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JOHN W. O’MALLEY, Cuando los obispos se reúnen. Estudio comparativo de Trento, Vaticano I y Vaticano II. Maliaño (Cantabria): Sal Terrae, 2021, 229 pp.
Ricardo Miguel Mauti
Ricardo Miguel Mauti
JOHN W. O’MALLEY, Cuando los obispos se reúnen. Estudio comparativo de Trento, Vaticano I y Vaticano II. Maliaño (Cantabria): Sal Terrae, 2021, 229 pp.
Revista Teología, vol. 59, núm. 139, pp. 341-344, 2022
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires
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Notas Bibliográficas

JOHN W. O’MALLEY, Cuando los obispos se reúnen. Estudio comparativo de Trento, Vaticano I y Vaticano II. Maliaño (Cantabria): Sal Terrae, 2021, 229 pp.

Ricardo Miguel Mauti
Instituto Nuestra Señora de Guadalupe de Santa Fe, Argentina
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 59, núm. 139, 2022


. John W. O’Malley, Cuando los obispos se reúnen. Estudio comparativo de Trento, Vaticano I y Vaticano II.. 2021. Maliaño (Cantabria). Sal Terrae. 229 pp.pp.

El 11 de septiembre de 2022, falleció el historiador de la Iglesia estadounidense John William O’Malley SJ. a los 95 años de edad, en Baltimore (Maryland, EE.UU.). Nacido en Tiltonsville (Ohio) en 1927, se doctoró en Harvard y fue profesor del departamento de teología en la Universidad de Georgetown (Washington, DC). Como historiador de la Iglesia se especializó en la Europa de los siglos XVI y XVII. Con su obra Los primeros jesuitas, traducida a doce lenguas y publicada en español por Mensajero y Sal Terrae, obtuvo el premio Jacques Barzun de Historia de la Iglesia y el premio Philip Schaff de Historia de la Iglesia. John W. O’Malley fue elegido miembro de la American Academy of Arts of Sciences en 1995, y de la American Philosophical Society en 1997. Además, fue presidente de la American Catholic Historical Association y de la Resanaissance Society of America. Junto a su labor científica, O’Malley desplegó el carisma de la divulgación, en la que supo unir a su visión crítica y fundamentada, su capacidad de publicista. En el reconocido semanario America (New York) fundado en 1909, aparecieron originalmente casi la mitad de sus ensayos, que durante años tuvo un amplio público incluyendo el mundo protestante entre sus fieles lectores. Vayan estas breves palabras de presentación In memoriam del gran historiador que supo unir profundidad científica y capacidad de transmisión de sus resultados. El autor de tres obras fundamentales sobre los Concilios: Vaticano II (2008), Trento (2013) y Vaticano I (2018) que aparecieron sucesivamente cada cinco años en su original inglés, traducidas años más tarde al español por la editorial Sal Terrae, fue objeto de atención en sus dos últimas obras con reseñas en nuestra revista Teología 129 (2019) 236-237, y 136 (2021) 255-262. La obra que presentamos (última del autor), publicada originalmente en inglés en 2019, se abre con una pregunta que J. Coupeau SJ, hace en el prólogo ¿ha llegado la hora de convocar el Concilio Vaticano III? La misma pregunta, aunque formulada de manera diversa se la hace el autor al final de su libro ¿habrá otro concilio ecuménico? y en ella encierra la trama, estructura y desarrollo del libro que, dividido en tres partes en nueve capítulos, dedica las dos primeras a un estudio comparativo de los tres últimos concilios sobre «Tres preguntas fundamentales», ¿qué hacen en realidad los concilios? (pp. 13-34), ¿cambia la enseñanza de la Iglesia? (pp. 35-56) y ¿quién manda? (pp. 57-81). La segunda parte está dedicada a «Los participantes», distribuidos en cuatro grupos: «los papas y la curia» (pp. 85-102), «los teólogos» (pp. 103-125), «los laicos» (pp. 126-146), «el otro» (pp. 147-169). La tercera parte, «Repercusiones y futuro», incluye dos cuestiones: ¿qué distinguió a cada concilio? (pp. 173-199) y ¿habrá otro concilio? (pp. 200-209). En el índice de la obra, el lector podrá observar con cierta curiosidad que, en la primera y tercera parte, los