THE NATURAL IN THE WORLD
A TRIAL OF ECOCENTRISM
DOI:
https://doi.org/10.46553/prudentia.98.2024.10Keywords:
Nature, eternal law, ecocentrism, creation, Deep Ecology, ecología profunda, laudato siAbstract
This is a philosophical essay on the interdependence between man and non-human nature. From the moment that man no longer understands himself as the center of material nature and begins to recognize the "intrinsic value" of all things, regardless of the service they provide to man, the human being is gradually marginalized, while the elements of nature are recognized as having rights: animals, rivers... With this approach, increasingly widespread, the foundations of Western legal systems, built on Judeo-Christian anthropocentric assumptions, are being subverted.
The work is structured as follows. In the first chapter, we present the framework of the debate between ecocentric and anthropocentric positions. In the second chapter, we reclaim the conceptual category of the Creation act as the foundation of the functional character of nature, because only from a functional conception we can understand nature also as a bearer of a moral message. The logical expression of the functional dimension of nature leads us to the third and final chapter, to the reflection on the classical concept of Eternal Law.
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References
Bibliografía
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Notas
Notas [1] Ecocentrismo, biocentrismo ambientalismo, fisiocentrismo… Todavía no hay una palabra consolidada para designar aquella línea de pensamiento que otorga un valor propio a la naturaleza material con independencia del servicio que presta al hombre. Frente a ella, el antropocentrismo defiende que el valor de la naturaleza reside en el servicio que presta al hombre. Dentro de ambas categorías hay diversas posturas a veces incompatibles entre sí. El uso de estas etiquetas requiere siempre definir en qué sentido se emplean, porque cada uno las entiende de manera diversa, un poco como sucede con las categorías políticas (izquierda, extrema izquierda, centro…). Sin embargo, hay tres términos relacionados cuya diferenciación está bastante más consolidada: ecocentrismo, ecologismo y ecología. No son sinónimos. El ecocentrismo –lo acabamos de ver– es una postura filosófica que defiende que el valor de la naturaleza no depende del servicio que presta al hombre: la naturaleza no humana tiene valor por sí misma. El ecologismo es un término genérico para designar los movimientos de defensa de la naturaleza y del medio ambiente (lo cual se puede hacer tanto desde presupuestos antropocéntricos como ecocéntricos), que surgen en la primera mitad del XIX en EE. UU. hasta nuestros días, ya presentes en todo el mundo. La ecología (del griego oikos-logos, saber sobre nuestro hogar o hábitat) es una disciplina académica, parte de la biología, que surge a finales del siglo XIX, dedicada al estudio de las relaciones de los seres vivos entre sí y con el entorno que les rodea (clima, agua, suelos, vegetación, etc.). El botánico danés Eugen Warming es considerado el fundador de la ecología. En 1895 escribió en danés el primer manual: Eugen Warming, Plantesamfund (Copenhague: Editorial P.G. Philipsen, 1895).
Ejemplos de ello son la Constitución de Ecuador, que reconoce los derechos de la naturaleza con independencia del servicio que pueda prestar al hombre, o el caso del río Whanganui en Nueva Zelanda, al que una ley aprobada en 2007 le otorgó el estatus de persona jurídica, reconociéndolo como un ser vivo con todos sus derechos (lo cual implica que el río, entre otras cosas, puede ser representado en los tribunales). La Constitución de Ecuador dedica todo un capítulo a los “Derechos de la naturaleza”. En su artículo 71 se dice: “La naturaleza o Pachamama, donde se reproduce y realiza la vida, tiene derecho a que se respete integralmente su existencia y el mantenimiento y regeneración de sus ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos. Toda persona, comunidad, pueblo o nacionalidad podrá exigir a la autoridad pública el cumplimiento de los derechos de la naturaleza. Para aplicar e interpretar estos derechos se observarán los principios establecidos en la Constitución, en lo que proceda”.
