Artículos

Los Ejercicios Espirituales: un camino hacia Dios por medio del discernimiento

The Spiritual Exercises: A Path to God Through Discernment

Nora Beatriz Kviatkovski
Pontificia Universidad Católica Argentina. Facultad de Teología, Argentina

Revista Teología

Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina

ISSN: 0328-1396

ISSN-e: 2683-7307

Periodicidad: Cuatrimestral

vol. 61, núm. 143, 2024

revista_teologia@uca.edu.ar

Recepción: 02 Febrero 2024

Aprobación: 02 Marzo 2024



DOI: https://doi.org/10.46553/teo.61.143.2024.p135-164

Resumen: La experiencia espiritual de Ignacio de Loyola, en el contexto del siglo XVI, sigue ofreciendo una fuente de sabiduría y riqueza apostólica hasta el presente. Este artículo expone la forma como los Ejercicios Espirituales ponen las bases para vivir en profundidad un vínculo con Dios que nos mueva a ordenar la vida, descubrir de qué forma actúa Dios en nosotros y cómo nos configura a su manera. El recorrido propuesto por el Libro Autógrafo de los Ejercicios contempla el Principio y Fundamento, las cuatro Semanas y la Contemplación para alcanzar amor, así como las diferentes reglas y notas que ayudan en el camino del discernimiento. El discernimiento espiritual, perspectiva particular de este estudio, no es entendido como una simple metodología o técnica, sino como camino para vivir como hijas e hijos amados del Padre, para «en todo amar y servir», con amor de preferencia hacia los más pobres.

Palabras clave: Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola, Discernimiento, Seguimiento, Opción por los pobres.

Abstract: The spiritual experience of Ignatius of Loyola, in the context of the 16th century, continues to offer a source of wisdom and apostolic richness to this day. This article explains how the Spiritual Exercises lay the foundations for living in depth a bond with God that moves us to order our lives, to discover how God acts in us and how he configures us in his own way. The journey proposed by the Autograph Book of the Exercises contemplates the Principle and Foundation, the four Weeks and the Contemplation to attain love, as well as the different rules and notes that help in the path of discernment. Spiritual discernment, the particular perspective of this study, is not understood as a simple methodology or technique, but as a way to live as beloved daughters and sons of the Father, to "love and serve in all things", with a preferential love for the poorest of the poor.

Keywords: Spiritual Exercises, St. Ignatius of Loyola, Discernment, Discipleship, Option for the poor.

Introducción

La experiencia espiritual de Ignacio, desde la soledad de Loyola hasta sus días de Padre General en Roma (1491-1556), se caracterizó por la aspiración de reconocer siempre los movimientos del Espíritu en su interior y encontrar todos los medios necesarios para poderlos identificar para, a partir de ellos, ordenar sus afectos y hacer lo que iba reconociendo como la voluntad amorosa de Dios.[1]

El Peregrino encaminó su vida hacia una toma de consciencia de la experiencia de Dios concreta con una doble finalidad: poder distinguir la experiencia del desorden de sus afectos tomando como punto de referencia su experiencia de Dios y, apuntando a la experiencia misma inmediata de Dios, buscar y hallar su voluntad. La voluntad de Dios, pues, no sería un proyecto arcano que Dios tiene sobre el acontecer futuro de cada ser humano y que gusta de ocultar, sino una invitación a descubrirla como lo ha hecho Ignacio. Propiamente, representa una toma de conciencia de experiencias inmediatas de Dios ya tenidas y luego asumidas, y además permite entender la manera como Dios ha actuado en Ignacio, hasta percibir o conocer toda una lógica recurrente de ese mismo obrar de Dios en su existencia.

Este artículo se ubica en el horizonte de un acercamiento a la experiencia y espiritualidad ignaciana a través del estudio del texto Autógrafo de los Ejercicios y a comentarios sobre el mismo.[2] En la comprensión del texto, se tiene en cuenta que el autor ha querido ofrecernos medios para profundizar en el arte de «recibir y dar» los Ejercicios Espirituales.

En este estudio, se considera la forma en la cual los Ejercicios Espirituales van poniendo las bases para construir y vivir en profundidad este vínculo con Dios que nos mueve a ordenar la vida, a descubrir de qué forma actúa Dios en nosotros y cómo nos configura a su manera. Por tanto, en el desarrollo de esta pedagogía, se presentan los grandes temas del itinerario de los Ejercicios desde la perspectiva del discernimiento espiritual.

1. Los Ejercicios Espirituales: una experiencia personal al servicio de los demás

Analizando con atención y perspicacia el itinerario del Peregrino de Loyola advertimos que supo distinguir con nitidez lo que había en él de irrepetible y lo que podría ser útil a otros.[3] Esto es lo que Ignacio ofrece como método o camino que otros pueden recorrer para hacer su propia experiencia de Dios. De aquí podemos afirmar que los Ejercicios Espirituales de su autoría no son un fenómeno aislado, fruto únicamente de una experiencia personal, sino el resultado, sin duda, de esta experiencia, pero también del contacto con la tradición espiritual que los preceden.[4] Entendemos que el Espíritu actúa tanto por instancias internas las manifestaciones y transformaciones que realiza en el fuero interno de cada uno, como por instancias externas: los diferentes contactos con personas y obras que son transmisoras de estas manifestaciones y transformaciones operadas por Dios en cada uno y en cada época.

Cabe recordar que la experiencia personal de Ignacio acontece en el contexto del Siglo XVI,[5] enriquecida por la influencia de su contexto familiar, cultural y sobre todo por medio de literatura mística de esa época. El legado espiritual por medio de la literatura sin duda alguna ha influido en la espiritualidad ignaciana. Entre la abundante bibliografía destacamos la obra más representativa de Tomás de Kempis, la Imitación de Cristo, y la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia. Este texto fue conocido y recomendado por Ignacio en su etapa de mayor madurez espiritual. Ha sido un estímulo para su desarrollo espiritual y ha influido también en la estructura y la organización de los Ejercicios Espirituales.[6] De acuerdo a la profundización desde su propia experiencia, de buen lector,[7] supo aprovechar esa sabiduría con su impulso apostólico movido por el deseo de salvar las ánimas, desde el sentido de servicio a la Iglesia jerárquica y para la mayor gloria de Dios.

De acuerdo al texto de la Autobiografía esta experiencia ha sido fraguada en dos estadios sucesivos: estancia en Loyola y su origen en la experiencia ascética y personal [cf. Au 5-6; 7; 8 y 99]. Luego la etapa de Montserrat - Manresa y su experiencia mística [cf. Au 27; 28-31]. Cuando Ignacio dejó Manresa a principios de 1523, tenía ya algunas notas escritas sobre lo que quería comunicar a los demás, aunque la redacción del libro de los Ejercicios se prolonga hasta los primeros años de su vida en Roma (1545).[8] Una experiencia personal que se transformó en el objetivo de la vida de Ignacio: «ayudar a las almas» [Au 26]. La Compañía de Jesús de manera oficial por medio de la Fórmula del Instituto, establece que el fin principal de la Orden es: «atender principalmente al provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana, por medio del ministerio de la palabra, de ejercicios espirituales, y de obras de caridad, y concretamente por medio de la educación en el cristianismo de los niños e ignorantes» [FI 39,1]. He aquí un rasgo típico de la espiritualidad que emerge de los Ejercicios Espirituales. La reforma interior tiene que irradiarse hacia el exterior y fructificar en beneficio de los demás.

