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«¿Quiénes son mis hermanos?» (Mt 12,48) Consideraciones sobre la hermandad en el Nuevo Testamento *
“Who Are my Siblings?” (Mt 12:48) Considerations on Siblingship in the New Testament
Revista Teología
Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires, Argentina
ISSN: 0328-1396
ISSN-e: 2683-7307
Periodicidad: Cuatrimestral
vol. 62, núm. 148, 2025
Recepción: 15 agosto 2025
Aprobación: 23 septiembre 2025

Resumen: A partir de la consideración de textos relevantes de las distintas tradiciones del Nuevo Testamento, el artículo propone que el concepto de “hermandad” utilizado allí no es unívoco, sino que recibe distintos matices de acuerdo con el proceso de conformación de la identidad de las primeras comunidades cristianas, sus necesidades y su relación con el entorno social en que vivían. La metáfora fraterna, que sirvió para expresar muchos de los ideales del cristianismo naciente, debe ser constantemente repensada para que pueda ser significativa en las comunidades cristianas actuales.
Palabras clave: Hermandad, Nuevo Testamento, Fraternidad, Cristianismo primitivo.
Abstract: Based on an examination of relevant texts from the different traditions of the New Testament, this article proposes that the concept of “siblingship” used therein is not univocal but rather takes on different nuances according to the process of identity formation of the early Christian communities, their needs, and their relationship with the social environment in which they lived. The sibling metaphor, which served to express many of the ideals of the emerging Christianity, must be constantly reassessed so that it can be meaningful in today's Christian communities.
Keywords: Siblingship, New Testament, Fraternity, Early Christianity.
Introducción
Hace no mucho el Papa Francisco escribía la encíclica Fratelli tutti,[1] cuyo título se inspiraba en el saludo de Francisco de Asís a sus hermanos y hermanas. El nombre sugiere ya la perspectiva de una hermandad[2] universal, algo que muchas veces se ha presentado como ideal para la humanidad, especialmente a partir de la enseñanza de Jesús de Nazaret.
En efecto, el tema de la hermandad es completamente transversal al Nuevo Testamento, contándose más de 380 instancias de la raíz adelf- en dicho corpus. Y si además se incluyen otros términos familiares, como “hijos” e “hijas” –que suponen una relación de hermandad entre éstos– o el de “Padre” referido a Dios –que nos ubica como sus hijas/os, y por tanto, también hermanas/os–, los casos se multiplican aun más.
Sin embargo, cuando se leen hoy estos textos, se tienden a proyectar sobre ellos ideas, expectativas, precomprensiones sobre el concepto de hermandad que no siempre responden a lo que están proponiendo dichos textos. Por otra parte, hay matices muy importantes que distinguen las concepciones de hermandad que tienen unos textos y otros. La pregunta, entonces, es en qué medida se puede afirmar que el Nuevo Testamento propone un ideal de hermandad universal y cómo se entendería esa hermandad. ¿Se puede hablar de hermandad a distintos niveles?
El presente estudio, a partir de un muestreo de textos fundamentales, abordará la idea de hermandad que surge del Nuevo Testamento, prestando atención a los indicios de una evolución que se fue dando en el término, según las circunstancias lo fueron requiriendo.
Cabe notar, por otra parte, que –en la encíclica referida arriba– el gran texto que sirve de base bíblica a toda la reflexión del Papa Francisco sobre la hermandad no utiliza la palabra hermano/a, sino la categoría de “prójimo”.[3] Esto ejemplifica lo difícil que resulta circunscribir el tema solo a la metáfora familiar.
1. «Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar».[4] La hermandad y sus implicancias culturales
Antes de considerar los textos del Nuevo Testamento que tratan de la hermandad, conviene detenerse a definir el alcance y la naturaleza de los términos que entrarán en consideración. En efecto, siendo el campo semántico de hermandad tan cercano a toda persona y en cualquier cultura, se suponen conocidos los términos pero no siempre se hace un trabajo de análisis de ellos. Pasaremos brevemente del concepto “hermano/a” como categoría biológica al amplísimo uso metafórico de dicho concepto. Dado que la valoración del vínculo entre hermanos no es la misma en todas la culturas, será necesario revisar cómo se consideraba la hermandad en las culturas mediterráneas de la época neotestamentaria para poder contextualizar debidamente las afirmaciones de los textos neotestamentarios.
1.1. El concepto de “hermano/a” como categoría biológica y social
Partiendo de lo más esencial, la categoría de hermano-hermana proviene del ámbito familiar y sirve para designar la relación entre quienes nacieron de los mismos progenitores y, como tales, tienen entre sí un vínculo biológico –“de sangre”, como se suele decir–, comprobable mediante estudios genéticos. Es un vínculo que se establece de hecho, no por elección, solo por haber nacido de los mismos padres.[5]
Más allá de este dato biológico, socialmente se le atribuyen a la relación de hermandad unas características y expectativas que van configurándose y cambiando a lo largo del tiempo y de las distintas culturas.
En las culturas antiguas, como la romana, la griega y la judía/cristiana de épocas bíblicas, la institución familiar era fundamental para sostener la vida.[6] Y si bien eran claramente patriarcales, dada la mortalidad temprana de los padres, más del 50% de los jóvenes entre 20 y 30 años no tenía padre ni madre. En promedio una persona llegaba a tener dos o tres hermano/as, quizás alguno/s más por adopción o por nuevo matrimonio. Esto implica que la unión entre los hermanos era muy grande.