Por ejemplo, el artículo 72 de la Constitución de Ecuador dice: “La naturaleza tiene derecho a la restauración. Esta restauración será independiente de la obligación que tienen el Estado y las personas naturales o jurídicas de indemnizar a los individuos y colectivos que dependan de los sistemas naturales afectados”.
Esta simplificación es excesiva porque el antropocentrismo ha sido también defendido por autores no religiosos como Bentham, y en cierta manera también por autores marxistas. Marx, en los Manuscritos de París (1932), considera la naturaleza como “el cuerpo inorgánico del hombre”. Sobre qué entiende Marx con esa expresión, cf. Javier Llanos de la Guardia, “Antropocentrismo y especismo. Nuevas lecturas de los Manuscritos de París”, Praxis Filosófica 55 (2022), 151-168. DOI: https://doi.org/10.25100/pfilosofica.v0i55.12070
Michael Crichton, Environmentalism is a Religion, Conferencia pronunciada en “Commonwealth Club” en San Francisco, 15 de septiembre, 2003. Disponible en https://www.hawaiifreepress.com/Articles-Main/ID/2818/Crichton-Environmentalism-is-a-religion. El diagnóstico quizá sea un poco exagerado, pero lo que viene a decir es que, de modo análogo a como los dogmas de la fe están por encima de la ciencia, los postulados ecologistas no pueden ser impugnados por ella. En esta conferencia, el mismo Crichton pone varios ejemplos de dogmas “antiecológicos” muy extendidos que la ciencia desmiente.
La ONU lleva años alertando a la población mundial de que “se avecina un cataclismo climático y no estamos preparados para las posibles consecuencias” (objetivo 13 de la Agenda 2030 de la ONU publicado en 2015). En 2015 se firmó el Acuerdo de París entre los países de la ONU, con el objetivo principal de limitar el calentamiento global por debajo de 2 ºC, en comparación con los niveles preindustriales. En el preámbulo de dicho acuerdo se dice: “Observando la importancia de garantizar la integridad de todos los ecosistemas, incluidos los océanos, y la protección de la biodiversidad, reconocida por algunas culturas como la Madre Tierra, y observando también la importancia que tiene para algunos el concepto de ‘justicia climática’, al adoptar medidas para hacer frente al cambio climático […]”. Ya previamente, en 2009, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 22 de abril como el Día Internacional de la Madre Tierra, reconociendo que la Tierra y sus ecosistemas son nuestro hogar común. La cuestión clave es la determinación del sujeto del pronombre posesivo “nuestro”: el sujeto ya no son solo los hombres, sino todos los seres de la naturaleza. La naturaleza ya no es el hogar mismo, sino el hogar y el habitante al mismo tiempo.
Entre los juristas ecocentristas más influyentes a nivel mundial (aunque con un nivel de influencia mucho menor que los autores citados en el texto principal) destacan Coman Cullinan, Christofer Stone y David Boyd. Sus obras más relevantes son: Coman Cullinan, Derecho Salvaje, un manifiesto por la justicia de la tierra (Dartington: Green Books, 2019), la primera edición es de 2002. Cullinan ha dirigido la redacción de la Declaración Universal de los Derechos de la Madre Tierra. Christopher D. Stone, Should Trees Have Standing? Law, Morality, and the Environment (Oxford: Oxford University Press, 2010); David R. Boyd, The Rights of Nature: A Legal Revolution That Could Save the World (Toronto: ECW Press, 2017); la primera edición es de 1972. Este último libro ofrece una visión general del movimiento por los derechos de la naturaleza, presentando ejemplos de casos reales donde los tribunales, en diversos países del mundo, han reconocido los derechos de ríos, montañas, pájaros, leones, ballenas, chimpancés...