2. El discernimiento desde los Ejercicios Espirituales

La experiencia de los Ejercicios Espirituales lleva al Peregrino de Loyola, a través de la discreción de los espíritus, más que a hacer buenas elecciones, a convertirse en un ser humano a la manera de Jesús. Osuna en sus Apuntes personales para dar Ejercicios lo presenta de la siguiente manera:

«El objetivo que pretenden los Ejercicios, más allá de la elección o de la reforma de vida, es desencadenar en nosotros una voluntad eficaz de identificación con Jesucristo, configurando nuestra vida con la suya. A través del encuentro personal con el Amor de Dios, que se nos manifiesta “en la tridimensionalidad de su donación” como lo expresó Karl Rahner, nos disponemos a ordenar nuestra vida orientándonos hacia esa meta».[9]

Esta experiencia de Dios que nos lleva a configurarnos con la persona de Jesús necesariamente nos conduce al encuentro con los hermanos para ponernos a su servicio y formar comunidad. Para ello es indispensable tener presente el Prosupuesto .Ej 22]. Ignacio pone la confianza como condición previa a la experiencia en relación con el que da y el que recibe los Ejercicios. Herramienta indispensable para todas las personas que se disponen a iniciar un camino de búsqueda de la voluntad de Dios.

Desde la primera anotación Ignacio refiere que los Ejercicios Espirituales son un conjunto de operaciones bien determinadas como examinar la conciencia, meditar, contemplar, orar vocal y mentalmente y otras operaciones espirituales que él mismo compara con ejercicios físicos como pasear, caminar y correr [cf. Ej 1]. Con esto quiere indicar que se trata de actividades propias de la vida cotidiana que también involucran operaciones como la memoria, el entendimiento y la voluntad.

En esta primera anotación [Ej 1] menciona una serie de operaciones que conectan a la persona con su dimensión espiritual. No son acciones simplemente mecánicas o rutinarias, se refiere a «todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina» [Ej 2].

Aunque toda la obra está impregnada de la Tercera Persona de la Trinidad es llamativo, sin embargo, constatar que al definir los Ejercicios Espirituales hay un silencio intencionado respecto al término «Espíritu», debido a la presencia de los alumbrados en el contexto religioso de su época y a su experiencia en Salamanca con los tribunales de la Inquisición en 1526.[10] Por lo tanto, se puede inferir que por precaución pocas veces Ignacio se refiere expresamente al Espíritu Santo, aunque en rigor teológico, estas operaciones, que él llama espirituales, no son simplemente operaciones producidas por la orientación de nuestras facultades de la memoria, del entendimiento y de la voluntad, sino por la orientación del Espíritu que habita en nosotros.[11]

Por tanto, es posible entender los Ejercicios Espirituales como resultado de nuestras operaciones y potencias internas orientadas gratuitamente por Dios. Seguidamente, se intenta mostrar el modo en que la dinámica propia de los Ejercicios Espirituales va sentando las bases para construir y vivir en profundidad este vínculo con el Creador que nos mueve a ordenar la vida, a descubrir la forma de su actuar en nosotros y cómo nos configura a su manera.[12] Haremos un recorrido por el Principio y Fundamento, cada una de las cuatro Semanas para culminar con la Contemplación para alcanzar amor.

2.1 Principio y Fundamento

El texto del Principio y Fundamento [Ej 23] forma parte de los cimientos de la experiencia espiritual de Ignacio. Su formulación expresa una visión panorámica de toda la dinámica interna de los Ejercicios. Se trata de una percepción de cómo debería proceder y cómo procede de hecho el ser humano situado ante la voluntad de Dios sobre él.

En la redacción del texto del Principio y Fundamento [Ej 23], se observa que no tiene un enlace claro con las Anotaciones [Ej 1- 20][13] ni con el Prosupuesto [Ej 22].[14] En el texto llamado Autobiografía vemos que Ignacio logra comprender espiritualmente el modo de proceder de Dios al crear el mundo [Au 29]. Siente que Dios lo estaba creando y recreando cada día manifestándole su voluntad de forma «inmediata» [Ej 15], haciéndose concreta en sus referentes eclesiales [Ej 352-365].

Al referirse a la libertad, Salin expresa que «se inscribe en la tradición teológica y mística de la Iglesia, según la cual la libertad es don del Espíritu».[15] Desde la perspectiva antropológica, el Principio y Fundamento pretende subrayar la importancia de la libertad interior como conditio sine qua non para buscar y hallar la voluntad de Dios sobre nosotros. Pero esta libertad humana está radicalmente condicionada y espera ser liberada [Ej 21]. Por tanto, el texto del Principio y Fundamento es la expresión de la toma de conciencia de la vivencia gratuita del amor incondicional de Dios en Ignacio como punto de partida para lograr la unidad interior y así alcanzar la libertad y disponibilidad para ser enviado, «solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» [Ej 23].

Arrupe confirma esta realidad al expresar que la condición adecuada ante cualquier misión debe ser la de permanecer consciente y gozosamente disponibles para ser enviados a donde quiera que haya esperanza de mayor gloria de Dios y servicio de la humanidad (CG 32). Y en su carta del 19 octubre de 1977, al hablar sobre la disponibilidad, Arrupe la atribuye a la acción purificadora y liberadora del Espíritu que impulsa a quien la posee a buscar a Dios en todas las cosas, a hacerse disponibles, a ponerse, en expresión ignaciana, «todo entero» a disposición de la divina voluntad. Es el modo típicamente ignaciano de afirmar el Absoluto de Dios y lo relativo de todo lo demás [Ej 234]. Es, sencillamente, dejarse conducir por el Espíritu.[16]

Es importante señalar que en el texto del Principio y Fundamento no hay referencias bíblicas explícitas, aunque sí de modo implícito, en particular las que nos remiten a ese Dios presente en toda la creación desarrollándola, amándola, bendiciéndola, cuidándola, habitándola (Gn 1-2,4a o Gn 2, 5-25; Eclo 16.24-17:32; Ps 8; 19; 90; 121; 145; Ef 1, 3-14). Y en cuanto a la libertad humana, las que nos remiten a san Pablo cuando se dirige a los filipenses invitándoles a tener una actitud libre ante la vida y la muerte, la pobreza y la riqueza, los honores y las alabanzas (Ef 1, 3-14; 1,15-19; 3,4-10; 4,10-13). De hecho, san Pablo nos ayuda a hacer una conexión entre el texto del Principio y Fundamento, la persona de Jesús y Dios que habita en nosotros por medio de su Espíritu:

«Conforme a la tarea que Dios me confió, yo, como buen arquitecto, puse los cimientos, y otro construye sobre ellos. ¡Pero que cada cual mire cómo construye!. Pues nadie puede poner otros cimientos que los ya puestos: Jesucristo… ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1 Co 3,10-16)

Al indagar en los Evangelios, ponemos nuestra mirada en san Marcos cuando presenta la escena del Jordán. Al lado de Juan y su mensaje de conversión, Jesús es bautizado. Al salir del agua «vio el cielo abierto y al Espíritu bajando sobre él como una paloma. Se escuchó una voz del cielo que dijo: Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto» (Mc 1,9 -11). La conciencia profunda de ser el Hijo amado del Padre, el predilecto, lo preparó para afrontar los fuertes dilemas con los que habría de enfrentarse en el desierto (Mc 1,12-13). Sólo desde la certeza de que Dios es su Padre y de su vínculo amoroso con Él, pudo sentirse libre para decidirse por el Reino antes que seguir las propuestas del tentador.