De las hermanas mujeres se esperaba que tuvieran un rol de protección y cuidado respecto de los varones, y de estos se esperaba que defendieran a las mujeres. En general, se consideraba que los hermanos tenían que defender el honor de la familia frente a los de afuera, y también tratarse entre ellos con honor. Se esperaba una solidaridad grande entre ellos, y un fuerte vínculo afectivo.[7] Se debía combinar una gran autonomía con una gran solidaridad mutua. El conocido Salmo 133 alaba la convivencia pacífica entre hermanos (aunque usa el término en sentido metafórico, se basa en el ideal familiar): «¡Oh, qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos!». Es el ideal al que se aspiraba.
Las motivaciones que se daban para afianzar el amor fraterno eran fundamentalmente el origen biológico común y la misma crianza. A veces también se agregaba una motivación religiosa como es, en el caso de los macabeos en la Biblia, el hecho de compartir una misma tradición religiosa.
Si bien se suele proyectar sobre la relación de hermandad un ideal de “igualdad”, este aspecto no parece haber sido tan cierto en la antigüedad. Más bien, la armonía entre hermanos pasaba por que cada uno aceptara su lugar en la estructura familiar, basada en los géneros, posición (si era primogénito o no), situación marital (las mujeres no casadas, luego de fallecido el padre, quedaban sujetas a los varones), etc.[8]
Por supuesto, también había litigios, sobre todo por cuestiones de la herencia, como supone el texto de Sir 33,20-24:
«Sea hijo o mujer, hermano o amigo, a nadie des autoridad sobre ti mientras vivas. Tampoco entregues tus bienes a otro, no sea que te arrepientas y los tengas que reclamar. Mientras vivas y tengas aliento, no te dejes enajenar por nadie: es mejor que tus hijos te pidan que tener tus ojos fijos en sus manos. En todo lo que hagas, sé tú el que dirige, y no manches con nada tu reputación. Cuando lleguen a su término los días de tu vida, a la hora de la muerte, reparte tu herencia».
Sin embargo, cuando había conflictos, se solía utilizar un mediador (que podía ser un hermano o hermana que mediara entre otros) o incluso un consejo familiar para resolver ciertas situaciones.[9] En casos especiales, se podía pedir la intervención de un juez (en Lc 12,13-14, le piden a Jesús que actúe para dirimir una cuestión de herencia y Jesús dice que nadie lo nombró juez o árbitro).
Conviene recordar que la relación entre hermanos es distinta de la amistad: mientras que esta es opcional y voluntaria, la relación entre hermanos es considerada obligatoria, y dada por compartir un mismo origen biológico, una misma crianza e iguales tradiciones familiares.[10]
1.2. El uso metafórico del concepto “hermano/a”
La metáfora fraternal o sororal ha sido utilizada en la antigüedad para referirse a muchas otras relaciones humanas. Muchas veces se habla en las fuentes antiguas de una madre y un hijo que son como hermano y hermana.[11] Otro tanto sucede para referirse a primos, amigos e incluso a amantes o esposos. En la misma Biblia, el amado le dice a la amada: «hermana mía, novia»[12] (Cant 4,9).
La hermandad como metáfora entraría en la categoría de “estructural”:[13] consiste en estructurar un concepto en función de otro. Cuando decimos “el tiempo es dinero”, estructuramos el tiempo en función del dinero. Este tipo de metáforas dependen mucho de la cultura en la que se ubican (por ej., el valor que se le da al dinero). Son convencionales y se toman de la vida social.[14] Pero al convertirse en metáfora, los conceptos que se relacionan interactúan y se enriquecen mutuamente.
Con respecto a la vitalidad de las metáforas, hay muchas que son ya lexicalizadas (algunos las llaman directamente “muertas”), porque nadie ya se acuerda de que son metáforas, como cuando decimos que alguien está “al pie de la montaña”. Otras son convencionales, compartidas por todos, y que forman parte de nuestra vida, como cuando decimos “llueve a cántaros”. Y hay otras que son nuevas, que alguien crea en un momento y le dan expresividad única a su discurso, como cuando el Papa Francisco decía que «no hay que balconear la vida».[15] Dentro de esta clasificación, la metáfora de la hermandad entraría mayormente en lo convencional, aunque no por eso deja de tener importancia: por el contrario, puede ser una puerta de entrada a la vida concreta de las comunidades, que la usan y viven de ella. Y en algunos casos encontraremos, en lo que se refiere al Nuevo Testamento, matices que la vuelven una metáfora novedosa.
En el mundo antiguo –considerando las culturas cercanas a la Biblia– existía el uso de la metáfora fraterna/sororal para referirse, por ej., a los miembros de un grupo como en los cultos mistéricos y en las confraternidades helenísticas. El término “asociaciones” o “confraternidades” se puede entender como referido a
«… grupos pequeños, no oficiales (“privados”), que solían estar formados por entre diez y cincuenta miembros (aunque a veces contaban con cientos de miembros), que se reunían periódicamente para socializar entre ellos y honrar tanto a benefactores terrenales como divinos, lo que implicaba una variedad de actividades internas y externas»[16]
En estas asociaciones, se consideraba hermanos a quienes formaban parte del mismo grupo. También existía el uso del término “hermano” para referirse a alguien del mismo pueblo, tanto en los romanos como en los griegos.