Su obra más influyente es Paul W. Taylor, Respect for Nature. A Theory of Environmental Ethics (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1986). Taylor propone una ética cuyo centro de gravedad no sea el hombre, sino la vida en sí misma: A life-centered system of environmental ethics is opposed to human-centered ones precisely on this point. From the perspective of a life-centered theory, we have prima facie moral obligations that are owed to wild plants and animals themselves as members of the Earth’s biotic community. We are morally bound (other things being equal) to protect or promote their good for their sake. Our duties to respect the integrity of natural ecosystems, to preserve endangered species, and to avoid environmental pollution stem from the fact that these are ways in which we can help make it possible for wild species populations to achieve and maintain a healthy existence in a natural state. Such obligations are due those living things out of recognition of their inherent worth. They are entirely additional to and independent of the obligations we owe to our fellow humans. Although many of the actions that fulfill one set of obligations will also fulfill the other, two different grounds of obligation are involved. Their well-being, as well as human well-being, is something to be realized as an end in itself. Paul W. Taylor, “The ethics of respect for nature”, Environmental Ethics 3 (1981), 197.
La obra más conocida de Aldo Leopold es A Sand County Almanac, con más de dos millones de libros vendidos. El libro, originalmente publicado por Oxford University Press en 1949, es una clara manifestación de biocentrismo. Por ejemplo, cuando escribe: Conservation is getting nowhere because it is incompatible with our Abrahamic concept of land. We abuse land because we regard it as a commodity belonging to us. When we see land as a community to which we belong, we may begin to use it with love and respect, p. viii, Leopold dice que la ética experimenta un proceso evolutivo que progresivamente va ampliando el radio de las realidades que merecen especial protección y respeto, aunque lo cierto es que termina el libro convirtiendo el cuidado del medio ambiente en la piedra angular de la ética en general. A thing is right when it tends to preserve the integrity, stability, and beauty of the biotic community. It is wrong when it tends otherwise, pp. 224-225.
En 2006, el libro Primavera silenciosa fue considerado uno de los 25 libros de divulgación científica más influyentes de todos los tiempos por los editores de Discover Magazine: https://www.discovermagazine.com/the-sciences/25-greatest-science-books-of-all-time
El ensayo publicado en la revista Science en 1967 por Lynn White, “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”, acusa al cristianismo de ser responsable de la actitud antiecológica por enseñar que el hombre es el centro de la naturaleza material. En ese breve, pero muy influyente ensayo, podemos leer: Hence we shall continue to have a worsening ecologic crisis until we reject the Christian axiom that nature has no reason for existence save to serve man; Both our present science and our present technology are so tinctured with orthodox Christian arrogance toward nature that no solution for our ecologic crisis can be expected from them alone; The greatest spiritual revolutionary in Western history, Saint Francis, proposed what he thought was an alternative Christian view of nature and man’s relation to it; he tried to substitute the idea of the equality of all creatures, including man, for the idea of man's limitless rule of creation. He failed; Especially in its Western form, Christianity is the most anthropocentric religion the world has seen; By destroying pagan animism, Christianity made it possible to exploit nature in a mood of indifference to the feelings of natural object; The victory of Christianity over paganism was the greatest psychic revolution in the history of our culture. Al final del trabajo, White concluye con estas palabras: We must rethink and refeel our nature and destiny. The profoundly religious, but heretical, sense of the primitive Franciscans for the spiritual autonomy of all parts of nature may point a direction. I propose Francis as a patron saint for ecologists. Lynn Townsend White Jr., “The Historical Roots of Our Ecological Crisis”, Science, 155 (1967), 1205, 1207.
Cf. Arnea Naess, “The shallow and the deep, long-range ecology movement. A summary”, Inquiry 16 (1973), 95-100. DOI: https://doi.org/10.1080/00201747308601682
Garret Hardin, “The Tragedy of the Commons”, Science, New Series, vol. 162, núm. 3859 (dec. 13, 1968), 1243-1248. El título está inspirado en un opúsculo del economista inglés William Forster Lloyd, publicado 1833, que incluía un ejemplo hipotético de sobreutilización de los pastos comunes (los commons son los bienes comunales). Explicaba que, si un ganadero lleva demasiadas vacas a pastar a esos predios, al final pierden todos los ganaderos por agotamiento de los recursos, incluso el propio ganadero egoísta. La moral, para Hardin, consiste precisamente en esta preocupación por lo común, que ha de llevar a una autolimitación del consumo y de la procreación. La tesis principal de Hardin la resume él mismo: Therein is the tragedy. Each man is locked into a system that compels him to increase his herd without limit – in a world that is limited. Ruin is the destination toward which all men rush, each pursuing his own best interest in a society that believes in the freedom of the commons, p. 1244.