Desde esta perspectiva, el Principio y Fundamento [Ej 23] es la invitación a una profunda experiencia del amor creador del Padre que nos revela nuestra dignidad profunda como seres humanos:[17] somos hijos en el Hijo a imagen y semejanza del Padre (cf. Gal 1,3-5). Al mismo tiempo, se nos ofrece la posibilidad de tomar conciencia de la forma en que podemos establecer un vínculo con Él: alabándolo, haciéndole reverencia y sirviéndole desde nuestra conciencia de ser creatura [Ej 23]. Esta se constituye en el itinerario que nos permite realizarnos plenamente según el fin para el cual hemos sido creados. Otros textos de los evangelios sinópticos que nos permiten comprender con claridad la experiencia de reconocer nuestra dignidad más profunda son las parábolas del tesoro escondido y la de las perlas finas:

«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo: lo descubre un hombre, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todas sus posesiones para comprar aquel campo. El reino de los cielos también se parece a un comerciante de perlas finas: al descubrir una de gran valor, va, vende todas sus posesiones y la compra» (Mt 13, 44-45)

Cuando Ignacio, en el Principio y Fundamento, pone como condición el hacernos indiferentes frente a las cosas y relacionarnos con ellas desde la libertad, supone que el ejercitante va vislumbrando el verdadero tesoro para vivir la plenitud del Creador. Por eso es capaz de relativizar, venderlo todo, para optar por la perla preciosa que está dispuesto a encontrar. En este sentido, no es fortuito que Ignacio inicie el preámbulo para hacer elección, en la Segunda Semana y en muchos otros momentos, recordándole al ejercitante la experiencia vivida en el Principio y Fundamento:

«En toda buena elección, en cuanto es de nuestra parte, el ojo de nuestra intención debe ser simple, solamente mirando para lo que soy criado, es a saber, para alabanza de Dios nuestro Señor y salvación de mi ánima, y así cualquier cosa que yo eligiere debe ser a que me ayude para el fin para que soy criado» [Ej 169].

Por lo tanto, toda experiencia de discernimiento que hagamos para vivir en esa clave de vida en actitud de discernimiento nos debe llevar a vivir la experiencia del Jordán: sentirnos hijos e hijas amados y predilectos del Padre. La actitud interior de estar remitidos constantemente a esta experiencia fundamental del amor de Dios nos permite reconocer los movimientos del Espíritu en nuestra vida y en la historia y elegir siempre de acuerdo a su voluntad.

2.2 Primera Semana

Al llegar a la Primera Semana[18] hay por lo menos dos presupuestos como frutos de la experiencia del Principio y Fundamento: la conciencia de participar de un vínculo muy estrecho con Dios creador y la libertad como condición para decidir e inclinarnos siempre por aquello que más consolide nuestra capacidad de permanecer en una vida en Dios.[19] Sin duda alguna, la Primera Semana nos ofrece un espacio para purificar nuestras intenciones,[20] quitando todos los obstáculos que no nos permitan vivir de acuerdo con nuestra condición de creaturas amadas según lo insinúa García Hirschfeld.[21] Este tiempo de los Ejercicios nos permite aquilatar nuestro vínculo con el Padre, recuperarlo, volver a casa en medio de una profunda experiencia de perdón y reparación que, en síntesis, es volver a recuperar la vida en comunión con Dios por la incondicional experiencia filial.

Podríamos caracterizar estos días de purificación como un tiempo de contrastes. Lo que se contrasta en esta primera Semana de Ejercicios Espirituales es el obrar de Dios con nuestro propio obrar [cf. Ej 59]. Este contraste pone en evidencia aquello en que nos diferenciamos y distanciamos de Dios y su proyecto creador. Algo así como observarnos a través de una lupa que nos permite ver con detalle dónde no logramos que nuestro Principio y Fundamento se realice en plenitud, dónde nos descentramos de esa vida en Dios. En el tercer punto del segundo ejercicio de la Primera Semana, Ignacio invita a ese proceso de contraste:

«El tercero: mirar quién soy yo, disminuyéndome por ejemplo: primero, cuánto soy yo en comparación con todos los hombres; segundo, qué cosa son los hombres en comparación con todos los ángeles y santos del paraíso; tercero, mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios: pues yo sólo, ¿qué puedo ser?; cuarto, mirar toda mi corrupción y fealdad corpórea; quinto, mirarme como una llaga y postema, de donde han salido tantos pecados y tantas maldades y ponzoña tan turpísima» [Ej 58].

Estos ejercicios de comparación procuran disponer el espíritu del ejercitante para lograr las gracias que se piden en el primer coloquio:

«El primer coloquio a nuestra señora, para que me alcance gracia de su Hijo y Señor para tres cosas: la primera para que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento dellos; la segunda, para que aborreciendo me enmiende y ordene; la tercera, pedir conocimiento del mundo, para que, aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas» [Ej 63].

La conciencia y el conocimiento interno del pecado, en la lógica de Ignacio, se dan al compararse con el mismo Dios para tomar conciencia de su desorden: «Considerar quién es Dios, contra quién he pecado, según sus atributos, comparándolos a sus contrarios en mí; su sapiencia a mi ignorancia, su omnipotencia a mi flaqueza, su justicia a mi iniquidad, su bondad a mi malicia» [Ej 59]. Pudiera parecerles a muchas personas que compararse con Dios es un despropósito y que todo ser humano que se pusiera en esa tarea estaría en una notable desventaja o en peligro de caer en la tentación de igualarse con Dios conforme a lo que expresa Sievernich.[22]

Desde la perspectiva bíblica podemos ver cómo Jesús nos muestra un camino en el evangelio de Mateo: «Os bautizo con agua para arrepentimiento, pero el que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitarle las sandalias; Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego» (Mt 3,11). El mismo evangelista, más adelante, pone en palabras de Jesús la siguiente expresión: «sed santos como mi Padre es santo» (Mt 5,48). No está hablando de igualarnos a Dios, sino más bien de comportarnos como él por su gracia.

En este sentido, podemos afirmar que la antropología ignaciana subyacente nunca presupone que el ser humano está dañado ontológicamente por el pecado. El desorden está presente en su vida, pero basta con ordenarla para volver a reencontrarse en plenitud con el ser de Dios que lo habita y que nunca se pierde.[23]

Giuliani, al referirse al tema de la penitencia, pone particular atención en que todo el cuerpo experimenta toda clases de mociones en el proceso de los Ejercicios.[24] Para Ignacio, esta experiencia profunda de vivir en actitud de discernimiento por amor y ser plenamente conciente de las resistencias frente a un Dios que se entrega sin condiciones, puede generar, sin duda alguna, sentimientos genuinos de «vergüenza y confusión» [Ej 48], «crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados» [Ej 55]. Lo mismo que podemos sentir frente a una persona que nos lo ha dado todo para que nos realicemos plenamente, descubrimos que de nuestra parte no hemos respondido de la misma manera, al contrario, hemos impedido que ese plan amoroso se haga realidad. No es un llamado a la culpa que intimida y paraliza, sino la posibilidad de asumir la responsabilidad de lo que vivimos, «enmendándonos y ordenándonos» [Ej 63] para responder de forma renovada a esa llamada de permanecer en una vida en el Espíritu.