En la Biblia encontramos este uso ya en el Antiguo Testamento. Abraham es el padre de todo el pueblo y todos sus hijos son entre sí hermanos (cf. por ej., Exo 2,11; 4,18; Num 20,3; Deut 15,3; Sal 22,23). También se sabe que en Qumrán, los miembros de la comunidad se llamaban entre sí “hermanos”[17] y deben guardar un amor fiel entre ellos (’ahăbat ḥesed).[18]
Como resulta evidente, en estos usos metafóricos del concepto de hermandad se suele distinguir entre los de “adentro” y los de “afuera”, los que pertenecen o no al grupo o comunidad de hermanos. Esta dinámica, que se enraíza en el concepto mismo de hermandad biológica, ha sido vista como insuficiente en varios momentos de la historia y han surgido intentos de superación, como mostraba ya Ratzinger en un estudio sobre el tema.[19] Según el teólogo, cuando se quiso superar el dualismo dentro-fuera, suelen suceder dos cosas. Por un lado, se llega a la idea de la fraternidad universal, como sucedió en la revolución francesa; pero esta idea termina siendo tan genérica que no tiene aplicación práctica en la realidad. Esta es una experiencia histórica que conviene no perder de vista cada vez que se vuelve a plantear el ideal de una fraternidad universal ingenua. La alternativa es proyectar la fraternidad universal a un futuro más allá de la historia, como en el marxismo; pero al ser un ideal futuro, como tal no tiene incidencia en la realidad presente. En ambos casos, la idea de la fraternidad universal parece estar condenada al fracaso.[20]
A esta altura del trabajo, y antes de entrar en los textos bíblicos, parece importante formular algunas preguntas que puedan orientar la lectura. Las preguntas serían las siguientes: ¿Qué usos se le da en el Nuevo Testamento a la metáfora de la hermandad? ¿Qué alcance tiene: es una hermandad reducida solo a un grupo o apunta a toda la humanidad? Y a partir de allí, ¿cómo hemos de entender nosotros la idea de la hermandad? ¿Tiene sentido hablar de una hermandad universal, como lo hacía, por ej. el Hno. Carlos de Foucauld?[21]
2. La hermandad en el Nuevo Testamento
La consideración de los textos del Segundo Testamento que se refieren a la hermandad se hará tomando grupos de textos, para ver lo más característico de cada grupo, con ejemplos concretos que ilustren la idea. La presentación será cronológica, comenzando por los textos más antiguos –las cartas paulinas– para luego abordar los Evangelios y el resto de los escritos posteriores. Se logrará así una idea de la evolución de la metáfora en el cristianismo naciente.
2.1. Las cartas paulinas
En las cartas de la tradición paulina, el uso de la categoría “hermanos/hermanas” es muy frecuente, lo cual desaconseja abordarlos uno por uno. Se prestará atención, en cambio, a aquellos textos que pueden ofrecer alguna precisión mayor sobre las implicancias de este término.[22]
En el período de composición de estos textos, la comunidad cristiana naciente está sufriendo un proceso de conformación de su identidad, en confrontación con el pueblo judío en general y con los demás que no creen en Cristo. De ahí que el uso cristiano de la metáfora de la hermandad se va a parecer, en esta etapa, al que tenía en las asociaciones voluntarias del mundo helenístico-romano.[23] Son hermanas y hermanos quienes forman parte del propio grupo.
Comenzamos con 1Tes 4,9-12, texto en el que aparece por primera vez una expresión poco común, la filadelfía o “amor fraterno”. A través de este concepto –que no se detiene a explicar, porque probablemente ya estaba asumido en las comunidades–, Pablo une el tema de la hermandad con el del amor mutuo (agapân allḗlous. Es decir, entiende que el ser hermanos implica una actitud de amor. Por otra parte, este amor mutuo lo aprenden los cristianos de Dios mismo (son theodidáctoi). Dios les da a los tesalonicenses el Espíritu que los fortalece para amar como les enseñó Jesús. Es un amor concreto, práctico (usa el verbo “hacer”, poiéō, en 4,10), que se extiende a «los hermanos de toda Macedonia», es decir, es un amor abierto e inclusivo.[24] Las formas que adquiere ese amor aquí responden a la situación de la comunidad: vivir en paz, ocuparse de sus propios asuntos y trabajar para su propio sustento. El objetivo de Pablo es que la comunidad/familia cristiana sea considerada respetable en su entorno.[25]
Rom 8,29 forma parte de un capítulo conocido por esa tensión entre la vida presente y la escatología. Dice Pablo: «a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos». Cuando llama a Jesús “primogénito”, está asumiendo las categorías de la familia antigua para decir que Jesús es el primer heredero (cf. 8,17), al que hay que honrar e imitar (por ej., llamando a Dios “Abba”, v. 15, sufriendo con él, v. 17 y conformándonos a su imagen, v. 29). Jesús es hermano pero no es uno más, sino el primogénito[26]. Nosotros recibimos por él la filiación divina y la participación en la herencia (somos “coherederos”, Rom 8,17; Gal 4,7). Es interesante que la categoría del “hermano mayor”, propia de la cultura helenístico-romana y judía, sirve para expresar la diferencia entre Jesús y los cristianos pero al mismo tiempo su relación profunda.
Cabe destacar que, en estos textos, el acento no está puesto en la relación de los hermanos entre sí, sino en el hecho de la filiación divina en Cristo y sus consecuencias para los cristianos. Como el primogénito en las familias antiguas, es el modelo a seguir para los demás hermanos, y tiene las prerrogativas correspondientes a ese rol.