Textos 30 y 33, respectivamente, del Canto Segundo del libro Śrīmad-Bhāgavatam (disponible en https://vedabase.io/es/library/sb/2/1/). A menudo abreviado como Bhagavata o Bhāgavatam, es uno de los textos sagrados más importantes del hinduismo.
La obra de referencia sobre el principio antrópico fue escrita por John D. Barrow y Frank Tipler, The Anthropic Cosmological Principle (Oxford: Oxford University Press, 1986). Es un hecho que la materia “se organizó” de manera sumamente compleja en quarks, átomos, moléculas y polímeros, y que luego dieron lugar a estructuras como el ARN, el ADN y las proteínas que, a su vez, permitieron las funciones replicativas, reproductivas y metabólicas necesarias para la emergencia de la vida. “Todas estas funciones se asociaron para formar los primeros organismos vivos unicelulares que, en el curso de la evolución, condujeron al último antepasado común de todos los seres vivos terrestres, que los científicos llamaron LUCA (Last Universal Common Ancestor): un sistema celular ya marcadamente complejo, caracterizado por un código genético universal que asocia el ADN/ARN a las proteínas, y en que el ribosoma desempeña el papel de ‘traductor’”. Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, Dios - La ciencia - Las pruebas: El albor de una revolución (Madrid: Ed. Funambulista, 2023), 280.
Tomás de Aquino, Compendio de Teología, §297, dentro del capítulo 148, titulado “Todas las cosas han sido hechas para el hombre”. (Empleamos la versión castellana preparada por Madrid: Rialp, 1980).
En la década de 1980, el biólogo Edward O. Wilson estudió la conexión innata de los seres humanos con la naturaleza, que expresó con un término muy gráfico, biofilia, para referirse a esta necesidad que el hombre tiene de convivir con otras especies. Cf. Eduard Wilson, Biophilia: The Human Bond with Other Species (Cambridge MA: Harvard University Press, 1984).
La obra más conocida sobre el síndrome de déficit de naturaleza es Richard Louv, Last Child in the Woods: Saving Our Children from Nature-Deficit Disorder (Chapel Hill NC: Algonquin Books, 2005).
Cf. https://thomasberry.org/the-dream-of-the-earth/ y https://naturalezaarteycultura.com/thomas-berry-ecologia-y-espiritualidad/
“The integrating clement in a bioregional context would be the bioregional culture—its poetry and song, as well as its architecture and painting. Construction and transportation would take on the distinctive features of the bioregion. […]. The earth itself would be seen as the primary model in architecture, the primary scientist, the primary educator, healer, and technologist, even the primary manifestation of the ultimate mystery of things”. Thomas Berry, The Dream of the Earth (San Francisco CA: Sierra Club, 1988), 68.