Las reglas de discernimiento de Primera Semana precisamente alientan al ejercitante para ganar en sensibilidad frente a la fuerza del amor de Dios y el egoísmo en su interior.[25] Le ayudan a descubrir que hay una tensión permanente que se expresa en mociones y frente a ellas debe identificar «las buenas para recibir y las malas para lanzar» [Ej 313].

Estas reglas son más propias de la Primera Semana porque sólo es posible empezar a comprenderlas y ponerlas en práctica al descubrir nuestro desorden y pecado, adiestrándonos en la capacidad de contrastar los efectos del mal espíritu que propone «placeres aparentes, haciendo imaginar delectaciones y placeres sensuales» [Ej 314], «trista y pone impedimentos, inquietando con falsas razones» [Ej 315] con los efectos del buen espíritu, el Espíritu de Dios que «da ánimos y fuerza, consolaciones, lágrimas, inspiraciones y quietud, facilitando y quitando todos impedimentos para que en el bien obrar proceda adelante» [Ej 315].

En este contexto, tiene mucho sentido el coloquio propuesto de la siguiente manera: «Mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo» [Ej. 53]. Porque las experiencias de perdón y reparación que vivimos en profundidad en la Primera Semana al conocer el rostro misericordioso de Dios, al ser restaurados y confirmarnos en nuestro Principio y Fundamento, sólo pueden producir consolación espiritual y así confirmar que hemos sido reconciliados [Ej 316].

Desde la experiencia de ser habitados por el Espíritu es posible mirar a «Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz» [Ej 53]. Cuando la persona que se ejercita toma conciencia de todo el castigo que podría merecer por sus acciones y no los ha recibido, por el contrario, sólo recibe misericordia y amor, entonces pasa a considerar lo que Dios ha hecho por ella y a preguntarse qué puede hacer por su Señor.[26] Sólo en este momento el ejercitante está listo para aceptar las invitaciones del Rey que vendrán más adelante. Por ello, el paso a la Segunda Semana está marcado con una acuciante pregunta llena de honda gratitud: ¿Qué debo hacer por Cristo? Y apenas abriendo esta Semana, se encuentra con la sorprendente respuesta del Señor que espera al ejercitante para invitarlo a ser su compañero en el encargo que ha recibido del Padre. Como escribiera Isaías: «Yo soy tu Señor, tu salvador, yo te he adquirido, te aprecio, tú vales mucho para mí y yo te amo» (Is 43, 3-4).

2.3 Segunda Semana

Como se ha mencionado anteriormente, al comenzar la Segunda Semana, Ignacio de Loyola pone al ejercitante, sin muchos preámbulos, ante la realidad de sentirse llamado a participar en la construcción del Reino de acuerdo a lo que expresa García Hirschfeld.[27] La experiencia del amor vivida en la Primera Semana no es un acto en sí mismo, ni un acto intimista que encierra a la persona en su propio ego; sino la experiencia del amor que necesariamente lanza al encuentro del otro, de la comunidad, de un proyecto, de una Persona: Jesús.

Nuevamente nos encontramos con el recurso del contraste. Hay que comparar lo que seríamos capaces de hacer por un rey temporal, cuya causa es justa y atractiva, frente a lo que estaríamos dispuestos a afrontar por Cristo como Rey Eternal quien: «A cada uno en particular llama y dice: mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» [Ej 95].

La petición precisamente es no ser sordos a este llamamiento, al contrario, ser prestos y diligentes para encontrar y cumplir la voluntad de Dios [Ej 91], lo que podría traducirse como vivir en actitud de disponibilidad. Por lo tanto, antes de discernir, debemos considerar si optamos con autenticidad por formar parte del grupo de aquellas personas que:

«Más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su Rey Eterno y Señor Universal, no solamente ofreciendo sus personas al trabajo, más aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, haciendo oblaciones de mayor estima y mayor momento» [Ej 97].

Aquí encontramos una clave muy importante para los procesos de discernimiento que vamos haciendo a lo largo de nuestras vidas. Si deseamos que sean según los criterios evangélicos, siempre deben estar en el contexto del Reino y su servicio. No hacemos discernimientos espirituales para otro tipo de proyectos. Lo expresa muy bien Ignacio al escribir: «que aquel amor que me mueve y me hace elegir la tal cosa, descienda de arriba, del amor de Dios, de forma que el que elige sienta primero en sí que aquel amor más o menos que tiene a la cosa que elige es sólo por su Criador y Señor» [Ej 184].

En la contemplación de la Encarnación, se hace mucho más explícito el plan salvador de Dios en el cual estamos siendo llamados a participar. Se invita a imaginar a las tres personas divinas sintiendo una profunda compasión por el género humano al mirar lo que les sucede a los seres humanos considerando su sufrimiento [Ej 106], lo que debe movernos a sintonizar con la decisión que toma Dios mismo en su intimidad: «hagamos redención del género humano» [Ej 107], «obrando la santísima encarnación» [Ej 108]. Justo después de la decisión trinitaria, Ignacio nos invita a contemplar a Nuestra Señora en Nazaret, que con su «sí» permite que el proyecto trinitario se realice en la historia. Esta, que es la contemplación mariana por excelencia en los Ejercicios Espirituales, es la que vuelve a permitir que el sí que le habíamos dado al Rey Eternal sea la prolongación del deseo trinitario de redimir el mundo. Se hará aún más explícito en la meditación de las Dos Banderas [Ej 136-148].

Es precisamente en este momento de los Ejercicios Espirituales, cuando Ignacio propone pedir «conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» [Ej 104]. Esta petición presente durante toda la Segunda Semana, nos pone desde la lógica del contraste frente al referente fundamental de nuestras decisiones: la persona de Jesús y su modo de proceder.[28] Su vida, sus palabras, sus obras, su manera de relacionarse con las personas y las cosas nos darán los criterios fundamentales para realizar nuestras elecciones. Ignacio lo expresa así en el preámbulo para considerar estados: «Ya considerando el ejemplo que el Señor nos ha dado (…) comenzaremos juntamente contemplando su vida, a investigar y demandar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad» [Ej 135]. Pero no es un ejemplo que observamos para mirar cómo lo reproducimos, es necesario conocer internamente y enamorarnos para que nuestra voluntad se disponga al seguimiento y nuestras elecciones estén en la lógica del Espíritu y se obre también en nosotros la «santísima encarnación» [Ej 108].

La contemplación como modo de oración de la Segunda Semana no se presenta entonces como una metodología que se suma al inventario para hacer más variado y entretenido el trabajo del ejercitante de acuerdo a lo que describe Guillent.[29] La contemplación es una disposición para el encuentro y la comunión. Es una mirada transformadora, performativa, que nos va convirtiendo en aquello que contemplamos, que nos seduce y enamora. Se empieza por ver y oír. Pero no basta sólo eso, es necesario mirar. Desentrañar el misterio, no para comprenderlo, sino para insertarnos en él y vivirlo. La contemplación es la mirada de la persona que discierne buscando en ello vivir acorde al modo de Jesús. Su forma de tomar decisiones ya no responde al seguimiento de un manual de instrucciones, sino a la fidelidad creativa al Espíritu que habita en su interior (Rom 8,9). Después de esta experiencia, no queda otra opción que amarlo y seguirlo.