En la misma carta a los Romanos, en 12,9-13 el Apóstol habla nuevamente del amor fraterno, y dice en primer lugar que debe ser auténtico (en griego, anipókritos). Aquí el amor entre hermanos es visto como una obligación mutua entre cristianos, que implica renunciar al propio interés por el bien de los demás. El texto está claramente centrado en la relación entre los hermanos dentro de la comunidad, y esto se debe a que había tensiones internas que resolver. De todos modos, la filadelfía se abre a la filoxenía (lit., amor por el extraño) u hospitalidad (v. 13). Como se daba en 1 Tes 4,9-12, la idea del amor mutuo entre los de “adentro” se extiende también a los de “afuera”.
Avanzando hacia otra carta paulina fundamental, vale la pena mencionar dos textos de la primera Carta a los Corintios. En 1Cor 6,1-11 Pablo responde a un problema de cristianos que acuden a la justicia pública para dirimir cuestiones internas. Eran personas de dinero,[27] que probablemente disputaban cuestiones de propiedades o herencias. El argumento de Pablo parte de la idea de que los cristianos se llaman hermanos: entonces, deberían imitar los ideales comunes de familia y hermandad, no litigando públicamente, y mucho menos unos contra otros. Tendrían que resolver el problema “en familia”. Es decir, aplica un elemento de la idea cultural de familia para encarar una situación de la comunidad. Aquí se nota claramente la presencia de una separación: nosotros (los hermanos de la comunidad) y “ellos” (los de afuera).
En 1Cor 8,1–11,1 está la conocida sección en la que Pablo responde a la consulta sobre si se puede comer la comida ofrecida a los ídolos. Era un tema de tensión en la iglesia de Corinto, entre un grupo más elitista –que se sentía libre de comerla, porque sabían que los ídolos no existen– y un grupo más temeroso al que llama los “débiles” (v. 9), que consideraban que comer esa carne era incurrir en idolatría.[28] El conocimiento les daba a los más “liberados” una superioridad sobre los otros. En ese contexto, Pablo usa la metáfora fraterna para argumentar en favor de los más débiles: «por tu conocimiento se pierde el débil: ¡el hermano por quien murió Cristo!» (8,11). La hermandad implica cuidarse unos a otros; sobre todo el hermano mayor tiene que cuidar a los menores.[29]
La actitud fundamental que Pablo espera hacia los hermanos más débiles es el amor, que es superior al conocimiento. “La ciencia hincha; el amor edifica”. Quizás no sea casual el uso del verbo oikodoméō, que remite a la “casa/familia” (oîkos). Pablo está argumentando desde la preocupación por cuidar la familia de los creyentes. Algo parecido argumenta en Rom 14,1–15,13, agregando que el amor implica no juzgar al otro. El uso de la distinción “fuerte/débil” introduce el respeto por la diversidad dentro de la comunidad: en el caso de 1Cor, respecto de la comida sacrificada a los ídolos, y en Rom respecto de las reglas de alimentación judías. Lejos de preocuparse por la ortodoxia, Pablo se preocupa por que no se hieran unos a otros: «No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento» (Rom 14,20).
Vale mencionar aquí la carta a Filemón, muy interesante porque representa el conflicto entre dos roles familiares: el esclavo y el hermano. Onésimo el esclavo es convertido por Pablo a la fe cristiana y enviado de vuelta a su amo Filemón con una carta de mediación. En la carta, Pablo usa las metáforas familiares (“hermano”, v. 7.16.20; “hijo”, v. 10) asumiendo el rol de mediador en el conflicto, para que la situación se resuelva “en familia”. El argumento es que no lo reciba solo como esclavo sino como algo mucho mayor: como hermano querido (v. 16). No sabemos qué implicancias tendría esto para Onésimo –probablemente, que lo readmitiera en la familia como esclavo, sin castigarlo–,[30] pero es claro que para Pablo esta categoría implicaba una relación de amor. Para el Apóstol, las dos categorías (la social, de esclavo, y la cristiana, de hermano) no se contradicen y se pueden asociar de un modo positivo.
Por último, una breve referencia a los “falsos hermanos” (2 Cor 11,26; Gal 2,4; cf. 1 Cor 5,11). Es una expresión que utiliza Pablo para hablar de personas de “adentro” (cf. 1 Cor 5,12-13), que son consideradas indignas de llamarse cristianas. Es importante este uso en cuanto que la categoría “hermano/a” sirve para nombrar al que es verdaderamente cristiano. Por otro lado, indica también que el Apóstol reserva la metáfora fraternal para los de “adentro”, no la abre a otras personas. En otras palabras, no estamos frente a una concepción de fraternidad universal. La expresión “falsos hermanos” (pseudádelfoi) parece ser propia del Apóstol[31] y no proviene del uso familiar común. Probablemente se relacione con ciertas prácticas que se daban en las asociaciones voluntarias, para delimitar quiénes pertenecían o no al propio grupo.
En síntesis: cuando Pablo asume la metáfora fraterno-sororal, la entiende como compatible con la idea de familia patriarcal, con todos los valores y los límites que esa familia tenía. El rol del paterfamilias lo tiene Dios Padre, Jesucristo tiene el rol del primogénito –que hereda todas las prerrogativas del padre de familia– y los cristianos somos hijos en el hijo y hermanos entre nosotros. Esa fraternidad implica relaciones de amor mutuo, hospitalidad, cuidado de los más pequeños, respeto al que es diferente, y cuidar el honor de la familia-comunidad, no litigando en foros públicos.