títulos de los temas desarrollados son formulados con preguntas. Esto tiene que ver en parte, con el método abordado por el autor, que intenta llevar a una reflexión sobre lo que distingue a los tres concilios celebrados en un arco temporal de 420 años desde el inicio del Concilio de Trento (1545) hasta la finalización del Concilio Vaticano II (1965). El libro de O’Malley se ofrece como un «ensayo comparativo y de síntesis» de los tres concilios, de allí, que el autor renuncie a todo tipo de notas y bibliografía que abundan en sus obras anteriores. Es muy posible, como lo asegura el autor que, Cuando los obispos se reúnen, introduce una novedad desde el punto de vista metodológico. El hecho de enfocar y estudiar los concilios sincrónicamente y no diacrónicamente, esto último, algo habitual en la literatura especializada sobre los concilios en la Iglesia, le da a la obra un carácter único. El lector seguramente sacará provecho de una lectura comparativa de los tres concilios, pues podrá visualizar, cómo estos acontecimientos eclesiales están en parte relacionados entre sí y en parte no. A su vez podrá descubrir, hasta qué punto cada concilio es único y presenta rasgos que no ha compartido con los demás. Dado que los concilios constituyen una especie de espina dorsal en la historia de la Iglesia, la lectura del libro de narrativa amena y envolvente, puede llevar al lector interesado a profundizar en alguno o por qué no, en los tres grandes eventos conciliares, recurriendo a sus otras obras anteriormente citadas. Cuando los obispos se reúnen da a entender que, en la Iglesia, como en otras instituciones hay cuestiones que no están sujetas a una resolución definitiva. Entre estas cuestiones, una de vital importancia es la relación entre «tradición» e «innovación», esto es, la tentativa de conservar la propia identidad al adaptarse a nuevas situaciones, pues en ello, se juega el problema de seguir siendo fiel a uno mismo sin caer en la irrelevancia. Para la Iglesia, este reto es la consecuencia de ser una institución «histórica», sometida constantemente a las fuerzas del proceso histórico. O’Malley lo dice con claridad meridiana, la Iglesia, «como tal institución histórica, no es una entidad que pueda abrirse camino a través del mar de la historia sin que el viaje la cambie en lo más mínimo» (p. 212). Si se aplica este principio al capítulo 3 de la primera parte «¿quién manda?», el lector puede advertir con asombro, que la comprensión del ejercicio de la autoridad no ha sido un tema de fácil resolución si se compara el Concilio Vaticano II con el Vaticano I. En efecto, el capítulo III de Lumen gentium se titula «La constitución jerárquica de la Iglesia y en particular del episcopado». Aquí el tema central es la «colegialidad episcopal», que enseña explícitamente la relación entre el papa y los obispos, especialmente cuando se reúnen en concilio. El texto, en realidad se limitó a enseñar lo que de hecho estaba sucediendo, aunque detrás del mismo, se oculte un airoso debate, que se dio imperfecta e incómodamente a veces, que era en realidad como estaba funcionado el mismo concilio. Quien lee «hoy» los números 22 y 23 de LG, no puede siquiera imaginar que en el mismo momento de ser debatido y aprobado en la asamblea el capítulo referido, esta enseñanza daba lugar a un áspero enfrentamiento entre la abrumadora mayoría de los obispos, que era favorable a la propuesta, y una minoría rotundamente opuesta a ella para quien la colegialidad episcopal era incompatible con lo que el Vaticano I había definido como dogma en la constitución Pastor Aeternus (p. 80). Un ejemplo más puede tomarse en cuenta para describir el método con que O’Malley lleva adelante su ensayo comparativo de los tres concilios. En la segunda parte al tratar de los participantes, dedica un capítulo a «el Otro». ¿Quién es, se preguntará el lector? El autor señala en la dialéctica con el otro -personas o situaciones- ha sido generalmente el estímulo para convocar un concilio, a la vez que la