Ante la expresión que Ignacio le propone al ejercitante de «quiero y deseo y es mi determinación deliberada» [Ej 98], es necesario que purifique sus intenciones. En el camino de los Ejercicios, ya conocemos internamente la lógica de nuestro desorden y la forma como actúa el mal espíritu. Pero en las reglas de discernimiento más propias de la Segunda Semana, Ignacio profundiza más en el conocimiento de nuestros laberintos interiores, de nuestras heridas fundamentales, de nuestro egoísmo. Nos sorprendemos al descubrir que:

«Propio es del ángel malo, que se forma sub angelo lucis, entrar con la ánima devota y salir consigo, es a saber, traer pensamientos buenos y santos conforme a la tal ánima justa, y después poco a poco procura de salirse, trayendo a la ánima a sus engaños cubiertos y perversas intenciones» [Ej 332].

Es en este contexto donde le encontramos sentido a la Meditación de las Dos Banderas. La petición nos ubica en la perspectiva de clarificar nuestros deseos e intenciones: «será aquí pedir conocimiento de los engaños del mal caudillo, y ayuda para dellos me guardar; y conocimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar» [Ej 135].[30] Recordemos que estamos en el preámbulo para considerar estados. Ignacio nos pone de frente las tentaciones que de forma disfrazada se nos pueden presentar en el camino de seguimiento de Jesús. Nos señala los engaños del mal caudillo que ofrece riquezas y, a partir de éstas, honor. Después viene la soberbia y después de estos tres escalones todos los demás vicios [Ej 142]. Ahí está el programa del mal espíritu que hay que desenmascarar y conocer en cada uno de los discernimientos que emprendemos.

Pero de nuevo aparece Cristo como modelo. Y para reconocer su propuesta ya suponemos un vínculo íntimo con Él y grandes deseos de entregarlo todo, genuinamente, por su causa.[31] Sólo de esta forma podemos comprender su lógica:

«Quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más ser tenido por vano y loco por Cristo, que fue primero tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» [Ej 167].

Una vez alineadas nuestras intenciones, es necesario también calibrar nuestra voluntad y nuestro afecto con la meditación de los tres binarios y las tres maneras de humildad. ¿Qué tan libres estamos para desear y elegir sólo aquello que «más nos conduce para el fin que somos creados» [Ej 23]? Porque en el fondo, como lo observa Iglesias, lo que está en juego es nuestra libertad para atender el llamado del Rey Eternal sin más equipaje que nuestro corazón dispuesto a entregarse por la redención del género humano. Esa es la disposición del tercer binario:[32]

«Quiere quitar el afecto, mas ansí le quiere quitar que también no le tiene afección a tener la cosa adquisita o no tenerla, sino que quiere solamente quererla o no quererla, según que Dios nuestro Señor le pondrá en voluntad, y a la tal persona le parecerá mejor para servicio y alabanza de su divina majestad; y, entre tanto, quiere hacer cuenta que todo lo deja en afecto, poniendo fuerza en no querer aquello ni otra cosa ninguna, si no le moviere sólo el servicio de Dios nuestro Señor; de manera que el deseo de mejor poder servir a Dios nuestro Señor le mueva a tomar la cosa o dejarla» [Ej 155].

Por su parte, la tercera manera de humildad, tal como lo expresa Royón[33] nos pone en el plano de asumir las consecuencias del seguimiento de Jesús hasta el extremo, configurándonos con Él y con su forma de proceder:

«La tercera es humildad perfectísima, es a saber, cuando incluyendo la primera y la segunda, siendo igual alabanza y gloria de la divina majestad, por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» [Ej 167].

Ignacio sabe que asumir la entrega a estos niveles no es fácil. Por eso advierte en una nota que es posible sentir afecto o repulsión ante estas exigencias del seguimiento de Jesús y no sentirnos plenamente libres e indiferentes frente a las cosas. Si esto sucede, Ignacio recomienda:

«Es de anotar que cuando nosotros sintimos afecto o repugnancia contra la pobreza actual, cuando no somos indiferentes a pobreza o riqueza, mucho aprovecha, para extinguir tal afecto desordenado, pedir en los coloquios (aunque sea contra la carne) que el Señor lo elija en pobreza actual; y que él quiere, pide y suplica, sólo que sea servicio y alabanza de su divina majestad» [Ej 157].

Y sumado a esto, perseverar en la petición fundamental del coloquio propuesto para estos preámbulos: «Un coloquio a nuestra Señora porque me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera» [Ej 147].

En este punto, la persona que se ejercita ya está lista para hacer elección. Ignacio no pasa adelante sin hacer un nuevo preámbulo. Es como una recapitulación. Como ya hemos dicho anteriormente, Ignacio vuelve al Principio y Fundamento. Es el punto de partida del proceso de discernimiento: ubicarnos en el proyecto creador como hijos e hijas amados/as por el Padre y plenamente libres frente a las cosas para que las consecuencias del seguimiento de Cristo den frutos desde los efectos que implica la articulación de los ejercicios de Banderas, Binarios y las tres maneras de humildad. Tal como lo presenta Corella, la persona que hace los Ejercicios, desde la identificación con Cristo pobre, compromete toda su persona a una vida en favor de los más pobres.[34]

2.4 Tercera Semana

La Tercera Semana es un tiempo de confirmación de la elección o de la reforma de vida. Es un tiempo crucial en tanto que implica confrontarnos con las consecuencias que trae el seguimiento. Ciertamente, es un tiempo de duelo. Cuando optamos por algo, renunciamos a las demás posibilidades que teníamos delante. Dolor que debe ser elaborado en presencia de aquel que asumió una muerte de cruz, para darle sentido al sufrimiento desde la lógica de la salvación. Es la experiencia de entregarse con Aquel que por amor dio su vida.

Ignacio invita a considerar en esta semana cómo «Cristo nuestro Señor padece en la humanidad, o quiere padecer en ella» [Ej 195]. El dolor de Cristo no es un dolor ficticio. Jesús sufre en la humanidad. Es importante descubrir y sentir que nuestra propia humanidad está ahí incluida, que nuestro propio dolor y nuestras heridas son parte del padecimiento de la humanidad y que, en Cristo, el sufrimiento encuentra sentido.[35]

Y no sólo es considerar su padecimiento en la humanidad. Ignacio también propone «considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a sus enemigos y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente» [Ej 196]. Esta es la expresión máxima de una prueba de fidelidad en medio de la sensación de ausencia total de Dios. Vivir en profundidad esta experiencia nos permite comprender la clave de la constancia y la lealtad por amor. Es una pasividad activa. Un ejercicio de la esperanza cuando parece que todo está perdido. En nuestros discernimientos, muchas veces la hora de la verdad no está en la elección, sino en permanecer en ella cuando llega el tiempo de la entrega y de la cruz. Por eso, Ignacio en el sexto punto invita al ejercitante a «considerar que todo esto padece por mis pecados […]; y qué debo yo hacer y padecer por Él» [Ej 197]. Es una invitación personal a tomar partido y a movilizar nuestra voluntad. No es un dolor masoquista que se agota en sí mismo, sino un dolor que se pone en la lógica del Reino, de la entrega por amor incluso y sobre todo a los enemigos (Mt 5,43-48; Lc 6, 27-38).

El sentido de todo este proceso es entender que la respuesta al amor es la fidelidad como expresión de la acción del Espíritu en medio de la entrega. En la medida en que ponemos a prueba la fidelidad, los movimientos del Espíritu confirman nuestra elección. No se trata de una confirmación en el sentido de infalibilidad, sino que va en sintonía con nuestro Principio y Fundamento. En eso encontramos la fuerza para ser fieles, porque para seguirlo en la gloria es necesario haber sido fiel en la pena, cuando «la divinidad se esconde» [Ej 196].