2.2. Los Sinópticos
Al igual que las cartas paulinas, los Evangelios también son textos que surgen en un momento en el que los discípulos de Jesús estaban constituyendo su propia identidad, distinguiéndose de los judíos que no aceptan a Jesús como Mesías, y adquiriendo rasgos identitarios propios. Así, cuando hablan de “hermanos/as” se refieren fundamentalmente a los miembros de las comunidades de la segunda generación cristiana.[32]
En el más antiguo de los Evangelios, el Evangelio de Marcos, la casi totalidad de los usos de la palabra hermano/a se refiere al vínculo biológico, lo cual no es tan interesante para nuestro tema. Solo se salen de esta regla las tres referencias que se encuentran en Mc 3,31-35, que es donde justamente se contrapone el vínculo biológico con las exigencias del discipulado. Es cuando su madre y sus hermanos biológicos vienen a buscar a Jesús diciendo que está fuera de sí (cf. Mc 3,20-21). Jesús está poniendo en riesgo el honor de la familia y tienen que protegerlo, probablemente llevándoselo de allí para que no siga avergonzándolos. Cuando le avisan a Jesús, él responde con la famosa frase: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre» (Mc 3,34-35).
Este texto es importantísimo porque Jesús está rompiendo con la familia tradicional y generando una familia nueva, con nuevos vínculos.[33] Está claro aquí que no está definiendo roles, porque en la familia tradicional el rol de la madre era distinto del de la hermana, y ambos distintos del del hermano. Jesús hace referencia a una nueva familia, distinta de la tradicional, con nuevos valores. Ya no es el honor y la vergüenza lo que rigen sino la búsqueda de la “voluntad de Dios”. En Marcos la “casa” familiar es el grupo de los discípulos y discípulas, que viven con los valores del Reino: el servicio, la Ley puesta al servicio del ser humano, la compasión, la hospitalidad, el privilegio dado a los más pequeños y a los excluidos…[34] En otras palabras, ser hermano/a en esta nueva familia significará encarnar estos valores del Reino en la propia vida, y asumir las consecuencias.
Las comunidades para las que se escribe este Evangelio sufrían persecuciones por seguir a Jesús (cf. Mc 13,12: «entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo»). Los discípulos tenían que decidir entre seguir adelante con el discipulado o privilegiar la familia de origen. En este «conflicto de fidelidades»,[35] se entiende que Mc presente a Jesús como el primero que hace una opción radical por el Reino, que le implica dejar en segundo lugar a su familia biológica.
Por último, vale la pena notar que hay en Mc una referencia aislada a la expresión «vuestro Padre que está en los cielos» (Mc 11,25), que encontraremos con mucha frecuencia en Mateo. Los estudiosos dicen que se puede relacionar con la práctica del rezo del Padrenuestro.[36] En todo caso, pareciera que no es una frase propia de Marcos sino que la recibe por tradición; una tradición que solo puede provenir de Jesús mismo (ya que Mc es el primer Evangelio). En otras palabras: al enseñarles a rezar llamando a Dios “Padre”, Jesús les fue inculcando la idea de que hay un solo Padre de todos, y eso nos convierte automáticamente en hermanos/as.
En el Evangelio de Mateo se concentra la mayoría de las menciones a la palabra hermana/o en este grupo de Evangelios (42 veces). Más de la mitad de las veces designan a hermanos o hermanas de sangre. En cuanto al uso metafórico del término, al igual que Marcos, está hablando principalmente a los discípulos, no tanto a los “de afuera”. En Mateo, Jesús mismo habla de sus discípulos como sus hermanos (Mt 12,46-50; 25,40; 28,10).[37] Este evangelista, si bien usa mucho la terminología familiar, no habla de la comunidad como una “familia” (oîkos, oikía) sino que la llama ekklesía,[38] término que no conviene traducir tan rápidamente como “iglesia”, porque nos hace pensar en formas mucho más recientes. Elige esta palabra quizás para no usar los términos que designaban la familia patriarcal y para asimilar más bien la comunidad a las asociaciones voluntarias que se conocían en el mundo grecorromano, donde las relaciones entre sus miembros eran más igualitarias.[39]
¿Qué aspectos se resaltan en las relaciones fraternas/sororales en Mateo? Por un lado, es muy importante que los hermanos sean capaces de resolver sus conflictos.[40] Esto responde al principio cultural de la solidaridad entre hermanos, pero que ahora se traslada a la ekklesía. Para esto, Jesús pone reglas fuertes en distintos momentos: No tratar con ira o desprecio al hermano (Mt 5,21-22); reconciliarse (5,23-26); perdonar (18,21-35); y cumplir con todo un protocolo para la corrección fraterna (18,15-17). La ekklesía mateana tiene que ser capaz de enfrentar los conflictos y resolverlos de manera que no se haga daño a las personas.
Para que esto sea posible, entra el otro elemento clave en Mateo, que son los elájistoi, los “hermanos más pequeños”, que menciona en dos textos claves: uno es 18,14 (cf. 18,5-7, donde usa mikroí), el capítulo más “eclesial” del Evangelio; y el otro es 25,40, cuando Jesús mismo se identifica con los “hermanos suyos más pequeños”. Son dos textos fundamentales, porque presentan el criterio último que constituye esta comunidad alternativa. No es el que está “arriba” quien tiene más importancia, sino el que está más abajo, el más frágil, el marginado.[41] Y está claro que no son solo estos dos textos, sino todo el Evangelio, porque en la ekklesía tienen importancia los más pequeños (11,11; 19,14), los últimos (20,16.26-27), los publicanos y la prostitutas (21,31). Esto va en contra de los principios socialmente aceptados, y no sorprende que las primeras comunidades hayan sido vistas como extrañas, ya que invierten las relaciones de poder.
