves sugerencias, preguntas y/o temas abiertos que se despiertan a partir de algunos papeles de este jesuita vasco español, Pedro de Leturia, cuya labor historiográfica reaviva la reflexión sobre las prácticas actuales en el aproximarse al pasado sin pretensión de resolver lo sucedido, pero capaces de salir del sí mismo, o del nosotros de hoy y, en la búsqueda por comprender el presente eclesial, encontrar a los otros de ayer, con seriedad, sin ideología ni dogmatismos, con verdad, empatía y espíritu crítico hacia el objeto de estudio y abiertos a ofrecer elementos que iluminen los dilemas del presente con la mirada puesta en el futuro, concientes del servicio que se intenta ofrecer, y en el que Leturia se adelantó.
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Notas
Notas de autor