Para acompañar el sentido de esta Tercer Semana, Ignacio propone las Reglas para ordenarse en el comer [Ej 210-217]. En una primera mirada, estas reglas podrían llamar la atención y generar interrogantes, sin embargo ellas se presentan muy adecuadas para esta semana puesto que orientan el discernimiento que incluye la transformación de los apetitos, del disfrute y del gusto, a partir de la contemplación de la pasión. Sobre este último punto, García Hirschfeld[36] expresa que este ordenarse tiene relación con el discernimiento en el conjunto de los Ejercicios, pero de modo específico en la Tercera Semana, por tanto el ordenar debe llevarnos a buscar una solución práctica frente aquello que descubrimos desordenado en nosotros a la luz de la pasión.

2.5 Cuarta Semana

Al llegar a la Cuarta Semana, Ignacio propone al ejercitante sentir el gozo de la resurrección: «mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando como unos amigos suelen consolar a otros» [Ej 224]. Esta es la experiencia fundamental de la Pascua. Los discípulos de Emaús después de recorrer su camino sumidos en la tristeza y la desesperanza, sienten que les arde el corazón cuando Jesús Resucitado les habla (cf. Lc 24, 13-35). Es precisamente por sus efectos cómo la experiencia del Resucitado se manifiesta en nuestra vida: «considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» [Ej 223].

Los efectos de la resurrección son la vida nueva que Jesús suscita a su alrededor, las transformaciones interiores, las diversas misiones que reciben los que han visto al Señor, en una palabra: el acontecimiento pascual que cambia los corazones y las vidas. Podríamos decir «consolación espiritual» descrita en las reglas de discernimiento [Ej 316]. Tener la experiencia del Resucitado es vivir con motivos para creer, para esperar y para amar. Sin duda, vivir conforme al modo de Jesús, ordenar nuestra vida nos debe llevar a realizar elecciones discernidas desde la lógica del Reino y la contemplación de la vida de Cristo. La confirmación de estas elecciones debe ir en la lógica de la pascua: sentir una profunda consolación espiritual para vivir en el Espíritu del Resucitado.

En este sentido, Lewis expresa que desde el inicio Ignacio comprendió que la misión de los Compañeros de Jesús consistía en consolar desde el «ayudar a las ánimas».[37] De ahí que en la Fórmula del Instituto se diga explícitamente que cada miembro de la Compañía:

«Forma parte de una Compañía fundada ante todo para atender principalmente a la defensa y propagación de la fe y al provecho de las almas (…) por medio de predicaciones públicas, lecciones, y todo otro ministerio de la palabra de Dios, de ejercicios espirituales (…) de la consolación espiritual de los fieles cristianos, oyendo sus confesiones, y administrándoles los demás sacramentos. Y también manifiéstese preparado para reconciliar a los desavenidos, socorrer misericordiosamente y servir a los que se encuentran en las cárceles o en los hospitales, y a ejercitar todas las demás obras de caridad, según que parecerá conveniente para la gloria de Dios y el bien común, haciéndolas totalmente gratis, y sin recibir ninguna remuneración por su trabajo» [FI I].

Como podemos observar «la idea de servicio es clave en el carisma de Ignacio»[38] por eso, los primeros compañeros trabajaron esta mística de servicio. El servicio del Rey eterno y Señor universal fue un deseo de Ignacio. Los primeros compañeros trabajaron en este sentido; el sentir con la Iglesia [cf. Ej 352-370] fue, para ellos, una manera de ser misioneros de la propagación de la fe.

La experiencia de los Ejercicios Espirituales nos lleva a compatibilizar la experiencia íntima y personal con Dios con la experiencia colectiva de la fe. Por tanto, se necesita tener presente también que, a lo largo de los Ejercicios, hay una eclesiología implícita.[39] No es casual que la Iglesia entre en consideración en el momento central de la elección, que es el momento cumbre o clímax de toda experiencia espiritual.

En la Cuarta Semana, el Libro Autógrafo propone diversas reglas: ante todo, las Reglas de la Primera y Segunda Semana [Ej 313-327; 328-336]; luego las Reglas para distribuir limosnas [Ej 337-344]; seguidamente, las Notas sobre los escrúpulos [Ej 345-351] y, finalmente, las Reglas para sentir con la Iglesia [Ej 352-370]. En el marco de la Cuarta Semana, podemos detenernos en las Reglas para distribuir limosnas y observar su relación con las que buscan el sentir con la Iglesia. En su comentario teológico pastoral a las reglas, Kolvenbach se refiere al ministerio de distribuir limosnas y afirma que la invitación a ordenarse implica que el ejercitante se disponga a servir a Cristo en pobre en el pobre [Ej 167; 337-344].[40] Estas reglas son una invitación a compartir los bienes como expresión de la gratuidad del amor recibido [cf. Ej 184] y buscando el servicio de Dios que habita en los otros [cf. Ej 338], estos dos aspectos ayudan a ordenar cualquier actitud de vanagloria e intimismo que pudiera darse. Desde la compasión activa, estas reglas para distribuir limosnas podrían ser un medio para ayudar a contextualizar la práctica de los Ejercicios tal y como aparece en los criterios que más nos conducen al amor preferencial por los demás, entre ellos los más pobres.[41] En este sentido, estas reglas nos ayudan a sentir con las orientaciones actuales de la Iglesia: desde el seguimiento de Jesús pobre, somos invitados a acoger lo que nos ayuda crecer y a desechar lo que no, ello nos ayuda a ordenarnos en relación con «ayudar a las almas» y el amor preferencial por los más pobres.

2.6 Contemplación para alcanzar amor

La Contemplación para alcanzar amor[42] es el culmen de la experiencia de los Ejercicios. Es la expresión plena del amor de Dios que colma a sus criaturas de su presencia, les regala el don de su Espíritu y las impulsa a ser ellas mismas expresión del proyecto creador y redentor. Después de haber vivido el proceso del Principio y Fundamento y las Cuatro Semanas, el ejercitante es invitado a abrir su corazón para que Dios lo abrace en su amor, sea alcanzado por él y lo confirme en la misión de ser puesto con el Hijo en la misión de redimir y reconciliar el mundo entregando toda su libertad, memoria, entendimiento y voluntad [Ej 234]. Entregarlo todo para que toda la iniciativa la tenga el Espíritu.

Ignacio inicia esta contemplación con una advertencia: «El amor se debe poner más en las obras que en las palabras» [Ej 230]. Es decir, el amor nos lanza a la acción. La experiencia reconciliadora y reparadora de la Primera Semana nos dispone y lanza a la misión de la Segunda y la entrega por amor de la Tercera. El amor de Dios es acción, impulso, fuerza; es un amor que no se contiene a sí mismo, sino que nos impulsa a participar en su misión salvadora. Y al responder de esta manera atendemos a la segunda advertencia de Ignacio: «El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante» [Ej 231]. Por tanto, podemos afirmar que la forma propia de proceder del Espíritu es llevar a la persona a la acción y al servicio como fruto de una experiencia profunda de amor que es necesario comunicar, anunciar, hacer que se haga realidad en la historia y en la vida cotidiana.