Así se ha desarrollado la ciencia de la biomímesis o biomimética, cuya premisa fundamental es que la naturaleza lleva impresa una lógica que no ha sido creada por el hombre, pero de la cual este tiene mucho que aprender para la creación de artefactos, protocolos de acción, medicamentos, etc. Hay numerosas publicaciones y centros de investigación en el mundo dedicados a la biomímesis. Por ejemplo, el Wyss Institute for Biologically Inspired Engineering, en la Universidad de Harvard (EE. UU.), el Biomimicry Research and Innovation Center, en la Universidad de Akron (Ohio, EE. UU.), o el Biomimetics Institute of Technology, en la Universidad de Westfalia (Alemania). Hay cientos de ejemplos que se pueden poner de artefactos inventados inspirados en la lógica impresa en la naturaleza. Un ejemplo es el de los ingenieros que han estudiado la forma en que el águila ajusta las plumas en el borde de sus alas para controlar el vuelo con precisión; de este modo, se han diseñado alas con bordes ajustables y aletas que pueden cambiar de forma durante el vuelo para mejorar la aerodinámica, la eficiencia del combustible y reducir el ruido. O pensemos, por ejemplo, en una cosa tan sencilla como el velcro, que lo inventó en 1941 el ingeniero suizo George de Mestral, inspirándose en las pequeñas espinas de las plantas de bardana que se adhieren a la ropa o al pelo de los animales. O el desarrollo de pinturas Lotusan, resistentes a la suciedad gracias al llamado “efecto loto”, que se inspira en las hojas de loto porque su superficie repele el agua y las partículas de suciedad. O el diseño de los trenes bala de Japón, que se inspiraron en la aerodinámica del pico del martín pescador: el modo en que se sumerge en el agua sin salpicaduras fue la inspiración para solventar el problema de la generación de ruido y la eficiencia energética de los trenes al entrar y salir de los túneles. O el tejido de los bañadores de alta competición, cuya textura se inspira en la piel del tiburón por su reducida resistencia al agua. O el diseño biomimético de la Torre Gherkin en Londres, cuya forma aerodinámica y estructura está inspirada en formas naturales, lo que curiosamente aporta eficiencia energética del edificio. Estos son solo unos pocos ejemplos que sin dificultad hemos encontrado en Internet, pero hay muchísimos más: artefactos desarrollados por la técnica (lo que hace el hombre) imitando a la naturaleza (lo que hace Dios).
Sierra Club es una de las organizaciones ambientales más antiguas, más grande y de mayor influencia en los Estados Unidos. Fue fundada el 28 de mayo de 1892, en San Francisco. Cf. https://es.wikipedia.org/wiki/Sierra_Club
“The making of gardens and parks –escribe Muir– goes on with civilization all over the world, and they increase both in size and number as their value is recognized. Everybody needs beauty as well as bread, places to play in and pray in, where Nature may heal and cheer and give strength to body and soul alike. This natural beauty-hunger is made manifest in the little window-sill gardens of the poor, though perhaps only a geranium slip in a broken cup, as well as in the carefully tended rose and lily gardens of the rich, the thousands of spacious city parks and botanical gardens, and in our magnificent National parks—the Yellowstone, Yosemite, Sequoia, etc.—Nature’s sublime wonderlands, the admiration and joy of the world. Nevertheless, like anything else worthwhile, from the very beginning, however well guarded, they have always been subject to attack by despoiling gain seekers and mischief-makers of every degree from Satan to Senators, eagerly trying to make everything immediately and selfishly commercial, with schemes disguised in smug-smiling philanthropy, industriously, shampiously crying, ‘Conservation, conservation, panutilization’, that man and beast may be fed and the dear Nation made great. Thus long ago a few enterprising merchants utilized the Jerusalem temple as a place of business instead of a place of prayer, changing money, buying and selling cattle and sheep and doves; and earlier still, the first forest reservation, including only one tree, was likewise despoiled. Ever since the establishment of the Yosemite National Park, strife has been going on around its borders and I suppose this will go on as part of the universal battle between right and wrong, however much its boundaries may be shorn, or its wild beauty destroyed”. John Muir, The Yosemite (New York: The Century Company, 1912), cap. XVI, §11.
Cf. Alfredo Cruz Prados, Ethos y polis (Pamplona: Eunsa, 2006), 226.
Emilio Chuvieco y M.ª Ángeles Martín, Cuidar la tierra (Madrid: Digital Reason, 2023), 145.