Por último, y continuando el tema de la autoridad, Jesús explicita la idea de que la ekklesía es una familia sin padre (humano) y, en este sentido, contrapuesta a la familia patriarcal, cuando dice explícitamente:
«Ustedes, en cambio, no se hagan llamar ‘maestro’, porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen ‘padre’, porque no tienen sino uno, el Padre celestial (23,8-9)».
El texto hace suponer que, en las comunidades, a medida que se institucionalizaban, ya comenzaba a asomarse una mentalidad jerárquica que atentaba contra el ideal igualitario y fraterno que proponía Jesús.
Cito al respecto una síntesis que me parece bien lograda, de la imagen de familia-ekklesía que plantea Jesús en el Evangelio de Mateo:
«La familia de Jesús es toda comunidad que invierte la lógica de la venganza y asume el camino de la reconciliación, es todo grupo que supera las obsesiones por la “pureza” para poner en el centro a los descartados/as, es toda iglesia que no se entiende como “sociedad perfecta”, sino como servidora y abre sus puertas a la diferencia pues ha comprendido que la verdadera unidad se alimenta de la diversidad. La familia de Jesús es disfuncional para el sistema ya que es transgresora. Aboga por nuevos espacios para quienes no tienen lugar y son considerados “destructores de la familia” así como fue considerado Jesús. En este sentido, la verdadera defensa eclesial por la familia y la vida debería integrar lo diferente, visibilizarlo y celebrarlo».[42]
En cuanto a la obra lucana, el tercer Evangelio tiene muchos lugares en común con Mateo, aunque también algunos rasgos novedosos. Varios de los textos presentan el tema del conflicto entre los hermanos/as, como 10,37-40 (Marta y María) o 15,11-32 (parábola del padre y los dos hijos), y se podría asociar aquí 16,19-31 (el rico y Lázaro, ambos hijos de Abraham). Pareciera que estos textos reflejan diferencias dentro de la comunidad, a nivel social[43] y de opciones; y el desafío pasa por ser capaces de integrarlas, aceptando la diversidad –aunque priorizando los valores del Reino–,[44] acogiendo a los pecadores, y sobre todo teniendo solidaridad para con los pobres. Este tema se retoma en 19,1-10 con Zaqueo devenido solidario, del cual dice Jesús que «también es hijo de Abraham»; se sobreentiende: “hermano de ustedes”.
En cuanto a los textos donde la metáfora fraterno-sororal es aplicada a la comunidad, resalta el de 6,41-42, donde cuestiona el «mirar la paja que hay en el ojo de tu hermano», matizando la enseñanza de la corrección fraterna, tema que tratará en 17,3-4, también allí insistiendo en el perdón. Como en Mateo, la comunidad debe aprender a corregir los errores, pero por encima de todo a perdonar, para que los vínculos sean posibles.
Como se dijo, la hermandad no supone en sí misma una igualdad absoluta entre los miembros. La autoridad tiene la función de sostener o “confirmar” a los hermanos. En 22,32, Jesús le dice a Pedro: «yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos». Pero por encima de todo está el servicio (cf. 17,7-10 y sobre todo 22,26-27: “yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”).
Por último, y si bien no utiliza explícitamente la metáfora fraterna, no podemos dejar de mencionar en Lucas la parábola del samaritano compasivo (10,25-37), que decididamente abre la categoría de la fraternidad más allá del círculo de los que pertenecen al propio grupo o comunidad. La pregunta del doctor de la Ley, «¿quién es mi prójimo?», buscaba delimitar el alcance del amor, que normalmente abarcaba en primer lugar a la familia biológica y luego al propio connacional. Pero la parábola rompe esos límites, planteando la pregunta sobre quién se comportó como prójimo del necesitado, y poniendo para eso como ejemplo a un samaritano, alguien no solo de “afuera” sino odiado por los judíos. A su vez, la parábola exalta la capacidad de compadecerse –con el famoso verbo splagjnízomai, que evoca las entrañas que se conmueven–, una emoción no valorada en la cultura mediterránea de la época por considerarla una debilidad, un sentimiento femenino y maternal. Jesús pone de relieve una compasión que lleva a una acción concreta,[45] transgrediendo si es necesario las normas de pureza ritual o moral para socorrer al herido del camino.
Sobre la segunda parte de la obra lucana, vale la pena rescatar dos aspectos novedosos: la terminología de hermandad ya se establece como normativa para hablar de los que pertenecen al grupo de los seguidores de Jesús. Así, en Hch 1,15; 9,30; 10,23; 11,1; 12,17; 14,2; 15,1.3.22.32.33.36.40; 16,40; 17,14; 18,18.27; 21,7.17; 22,5; 23,16; 28,15.21, la expresión “los hermanos” –sin otra especificación ni posesivo– designa a la comunidad de los discípulos. Y al mismo tiempo, la misión se abre a los que son de “afuera”, los no judíos, simbólicamente a partir del episodio del centurión Cornelio (Hch 10). Es una fraternidad que se va abriendo cada vez más.