Por eso tiene mucho sentido la petición que Ignacio propone para esta contemplación: «pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, puedo en todo amar y servir a su divina majestad» [Ej 233]. Es la conciencia plena y permanente de la presencia de Dios en mi vida y su acción creadora que su Espíritu continuamente nos lleva a poner nuestra vida en total disposición para «en todo amar y servir» [Ej 233].

El «conocimiento interno de tanto bien recibido» [Ej 233] que pedimos en esta contemplación, Ignacio lo reorienta de modo que lo podamos reconocer en todos los beneficios recibidos a nivel personal: por haber sido creados, reconciliados, y por todos los dones particulares que poseemos. Después de tomar conciencia de tanto amor recibido, sólo nos queda entregarlo todo exclamando: «Tomad Señor y Recibid» [Ej 234].

Después de esto no queda sino reconocer que todas las cosas vienen de Dios y están llenas de su presencia: «Mirar cómo Dios habita en las criaturas» [Ej 235], «considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas esas cosas criadas sobre la faz de la tierra» [Ej 236] y «mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba» [Ej 237]. El reconocimiento del amor de Dios se hace presente en nuestra historia y en todas las cosas, nos integra en su ser y nos lanza a ser el reflejo de su amor. Esta es la experiencia de unidad que nos lleva a ser personas en el Espíritu con la capacidad de conocer constantemente su voluntad y elegir siempre aquello que más nos acerca a cumplir nuestro Principio y Fundamento.

Finalmente, se debe tener presente que, desde la espiritualidad ignaciana, el «en todo amar y servir» [Ej 233] no será en otro lugar que en la Iglesia, tal como ella estaba presente, desde los preámbulos para la elección: «Es necesario que todas cosas de las cuales queremos hacer elección sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la santa madre Iglesia jerárquica, y no malas ni repugnantes a ella» [Ej 174].

Reflexión final

Para Ignacio, los Ejercicios Espirituales permiten ordenar nuestros afectos a partir de una profunda experiencia del amor de Dios, con el fin de conocer su voluntad y disponernos al seguimiento. Una experiencia integradora de todas las dimensiones de nuestra vida, que nos lleva a reconocer la presencia de Dios en todas las cosas y a sentirnos llamados a participar de su proyecto creador.

El Principio y Fundamento y la Primera Semana nos llevan a reconocernos como hijos e hijas creados y amados por Dios; reconciliados y reparados por su misericordia. Las Reglas de la Primera Semana se orientan a distinguir la consolación y la desolación, para reconocer cómo obran en nosotros. En la Segunda Semana, somos llamados a responder al amor misericordioso, a hacer parte de la misión redentora de Jesús. A través de la contemplación y el conocimiento interno de la vida de Jesús, vamos transformando nuestra vida de acuerdo con su modo de ser y proceder. Las Reglas de la Segunda Semana nos ayudan a un discernimiento más fino en el camino del seguimiento del Señor. En la Tercera Semana confirmamos nuestro seguimiento a través de la experiencia de la cruz y la entrega total por amor. Como ayuda para esta semana, Ignacio propone las Reglas para ordenarse en el comer, que se orientan a educarnos en el gusto a partir de la pasión. A lo largo de la Cuarta Semana nos sumergimos en el acontecimiento pascual que nos conecta con la vida, con la presencia del resucitado y del Espíritu en medio de nosotros. Como parte de la vida de resurrección, el ejercitante recibe las Reglas para distribuir limosnas y descubrir el sentido solidario y social de su seguimiento del Señor y del sentir con la Iglesia. Finalmente, la experiencia de los Ejercicios Espirituales nos dispone para la contemplación para alcanzar amor, la cual nos permite reconocer la presencia de Dios en todas las cosas, salir de «nuestro propio amor, querer e interés» [Ej 189] para «en todo amar y servir» [233].

Elemento transversal de este proceso es el discernimiento espiritual con sus notas y reglas, que posibilita el desarrollo de nuestra sensibilidad y finura espirituales para distinguir los diferentes movimientos que se dan en nuestro interior, acogiendo siempre los que vienen de Dios y nos acercan al fin para el cual hemos sido creados. Los Ejercicios nos habilitan para una vida en clave de discernimiento en tanto que nos entrenan para sentir y conocer dichas mociones internas, atendiendo a cuales hemos de proseguir en la vida cotidiana buscando y hallando la voluntad divina. Los Ejercicios también son una escuela del silencio interior, condición necesaria para sentir y conocer los movimientos del Espíritu, desde la realidad concreta donde nuestros pies pisan.