Jacques Monod, premio Nobel de Medicina, publicó en 1970 en un libro titulado El azar y la necesidad, una serie de conferencias pronunciadas por él entre 1969 y 1970. Su tesis principal es la misma que la de Demócrito: Todo lo que existe en el Universo es fruto del azar y de la necesidad. No hay Dios. “El puro azar –escribe Monod–, el único azar, libertad absoluta pero ciega, es la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución: esta noción central de la biología moderna no es ya hoy en día una hipótesis, entre otras posibles o, al menos, concebibles. Es la sola concebible, como única compatible con los hechos de observación y experiencia. Y nada permite suponer (o esperar) que nuestras concepciones sobre este punto deberán o incluso podrán ser revisadas”. Jacques Monod, El azar y la necesidad (Barcelona: Tusquets Editores S.A., 1970), 133-134.
Heisenberg ilustraba claramente esta postura cuando escribía: “[…] las ciencias naturales son en cierto modo la manera en que nosotros nos situamos ante la faceta objetiva de la realidad [...] La fe religiosa es, por el contrario, la expresión de una decisión subjetiva, por la cual fijamos para nosotros los valores según los cuales nos vamos a regir en la vida”. Werner Heisenberg, Der Teil und das Ganze. Gespräche im Umkreis der Atomphysik (München: Piper Verlag, 1969), 117. Tomo la cita de Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia (Salamanca: Ed. Sígueme, 1985).
En la introducción al Ensayo filosófico sobre las probabilidades, Laplace escribe: Une intelligence qui, pour un instant donné, connaîtrait toutes les forces dont la nature est animée et la situation respective des êtres qui la composent, si d'ailleurs elle était assez vaste pour soumettre ces données à l’analyse, embrasserait dans la même formule les mouvements des plus grands corps de l’univers et ceux du plus léger atome : rien ne serait incertain pour elle, et l’avenir, comme le passé, serait présent à ses yeux. Pierre-Simon Laplace, Essai philosophique sur les probabilités (París: Courcier, 1814), 4. Disponible online: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k96200351/f9.item.texteImage
“La libertad humana precede a la esencia del hombre y la hace posible; la esencia del ser humano está en suspenso en su libertad. Lo que llamamos libertad es, pues, indistinguible del ser de la ‘realidad humana’” Jean Paul Sartre, El ser y la nada (Buenos Aires: Iberoamericana, 1946), 30.
Escribe MacIntyre: “Dentro de la tradición aristotélica, llamar a x bueno (y x puede, entre otras cosas, ser una persona o un animal, una política, un estado de cosas) es decir que es la clase de x que escogería cualquiera que necesitara un x para el propósito que se busca característicamente en los x. Llamar bueno a un reloj es decir que es la clase de reloj que escogería cualquiera que quisiera un reloj que midiera el tiempo con exactitud (y no para echárselo al gato, como si dijéramos). La presuposición que conlleva este uso de ‘bueno’ es que cada tipo de sujeto que se pueda calificar apropiadamente de bueno o malo, incluidas las personas y las acciones, tiene de hecho algún propósito o función específicos dados. Llamar bueno a algo es por lo tanto también formular un juicio factual. Llamar a una acción concreta justa o correcta es decir lo que un hombre bueno haría en tal situación; tal proposición también es factual. Dentro de esta tradición, las proposiciones morales y valorativas pueden ser designadas verdaderas o falsas exactamente de la misma manera que todas las demás proposiciones factuales lo son. Pero, una vez que desaparece de la moral, la noción de propósitos o funciones esencialmente humanas, comienza a parecer implausible tratar a los juicios morales como sentencias factuales”. Alasdair MacIntyre, Tras la virtud (Barcelona: Grijalbo, 1984), 84 (la cursiva es nuestra).
Josef Pieper, “La criatura humana: El concepto de creaturidad y sus elementos”, en Veritas et sapientia. En el VII Centenario de Santo Tomás de Aquino (Pamplona: Eunsa, 1975), 124-125.