En síntesis: los Sinópticos dan muestras de que el modelo de la familia patriarcal ya no les sirve, porque se presta para que prevalezcan elementos que no son compatibles con el mensaje de Jesús. La jerarquización de los roles, la valoración excesiva del honor y la imagen pública –personal o comunitaria–, la exclusión de personas, son algunos de los aspectos que amenazan la idea de una familia alternativa. En cuanto a la metáfora fraternal, especialmente en la obra lucana se va abriendo cada vez más, incluyendo al “otro”, con la categoría de “prójimo”, y al no judío.
2.3. La tradición joánica
En el Evangelio de Juan es llamativa la mención a un grupo de “hermanos de Jesús” que intervienen en 7,2-5 para decirle que suba a Jerusalén a predicar allí. El texto agrega: «Efectivamente, ni sus (propios) hermanos creían en él» (7,5). No se trata de los discípulos, entonces, sino de hermanos biológicos.[46]
Esta falta de fe por parte de la familia natural explicaría, tal vez, por qué la terminología de la hermandad no aparece en este Evangelio sino a partir de la resurrección. Recién allí le dice a Magdalena: «No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: “Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios de ustedes”» (20,17). También aquí, como en Mateo, Jesús los llama a los discípulos “mis hermanos”. Y en 21,23 se dice que el rumor de que el discípulo amado no moriría «se divulgó entre los hermanos», refiriéndose a los discípulos. La fraternidad aquí es entendida como derivada de compartir el mismo Padre Dios, algo que Juan ya sugería en el prólogo: «A los que creen en su nombre “les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (1,12).
Esta escasa presencia de la metáfora fraterna en Juan permite suponer también que, para fines del s. I, cuando se escribe el cuarto Evangelio, la idea de pensar la comunidad cristiana según el esquema de la casa familiar estaría incluso demasiado establecida. Tanto, que se fueron transfiriendo aspectos de la familia grecorromana a la comunidad: orden jerárquico, papeles y funciones, y modelos de relación entre los miembros. En la familia, los roles estaban bien definidos y había una jerarquía muy marcada[47]. Sobre esta base, la metáfora familiar ya casi no servía para expresar el ideal de la comunidad cristiana. A menos que se modificara la concepción de la familia. De hecho, hay un único texto donde aparecen positivamente presentados los roles de hermanos: es el capítulo 11, donde aparecen Marta, María y Lázaro.
Pareciera que los hermanos de Betania funcionan en el Evangelio de Juan como personajes prototípicos, que representan el ideal de la comunidad cristiana,[48] conformando ellos mismos una familia sin padres y donde las mujeres tienen marcado protagonismo. ¿Qué características tiene esta familia para volverse prototípica? Ellos, en primer lugar son amados por Jesús (11,3.5.36), lo aman (12,1-8) y se aman entre ellos (11,32.33). Es el rasgo importante de la relación que Jesús espera entre hermanos: que se amen unos a otros, sirviéndose mutuamente (13,14-15.34-35).
En segundo lugar, son amigos de Jesús (11,11), un tema que el Maestro retomará en el discurso de despedida (cap. 15). La amistad es una categoría importante en Juan (cf. 11,11; 15,13-15), quizás porque se consideraba que solo se podía dar entre iguales.[49] De hecho, Jesús la distingue claramente de la relación patrón-esclavo (siervo): «ya no los llamo siervos… a ustedes los he llamado amigos» (15,15). La amistad supone franqueza, lealtad y mutua asistencia, hasta el punto de estar dispuestos a dar la vida por el amigo (15,13). Este tema de la amistad solo aparece ilustrado en esta familia particular de Betania, y luego desarrollado en Jn 15.
En otras palabras, el Evangelio de Juan habría elegido una familia particular –sin padre– como prototipo para pensar la comunidad cristiana y las relaciones entre sus miembros. Sería una crítica a quienes apelan al modelo patriarcal de familia para imponerlo en la organización de la comunidad. Dios como Padre nos hace a todos hermanos. A su vez, la categoría de la amistad como relación entre iguales ayuda a evitar que volvamos a reproducir esquemas de jerarquía.
2.4. Hebreos y Apocalipsis
En la carta a los Hebreos, el fundamento primero del amor fraterno es la encarnación de Jesús, por la cual él pertenece plenamente a la humanidad. Los destinatarios del texto son miembros de una comunidad que ha venido luchando y padeciendo persecuciones.[50] Los efectos en ellos son cansancio, desinterés y riesgo de apostasía. En Heb 2,11 dice que Jesús no se avergüenza de llamar a sus discípulos “hermanos”, aunque sean los maltratados de la sociedad (10,32-34) o los deshonrados (13,13), porque comparten un mismo origen en Dios. Jesús puede ser sacerdote porque se solidarizó en todo, incluido el sufrimiento, con sus hermanos. Es su condición humana, solidaria, la que hace de Jesús un sacerdote misericordioso y digno de fe. Jesús no solo se compadece “desde afuera”, sino que asume los sufrimientos y la miseria de sus hermanos(4,15). Por eso es digno de fe (2,17), pueden confiar en él, estar “firmes en la fe” (4,14).
Ante la tentación de abandonarlo todo, la carta los exhorta a mantenerse en el amor fraterno (filadelfía, 13,1), que se expresa en dos gestos concretos: por un lado, la hospitalidad (13,2), gesto fundamental de acoger al otro, visto no como enemigo sino como un posible “ángel” enviado por Dios; por otro lado, el gesto de acordarse de los prisioneros, los cristianos perseguidos y encarcelados, como si fueran ellos mismos. El amor fraterno se concreta en un dejar entrar al “otro” y en un salir al encuentro del “otro” que está prisionero. Son dos movimientos que se derivan del camino que recorrió Jesús, que vino al encuentro de la humanidad, y se hizo uno de nosotros.[51]
El Apocalipsis es en gran medida un libro de resistencia política, destinado a grupos minoritarios de herencia judía habitando en ciudades helenistas de Asia Menor[52]. Allí la ideología imperial va penetrando, y se corre el riesgo de que las comunidades se acomoden a ese modo de vida y las injusticias que generaba. Había allí comunidades socialmente heterogéneas, con gente de las bases y gente de la élite. Se podía reproducir dentro de la comunidad la estructura jerárquica y desigual romana, algo inaceptable para los cristianos.