dinámica que lo impulsó a seguir adelante una vez convocado. En esta clave puede entenderse, por ejemplo, que, sin Lutero el Concilio de Trento no se habría celebrado, y aunque la agenda del concilio fuese luego más amplia y menos directamente relacionada con Lutero, la urgencia con que se abordaron los temas se debió en gran medida a la crisis que este había provocado. El largo desarrollo del concilio que con interrupciones duró dieciocho años, y que se concluyó cuando Lutero y Melanchthon ya habían muerto, tuvo intenciones ecuménicas, aunque el eje de atención fue desplazándose de los reformadores a los príncipes del Imperio y finalmente a los luteranos, que hasta en número de diez llegaron incluso hasta las puertas del concilio para una posible participación que nunca se concretó. En el segundo período del concilio, las posturas enconadas, tanto por parte de los obispos como de los luteranos, acabó con la esperanza que en algún momento alentaba la reconciliación. En realidad, la situación histórica había cambiado, tanto los actores como las posiciones se habían cristalizado en direcciones e intenciones opuestas (p. 153). El Concilio había llegado tarde. Por su parte, el tiempo que preparó al Vaticano I, había visto en ámbito anglicano, importantes «conversiones» al catolicismo (Manning, Ward, Newman). Parecía lógico que muchos obispos ultramontanos en la inmediata preparación al concilio, empezaran a pensar en la ocasión por restaurar la unidad. Así lo entendió la comisión central que envió una carta de Pío IX a los patriarcas de las iglesias ortodoxas y a comunidades protestantes. Pero ésta táctica de captación de los «otros» no prosperó. No era posible que estos respondieran afirmativamente, cuando la carta se limitaba a que los invitados consideraran la «oportunidad» para volver al «verdadero hogar». Una vez más el «otro» no era asumido como tal, con su historia y reclamos, sino con una intención clara y precisa que Roma había ya fijado de antemano (p. 156). El Vaticano II, significó en este aspecto un cambio absoluto del procedimiento seguido por las dos asambleas anteriores. Los observadores, fueron invitados con antelación de dos años al inicio del concilio, no sólo ocuparon un lugar de honor en el aula, sino que recibieron al igual que los obispos participantes, los esquemas que debían tratarse, e hicieron llegar sus posiciones a través del secretariado para la unidad, que Juan XXIII, con habilidad y delicadeza ecuménica había desligado de la congregación central de conducción. En el Vaticano II, «el otro» fueron los observadores de las iglesias cristianas no católicas, pero también los judíos, las «otras» religiones, el mundo moderno e incluso los no creyentes. El «otro» fue redefinido en el Vaticano II, por que la Iglesia aceptó también en su programa de reforma, ubicarse no «frente al» sino «en el» mundo moderno. La pregunta inicial del prólogo, que el autor retoma en el último capítulo ¿habrá otro concilio?, plantea un desafío a la imaginación. Es evidente que en la modalidad y con las conclusiones a las que arribó el Vaticano II, será difícil imaginarse un Vaticano III. Cuestiones ligadas al número de participantes, diversidad de actores, laicos, mujeres y varones en proporcionalidad, miembros de iglesias cristianas no católicas y presencia de diversas religiones, que fueron temas en el concilio anterior, deberían poder tener rostro y presencia en un futuro concilio ecuménico. El autor, desplegando el poliedro de la historia comparada de los tres concilios, ofrece elementos y abre a múltiples conclusiones. Tal como reza el axioma, historia magistra vitae, la iglesia fiel y crítica protagonista de los acontecimientos que más la han impactado en su devenir histórico, sabrá, asistida por el Espíritu del Dios viviente, encontrar los modos, lugares y recursos, para mantener vivos estos espacios privilegiados de la tradición, como han sido los concilios.

Ricardo Miguel Mauti

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