“Veamos ahora cuán manifiestamente se deducen estas consecuencias de los principios que ya expuse. Puesto que lo extremo (pues sabes muy bien, creo yo, que a lo que los griegos llaman telos lo vengo llamando yo unas veces ‘extremo’, otras veces ‘último’ y a veces ‘supremo’; y se me permitirá también decir ‘fin’ en lugar de ‘extremo o ‘último’), puesto que lo extremo [el fin], repito, consiste en vivir conforme a la naturaleza y de acuerdo con ella, se sigue necesariamente que todos los sabios gozan siempre de una vida feliz, perfecta, afortunada; nada los estorba, nada los embaraza, de nada necesitan”. Marco T. Cicerón, De finibus, III, 26. Empleamos la edición castellana, preparada y traducida por Víctor-José Hererro Llorente (Madrid: Gredos, 1987). Es significativo que Cicerón trate estas cuestiones en la obra titulada De finibus bonorum et malorum (Del supremo bien y del supremo mal). De hecho, esta obra se cita comúnmente solo con las dos primeras palabras De finibus, porque la palabra latina finis es el equivalente de télos, y este tiene, entre otros significados, el de fin y el de sumo bien. Añadirle la palabra bonorum sería un pleonasmo, pero lo puso el mismo Cicerón.
“Pero en cosas claras no se deben gastar muchas palabras. ¿Y qué mayor evidencia que la de que, si no hubiera modo de elegir entre las cosas que son contra la naturaleza y las que están de acuerdo con ella, se destruiría totalmente la prudencia, esa virtud tan buscada y alabada?”. Marco Tulio Cicerón, De finibus, III, 31.
“Pues cuando el espíritu se eleva, mediante la analogía, desde las cosas que son conformes a la naturaleza, entonces llega a la noción del bien”. Marco Tulio Cicerón, De finibus, III, 33.
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“La presencia del Ser en el ser del ente no es transeúnte sino permanente: ninguna criatura puede mantener su ser, perdurar en el ser, si la causa creadora no mantiene su actuación, ya que depende de ella en su ser y en su obrar, es decir, son efectos suyos, y suprimida la causa, desaparece el efecto”. Ángel Luis González, Ser y participación (Pamplona, Eunsa, 2001), 253.
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“Por consiguiente, la razón de la sabiduría divina, al igual que tiene la condición de arte o de idea ejemplar en cuanto por medio de ella son creadas todas las cosas, así tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas esas cosas a sus propios fines. Y según esto, la ley eterna no es otra cosa que la razón de la sabiduría divina en cuanto principio directivo de todo acto y todo movimiento”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 1, s.
“Así tiene naturaleza de ley en cuanto mueve todas esas cosas a sus propios fines”. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 1, s.
En Santo Tomás, la noción de ley eterna está íntimamente relacionada con la noción de providencia, aunque no son la misma cosa: “[…] la providencia en Dios no designa propiamente la ley eterna, sino algo consecuente a la ley eterna. Ésta debe ser considerada en Dios como se toman en nosotros los principios de los operables naturalmente conocidos, de los cuales partimos para aconsejar y elegir, lo cual pertenece a la prudencia o providencia. Por consiguiente, la ley de nuestro intelecto es a la prudencia como el principio indemostrable a la demostración. De modo semejante en Dios, la ley eterna no es la providencia, sino como principio de la providencia. Por eso, convenientemente se atribuye a la ley eterna los actos de la providencia, como todo efecto de la demostración se atribuye a los principios indemostrables”. Tomás de Aquino, De veritate, q. 5, a. 1, ad. 6.