La hermandad está expresada en el Apocalipsis con los términos “hijos” (en plural), “semilla” y “hermano(s)”. Estos términos están ubicados en puntos clave del libro. La designación de “hijos” se refiere a los “hijos de Israel”, los judíos. La “semilla” se usa para los que nacieron de la mujer: son la “semilla de la mujer” (12,17, ¡no la del varón!), los hijos que están hermanados entre sí y con el Hijo por dos actitudes: guardar los mandamientos y mantener el testimonio (martyría) de Jesús. A esas dos actitudes se suman otras dos expresadas negativamente: no adorar a la Bestia ni a su imagen; y no aceptar la marca de su nombre (14,11; 20,4).
El término “hermano/s” está relacionado con la experiencia de la persecución (1,9; 6,11; 12,10; 19,10; 22,9). Son “hermanos de sangre”, no en sentido biológico, sino por la sangre derramada, la vida entregada también en la resistencia cotidiana. Una hermandad en el dolor y la resistencia. La sangre de los hermanos, que eran acusados por el dragón, pero que vencen justamente por la sangre del Cordero y por el testimonio de los últimos y los más pequeños. Su testimonio, su martirio, los une y provoca la derrota de los poderosos. Pero también los une la esperanza: quienes han sido pisoteados serán consolados por Dios (ver la imagen del vestido blanco en 6,11).
3. Conclusiones
La pregunta inicial del estudio fue qué usos se le da a la metáfora de la hermandad en el Nuevo Testamento. Como se vio, en la primera etapa –escritos paulinos–, se aplican a la comunidad cristiana los conceptos de familia que se manejan en la cultura del momento. Hay una búsqueda de ser aceptados en el entorno social y, por lo tanto, el uso de las categorías sociales sirve para que se hable un “lenguaje común”.
Más adelante, cuando se escriben los Evangelios, se nota una necesidad de diferenciarse del entorno, y distinguir la familia biológica de la nueva familia que se establece entre los discípulos de Jesús. Esto supondrá conflictos con la propia familia biológica, agravados por las experiencias de persecución.
Los Evangelios cualifican la metáfora de la hermandad con dos categorías que la modifican: La categoría de “prójimo” –desde la parábola del samaritano compasivo de Lucas, y continuada con la escena del centurión en Hch 10– hace pensar en una fraternidad abierta a todos, aunque no estén en el propio grupo, y especialmente a los más necesitados. La categoría de “amigo” –que desarrolla Juan– impide que se reproduzcan dentro de la “familia-comunidad” los esquemas jerárquicos y de poder que tenía la familia tradicional. Vale rescatar el aporte mateano de los “hermanos más pequeños”, categoría que muestra algo característico de las comunidades cristianas: la armonía entre los hermanos no se basa en acatar lo que mande el hermano mayor, sino en cuidar a los hermanos más pequeños.
La carta a los Hebreos muestra cómo la metáfora de la fraternidad puede ser muy fecunda a la hora de pensar el sacerdocio cristiano: hay una función de mediación que solo se puede hacer desde la solidaridad. Ser sacerdote será no avergonzarse de ser hermano de los más sufrientes y despreciados, sino por el contrario compartir sus sufrimientos.
El Apocalipsis ve precisamente en esa experiencia de compartir la persecución el origen profundo de la nueva fraternidad: somos engendrados de la “semilla” de una mujer perseguida.
Parece, entonces, que el concepto de hermandad que va conformando el Nuevo Testamento es complejo y polifacético, y no se puede reducir a una sola idea. La metáfora de hermandad, enraizada en lo biológico, aporta el dato de “necesidad”. No se pueden elegir los hermanos. Están ahí, por nacimiento. El concepto de amistad aportaría la igualdad, evitando la jerarquía. El de “projimidad”, la apertura al sufriente y al distinto. Si bien los textos no explicitan una hermandad universal como algo ya dado, es verdad que el impulso evangelizador se proyecta al mundo entero. Sería la meta, el proyecto a alcanzar. Pero conviene recordar que se parte de una base ya dada –como sucede en la hermandad biológica–: somos hijos de un mismo Padre Dios, y por lo tanto, ya somos hermanos. Se trata de llegar a tomar conciencia y a vivir como tales.
Quizás el Hno. Carlos de Foucauld, al leer y meditar el Nuevo Testamento, fue encontrando estos aspectos y descubriendo su vocación a Hermano Universal en la medida en que entendió que no tenía que cambiar a los “otros” ni tenía que aparecer como “superior” a ellos, sino que podía vivir una fraternidad entre iguales, aunque fueran distintos. La sensibilidad de Carlos para con la pequeñez, que descubrió en el Evangelio, le permitió entender inmediatamente que él también debía hacerse pequeño –o quizás, mejor aún, reconocerse pequeño– para hacerse hermano de todos. Es el camino que entiendo que nos invita a recorrer también a nosotros.
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Notas
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Notas de autor