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Notas

[1] Para los escritos de San Ignacio se utilizan las siguientes siglas: Au: Autobiografía. Acta Patris Ignatii scripta a P. Lud. González da Câmara 1553/1555, FN I, Roma 1943, 354-507 (MHSI 66). Co: Constituciones de la Compañía de Jesús. Monumenta Constitutionum II (Roma 1936; MHSI 64). De: Diario Espiritual. Monumenta Constitutionum II (Roma 1936; MHSI 63). Ej: Ejercicios Espirituales. Exercitia Spiritualia (Roma 1934; MHSI 100). Epp: Cartas. Sancti Ignatii de Loyola Societatis Iesu fundadoris epistolae et instrucciones (12 vols.) (Madrid 1903-1911 [reimp.1964-1968]; MHSI 22, 26, 28, 29, 31, 33, 36, 37, 38, 40, 42). FI: Fórmula del Instituto (Exposcit Debitum, de Julio III, 1550). Obras: I. Parraguirre-Ruiz Jurado ed. (Madrid: BAC Maior, 2014). DHCJ: Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús (O’Neill, Ch. E./ Domínguez, J. M.a, dirs) (4 vols) (Roma-Madrid: IHSI-UPComillas, 2001). DEI: Diccionario de espiritualidad ignaciana, (2 vols) (Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, 2007), 2a e d.
[2] Al citar los textos fuentes usaremos la versión textual de Manuel Ruiz Jurado (ed.), Obras San Ignacio de Loyola (Madrid: BAC Maior, 2014). Cabe recordar que estamos ante un libro de carácter pragmático, no es para ser leído sino para ser vivido, una guía que orienta al que acompaña los Ejercicios. Cf. Manuel Tejera, «Para adentrarse en la experiencia de Ejercicios: las adiciones [Ej 73-81]», Manresa 271 (1997): 117-120.
[3] Cf. Au 99.18; Epp I, 111.113; Epp. XII, 141-143.
[4] Cf. Joseph de Gilbert, «El fin esencial de los Ejercicios», en La espiritualidad de la Compañía de Jesús, bosquejo histórico (Bilbao: Sal Terrae, 1995), 80-87.
[5] Cf. Enrique García Hernán, Ignacio de Loyola (Madrid: Taurus, 2013), 43.
[6] Cf. Paul Shore, «Ludolfo de Sajonia», DEI II, 1149-1153.
[7] Otros libros de devoción y meditación que también han influido en la vida y la obra de Ignacio de Loyola son: el Retablo sobre la vida de Cristo, del cartujo Juan de Padilla; las Contemplaciones sobre el rosario de la Virgen (1495), de Melchor Gorricio de Novara, también cartujo; el Lucero de la vida cristiana (1493) de Pedro Ximénez de Prexano; y, particularmente, el Exercitatorio, de García Jiménez de Cisneros, abad de Montserrat. Cf. Miguel Ángel Laredo Quesada, «Ecos de una educación caballeresca». En Quintín Aldea Vaquero (coord.), Ignacio de Loyola en la gran crisis del Siglo XVI (Bilbao: Mensajero, 1993),145-146.
[8] Los Ejercicios Espirituales obtuvieron la aprobación papal mediante el Breve Pastorales officii cura el 31 de julio de 1548. El documento referencial de los Ejercicios Espirituales es el llamado texto Autógrafo, versión castellana conocida bajo este nombre porque contiene 33 correcciones introducidas por él.
[9] Javier Osuna, Apuntes personales para dar Ejercicios (Bogotá: CIRE, 2018), 7. 9
[10] Lo vemos reflejado en la Autobiografía: «mas dice el fraile ¿de qué cosas de Dios habláis? (…). No por letras; luego por Espíritu. Aquí estuvo el peregrino un poco pensativo, por no parecerle bien aquella manera de argumentar y después de haber callado un poco dijo que no era menester hablar más de estas materias» [Au 65]. Ignacio toma conciencia de que la conversación se tornaba escabrosa porque podrían asociarlo con algunos errores de Erasmo y también caer bajo la sospecha de alumbrado. Es a partir de este episodio en el que se puede vislumbrar que el de Loyola busca el equilibrio entre los estudios académicos y la inspiración del Espíritu Santo.
[11] Cf. Santiago Arzubialde, Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Historia y análisis (Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, 2009), 951-1009.
[12] Por medio del epistolario Ignacio resalta la importancia del discernimiento espiritual en las personas que buscan descubrir la voluntad de Dios por medio de «cartas espirituales», ejemplo de ellas son las que escribió a Teresa Rejadell, a Isabel Roser, y a Francisco de Borja (cf. [Epp I, 83-88.101.102; II, 233-237]).
[13] En el libro de los Ejercicios Espirituales las Anotaciones [Ej 1-20] son parte de una especie de prólogo y forman un conjunto de veinte disposiciones tanto para «el que los ha de dar como el que los ha de recibir» [Ej 1]. Cf. Ignacio Iglesias, «Elementos instrumentales de la experiencia de Ejercicios Ignacianos», Manresa 236 (1988): 237.
[14] Según Arzubialde, el Principio y Fundamento fue lo último que Ignacio comenzó a escribir en París, siendo la redacción definitiva en los primeros años de su estancia en Roma, aunque el contenido expresa una experiencia vital que se remite a los días de Manresa, más concretamente a la experiencia del Cardoner.
[15] Dominique Salin, «Libertad», DEI II: 1127.
[16] Pedro Arrupe, «Carta sobre la disponibilidad». En La identidad del jesuita en nuestros tiempos (Santander: Sal Terrae, 1981), 240.
[17] Cf. Karl Rahner, Meditaciones sobre los Ejercicios de san Ignacio (Barcelona: Herder, 1965), 17-29.
[18] Es pertinente recordar que San Ignacio hizo de su experiencia espiritual un método con sus cuatro etapas precisas que llamó «Semanas». La Primera Semana trata sobre el pecado visto desde la misericordia de Dios. La Segunda Semana versa sobre la invitación del Reino, la vida de Jesús desde el misterio de la Encarnación y nuestra respuesta a la llamada, para luego profundizarla desde la Pasión y Muerte de Jesús en la Tercera Semana. En la Cuarta Semana, se considera la Resurrección de Jesús y sus efectos. Antecede a estas Semanas el Principio y Fundamento; las sucede la Contemplación para alcanzar amor. Cf. Miguel Lop, «Clases de Ejercicios y de ejercitantes según los directorios», Manresa 138 (1968): 55-74.
[19] Cf. Javier Melloni, La mistagogía de los Ejercicios (Bilbao: Mensajero, 2001), 29.
[20] Con la acción purificadora de la Primera Semana, y en un sentido más íntimo, de todos los Ejercicios va penetrando la luz de Dios hasta lo más profundo de la conciencia del ejercitante [cf. Ej 62-64].
[21] Cf. Carlos García Hirschfeld, «Los cinco ejercicios de pecados en el texto ignaciano. Claves para una hermenéutica», Manresa 252 (1992): 311-312.
[22] Michael Sievernich, «Pecado», DEI II: 1419-1426.
[23] Cf. Pierre Emonet, «Ejercicios en tiempos de increencia. Dificultades y posibilidades de la experiencia de Dios desde el área teológico-cultural», Manresa 273 (1997): 307-317.
[24] Cf. Maurice Giuliani, La experiencia de los Ejercicios Espirituales en la vida (Bilbao-Santander: Mensajero- Sal Terrae, 1990), 47-52.
[25] Cf. Jordi Font, «Discernimiento de espíritus. Ensayo de interpretación psicológica», Manresa 231 (1987): 127-147.
[26] En este punto, conviene introducir el sentido de la penitencia en los Ejercicios. La penitencia es una forma de ascesis y de ejercicio para alcanzar el fin, siendo explícitamente alabada por Ignacio, tanto la interna como la externa [cf. Ej 359]. Cf. Maurice Giuliani, La experiencia de los Ejercicios Espirituales en la vida (Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, 1990), 47-52; Pascual Cebollada, «Penitencia», DEI II, 1440.
[27] Cf. Carlos García Hirschfeld, «La parábola del Rey Temporal», Manresa 263 (1995): 123-138.
[28] Cf. José Ramón Busto, «Exégesis y contemplación», Manresa 250 (1992): 15-23.
[29] Cf. Antonio Guillent, «Contemplación», DEI I: 445-452.
[30] Cf. Rahner, Meditaciones…, 164-172.
[31] Cf. Oriol Tuñi, «El uso de los Evangelios en los Ejercicios», Manresa 214 (1983): 5-14.
[32] Cf. Ignacio Iglesias, «Los tres binarios de hombres: texto y forma de exposición y reflexión bíblico-teológica», Manresa 226 (1986): 57-67.
[33] Cf. Elías Royón, «Las tres maneras de humildad en la dinámica del seguimiento de Jesús», Manresa 226 (1986): 69-76.
[34] Cf. Jesús Corella, «Dos banderas y maneras de humildad como experiencia unitaria de pobreza de espíritu», en J. M. García-Lomas, Ejercicios Espirituales y mundo de hoy (Bilbao-Santander: Mensajero-Sal Terrae, 1992), 155-164.
[35] Cf. Peter-Hans Kolvenbach, «La pasión según san Ignacio», CIS 63-64 (1990): 61-71.
[36] Cf. Carlos García Hirschfeld, «Las reglas para ordenarse en el comer para adelante [Ej 210-217]. Aplicación de estar reglas a un tema muy actual», Manresa 220 (1984):195-204.
[37] Mark Lewis, «Ayuda de las ánimas», DEI I: 203-206.
[38] Pedro Arrupe, «Servir solo al Señor y a la Iglesia, su esposa, bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra», en La identidad del jesuita en nuestros tiempos (Santander: Sal Terrae, 1981), 293.
[39] Cf. Avery Dulles, «El sentir con la Iglesia hoy», CIS 74 (1994): 20-36.
[40] Cf. Peter-Hans Kolvenbach, «Ejercicios Espirituales y amor preferencial por los pobres», CIS 45 (1984): 77-90.
[41] Cf. José Antonio García, «Raíces ignacianas de la inserción. Recuperaciones urgentes», Manresa 238 (1999): 45-54.
[42] Cf. Ignacio Iglesias, «La contemplación para alcanzar amor en la dinámica de los Ejercicios Espirituales», Manresa 233 (1987): 373-387.
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