Joseph Ratzinger, Creación y pecado…, 16. Una idea similar es la que propone Rafael Domingo en su obra Derecho y trascendencia, cuando nos habla de la espiritualidad como unidad: una unidad con los demás y con la naturaleza toda. Rafael Domingo se atreve a definir la espiritualidad como “el arte de la unidad y el amor” (ars unitatis et amoris). Rafael Domingo, Derecho y trascendencia (Madrid: Aranzadi, 2023), 38. “Entiendo la espiritualidad como un orden ontológico y trascendente que vincula y une a Dios y lo divino con la humanidad y el universo de acuerdo con el amor”, p. 34. “La comunión representa un elemento esencial de la espiritualidad universal porque supera la aparente oposición entre multiplicidad y unidad. Estar en comunión es comunicarse con los demás y formar parte de ellos. En plena comunión, nadie está ya solo o separado de los demás”, p. 38. Es interesante el modo en el que Rafael Domingo presenta la espiritualidad en relación con el derecho con un planteamiento original, pero fundamentado en el conocimiento de la historia de la filosofía y del derecho. Por ejemplo, cuando escribe: “La espiritualidad ayuda a desarrollar el respeto por el derecho y los ordenamientos jurídicos como herramientas necesarias para el desarrollo de los seres humanos. El respeto es el punto de partida de la verdadera comunión. Sin respeto, la unión resultante será dominante pero no comunicativa ni espiritual. Cuando los seres humanos consideran el ordenamiento jurídico y la dimensión jurídica como parte de un proyecto de una unidad espiritual superior, les resulta más fácil respetar los ordenamientos jurídicos que cuando entienden la dimensión jurídica como un mero producto de convenciones y acuerdos humanos temporales. Cuanto más profunda es la razón para el respeto, más fácilmente las personas ofrecen su respeto”, p. 58.
Dante Alighieri, La divina comedia, Canto XXXIII, línea 145.
Cf. José María Artola Barrenechea, O.P., “Introducción a las qq. 103 a 119” de la primera parte de la Suma de Teología (Madrid: BAC, 2001), 873.
Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 103, a. 5, ob. 3 y ad. 3.
Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II q. 93, a. 6, s.
“Bueno es sufrir lo que no puede corregirse, y obedecer sin murmurar a Dios, autor de todas las cosas. Mal soldado sería el que siguiese gimiendo a su general. Recibamos, pues, sus mandatos con prontitud y regocijo, siguiendo el curso de este hermoso conjunto que arrastra consigo nuestro destino, y hablemos a Júpiter que gobierna esta máquina como le habla Cleantes en los bellos versos que traduciré a nuestra lengua siguiendo el ejemplo del elocuente Cicerón. ‘Padre del universo, dominador de los cielos, guíame donde te plazca; dispuesto estoy a seguirte. Nada resiste a tu voluntad: necesario es seguirte de grado o gimiendo. El destino guía al que quiere seguirle; al que se niega lo arrastra’. Hablemos y vivamos de esta manera, para que el destino nos encuentre preparados siempre. El alma grande se entrega a Dios, y, por el contrario, el ánimo estrecho y pequeño le resiste, y juzgando mal del orden del universo, antes quiere enmendar a los Dioses que enmendarse él mismo. Adiós”. Séneca, Cartas a Lucilio, n. 107 (traducción de Francisco Navarro y Calvo) (Madrid: Luis Navarro editor, 1884), 477 y 478.
El tomista norteamericano Stephen Brock escribe: “Natural law, then, would be an ordination of divine reason, for the common good of the universe, promulgated to man by God as governor of the universe, through the instilling of the natural light of the human intellect”. Stephen L. Brock, The Light That Binds…, Kindle pos., 182.
“A definition that leaves God and the eternal law out of the picture cannot express the formal nature of natural law”. Ibid., Kindle pos., 1576.
Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 91, a. 2. s.
Tomás de Aquino, Compendio de Teología, cap. 130. Podemos añadir que esta simultaneidad de la acción del hombre con la acción divina no se da solo por la vía de la participación, sino también por la vía de la similitud pues, como dice el tomista norteamericano Steven Jensen: “[…] if God wishes to share his good with a potential intellectual nature, like ours, then this nature must have the various powers that we find ourselves to have. God is not constrained to make such a nature, but if he wishes to share his good, then this is the nature he wishes to make”. Steven Jensen, Knowing the Natural Law (Washington: Catholic University of America Press, 2015), 228.
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